martes, 14 de abril de 2015

Dos balances opuestos sobre la Cumbre: Boron vs. Oppenheimer


  Por Atilio A. Boron (Página/12)


Tal como se esperaba, la cumbre de Panamá giró en torno de dos temas: la relación bilateral Estados Unidos-Cuba y la absurda “orden ejecutiva” emitida por la Casa Blanca en contra de Venezuela, mientras que otros asuntos de relevancia hemisférica pasaron a un segundo plano. Era obvio que si los países de la Unasur concurrían a Panamá la agresión a Venezuela se situaría en el centro del debate, por más que Roberta Jacobson, la secretaria de Estado adjunta para Asuntos Hemisféricos, hubiese declarado que “el caso de Venezuela no sería discutido en Panamá”. Y ante un punto de inflexión histórico como el deshielo en las relaciones de Washington con La Habana sólo cabía esperar que un tema de tal trascendencia ocupara el centro de la escena.

Un primer balance de la cumbre coloca en el lado del haber la ratificación del proceso de normalización diplomática entre esos dos países, abriendo un sendero al final del cual la isla caribeña podrá arrojar por la borda el lastre de más de medio siglo de bloqueos, amenazas y sabotajes de todo tipo. Flagelos que no le impidieron alcanzar en rubros como la salud, la educación, la seguridad social o el acceso a la cultura índices comparables con los de los países desarrollados. Si algo pudo comprobar Barack Obama en fechas recientes fue la dimensión continental, sin fisuras, del apoyo que la Revolución Cubana ha logrado consolidar en esta parte del mundo y, por añadidura, en el concierto internacional.

Las reiteradas y abrumadoras votaciones en la ONU exigiendo el fin del bloqueo norteamericano así lo comprueban. Unanimidad que sorprendió al jefe de la Casa Blanca –hablando por boca de Jacobson– cuando ésta expresó su decepción ante el absoluto rechazo que la Unasur y la Celac manifestaron frente al decreto firmado por Obama el 9 de marzo. Este se encontró de pronto con una región que pese a su heterogeneidad sociopolítica se plantó con firmeza en defensa de un valor también universal –pero que no está incluido en el repertorio oficial de Estados Unidos– como es el respeto por la autodeterminación y el rechazo a toda forma de intervencionismo imperial. Tardíamente advertido de que América latina y el Caribe ya no eran las de antes, la Casa Blanca tuvo que aclarar, previamente a su llegada a Panamá, que el decreto de marras no había que tomarlo al pie de la letra porque era una cosa burocrática y que se estaba trabajando para eliminar a Cuba de la lista de países patrocinantes del terrorismo. Curioso terrorismo el nuestro, ironizaba el presidente Raúl Castro, “que pone los muertos y los discapacitados (3478 y 2099 respectivamente) mientras otros ponen las bombas”. Todo esto fue reconocido en la intervención de Obama en la Cumbre, que también hizo público su compromiso de lograr una mayoría en el Congreso que ponga fin al bloqueo.

El inesperado encuentro de Nicolás Maduro con el presidente norteamericano –que el bolivariano calificó como “serio, franco y cordial”– es una muestra más del giro copernicano que se produjo en las relaciones del imperio con los otrora obedientes satélites que en 1962 expulsaran a Cuba del sistema interamericano. ¿Alguien podría haber creído, cuando en el 2005 George W. Bush llegaba a Mar del Plata para imponer el ALCA, que un gobierno latinoamericano –el de Ecuador– podría desalojar a los militares estadounidenses de la base de Manta u otorgar asilo diplomático a Julian Assange, el enemigo público número uno de Estados Unidos (junto con Edward Snowden) sin correr la misma suerte que Jacobo Arbenz, Juan Bosch o Salvador Allende en Chile? Cambia, todo cambia, recordaba la gran Mercedes Sosa.

Un saldo también positivo fue la didáctica franqueza, inusual en este tipo de almibarados cónclaves, con que algunos mandatarios: Raúl Castro, Rafael Correa, Evo Morales y Cristina Fernández historiaron y denunciaron el saqueo practicado por el imperialismo en la región, su permanente desestabilización de gobiernos democráticos y populares y la incoherencia de la postura norteamericana, que fustiga a algunos gobiernos latinoamericanos por sus supuestos déficit democráticos pero convalida las bárbaras teocracias del Golfo Pérsico. Un socio al que jamás Washington le reprocha nada es Arabia Saudita, donde los partidos políticos están prohibidos, los opositores son exterminados, la prensa absolutamente aherrojada y los derechos humanos, especialmente de las mujeres y ciertas minorías, minuciosamente conculcados. Allí no hay problemas de derechos humanos, gobernabilidad democrática o libertad de prensa: éstas son pestilencias que afectan a los gobiernos progresistas y de izquierda de Nuestra América. Incoherencia que es obscena a la hora de comparar las antitéticas políticas seguidas en relación con países con sistemas unipartidarios: todo bien si se trata de China, un escándalo en el caso de Cuba. El peso de estas incoherencias es tan brutal que todo el edificio discursivo, el “relato” norteamericano, se ha desmoronado irreparablemente. La mellada eficacia de aquél quiere ser reemplazada con el músculo del Pentágono, para desgracia de la humanidad. El empeño fracasará, pero dejará tras de sí un tendal de muertos.

¿Cuál es el “debe” de este balance? No todos los gobiernos actuaron con la misma firmeza. Acompañaron pero en algunos casos sin demasiada convicción. No se pudo discutir sobre las bases militares, las migraciones, la indiferencia ante la destrucción del medio ambiente, etcétera. La obstinación de Washington de no querer oír sino lo que le dicen sus asesores y los lamebotas intelectuales y políticos del imperio se puso de nuevo en evidencia cuando Obama abandonó el recinto poco después de escuchar el rotundo y fundado discurso del presidente cubano. El hecho de que luego mantuviera una larga reunión con éste y una más breve pero muy significativa con Maduro señala claramente la aversión del imperio por este tipo de encuentros. Lo que se dijo y lo que se reprodujo ampliamente por los medios, aun los más incondicionales aliados de Washington, es algo que, recuerda Chomsky, nunca debería ser escuchado por el vulgo. Todo esto lleva a pensar si habrá una VIII cumbre.

* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, Centro Cultural de la Cooperación.


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Claves americanas

Por Andrés Oppenheimer | LA NACION

Ciudad de Panamá.- El apretón de manos entre el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro no fue el único síntoma de un cambio de vientos políticos en la Cumbre de las Américas: gran parte de la región dio muestras de una creciente fatiga ideológica y de un nuevo anhelo de pragmatismo.

Claro que hubo los discursos habituales de Cuba, Venezuela, Ecuador y otros países autoritarios culpando al "imperialismo" estadounidense de sus problemas internos, pero la mayor parte de lo que ocurrió en la cumbre mostró una clara pérdida de influencia de Venezuela en la región y, en la mayoría de los países, un deseo de no antagonizar con los Estados Unidos.

La economía latinoamericana está pasando por uno de sus peores momentos de los últimos 15 años tras el desplome de los precios de las materias primas, según datos de las Naciones Unidas. Y con China pasando por una desaceleración económica, Rusia en bancarrota y Europa estancada, muchos países latinoamericanos ven el crecimiento de la economía estadounidense como su mejor apuesta para aumentar sus exportaciones y buscar nuevas inversiones.

Hubo varios signos de cambios políticos en la cumbre.

En primer lugar, Venezuela no logró consenso para una declaración final en condena del reciente decreto ejecutivo de Obama que negó visas de entrada a los Estados Unidos y congeló los depósitos bancarios de siete figuras del gobierno venezolano acusadas de violaciones de los derechos humanos y de corrupción, según dijeron funcionarios panameños horas antes de finalizar el evento.

El presidente Nicolás Maduro, había propuesto tres párrafos en el borrador de la declaración final de la cumbre en la que todos los países participantes rechazaban las "medidas unilaterales coercitivas" de Estados Unidos. Sin embargo, no consiguió un apoyo masivo para esa declaración, ni siquiera para una versión más aguada que no mencionara a Estados Unidos.

En segundo lugar, tras una declaración conjunta de 26 ex presidentes latinoamericanos y españoles que criticaron a los gobiernos de la región por su silencio cómplice ante el encarcelamiento de líderes de la oposición en Venezuela, varios jefes de Estado tomaron cierta distancia de Maduro en materia de derechos humanos. "Nosotros no creemos que la oposición deba ser encarcelada, a menos que haya cometido un delito", dijo Dilma Rousseff en una entrevista con Patricia Janiot, de CNN en Español. Del mismo modo, el nuevo presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, participó junto a Obama en un Foro de la Sociedad Civil que incluyó a líderes de la oposición cubana y activistas de la sociedad civil venezolana. El predecesor de Vázquez, José Mujica, había sido mucho más cercano a Venezuela y a Cuba.

En tercer lugar, los presidentes del Caribe y América Central, la mayoría de cuyos países dependen en gran medida de los subsidios petroleros de Venezuela, se reunieron separadamente con Obama durante el viaje del presidente de Estados Unidos a Jamaica y Panamá, y solicitaron ayuda estadounidense para resolver sus problemas energéticos. Muchos países de la Cuenca del Caribe temen que Venezuela recorte aún más sus subsidios petroleros de Petrocaribe. La economía de Venezuela caerá un siete por ciento este año, lo que equivaldría a la crisis económica más dramática en América latina, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional.

Muchos diplomáticos coinciden en que el temor a un desplome económico y político en Venezuela fue una de las principales motivaciones que llevaron a Cuba a negociar una normalización de las relaciones con Estados Unidos.

Finalmente, los líderes de Brasil, la Argentina, Chile y varios otros países latinoamericanos están políticamente debilitados por problemas internos, incluyendo escándalos de corrupción, y no tienen mucha fuerza para iniciar batallas políticas contra Estados Unidos.

"Por primera vez en los últimos años Washington está llevando a cabo una diplomacia inteligente, que comenzó con el anuncio de una normalización de las relaciones con Cuba", dice José Miguel Vivanco, del grupo de derechos humanos Human Rights Watch. "Eso ayudó a desarmar el clima antiestadounidense que habíamos visto en cumbres anteriores".


Mi opinión: hay un cambio de vientos económicos en América latina que se está traduciendo de manera lenta, pero segura, en un cambio de vientos políticos. El apretón de manos entre Obama y Castro en la noche de apertura de la cumbre -aunque signado por la frialdad y la desconfianza- fue el centro de atención de todos. Puede ser el símbolo de un nuevo pragmatismo en las relaciones interamericanas, forzado por la nueva realidad económica mundial.

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