A propósito de la visita de Dilma Rousseff a Washington esta semana (donde no sólo se reunió con Obama, sino también con Henry Kissinger, impulsor de las dictaduras latinoamericanas en los setenta), vale la pena leer este análisis crítico de la política exterior brasilera y de la relación (subordinada) con Estados Unidos. Desmiente muchos supuestos generalmente extendidos en la opinión pública e incluso entre especialistas:
Por
Plinio de Arruda Sampaio Jr. (Voces en el Fénix 44)
Profesor del
Instituto de Economía de la Universidad Estatal de Campinas, IE/UNICAMP.
Miembro del Consejo Editorial del Correo de la Ciudadanía -
www.correiocidania.com.br
Hoy en día existe
la creencia de que Brasil es una economía emergente, con la capacidad de
convertirse en una potencia intermedia. Sin embargo, esta creencia esconde el
rol que cumple el gigante del sur como garante de los intereses de Estados
Unidos. A continuación, mitos y verdades sobre una relación que afecta a toda
la región.
El principio general que guía la política estadounidense se
fijó en la segunda década del siglo XIX por la Doctrina Monroe, según la cual
el continente se ve como una zona privilegiada de influencia y seguridad. La
especificidad del momento histórico está dada por el imperio de la lógica que
rige las acciones de los Estados Unidos en el mercado mundial, cuya esencia es
la de conducir la creciente integración del sistema capitalista mundial, bajo
la dirección de los intereses estratégicos de su bloque de gran capital, que
incluye la mitad de todas las empresas multinacionales.
Mediante la fusión de la estabilidad económica del orden
global y la defensa de los valores democráticos de la civilización occidental y
sus intereses nacionales, el Estado norteamericano tomó sobre sí el papel de
garante en última instancia de la propiedad privada en una escala global. Como
resultado, su soberanía expandida corresponde a la reducción de la soberanía de
todos los otros países del mundo. En el plano de los negocios, las pretensiones
imperiales se materializan en la presión por la creciente liberalización del
orden económico internacional. En el ámbito de la geopolítica, la fuerza del
imperio estadounidense se materializa en su cristalización como gendarme del
orden global.
En América latina se siente la violencia de los nuevos
tiempos en forma de una creciente presión para que se firmen pactos espurios
que impulsan la liberalización de la economía y la integración orgánica de los
países de la región en el sistema de seguridad de Estados Unidos. Después del
ataque del 11 de septiembre de 2001 y el estancamiento en las negociaciones, la
atención de Washington pasó a otros continentes. Centrado en la guerra
preventiva contra el terrorismo y en la negociación de acuerdos de libre
comercio con los países de Asia y Europa, Washington ha relegado a América
latina a una posición aún más baja. Sin un proyecto definido para el Hemisferio
Sur, los Estados Unidos se limitaron a conducir algunos acuerdos de libre
comercio bilateral y centrar la atención en la lucha contrainsurgente.
No obstante la asimetría brutal en el poder económico y
militar, circunstancias muy particulares permitieron que un Estado vasallo, en
avanzado proceso de reversión neocolonial, apareciera ante el mundo como una
potencia emergente capaz de interferir en el curso del planeta. El mito de que
Brasil se ha calificado como un “actor” con voz propia en la escena
internacional se basa en siete principios fundamentales:
1º. Al subordinar las relaciones exteriores a la
defensa de los intereses nacionales, Brasil habría roto con la tradición
histórica de alineamiento automático con Washington.
2º. El cambio en la política externa sería la
consecuencia de una ruptura en la política interna. El abandono de la ortodoxia
neoliberal habría abierto el camino para las políticas neodesarrollistas.
Combinando el crecimiento y la equidad, Brasil habría puesto la solución de sus
problemas históricos en un primer plano.
3º. La nueva situación de Brasil lo habría
llevado a una condición económica emergente y convertido en una potencia
intermedia en el ámbito internacional. La creación del Foro de los BRICS
–Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– habría madurado una nueva correlación
de fuerzas que abrirían espacios de cambios sustantivos en el orden económico
mundial. El hecho de que los BRICS hayan salido relativamente indemnes de los
primeros movimientos de la crisis económica mundial, y que juntos posean un 40%
de la población mundial, el 20% de la economía mundial y la mitad de las reservas
internacionales, fortalece la percepción de que existen condiciones favorables
para una nueva dinámica en las negociaciones internacionales.
4º. El activismo diplomático brasileño refleja
el nuevo estatus del país como actor global. La participación en las
negociaciones alrededor de la contención del programa nuclear de Irán puso a
Brasil en el centro de la diplomacia mundial. El envío de “tropas
pacificadoras” a Haití sería la prueba concreta del compromiso de Brasil con
las intervenciones humanitarias para ayudar a la reconstrucción de Estados
fallidos. La intensa actuación en las negociaciones de la Organización Mundial
del Comercio y la participación en el G-20, creado para discutir soluciones a
la crisis económica, refuerzan la evaluación de que Brasil habría pasado a la
primera división de la diplomacia mundial.
5º. En un esfuerzo por consolidar su poder,
Brasil se ha convertido en un líder regional. Preocupado en neutralizar la
ofensiva comercial de Estados Unidos en la región, Brasilia habría creado
previamente condiciones económicas y militares para la unidad sudamericana. La
consolidación y expansión del Mercosur, la creación de la Unión de las Naciones
Suramericanas (Unasur) y la formación del Consejo de Defensa Suramericano (CDS)
serían los resultados objetivos del liderazgo de Brasil, y de su nueva posición
de la región en relación con el gigante norteamericano. La posibilidad de
obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU sería una
consecuencia natural de la nueva situación en Brasil.
6º. El surgimiento de Brasil como una potencia
intermedia en la escena internacional habría permitido superar su dependencia
económica y diplomática extrema con los Estados Unidos. La diversificación de
productos de exportación, la generación de megasuperávits comerciales y el
aumento significativo de las reservas internacionales serían términos
inequívocos de que Brasil se dirigía a la primera división de la economía
mundial. La aparente independencia de su diplomacia en las negociaciones del
tratado de intercambio de combustible nuclear entre Turquía e Irán, en la
defensa del depuesto presidente de Honduras Manuel Zelaya, en una conspiración
tramada en la Embajada de Estados Unidos, así como en la mediación del
conflicto entre Colombia y Venezuela, reforzó la impresión de que Brasil estaba
actuando de forma independiente de Washington.
7º. Por último, el anuncio por parte del
gobierno de Bush de que los acuerdos entre los Estados Unidos y Brasil habían
sido elevados a la condición de “diálogo estratégico”, la misma categoría que
Rusia, China e India, parecía corroborar la tesis de que la relación entre los
dos países más grandes de las Américas ha alcanzado un estado de madurez en el
cual ambas partes se reconocen y respetan los intereses nacionales uno del
otro, incluso cuando finalmente divergen. La declaración de la secretaria de
Estado estadounidense Condoleezza Rice sintetizaría la nueva situación del país
en el ámbito internacional: “Los Estados Unidos encaran a Brasil como un líder regional
y un socio global”.
Detenerse en la superficie de los fenómenos y absorber de
forma acrítica el discurso oficial, la imagen de un Brasil potencia, libre del
control de Washington, en realidad, constituye una inversión de la realidad.
Son siete los equívocos que alimentan el mito de la independencia de la
diplomacia brasileña:
1º. Aunque la llegada de Lula al poder
represente un cambio en la forma de alineación automática y la actitud
desmoralizadora de Fernando Henrique Cardoso, cuya subalternidad quedó expuesta
en la implementación del Sistema de Vigilancia Amazónica –SIVAM–, los
parámetros que guían la relación entre Brasil y los Estados Unidos permanecen
cubiertos por la doctrina de la “alianza informal” consagrada por el Barón de
Río Branco a principios del siglo XX, cuya esencia presupone la supremacía
absoluta de los imperativos de Washington. No obstante la matriz autonomista de
su diplomacia, Brasil en ningún momento cuestionó el papel imperial de Estados
Unidos en el continente o su derecho a intervenir en los llamados Estados
fallidos. En términos doctrinales, la diferencia básica entre “alianza
informal” del Barón de Río Branco y la “pacería estratégica” de la diplomacia
de Lula es equivalente a la que existe entre la cooperación explícita y
entusiasta del primero, que se basa en principios liberales, y la cooperación
disimulada y resentida del segundo, fundado en el oportunismo pragmático.
2º. El gobierno de Lula no ha roto con los
parámetros fundamentales del neoliberalismo. El compromiso de convertir en
razón de Estado los intereses estratégicos de los grandes capitales, sellado en
la Carta notoria a los brasileños en 2002, es la clave para entender la
subordinación de la diplomacia brasileña a los imperativos de orden global y
por lo tanto la relación subalterna con los Estados Unidos. Enmarcado en los
parámetros del multilateralismo, Lula y Dilma se han convertido en verdaderos
paladines del liberalismo y la democracia occidental. Las reformas de los
organismos internacionales promocionadas por el Ministerio de Relaciones
Exteriores se reducen en última instancia a mantener la fidelidad de los países
ricos a los principios del neoliberalismo y de la representación basada en el
poder económico. La actuación de Brasil como mediador de conflictos en el
escenario internacional se limita a la función principal de mejorar la
legitimidad y la estabilidad del orden mundial, evitando la aparición de
coaliciones antisistémicas, recortando los conflictos regionales y actuando
directamente como brazo armado en el combate a los focos reales y potenciales
de la insurgencia. Asumiendo el papel de “intermediario” en las negociaciones
entre los intereses de los países desarrollados y “en desarrollo”, y de
“pacificador” de conflictos entre los países ricos y pobres y de “represor” en
regiones turbulentas e inestables, Brasil cumple el triste papel de agente
encubierto del orden inextricablemente comprometido con la reproducción del
imperialismo mundial.
3º. El sentido común que indica que Brasil se
destaca como una potencia emergente con un gran potencial para influir en los
rumbos del mundo en los próximos años ignora los cambios tectónicos que afectan
a la reorganización del sistema capitalista mundial y sus reflejos nefastos en
la economía brasileña. El bloque de los BRICS es un bloque de papel, sin
capacidad práctica para influir en el curso del proceso de reorganización del
orden económico mundial –integración profunda– impulsado por los Estados Unidos
sobre una base bilateral, en el marco de la OMC, que tiene como una de sus
metas exactamente la marginación de los BRICS de las corrientes más dinámicas
del comercio mundial. La sobreestimación de la capacidad de negociación
internacional de Brasil simplemente ignora que el ciclo de crecimiento que
ahora llega a su fin, estuvo acompañado por un proceso de regresión de las
fuerzas productivas, cuyo síntoma más evidente es la desindustrialización.
También ignora que la mayor presencia de Brasil en el mercado mundial ha
fortalecido la posición del país como un mero proveedor de commodities,
materias primas minerales y agrícolas, de muy bajo contenido tecnológico en la
división internacional del trabajo.
4º. La idea de que Brasil se afirma como un
actor importante en la escena internacional, en contraste con el papel de
Brasil como un mero peón del imperialismo norteamericano. Cuando le conviene a
Estados Unidos, las acciones brasileñas son avaladas y alabadas; cuando no
conviene, simplemente ignoradas y reprendidas públicamente. Este es el caso de
Haití, donde la presencia “pacificadora” de los militares brasileños para
reprimir las protestas sociales y disciplinar a los pobres con la ley del
terror marcial es alabada y bienvenida, ya que protege a los gobiernos
ilegítimos, corruptos y violentos, inventados y apoyados por los Estados
Unidos. El activismo de Brasil en el clímax de la crisis económica mundial
obedece a la misma lógica. Llamado a cumplir con sus nuevas responsabilidades
globales, Brasil, que tanto sufrió en las manos de los programas de ajuste
económico, contribuye sin pestañear con 10 mil millones de dólares para
reforzar la caja del FMI. Como recompensa, “se insertó”, en palabras de Lula,
en el G-20, organizado para debatir alternativas a la crisis económica mundial.
Por otro lado, cada vez que Brasil superó el mandato más o
menos explícito de Washington, sus iniciativas fueron anuladas explícitamente y
el Ministerio de Relaciones Exteriores era abiertamente desautorizado y
reprendido. Esto se aplica al intercambio de combustible nuclear entre Irán y Turquía,
inmediatamente rechazado y repudiado por los Estados Unidos. También es el caso
de la patética acción para evitar el derrocamiento del presidente hondureño
Manuel Zelaya por un golpe tramado en la Embajada de Estados Unidos,
magistralmente ignorado por Washington.
5º. La idea de que Brasil se ha convertido en
una potencia regional respetada por los Estados Unidos esconde la importancia
absolutamente secundaria del país en la política externa de Washington para el
Cono Sur. Teniendo como principal preocupación la lucha contra la guerrilla
colombiana, la contención de la ola bolivariana y la negociación de acuerdos
bilaterales de libre comercio, la relación de Washington con Brasil se ha
llevado a cabo por agentes de segunda línea, con carácter ad hoc, teniendo
como norte un pragmatismo egoísta y manipulador. En asuntos económicos, la
movilización de la alta cúpula del gobierno norteamericano se limitó a la
defensa de loslobbies empresariales específicos, sobre todo las
grandes empresas de biocombustible y explotación de petróleo en el Pre-sal.
La propia noción de que Brasil se ha establecido como un
líder regional es altamente problemática. Incluso a contracorriente de la
presión de Estados Unidos para lograr un tratado de libre comercio que
contemplara el hemisferio en conjunto, el Mercosur no representa una
alternativa a la globalización de la economía mundial, sino apenas el medio
encontrado por Brasil para aumentar su influencia en las negociaciones
multilaterales y bilaterales de liberalización del comercio mundial. Para
estimular la competencia predatoria entre los países de la región e
intensificar las rivalidades regionales, el carácter abiertamente neoliberal de
la filosofía que inspira el Mercosur promueve lo opuesto a la integración: la
desintegración de América latina como un proyecto de sociedad capaz de
controlar su destino.
El activismo diplomático de Itamaraty en Sudamérica tampoco
representa un contrapunto real a los intereses geopolíticos de Washington. Más
bien al contrario. El papel “moderador” de Brasil en los conflictos regionales
fue apoyado, alentado y legitimado por los Estados Unidos. Y con razón, porque
en los momentos cruciales Brasil nunca dejó de hacer el juego de los
estadounidenses, cuyo interés estratégico se organizó en torno a la obsesión de
neutralizar el liderazgo de Hugo Chávez y solapar el potencial subversivo de la
revolución bolivariana. El fuerte contraste entre la actitud vacilante y
procrastinaria de la diplomacia brasileña en relación a la formación del ALBA y
la creación del Banco del Sur y su disposición y entusiasmo en participar en el
foro de los países ricos y que contribuyan generosamente al fortalecimiento del
FMI, es un retrato exacto del papel instrumental de Brasil como un instrumento
velado del imperialismo norteamericano. Al sancionar las presiones de los
Estados Unidos y sabotear la defensa del orden, Brasil actúa como agente
camuflado de los intereses estadounidenses en el Cono Sur.
6º. Tomando la nube de Juno, la creencia de que
Brasil es una economía emergente, con el potencial de convertirse en una
potencia intermedia, ignora los condicionantes estructurales que profundizan y
aceleran el proceso de reversión neocolonial.
La evaluación de que el aumento del comercio con China
revelaría una mayor autonomía en relación a los Estados Unidos no tiene en
cuenta que el creciente peso de las commodities en la pauta de
exportaciones, implícita en la nueva posición del país en la división
internacional del trabajo, pone de relieve la dependencia de la economía brasileña
en relación con el desempeño de la economía de Estados Unidos –el factor
determinante del comercio internacional y del comportamiento de los términos de
intercambio–. La idea de que la gran afluencia de capitales extranjeros a
Brasil sería un indicador de potencia, aumentando el grado de libertad de las
autoridades económicas, no tiene en cuenta el hecho de que la acumulación de
enormes pasivos externos líquidos –capital internacional de alta volatilidad–
deja al país extraordinariamente vulnerable a la especulación contra la moneda
nacional, haciendo hincapié en la dependencia del país en relación con las
vicisitudes de la política económica estadounidense.
El aumento de la situación de dependencia en relación a los
Estados Unidos no se ha circunscrito en el ámbito económico. La creación del
Sistema de Seguridad Sudamericana en el núcleo de la arquitectura de la Unasur
y la reluctancia de Brasil para equipar a sus fuerzas armadas con aviones de
fabricación estadounidense, no impidió en 2010 que el gobierno brasileño
firmara un amplio acuerdo de cooperación militar con los Estados Unidos. Al
conceder a los Estados Unidos el papel de socio estratégico en la capacitación
de las fuerzas armadas en su función de control del territorio y de la
vigilancia fronteriza, un tipo de iniciativa que no se veía desde 1977 en el
apogeo de la dictadura militar, el gobierno brasileño puso su sistema de
seguridad bajo la tutela directa de los Estados Unidos deshaciendo con su mano
derecha lo que fue redactado con la izquierda.
7º. La idea de que habría una “asociación
estratégica” con los Estados Unidos enmascara el verdadero papel de la
diplomacia brasileña en la geopolítica del imperio. La agenda vacía de
entendimiento económico no es casual, ya que la “integración profunda” motivada
por Washington marginaliza a Brasil de las corrientes más nobles del mercado
mundial. La definición arbitraria e infundada de la Triple Frontera como zona
de seguridad en la lucha contra el terrorismo y la reactivación de la Cuarta
Flota para vigilar los mares del Atlántico Sur poco después del anuncio del
descubrimiento de grandes reservas de petróleo más allá del límite de la
soberanía marítima reconocida formalmente por los Estados Unidos, son sólo
algunas de las intimidaciones que demuestran que Brasil sigue siendo tratado
como un subalterno –cuya lealtad se debe garantizar sobre la base de
intimidación y del control–. El absoluto desdén por las desesperadas súplicas
de la presidenta Dilma para una disculpa formal por parte de Washington por el
espionaje sin vergüenza y generalizado de empresas y autoridades brasileñas
constituye un desprecio que desmiente de forma completa toda la farsa que rodea
a la supuesta existencia de un respetuoso “diálogo estratégico” entre Estados
Unidos y Brasil.
La utilización de Brasil como un instrumento directo de los
intereses norteamericanos y como medio de bloquear la respuesta al orden
muestra que, para los Estados Unidos, lo estratégico es manipular la
subordinación de Brasilia y su impostura en relación a sus pares para asegurar
los intereses de Washington. Para Brasil lo estratégico es componer con el
imperialismo norteamericano en todos los frentes y trabajar para la estabilidad
regional con el fin de mantenerlo alejado de su vecindad y minimizar su
injerencia en los negocios internos.
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