Comparto acá la introducción del artículo que me publicaron en el último número de la Revista SAAP (Sociedad Argentina de Análisis Político), Vol. 8, N. 2, noviembre 2014, pp. 521-554:
Leandro Morgenfeld[1]
Introducción
La década que transcurrió entre
el golpe liderado por Onganía y el que encabezó Videla determinó buena parte de
la historia argentina posterior. En esos años cruciales, también la relación
con Estados Unidos transcurrió por novedosos carriles. Entender las
contradicciones del vínculo bilateral en ese período permitirá arrojar luz
sobre las complejas relaciones con la Casa Blanca durante la última dictadura
militar y tras la vuelta de la democracia. Los gobiernos de la autodenominada Revolución Argentina y los del retorno
del peronismo plantearon una sinuosa relación con Washington, plagada de idas y
vueltas, marchas y contramarchas. El rápido acercamiento de Onganía (1966-70) a
Estados Unidos se vio opacado cuando su gobierno se negó a implementar las
políticas de desarme y no proliferación nuclear, lo cual generó una serie de
cortocircuitos y represalias. La relación bilateral se enfrió todavía más
durante el gobierno de Alejandro Lanusse (1971-73), la crisis económica en el país
del Norte y la llamada apertura hacia el
Este[2]. Los tradicionales sectores
agroexportadores locales alentaron la búsqueda de nuevos mercados, del otro
lado de la cortina de hierro, con lo
cual la Unión Soviética y sus satélites se transformaron en un apetecible
destino para enviar los excedentes agrícolas. La vuelta del peronismo (1973-76)
planteó una renovación de la Tercera Posición. Con Héctor Cámpora, se tensaron
las relaciones con Washington aunque, tras su rápida salida del gobierno, hubo
una relativa distensión, durante el interinato de Raúl Lastiri. Juan D. Perón,
en su tercer mandato, intentó mejorar el vínculo con Estados Unidos, en línea
con su pretensión de atraer capitales de ese país. La Casa Blanca, tras haber
apoyado el golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende colocar fecha, que
generó rechazo en muchos países del continente, intentó recomponer las
relaciones con América Latina. Richard Nixon y su Secretario de Estado Henry
Kissinger lanzaron un Nuevo Diálogo con
la región Falta explicar en una nota en qué consistió el Nuevo Diálogo y sus
limitaciones. Durante el gobierno de Isabel Perón, y en medio del marasmo
económico que terminó en el Rodrigazo
(junio de 1975), la relación bilateral fue contradictora. Se enviaron señales a
Washington para mejorar el vínculo, a la vez que se anunciaron ciertas
políticas nacionalistas -como la nacionalización de las bocas de expendio de
combustibles- que afectaban importantes negocios estadounidenses. El Fondo
Monetario Internacional (FMI) y la banca estadounidense retuvieron créditos
destinados a Argentina que ya habían sido aprobados, hasta asfixiarla
financieramente, previamente al anunciado golpe de Estado. El vínculo bilateral
dio un giro desde marzo de 1976, cuando luego de la asunción de Jorge R.
Videla, se conoció el nombramiento como ministro de economía de Alfredo
Martínez de Hoz, con fluidos vínculos con David Rockefeller y la gran banca
estadounidense. Videla proclamó rápidamente su alineamiento con Occidente y la
lucha contra el comunismo, siguiendo la Doctrina
de Seguridad Nacional[3].
Sin embargo, los vínculos económicos, políticos y militares con la Unión
Soviética se incrementaron en ese período (y mucho más cuando Argentina rechazó
el boicot estadounidense contra la Unión Soviética por la invasión a
Afganistán), con lo cual los roces con la Casa Blanca estuvieron a la orden del
día, fundamentalmente durante la Administración Carter (1977-81).
Entender las turbulencias en la relación bilateral
durante el período 1966-76 es crucial para dilucidar el futuro de ese vínculo,
que a su vez tuvo un gran impacto en todo el sistema interamericano. En el
presente artículo, abordaremos, entre otros, los siguientes interrogantes: ¿Cómo
se posicionaron los distintos sectores en Estados Unidos frente al golpe
encabezado por Onganía? ¿Qué límites tuvo el
inédito acercamiento bilateral ensayado por el líder de los azules? ¿Qué
se discutió y negoció durante la visita de Nelson A. Rockefeller en 1969? ¿Qué implicaba la apertura hacia el Este para los intereses de Estados Unidos en
Argentina y en el Cono Sur? ¿Cómo el
gobierno de Nixon procesó la vuelta del peronismo al poder, en el contexto del Nuevo Diálogo? ¿Qué
similitudes y diferencias tuvo la relación con Estados Unidos durante la vuelta
de Perón respecto a la Tercera Posición enarbolada en los años 40 y 50? ¿Cómo se transformó el vínculo bilateral durante
el mandato de Isabel Perón? ¿Qué posición
tuvo Washington frente al golpe de Estado y en los meses siguientes?
- Se puede leer completo acá -
Fragmento sobre el golpe:
El golpe del 24 de marzo de 1976
produjo un giro en la relación con Estados Unidos. No hubo intervención directa
de la CIA, como en el caso chileno, pero sí un apoyo político, económico y
militar a la dictadura. El anuncio del plan de Martínez de Hoz, llevó a la
Administración Ford a otorgar ayuda financiera a la Junta Militar encabezada
por Videla. En los meses siguientes, fluyó también la asistencia militar. El
ministro de economía, según la Casa Blanca, era una garantía para los intereses
económicos estadounidenses en la región. Y el gobierno de facto, una garantía
para el combate contra la subversión. Las fuerzas armadas, después del auge de
luchas populares inaugurado por el Cordobazo y del traumático retorno del
peronismo, daban seguridades a Kissinger de mantener al país en el rumbo
occidental, cristiano y anticomunista. La Junta Militar parecía ser un resguardo
para la seguridad nacional de Estados
Unidos. Esto era música para los oídos de la administración republicana, a
pesar de las voces en el Capitolio y en el propio Departamento de Estado que
tempranamente cuestionaron la represión sistemática de los derechos humanos en
Argentina. El gobierno encabezado por Videla, por su parte, quería evitar esas
críticas y era consciente de que, siendo un año de elecciones presidenciales en
Estados Unidos, se tornaba difícil para la Casa Blanca apoyar públicamente y
sin matices a una junta militar responsable de una cruenta represión interna.
Dos días después del golpe se reunieron Kissinger y William D. Rogers, Subsecretario de Estado, y debatieron sobre Argentina y la postura que debía tomar la Casa Blanca frente al golpe. Mientras Rogers anticipaba que se derramaría mucha sangre y aconsejaba no apresurarse, Kissinger planteó que los golpistas requerían del estímulo estadounidense y no quería dar la idea de que serían hostigados por Washington. Estas dos posiciones resumían el debate dentro del Departamento de Estado...
Dos días después del golpe se reunieron Kissinger y William D. Rogers, Subsecretario de Estado, y debatieron sobre Argentina y la postura que debía tomar la Casa Blanca frente al golpe. Mientras Rogers anticipaba que se derramaría mucha sangre y aconsejaba no apresurarse, Kissinger planteó que los golpistas requerían del estímulo estadounidense y no quería dar la idea de que serían hostigados por Washington. Estas dos posiciones resumían el debate dentro del Departamento de Estado...
[1] Docente UBA. Investigador del CONICET. Autor de Vecinos
en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Ediciones
Continente, 2011), de Relaciones
peligrosas. Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, 2012) y del
blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com
[2] En los años sesenta y
setenta, frente a la crisis de hegemonía estadounidense y a las políticas
proteccionistas implementadas por la Comunidad Económica Europea, sectores
terratenientes, financieros e industriales procuraron reafirmar las relaciones
con la Unión Soviética y los países de Europa del Este, ampliando esos mercados
para las exportaciones argentinas, más allá de las fronteras ideológicas. Esa apertura hacia el Este se profundizó
desde la llegada al poder de Lanusse, en 1971 (Rapoport y Spiguel, 2005: 49).
[3] Como bien sintetiza el especialista Stephen Rabe,
según la concepción de los sucesivos gobiernos estadounidenses de la posguerra,
“Los latinoamericanos
necesitaban entender su lugar en el mundo. Ellos vivían en la esfera de
influencia estadounidense. Su deber era apoyar a Estados Unidos en la lucha
apocalíptica contra el comunismo internacional. Cualquier desvío de una nación
latinoamericana de la perspectiva estadounidense sobre el apropiado orden
mundial, amenazaba la seguridad del país del norte y el balance global de poder” (Rabe, 2012: 35). De acuerdo a los funcionarios de
Washington, en muchos casos sus pares latinoamericanos carecían de la
suficiente madurez política para entender cómo funcionaba el mundo. Esto, en su
visión, habilitaba al gobierno estadounidense a actuar para corregir el mal
comportamiento de sus vecinos del sur. La Doctrina
de Seguridad Nacional justificó, entonces, golpes de estado y sostener a
tiranos y criminales en los gobiernos de las “inmaduras” repúblicas latinoamericanas.
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