Por Leandro Morgenfeld
Revista Cambio
Número 20, mayo 2015
El cambio de política de Washington hacia La Habana abrió
un debate en la izquierda continental sobre su significado y repercusiones. El
presente artículo avanza en una reflexión sobre el nuevo escenario que se está
configurando.
“El Papa está haciendo que vuelva a ser católico”, declaró
Raúl Castro el 10 de mayo. Fue en el Vaticano, luego de entrevistarse con el
Papa Francisco durante 55 minutos, para agradecerle la mediación en las largas
negociaciones secretas con Estados Unidos –que derivaron en los anuncios de
diciembre pasado, cuando los gobiernos de Estados Unidos y Cuba anunciaron el
inicio de la “normalización” de las relaciones bilaterales– y para organizar la
histórica visita a la Isla de la máxima autoridad de la Iglesia Católica,
prevista para septiembre.
Esta movida diplomática, que incluyó el relanzamiento de los
vínculos con Europa –Hollande viajó este mes a La Habana, siendo el primer
presidente francés que visita la Isla–, es parte del arduo proceso de
restablecimiento de relaciones diplomáticas con Washington, luego de más de
medio siglo de agresiones políticas, económicas, militares, diplomáticas e
ideológicas por parte del “gobierno permanente” de Estados Unidos.
Fracaso de una política e intereses en juego
El giro anunciado por Obama responde al fracaso
de la agresiva política anterior –el propio mandatario estadounidense tuvo que
reconocerlo–, gracias a la resistencia del pueblo cubano, que soporta hace
décadas un bloqueo comercial, económico y financiero sin antecedentes en la
historia moderna, y a la presión de los países de Nuestra América, que vienen
reclamando en la UNASUR, la CELAC y el ALBA el fin de las sanciones y la
readmisión de Cuba en el sistema interamericano. También a la presión de la
ONU, que cada año vota masivamente por el fin del bloqueo –en la última
Asamblea General, el rechazo fue votado por 188 países, contra sólo dos que
respaldaron a Estados Unidos–. También hay intereses económicos –grandes
capitalistas estadounidenses de los sectores vinculados al agro, el turismo y
las telecomunicaciones, que quieren hacer negocios en Cuba– y electorales –la
comunidad latina estadounidense rechaza crecientemente la agresiva y anacrónica
política que Estados Unidos desarrolla contra la Revolución Cubana desde 1960–.
Si algunos imaginaron que rápidamente se salvarían los
obstáculos y se abrirían las embajadas en La Habana y Washington –Estados
Unidos pretendía concretar este paso antes de la VII Cumbre de las Américas
(Panamá, 10 y 11 de abril)–, en realidad el proceso de entendimiento bilateral
se está mostrando mucho más prolongado y complejo. Los encuentros bilaterales
del más alto nivel se iniciaron en enero de este año –con la visita de Roberta
Jacobson a La Habana–, siguieron en febrero, sin avances sustanciales, y
tuvieron un tercer capítulo el 16 de marzo, nuevamente en la capital cubana.
Antes de avanzar, Cuba pretendía, entre otras cuestiones, ser retirada de la
lista de países que promueven el terrorismo –cuestión que fue anunciada por
Obama el 14 de abril– y además que se den pasos firmes hacia el levantamiento
del bloqueo y la devolución de Guantánamo, ocupada por Estados Unidos hace más
de un siglo.
Estados Unidos, que durante décadas señaló que no negociaría
con los Castro, tuvo que admitir su rotundo fracaso, sentarse a dialogar con el
gobierno de la Isla y admitir que Cuba volviera a participar en el sistema
interamericano, cuestión que se plasmó en la reciente Cumbre de Panamá, cuyo
eje central fue la presencia de Raúl.
Ahora bien, ¿qué es lo que motiva al gobierno de La Habana a
buscar un entendimiento con Washington? La economía cubana requiere importantes
reformas. Desde 2011 se viene introduciendo un giro, denominado “actualización
del modelo económico cubano”, que permite la mercantilización de ciertas
actividades y fomenta el ingreso del capital extranjero, aunque el Estado sigue
teniendo un rol preponderante y controlando los principales medios de
producción. Uno de los mayores desafíos de Cuba es que esas reformas, que todos
admiten como necesarias, no empujen hacia una restauración del capitalismo,
como pretende el gobierno de Estados Unidos y las empresas de ese país que
presionan para disputarle a Europa y China los negocios en la Isla. La
burguesía estadounidense, sus representantes políticos y sus medios de
comunicación apuntan a que la apertura genere las condiciones para el colapso
del sistema político, tal como ocurrió en la Unión Soviética a fines de los
años 80.
Sostener la epopeya cubana
Para Nuestra América es fundamental lo que ocurra en Cuba.
Existe el riesgo de que la apertura hacia el capital trasnacional en general, y
estadounidense en particular, profundice el restablecimiento del capitalismo y
refuerce la formación de una burguesía, en línea con el modelo chino, más allá
de las enormes diferencias entre ambos procesos. Este derrotero no está
determinado, sino que depende de la correlación de fuerzas en Cuba –se está
desarrollando actualmente un gran debate económico y político sobre qué hacer
en esta nueva etapa– y en el resto de la región. Movimientos sociales
latinoamericanos destacan que el gran desafío para Nuestra América es ayudar a
sostener la vigencia de la epopeya cubana, que se mantiene en pie a
pesar de haber sufrido las agresiones de la principal potencia por más de medio
siglo.
Estados Unidos pretende reafirmarse en lo que consideran su patio
trasero, luego de sufrir derrotas parciales en lo que va del siglo.
Doblegar a Cuba sería fundamental para lograr el reposicionamiento de los
gobiernos derechistas de cuño neoliberal. Por ese motivo procuran que se
desarrolle la Alianza del Pacífico, en detrimento del ALBA y la CELAC. Frente a
esta realidad, es central que Nuestra América retome el impulso que supieron
tener los inéditos espacios de coordinación política e integración regional que
desafiaron la hegemonía estadounidense desde la derrota del ALCA, hace ya una
década.
La Revolución Cubana marcó a fuego la historia americana y
aún hoy tiene un rol central en la construcción de organismos como el ALBA y la
CELAC, fundamentales para retomar la perspectiva de una integración en clave
bolivariana. Su valor simbólico fue y es excepcional, y por eso su devenir es
fundamental, no sólo para el pueblo cubano, sino para todos los movimientos y
organizaciones sociales que luchan por construir en Nuestra América otro
sistema económico, político, social e ideológico.
Por Leandro Morgenfeld – Docente UBA e Investigador del
IDEHESI-CONICET. Integra el GT CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Esta
nota fue enviada por el autor como colaboración para Cambio.
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