A casi dos siglos de la conocida Carta de Jamaica de
Simón Bolívar que esbozó las primeras ideas de integración americana y a casi
diez años de la derrota del ALCA, se desarrolló la VII Cumbre de las Américas,
en la que el primer mandatario de Cuba, Raúl Castro, se saludó con el
presidente de Estados Unidos, Barack Obama tras más de 50 años sin diálogo
diplomático. La participación de Cuba por primera vez en la Cumbre, la agresión
contra Venezuela, la agenda que se fue imponiendo en el cónclave, la falta de
un documento final y la nutrida Contracumbre de los Pueblos, sin duda fueron
los hechos a destacar que analizaremos a continuación.
Por: Julián
Kan (TodoAmerica.info)
Vale la pena recordar los orígenes de este evento, muchas
veces confundido con las reuniones de la OEA. Mientras que ésta existe desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial como lugar de encuentro geopolítico
interamericano en el que Estados Unidos intentó digitar la política
latinoamericana, por ejemplo marginando a Cuba de esa instancia; las Cumbres de
las Américas obedecen a otro momento histórico, el iniciado en la región con el
Consenso Washington, la caída del Muro y las políticas neoliberales. A mediados
de 1990 tuvo lugar la conferencia “Iniciativa para las Américas” donde George
Bush (padre) le presentó a todos los presidentes americanos, con la excepción
de Cuba también, la idea de sancionar un área de libre comercio para el año
2005 que uniera a Alaska con Tierra del Fuego. Con Bill Clinton en el gobierno,
tuvo lugar en 1994 la primera reunión en Miami, para comenzar a discutir la
iniciativa norteamericana denominada ALCA. La historia posterior es mejor
conocida: luego de varios años de negociación, el ALCA fue rechazado por los
gobiernos posneoliberales que emergieron en la región a comienzos de la década
pasada, por la resistencia social en las calles a la injerencia norteamericana
y al intento de profundizar una integración comercialista, e incluso también
por algunas fracciones de las clases dominantes locales que cuestionaron los
términos del libre comercio norteamericano. Esto sucedió en la IV Cumbre de las
Américas, de Mar del Plata, en 2005, en donde los dos primeros actores tuvieron
un rol destacado en el rechazo al proyecto norteamericano. A partir de allí –no
sin tensiones, sobre todo en los últimos dos años–, la región ha reconfigurado
sus ejes de vinculación y ha predominado el desarrollo de instancias de
autonomía política, como UNASUR y CELAC, y hasta de una integración alternativa
como el ALBA, impulsado por Venezuela y Cuba.
Ante este panorama, y enterrado el proyecto ALCA, ¿cuál fue
el sentido de mantener las Cumbres de las Américas? Para Estados Unidos, volver
a reposicionarse en la región, para América Latina, mostrar el potencial
político acumulado luego de la derrota del ALCA y sostener grados de autonomía.
Algo de todo esto sucedió en las dos reuniones que mediaron entre Mar del Plata
y Panamá: la V Cumbre de Puerto España, Trinidad y Tobago, en 2009, y la VI
Cumbre, de Cartagena, Colombia, en 2012. En la primera de ellas, primó la
expectativa por la relación “entre iguales” prometida por el recién asumido
presidente Obama; anuncio que fue solamente promesa. Fue, también, la cumbre en
la que Chávez le entregó el libro (Las venas abiertas de América Latina) del
recientemente fallecido Eduardo Galeano al presidente norteamericano y donde
los efectos de la crisis mundial sobre la región reafirmaron la necesidad de
una integración autónoma. Luego, en la reunión de Cartagena, los países
latinoamericanos imprimieron el contenido de la misma durante las semanas
previas y durante el evento mismo: debatiendo la exclusión de Cuba del evento y
la cuestión Malvinas, entre otros. El posicionamiento en esa reunión del
presidente de Ecuador, Correa, mostró la significativa autonomía y soberanía
política acumulada desde Mar del Plata: “Ecuador no asistiría a otra cumbre si
de esta se excluiría a Cuba”. Quedaba claro que, sin el ALCA por negociar, la agenda
de las cumbres continuaba cambiando de contenido. La VII reunión, de Panamá, no
sería la excepción.
¿Por qué? Dos hechos recientes, previos a la cumbre,
removieron el sentido de la misma. En primer lugar, a fines de 2014 el anuncio
de la distención entre Cuba y Estados Unidos generó ciertas expectativas en
torno a su impacto en las relaciones interamericanas, lo que fuera postulado
como un nuevo intento de acercamiento de Obama ante la región (un nuevo “trato
entre iguales” como el de 2009) a corroborarse posteriormente en la
Cumbre, ganando terreno sobre las instancias propias de vinculación regional emergidas
luego de Mar del Plata. La distención o relajamiento entre ambos países –que
sin dudas constituye un hecho a destacar de acá al futuro a pesar que el
bloqueo norteamericano a la isla todavía no tiene fecha de vencimiento– también
contribuyó a que Cuba sea parte de este evento.
En segundo lugar, pero a contramano de la positivización del
hecho anterior lograda por el gobierno de Obama, la Orden Ejecutiva del 09 de
marzo 2015 emitida por su gobierno que declaró a Venezuela como "una
amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior
de Estados Unidos", alejó toda idea del trato amable o igualitario,
volviendo a actuar como lo hizo durante todo el siglo XX: combinando grandes
promesas de ayuda económica y política, con acciones desestabilizadoras y
diversas formas de injerencia e intervención; en definitiva, con las habituales
zanahoria y garrote. La Orden generó un rechazo de todos los gobiernos
latinoamericanos, incluso de los aliados de Estados Unidos y miembros de la Alianza
del Pacífico, como demostró el rápido posicionamiento de la CELAC del 26 de
marzo. Allí, sus 33 miembros expresaron su oposición a las sanciones contra
funcionarios venezolanos, refiriéndose a ellas como "la aplicación de
medidas coercitivas unilaterales contrarias al derecho internacional", y
también, anunciaron el rechazo del Decreto Ejecutivo emitido por el gobierno de
Obama. Este hecho volvió suscitar duras críticas en la Cumbre hacia los Estados
Unidos, por parte de los presidentes bolivarianos, pero también de los
progresistas, entre ellos la actual mandataria argentina; incluso, a pesar del
intento de Obama unos días previos de aclarar que Venezuela no constituía
ninguna amenaza.
Es de destacar la realización, una vez más, de la Cumbre de
los Pueblos o Contracumbre, también otra vez invisibilizada por los grandes
medios de comunicación. De gran protagonismo en anteriores cumbres cuando se
discutía el ALCA, este cónclave popular reunió a diversos movimientos sociales
y políticos de la región que plantearon demandas a Estados Unidos y al sistema
político regional, como el levantamiento del bloqueo a Cuba, la devolución de
Guantánamo, el fin de la ocupación de Malvinas; e hicieron masiva la campaña
por las firmas contra el decreto del Obama, que ya lleva millones de
latinoamericanos adherentes.
Así las cosas, Estados Unidos no pudo relanzar algún tipo de
relación armoniosa, menos afirmarse como interlocurtor privilegiado de la
región. Y, a su vez, la mayor autonomía regional conseguida desde 2005 –aunque
algo resquebrajada por la Alianza del Pacífico, por las continuas tensiones al
interior del MERCOSUR y por la falta profundización del bloque ALBA, y quizá
mejor expresada en UNAUSR y CELAC– volvió a manifestarse doblegando el intento
norteamericano de adjudicarse la distención como un triunfo y un
reposicionamiento regional. Una vez más, la falta de un documento final en la
cumbre evidencia esta tensión entre el histórico interés de Estados Unidos de
intervenir, dividir y controlar la región, con las tendencias a la unidad e
integración de nuestra América que tienen, con fisuras y continuidades, ya dos
siglos de una vasta y rica historia.
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