Por Atilio A. Boron (Página/12)
Tal como se esperaba, la cumbre de Panamá giró en torno de
dos temas: la relación bilateral Estados Unidos-Cuba y la absurda “orden
ejecutiva” emitida por la Casa Blanca en contra de Venezuela, mientras que
otros asuntos de relevancia hemisférica pasaron a un segundo plano. Era obvio
que si los países de la Unasur concurrían a Panamá la agresión a Venezuela se
situaría en el centro del debate, por más que Roberta Jacobson, la secretaria
de Estado adjunta para Asuntos Hemisféricos, hubiese declarado que “el caso de
Venezuela no sería discutido en Panamá”. Y ante un punto de inflexión histórico
como el deshielo en las relaciones de Washington con La Habana sólo cabía
esperar que un tema de tal trascendencia ocupara el centro de la escena.
Un primer balance de la cumbre coloca en el lado del haber
la ratificación del proceso de normalización diplomática entre esos dos países,
abriendo un sendero al final del cual la isla caribeña podrá arrojar por la
borda el lastre de más de medio siglo de bloqueos, amenazas y sabotajes de todo
tipo. Flagelos que no le impidieron alcanzar en rubros como la salud, la
educación, la seguridad social o el acceso a la cultura índices comparables con
los de los países desarrollados. Si algo pudo comprobar Barack Obama en fechas
recientes fue la dimensión continental, sin fisuras, del apoyo que la Revolución
Cubana ha logrado consolidar en esta parte del mundo y, por añadidura, en el
concierto internacional.
Las reiteradas y abrumadoras votaciones en la ONU exigiendo
el fin del bloqueo norteamericano así lo comprueban. Unanimidad que sorprendió
al jefe de la Casa Blanca –hablando por boca de Jacobson– cuando ésta expresó
su decepción ante el absoluto rechazo que la Unasur y la Celac manifestaron
frente al decreto firmado por Obama el 9 de marzo. Este se encontró de pronto
con una región que pese a su heterogeneidad sociopolítica se plantó con firmeza
en defensa de un valor también universal –pero que no está incluido en el
repertorio oficial de Estados Unidos– como es el respeto por la
autodeterminación y el rechazo a toda forma de intervencionismo imperial. Tardíamente
advertido de que América latina y el Caribe ya no eran las de antes, la Casa
Blanca tuvo que aclarar, previamente a su llegada a Panamá, que el decreto de
marras no había que tomarlo al pie de la letra porque era una cosa burocrática
y que se estaba trabajando para eliminar a Cuba de la lista de países
patrocinantes del terrorismo. Curioso terrorismo el nuestro, ironizaba el
presidente Raúl Castro, “que pone los muertos y los discapacitados (3478 y 2099
respectivamente) mientras otros ponen las bombas”. Todo esto fue reconocido en
la intervención de Obama en la Cumbre, que también hizo público su compromiso
de lograr una mayoría en el Congreso que ponga fin al bloqueo.
El inesperado encuentro de Nicolás Maduro con el presidente
norteamericano –que el bolivariano calificó como “serio, franco y cordial”– es
una muestra más del giro copernicano que se produjo en las relaciones del
imperio con los otrora obedientes satélites que en 1962 expulsaran a Cuba del
sistema interamericano. ¿Alguien podría haber creído, cuando en el 2005 George
W. Bush llegaba a Mar del Plata para imponer el ALCA, que un gobierno
latinoamericano –el de Ecuador– podría desalojar a los militares
estadounidenses de la base de Manta u otorgar asilo diplomático a Julian
Assange, el enemigo público número uno de Estados Unidos (junto con Edward
Snowden) sin correr la misma suerte que Jacobo Arbenz, Juan Bosch o Salvador
Allende en Chile? Cambia, todo cambia, recordaba la gran Mercedes Sosa.
Un saldo también positivo fue la didáctica franqueza,
inusual en este tipo de almibarados cónclaves, con que algunos mandatarios:
Raúl Castro, Rafael Correa, Evo Morales y Cristina Fernández historiaron y
denunciaron el saqueo practicado por el imperialismo en la región, su
permanente desestabilización de gobiernos democráticos y populares y la
incoherencia de la postura norteamericana, que fustiga a algunos gobiernos
latinoamericanos por sus supuestos déficit democráticos pero convalida las
bárbaras teocracias del Golfo Pérsico. Un socio al que jamás Washington le
reprocha nada es Arabia Saudita, donde los partidos políticos están prohibidos,
los opositores son exterminados, la prensa absolutamente aherrojada y los
derechos humanos, especialmente de las mujeres y ciertas minorías,
minuciosamente conculcados. Allí no hay problemas de derechos humanos,
gobernabilidad democrática o libertad de prensa: éstas son pestilencias que
afectan a los gobiernos progresistas y de izquierda de Nuestra América.
Incoherencia que es obscena a la hora de comparar las antitéticas políticas
seguidas en relación con países con sistemas unipartidarios: todo bien si se
trata de China, un escándalo en el caso de Cuba. El peso de estas incoherencias
es tan brutal que todo el edificio discursivo, el “relato” norteamericano, se
ha desmoronado irreparablemente. La mellada eficacia de aquél quiere ser
reemplazada con el músculo del Pentágono, para desgracia de la humanidad. El
empeño fracasará, pero dejará tras de sí un tendal de muertos.
¿Cuál es el “debe” de este balance? No todos los gobiernos
actuaron con la misma firmeza. Acompañaron pero en algunos casos sin demasiada
convicción. No se pudo discutir sobre las bases militares, las migraciones, la
indiferencia ante la destrucción del medio ambiente, etcétera. La obstinación
de Washington de no querer oír sino lo que le dicen sus asesores y los
lamebotas intelectuales y políticos del imperio se puso de nuevo en evidencia
cuando Obama abandonó el recinto poco después de escuchar el rotundo y fundado
discurso del presidente cubano. El hecho de que luego mantuviera una larga
reunión con éste y una más breve pero muy significativa con Maduro señala
claramente la aversión del imperio por este tipo de encuentros. Lo que se dijo
y lo que se reprodujo ampliamente por los medios, aun los más incondicionales
aliados de Washington, es algo que, recuerda Chomsky, nunca debería ser
escuchado por el vulgo. Todo esto lleva a pensar si habrá una VIII cumbre.
* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales, Centro Cultural de la Cooperación.
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Claves americanas
Por Andrés Oppenheimer | LA NACION
Ciudad de Panamá.- El apretón de manos entre el presidente
Barack Obama y el general Raúl Castro no fue el único síntoma de un cambio de
vientos políticos en la Cumbre de las Américas: gran parte de la región dio
muestras de una creciente fatiga ideológica y de un nuevo anhelo de
pragmatismo.
Claro que hubo los discursos habituales de Cuba, Venezuela,
Ecuador y otros países autoritarios culpando al "imperialismo"
estadounidense de sus problemas internos, pero la mayor parte de lo que ocurrió
en la cumbre mostró una clara pérdida de influencia de Venezuela en la región
y, en la mayoría de los países, un deseo de no antagonizar con los Estados
Unidos.
La economía latinoamericana está pasando por uno de sus
peores momentos de los últimos 15 años tras el desplome de los precios de las
materias primas, según datos de las Naciones Unidas. Y con China pasando por
una desaceleración económica, Rusia en bancarrota y Europa estancada, muchos
países latinoamericanos ven el crecimiento de la economía estadounidense como
su mejor apuesta para aumentar sus exportaciones y buscar nuevas inversiones.
Hubo varios signos de cambios políticos en la cumbre.
En primer lugar, Venezuela no logró consenso para una
declaración final en condena del reciente decreto ejecutivo de Obama que negó
visas de entrada a los Estados Unidos y congeló los depósitos bancarios de
siete figuras del gobierno venezolano acusadas de violaciones de los derechos
humanos y de corrupción, según dijeron funcionarios panameños horas antes de
finalizar el evento.
El presidente Nicolás Maduro, había propuesto tres párrafos
en el borrador de la declaración final de la cumbre en la que todos los países
participantes rechazaban las "medidas unilaterales coercitivas" de
Estados Unidos. Sin embargo, no consiguió un apoyo masivo para esa declaración,
ni siquiera para una versión más aguada que no mencionara a Estados Unidos.
En segundo lugar, tras una declaración conjunta de 26 ex
presidentes latinoamericanos y españoles que criticaron a los gobiernos de la
región por su silencio cómplice ante el encarcelamiento de líderes de la
oposición en Venezuela, varios jefes de Estado tomaron cierta distancia de
Maduro en materia de derechos humanos. "Nosotros no creemos que la
oposición deba ser encarcelada, a menos que haya cometido un delito", dijo
Dilma Rousseff en una entrevista con Patricia Janiot, de CNN en Español. Del
mismo modo, el nuevo presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, participó junto a
Obama en un Foro de la Sociedad Civil que incluyó a líderes de la oposición
cubana y activistas de la sociedad civil venezolana. El predecesor de Vázquez,
José Mujica, había sido mucho más cercano a Venezuela y a Cuba.
En tercer lugar, los presidentes del Caribe y América
Central, la mayoría de cuyos países dependen en gran medida de los subsidios
petroleros de Venezuela, se reunieron separadamente con Obama durante el viaje
del presidente de Estados Unidos a Jamaica y Panamá, y solicitaron ayuda
estadounidense para resolver sus problemas energéticos. Muchos países de la
Cuenca del Caribe temen que Venezuela recorte aún más sus subsidios petroleros
de Petrocaribe. La economía de Venezuela caerá un siete por ciento este año, lo
que equivaldría a la crisis económica más dramática en América latina, según
las proyecciones del Fondo Monetario Internacional.
Muchos diplomáticos coinciden en que el temor a un desplome
económico y político en Venezuela fue una de las principales motivaciones que
llevaron a Cuba a negociar una normalización de las relaciones con Estados
Unidos.
Finalmente, los líderes de Brasil, la Argentina, Chile y
varios otros países latinoamericanos están políticamente debilitados por
problemas internos, incluyendo escándalos de corrupción, y no tienen mucha
fuerza para iniciar batallas políticas contra Estados Unidos.
"Por primera vez en los últimos años Washington está
llevando a cabo una diplomacia inteligente, que comenzó con el anuncio de una
normalización de las relaciones con Cuba", dice José Miguel Vivanco, del
grupo de derechos humanos Human Rights Watch. "Eso ayudó a desarmar el clima
antiestadounidense que habíamos visto en cumbres anteriores".
Mi opinión: hay un cambio de vientos económicos en América
latina que se está traduciendo de manera lenta, pero segura, en un cambio de
vientos políticos. El apretón de manos entre Obama y Castro en la noche de
apertura de la cumbre -aunque signado por la frialdad y la desconfianza- fue el
centro de atención de todos. Puede ser el símbolo de un nuevo pragmatismo en
las relaciones interamericanas, forzado por la nueva realidad económica
mundial.
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