Nicolás Maduro: "Barack Obama dio el paso más agresivo contra Venezuela en la historia de Estados Unidos"
La Nación
El
presidente de Venezuela le respondió con dureza a su par de Estados
Unidos, que calificó a su país como "una amenaza extraordinaria"; pedirá
poderes especiales a la Asamblea Nacional para gobernar por decreto
CARACAS. - El presidente venezolano, Nicolás Maduro, aseguró ayer que la nueva ley de sanciones que firmó su par estadounidense, Barack Obama
, contra funcionarios venezolanos es un "Frankestein" y representa la
"más grande agresión" de Estados Unidos contra Venezuela en la historia.
"Esta
amenaza de una potencia como Estados Unidos es una desproporción, un
exabrupto, una grosería, además de ilegal", dijo el mandatario en un
mensaje al país, como reacción a la ley de Obama que declaró a Venezuela amenaza para la seguridad nacional norteamericana.Maduro denunció que el gobierno estadounidense decidió asumir personalmente la tarea de derrocarlo ante la incapacidad de sus opositores locales para desestabilizar a su administración, plan que según él fue trazado por Washington.
"Los Estados Unidos de Norteamérica y el presidente Barack Obama, representando a la elite imperialista de Estados Unidos, ha decidido pasar personalmente a cumplir la tarea de derrocar a mi gobierno, intervenir Venezuela, a controlarla'', sostuvo.
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Preparando la agresión militar a Venezuela
Barack
Obama, una figura decorativa en la Casa Blanca que no pudo impedir que
un personaje como Benjamin Netanyahu se dirigiera a ambas cámaras del
Congreso para sabotear las conversaciones con Irán en relación con el
programa nuclear de este país, ha recibido una orden terminante del
complejo “militar-industrial-financiero”: debe crear las condiciones que
justifiquen una agresión militar a la República Bolivariana de
Venezuela. La orden presidencial emitida hace pocas horas y difundida
por la oficina de prensa de la Casa Blanca establece que el país de
Bolívar y Chávez “constituye una infrecuente y extraordinaria amenaza a
la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”, razón
por la cual “declaro la emergencia nacional para tratar con esa
amenaza”.
Este tipo de declaraciones suelen preceder agresiones militares, sea
por mano propia, como la cruenta invasión a Panamá para derrocar a
Manuel Noriega, en 1989, o la emitida en relación con el Sudeste
Asiático y que culminó con la Guerra en Indochina, especialmente en
Vietnam, a partir de 1964. Pero puede también ser el prólogo a
operaciones militares de otro tipo, en donde Estados Unidos actúa de
consuno con sus lacayos europeos, nucleados en la OTAN, y las teocracias
petroleras de la región. Ejemplos: la Primera Guerra del Golfo, en
1991; o la Guerra de Irak, 2003-2011, con la entusiasta colaboración de
la Gran Bretaña de Tony Blair y la España del impresentable José María
Aznar; o el caso de Libia, en 2011, montado sobre la farsa escenificada
en Benghazi, donde supuestos “combatientes de la libertad” –que luego se
probó eran mercenarios reclutados por Washington, Londres y París–
fueron contratados para derrocar a Khaddafi y transferir el control de
las riquezas petroleras de ese país a sus amos. Casos más recientes son
los de Siria y, sobre todo, Ucrania, donde el ansiado “cambio de
régimen” (eufemismo para evitar hablar de “golpe de Estado”) que
Washington persigue sin pausa para rediseñar el mundo –y sobre todo
América latina y el Caribe– a su imagen y semejanza se logró gracias a
la invalorable cooperación de la Unión Europea y la OTAN, y cuyo
resultado ha sido el baño de sangre que continúa en Ucrania hasta el día
de hoy. La señora Victoria Nuland, secretaria de Estado Adjunta para
Asuntos Euroasiáticos, fue enviada por el insólito Premio Nobel de la
Paz de 2009 a la Plaza Maidan, de Kiev, para expresar su solidaridad con
los manifestantes, incluidas las bandas de neonazis que luego tomarían
el poder por asalto a sangre y fuego y a los cuales la bondadosa
funcionaria les entregaba panecillos y botellitas de agua para apagar su
sed para demostrar, con ese gesto tan cariñoso, que Washington estaba,
como siempre, del lado de la libertad, los derechos humanos y la
democracia.Cuando un “Estado canalla” como Estados Unidos, que lo es por su sistemática violación de la legalidad internacional, profiere una amenaza como la que estamos comentando, hay que tomarla muy en serio. Especialmente si se recuerda la vigencia de una vieja tradición política norteamericana consistente en realizar autoatentados que sirvan de pretexto para justificar su inmediata respuesta bélica. Lo hizo en 1898, cuando en la Bahía de La Habana hizo estallar el crucero estadounidense Maine, enviando a la tumba a las dos terceras partes de su tripulación y provocando la indignación de la opinión pública norteamericana, que impulsó a Washington a declararle la guerra a España. Lo volvió a hacer en Pearl Harbor, en diciembre de 1941, sacrificando en esa infame maniobra a 2403 marineros norteamericanos e hiriendo a otros 1178. Reincidió cuando urdió el incidente del Golfo de Tonkin para “vender” su guerra en Indonesia: la supuesta agresión de Vietnam del Norte a dos cruceros norteamericanos –luego desenmascarada como una operación de la CIA– hizo que el presidente Lyndon B. Johnson declarara la emergencia nacional y poco después, la guerra a Vietnam del Norte. Maurice Bishop, en la pequeña isla de Granada, fue considerado también él como una amenaza a la seguridad nacional norteamericana en 1983, y derrocado y liquidado por una invasión de marines. ¿Y el sospechoso atentado del 11-S para lanzar la “guerra contra el terrorismo”? La historia podría extenderse indefinidamente. Conclusión: nadie podría sorprenderse si en las próximas horas o días Obama autoriza una operación secreta de la CIA o de algunos de los servicios de inteligencia o las propias fuerzas armadas en contra de algún objetivo sensible de Estados Unidos en Venezuela. Por ejemplo, la embajada en Caracas. O alguna otra operación truculenta contra civiles inocentes y desconocidos en Venezuela, tal como lo hicieran en el caso de los “atentados terroristas” que sacudieron a Italia –el asesinato de Aldo Moro, en 1978 o la bomba detonada en la estación de trenes de Bologna en 1980– para crear el pánico y justificar la respuesta del imperio llamada a “restaurar” la vigencia de los derechos humanos, la democracia y las libertades públicas. Años más tarde se descubrió que estos crímenes fueron cometidos por la CIA. Recordar que Washington prohijó el golpe de Estado de 2002 en Venezuela, tal vez porque quería asegurarse el suministro de petróleo antes de atacar a Irak. Ahora está lanzando una guerra en dos frentes: Siria/Estado Islámico y Rusia, y también quiere tener una retaguardia energética segura. Grave, muy grave. Se impone la solidaridad activa e inmediata de los gobiernos sudamericanos para denunciar y detener esta maniobra.
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