Por Claudio Katz
Los grandes medios de
comunicación presentaron la Cumbre de Panamá como el inicio de una nueva era de
convivencia. Ponderaron el fin de la guerra fría y atribuyeron a Obama una
postura de distención opuesta a la belicosidad de Maduro. También contrastaron
la reintegración de Cuba a la región con el aislamiento de Venezuela y
evaluaron al encuentro como un éxito de la diplomacia estadounidense. Este
diagnóstico fue expuesto antes y después del cónclave, como si la reunión no
hubiera aportado nada relevante.
Pero este relato omitió que 33
de los 35 mandatarios presentes rechazaron la imputación de Venezuela como una
“amenaza a la seguridad estadounidense”. Todos reclamaron la derogación de la
orden ejecutiva, que dispone
bloqueos de bienes y restricciones a los visados de ciudadanos de ese país. Esta exigencia fue expuesta
en enfáticos discursos que ningún socio del imperio contradijo. El propio Obama
prefirió retirarse del plenario para eludir esos cuestionamientos. En un marco
adverso Estados Unidos debió posponer su agenda.
EL LIBRETO Y LA REALIDAD
Obama necesitaba
ganar la pulseada desatada por el decreto contra Venezuela para retomar las
iniciativas de hegemonía imperial. El afianzamiento de esa dominación fue el
objetivo inicial de la primera Cumbre (Miami-1994) y del lanzamiento posterior
del ALCA (Quebec-2001). El naufragio de este proyecto en Mar del Plata (2005)
determinó el aislamiento del gigante del norte en el último cónclave
(Cartagena-2012). La creación de nuevos organismos sin presencia estadounidense
(UNASUR-2008 y
CELAC-2011) acentuó ese retroceso e incentivó el reconocimiento de Cuba.
Después de 53 años
David le ganó al Goliath. El imperio no pudo quebrar la revolución cubana y
Obama debió liberar a los cinco luchadores que mantenía cautivos. Raúl Castro
inauguró el retorno del país a los encuentros presidenciales, con un categórico
reclamo de inmediata derogación de la orden contra Venezuela.
Todas
las teorías que han contrapuesto el “nuevo realismo diplomático” de Castro con
el “vetusto radicalismo discursivo” de Maduro, ignoran el concertado liderazgo
que asumieron ambos gobiernos, en la batalla contra el decreto yanqui. Esta unanimidad fue acompañada con fuertes
discursos de otros mandatarios.
Ninguno de los
presidentes derechistas (Colombia, Perú, Paraguay) sostuvo el ataque a
Venezuela. Incluso los pequeños países del Caribe que Obama visitó antes de la
reunión rechazaron el atropello del Departamento de Estado. Lo mismo ocurrió con
Chile, Costa Rica y Uruguay que mantienen grandes distancias con el proceso
bolivariano.
La decepción de
los funcionarios estadounidenses fue mayúscula y los voceros de 26 ex
presidentes derechistas sólo atinaron a objetar una “compra de voluntades” por
parte de Maduro. Como es habitual no aportaron ningún indicio de ese tráfico.
A Panamá arribaron
todas las figuras del golpismo antichavista. Hicieron mucho ruido pero tuvieron
poco impacto sobre la Cumbre. Han quedado muy debilitados por el fracaso de la
última asonada y no pudieron responder con guarimbas, a la detención de los
conspiradores Leopoldo López y Antonio Ledezma.
También
los líderes de la contrarrevolución cubana llegaron en masa desde Miami,
portando su nuevo disfraz de “representantes de la sociedad civil”. Con ese
maquillaje retomaron su proyecto de restaurar el viejo status de la isla como
casino, prostíbulo o eslabón del narco-tráfico.
La delegación de
los gusanos incluyó al propio asesino del Che y ensayó todo tipo de
provocaciones. Promovieron cacerolazos, griterías frente a las embajadas,
interrupciones en las conferencias de prensa y conflictos con los custodios.
Pero no lograron alterar el clima político de la Cumbre.
Obama recurrió a
las sonrisas para lidiar con la generalizada oposición a su decreto. Optó por
la discreción y no pudo impedir la ausencia de una declaración final del
encuentro. Un borrador plagado de criterios neoliberales -en materia de salud,
cambio climático y transferencias de tecnología- terminó en el archivo.
Los grandes medios omitieron estos datos. Sólo vieron
lo que previamente habían imaginado. Invirtieron la realidad y presentaron como
un logro estadounidense la derrota que sufrió Obama. Mantuvieron la distorsión
informativa que caracteriza su labor y nuevamente abandonaron cualquier
vestigio de profesionalidad periodística.
ACTITUDES
Y ARGUMENTOS
El contraste de proyectos que afloró en la Cumbre fue
anticipado por un contrapunto de actitudes. Obama desembarcó en Panamá con un
gran despliegue de aviones,
helicópteros y autos blindados.
Esa demostración no guardó ninguna proporción con las necesidades de seguridad
del mandatario. Sólo apuntó a recordar que el potencial destructivo del imperio
no es una ficción de Hollywood.
En cambio Maduro se dirigió de inmediato al barrio
popular de Chorrillos, para homenajear a las víctimas de la última invasión de
los marines (1989). Recordó el derrocamiento de un dictador designado por los
propios estadounidenses y ondeó la bandera panameña en un lugar olvidado por
todos los funcionarios.
Esta misma conducta adoptó Evo durante su estancia.
Proclamó que “estamos
mejor sin la embajada norteamericana” y refutó el mito de una próxima “ayuda”
estadounidense a Cuba. Destacó que el imperio debería indemnizar a la isla por
el acoso que impuso durante medio siglo.
El cuestionamiento de la orden
ejecutiva contra Venezuela dominó la Cumbre. El propio Obama descalificó la
presentación de ese país como una “amenaza” y justificó el decreto como una
formalidad burocrática. Pero no pudo explicar por qué razón mantenía esa
disposición.
La peligrosidad de Venezuela es una fantasía insostenible. El
país no invadió territorios ajenos, no mantiene guerras con sus vecinos y ha
sido un activo promotor de las negociaciones de paz en Colombia. Por el
contrario Estados Unidos gestiona enormes bases militares en Perú, Paraguay,
Colombia y las Antillas, maneja los mares desde Comando Sur de Miami, controla
los cielos con radares de última generación y convalida el arsenal que
instalaron los británicos en Malvinas.
Además, el Pentágono espía en forma descarada a los
diplomáticos, funcionarios y presidentes de la región, intercepta los correos
electrónicos de todos los individuos y supervisa los servidores estratégicos de
Internet. Venezuela
no desestabilizó a ningún gobierno, pero el imperialismo es el principal
artífice de los golpes parlamentarios,
judiciales, destituyentes y policiales de los últimos años.
Estados Unidos no renunció a las invasiones
del pasado. Tampoco se encuentra “más preocupado” por Medio Oriente, China y
Ucrania que por América Latina. La orden ejecutiva contra Venezuela es un
primer tanteo de escaladas de mayor alcance.
Los funcionarios estadounidenses justifican su
agresión con denuncias de violaciones a los derechos humanos. Pero no aportan
pruebas de ninguna índole. Dictan lecciones de democracia ocultando los recientes
informes de torturas de la CIA,
la continuidad de Guantánamo y la vigencia de la pena de muerte en su propio
territorio.
El Departamento de Estado
evita, además, cualquier
comparación de Venezuela con las administraciones derechistas de la región.
Ninguna acusación contra el gobierno bolivariano tiene el alcance de los
asesinatos en Honduras, los crímenes en México o las persecuciones en Colombia
y Perú.
La delegación económica estadounidense intentó
alumbrar en Panamá un pequeño Davos tropical. Propició la presencia de
multimillonarios y estrellas de Wall Street en los foros empresariales y
presentó el lema de la Cumbre (“Prosperidad
con equidad”), como una realización en curso. Tampoco faltaron los elogios
a las empresas transnacionales que esquilman a la población.
Los expertos yanquis exaltaron al capitalismo silenciando los sufrimientos que
impone ese sistema a todos los desposeídos. Contrapusieron las desventuras de
los gobiernos “populistas” con los logros de las administraciones guiadas por
el mercado, sin hablar de la
precarización laboral en Perú, del desastre de la jubilación en Chile o de la
tragedia de los emigrantes en Centroamérica.
Los neoliberales exhibieron
a Panamá
como un modelo exitoso. Resaltaron las torres que brotan por toda la ciudad,
omitiendo su financiación con dinero lavado del narcotráfico. Alabaron el
crecimiento del istmo, sin mencionar la segmentación social y el trabajo informal
de una población condenada a duros trabajos en la construcción y los servicios
de hotelería.
Todo
el establishment ensalzó la convocatoria de Obama a olvidar el pasado y hablar del futuro. Los
medios contrastaron ese pragmatismo con las “lecciones de historia” que
ensayaron sus oponentes. Descalificaron la reivindicación de Panamá en la gesta
de Bolívar que hizo Maduro y el legado de intervenciones imperiales que recordó
Raúl Castro.
Pero este desprecio mediático del pasado quedó
naturalmente acotado a Latinoamérica. Los escribas del Norte nunca extienden
esa mirada a la trayectoria de Estados Unidos. Jamás se burlan de los Padres
Fundadores o de la guerra librada contra el hitlerismo. Su hostilidad hacia la
historia sólo irrumpe cuando esa revisión ilustra la continuidad de la opresión
imperial.
LOS LÍMITES DE UNA
CONTRAOFENSIVA
Estados Unidos arremete
contra Venezuela para controlar la mayor reserva petrolera del
planeta. La primera potencia utiliza actualmente su provisión de crudo por
medio del shale para desestabilizar el proceso bolivariano, acentuando la
depreciación internacional del combustible.
Estados Unidos no tolera las alianzas extra-regionales
que concertaron Chávez y Maduro. Tampoco digiere la voluntad de resistir una
confiscación petrolera
semejante a la perpetrada en Irak o Libia.
La confrontación en curso es
frivolizada por los analistas que presentan el conflicto entre Obama y Maduro
como un “choque de vanidades”. Acusan al mandatario venezolano de exagerar la
disputa, para distraer a la población de sus necesidades inmediatas.
Con ese tipo de tonterías
intentan enmascarar el proyecto estadounidense de manejo de los recursos
naturales de América Latina. La apropiación de la renta petrolera venezolana es
el primer paso de una recaptura general de tierras, aguas y minerales del
continente.
Obama impulsa este plan con
una nueva combinación de zanahorias y garrotes. Por eso negocia con Cuba sin
abandonar la beligerancia. Reabriría la embajada en la isla, pero mantiene
fuertes exigencias para levantar el bloqueo.
El presidente estadounidense
se fotografió con Raúl Castro, pero también se reunió con los gusanos de Miami.
Complementó su amigable retórica con la protección de los golpistas que adiestra Washington.
Esta política repite la estrategia de negociar con
Irán sin cerrar las puertas al bombardeo. La misma pulseada que Obama mantiene
con los lobbies de Israel y Arabia Saudita se extiende a los ultra-derechistas
cubano-americanos. Su estrategia es avalada por Hilary Clinton y cuestionada
por los candidatos republicanos a la presidencia.
Ambas formaciones juegan el mismo partido de la
plutocracia estadounidense, adaptando sus políticas a las necesidades de ese
sistema. Pero cualquiera sea el mandatario que suceda a Obama deberá lidiar con
las mismas dificultades, para recuperar el terreno perdido en el patio trasero.
La primera potencia no logró revertir en Panamá el
golpe sufrido en Mar del Plata y Cartagena. Esta vez no se cayó el ALCA, pero
el afianzamiento de la Alianza del Pacífico será inviable sin una recomposición
del poder geopolítico estadounidense. La OEA ha perdido funcionalidad y la
Cumbre no generó ningún esbozo de la estructura requerida por el imperio para
restaurar su primacía.
Tampoco la derecha latinoamericana salió airosa de la
reunión presidencial. Actualmente muchos conservadores ensayan una reinvención con discursos sociales, compromisos de
asistencialismo y perfiles juveniles. Proclaman la disolución de las
ideologías, despolitizan las campañas electorales y enfatizan la centralidad de
la gestión.
Esta estrategia convive con acciones más directas. En
Argentina promovieron recientemente un golpe judicial con el estandarte de un
fiscal que trabajó para Israel. En Brasil impulsan marchas callejeras para
realinear la política exterior del país en sintonía con Estados Unidos. En
México buscan perpetuar un estado de guerra social.
Pero ninguna de estas acciones ha modificado el
escenario legado por rebeliones sociales que modificaron las relaciones de
fuerza, forzaron concesiones de los capitalistas y reavivaron las demandas nacionales y democráticas. Este proceso
continúa abierto e incluye un piso ideológico de avances en la conciencia
popular, que limita la contraofensiva derechista.
LAS OBSTRUCCIONES INTERNAS
La Cumbre corroboró el significativo nivel de
autonomía política que ha logrado América Latina. Pero esa mayor independencia
coexiste con el estancamiento
de todos los proyectos de integración económica.
Mientras se inauguran nuevas sedes de organismos
regionales y se despliega una gran retórica a favor de la acción común, las
principales iniciativas de complementación económica languidecen. El anillo
energético, la infraestructura compartida, el manejo conjunto de las reservas,
los sistemas cambiarios coordinados y los fondos de estabilización monetaria
permanecen como simples propuestas.
La perpetuación de la inserción internacional de
América Latina como proveedora de materias primas, no es responsabilidad
exclusiva de los gobiernos derechistas. El mismo esquema de especialización exportadora, agricultura
intensiva, minería de cielo abierto y maquilas industriales se verifica en las
administraciones de signo opuesto.
La suscripción de tratados de libre comercio tampoco
es patrimonio de los presidentes neoliberales. El gobierno de Ecuador negocia
un convenio del mismo tipo con Europa y Uruguay discute la implementación de
tratados semejantes (TISA).
Además, todos acuerdan en forma individual convenios
con China que agravan la primarización.
Aceptan compromisos de exportaciones básicas e importaciones de manufacturas,
que no incluyen obligaciones de inversión productiva o transferencia de
tecnología. Esta postura preserva las viejas fracturas entre
países que privilegian los intereses de sus burguesías locales en las
negociaciones externas.
Esta adaptación al orden neoliberal global puede
desembocar en traumáticas consecuencias, si se confirma un giro económico
adverso en el escenario internacional. Las materias primas ya no aumentan, el
crecimiento se ha frenado y la valorización del dólar estimula la salida de
capitales. Ciertos gobiernos comienzan a implementar devaluaciones, que
anticipan agresiones al nivel de vida popular.
Más peligroso es el giro económico de varios gobiernos
centroizquierdistas. En Brasil ya aceptaron la agenda impuesta por la Bolsa,
designaron ministros seleccionados por las grandes empresas y preparan
programas de ajuste fiscal diseñados por los bancos.
Este curso de adaptación al establishment desmoraliza
a la población y facilita la canalización derechista del descontento. En
algunos países ya se insinúan estas tendencias, como respuesta a las
frustraciones generadas por las vacilaciones del progresismo. También se
vislumbra una tentación coercitiva de presidentes que confunden las demandas
populares con la desestabilización derechista.
El
punto crítico de América Latina no se ubica actualmente en la resistencia a
Estados Unidos. El mayor problema radica en la estabilización de modelos
capitalistas adversos a las aspiraciones de las mayorías populares.
La significativa soberanía política que ha logrado América Latina en los últimos años no es
sostenible con orientaciones económicas regresivas. La experiencia demuestra
que las aspiraciones de autonomía decaen con el afianzamiento del poder burgués.
Sólo un camino de ruptura total con el neoliberalismo, protagonismo popular,
radicalización política y confrontación con la clase capitalista puede
pavimentar el camino hacia Segunda Independencia.
ALEGRÍA EN LA OTRA CUMBRE
Los grandes medios tampoco registraron en Panamá la
realización de una importante Cumbre de los Pueblos. En esa actividad
confluyeron movimientos sociales que durante tres días compartieron un intenso
programa de debate antiimperialista.
En la inauguración de ese evento fue muy visible por
qué razón Panamá no es Miami. Hubo múltiples exigencias al imperio para que
pida disculpas por la invasión de 1989 e indemnice a las víctimas. En las mesas
de trabajo se analizaron demandas de larga data, como el levantamiento del
bloqueo a Cuba, la devolución de Guantánamo, la independencia de Puerto Rico y
el fin de la ocupación inglesa de Malvinas.
El encuentro reforzó la campaña mundial que reunió
millones de firmas para exigir la derogación del decreto contra Venezuela. En
numerosas ciudades del continente ese reclamo fue acompañado por movilizaciones
y apuntalado por la adhesión de reconocidos intelectuales.
La Cumbre de los Pueblos consolidó una tradición de
reuniones paralelas a los cónclaves presidenciales. A diferencia del encuentro
oficial el evento popular fue coronado con una importante declaración final. En
ese cierre hubo un estallido de entusiasmo cuando se percibió el triunfo
logrado contra el decreto de Obama.
Ese clima aportó el mejor barómetro para evaluar lo
sucedido en Panamá. Se obtuvo un éxito diplomático que afianza las esperanzas
populares en América Latina.
15-4-2015.
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