Revista
La Rivada. Investigaciones en Ciencias Sociales, n. 2,
2014
Universidad Nacional de Misiones. ISSN
2347-1085
Leandro Morgenfeld*
Resumen
Luego
de las resistencias que George W. Bush generó en la región, la llegada de
Barack Obama despertó esperanzas en algunos mandatrios latinoamericanos. En el
presente artículo analizamos el vínculo entre Estados Unidos y el resto del
continente, a partir del análisis de las últimas dos Cumbres de las Américas:
la de Puerto España (2009), en la que primó la expectativa por la relación entre iguales que prometió el
recién asumido presidente demócrata; y la de Cartagena (2012), cuando emergió
una nueva agenda impuesta por América Latina, pese a las presiones de
Washington. Estas cumbres se inscriben en diferentes etapas de la relación
entre Estados Unidos y el resto del Hemisferio, que muestran alcances y límites
de las estrategias de la Casa Blanca, y reconfiguraciones regionales para
enfrentar el poder de Estados Unidos.
Introducción
Luego de la segunda guerra, Estados Unidos logró
terminar de desplazar a las potencias europeas y erigirse como el poder
hegemónico en América. Debilitada la resistencia argentina (que hasta 1944
sostuvo la neutralidad y un persistente vínculo económico con Gran Bretaña), el
Departamento de Estado logró fortalecer el sistema interamericano, acordar en
1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y, un año más
tarde, conformar la Organización de Estados Americanos (OEA). Esto lo logró con
promesas de ayuda económica (mandatarios regionales reclamaban una suerte de Plan Marshall para América Latina), cuya
concreción se fue postergando hasta que la Revolución Cubana instaló la guerra fría en la retaguardia
estadounidense (aunque Washington ya había utilizado la excusa del peligro rojo para apoyar el golpe contra
Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954). En los años sesenta, Estados Unidos
desplegó hacia la región una política bifronte: el ambicioso programa de la
Alianza para el Progreso (una promesa de ayuda por 20 mil millones de dólares)
y a la vez el clásico intervencionismo militar, que incluyó un variado menú:
invasión a Bahía de Cochinos, terrorismo y desestabilización en Cuba, con
intentos de magnicidios, apoyo a golpes de Estado (el encabezado por Castelo
Branco en Brasil, en 1964, fue el más significativo) y desembarco de marines
(Santo Domingo, 1965). La Doctrina de
Seguridad Nacional y las alianzas con militares golpistas fueron una
constante en los años siguientes. Ya en la era Reagan, la Casa Blanca logró el
apoyo de dictaduras latinoamericanas para la lucha contrainsurgente en
Centroamérica. La caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética
y el consecuente fin de la guerra fría
provocaron un cambio en el vínculo con los demás países del continente.
Reforzado el poder de Estados Unidos como gendarme planetario -aunque el mundo
unipolar augurado por Fukuyama fue una ilusión que se desvaneció rápidamente-,
Washington procuró la consolidación de su hegemonía hemisférica. El presidente
George Bush lanzó, en 1990, la Iniciativa
para las Américas. Tres años más tarde, su sucesor Bill Clinton concretaría
este proyecto con la primera cumbre interamericana de Jefes de Estado.
En
el marco del Consenso de Washington,
Estados Unidos impulsaba el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y,
para instrumentar ese proyecto hegemónico, propuso realizar cumbres
presidenciales, incluyendo a los 34 países que constituían la Organización de
los Estados Americanos (OEA) y dejando expresamente excluida a Cuba (apartada
de esa institución en enero de 1962, con los votos de Estados Unidos y otros 13
países de la región). La primera, no casualmente, se realizó en Miami, en 1994.
Luego hubo sucesivas reuniones de jefes y jefas de Estado en Santiago de Chile
(1998), Québec (2001), Mar del Plata (2005), Puerto España (2009) y Cartagena
(2012).
El
proyecto del ALCA avanzó sin demasiadas oposiciones en los primeros cónclaves
continentales, hasta que en 2001 emergió, por primera vez, una voz claramente
disonante, la del presidente venezolano Hugo Chávez, quien cuestionó, casi en
soledad, la iniciativa de Washington. Pocos meses antes se realizaba el primer
Foro Social Mundial en Porto Alegre, que se transformaría en un espacio vital
de articulación en la lucha contra el ALCA. En los años siguientes fue
cambiando la correlación de fuerzas en América Latina, a la vez que muchos
países exportadores de bienes agropecuarios, en todo el mundo, exigían a
Estados Unidos, la Unión Europea y Japón que la liberalización del comercio
incluyera también a los productos agrícolas, que sufrían diferentes restricciones
y protecciones no arancelarias por parte de las potencias. En la cumbre de la
Organización Mundial del Comercio (OMC) de Cancún (2003) se paralizaron las
negociaciones para liberalizar todavía más el comercio mundial. Y algo similar
ocurrió con el ALCA, que fracasó en la célebre reunión de Mar del Plata dos
años más tarde, cuando los cuatro países del Mercosur, junto a Venezuela,
rechazaron la iniciativa (Morgenfeld, 2006). Ante la resistencia de múltiples
sindicatos y movimientos sociales –a través del Foro Social Mundial, la Alianza
Social Continental y las Contra-cumbres de los Pueblos–, que lograron articular
una oposición popular al ALCA, y el rechazo de los gobiernos de Brasil,
Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, Estados Unidos debió abandonar esa
estrategia e impulsar Tratados de Libre Comercio bilaterales (Morgenfeld,
2013a).
En
esos años, avanzó la integración latinoamericana: expansión económica y
política del Mercosur, aparición de la Comunidad Sudamericana de Naciones,
luego Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), creación de la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). En forma paralela, la
OEA, escenario de las relaciones interamericanas dominado por Washington desde
la posguerra, fue perdiendo influencia. Hasta debió revocar la expulsión de
Cuba luego de que los países latinoamericanos presionaran a Barack Obama en la
Cumbre de las Américas de 2009. Pocos meses más tarde, hubo una reacción
latinoamericana conjunta frente al golpe en Honduras. La UNASUR también actuó
rápidamente ante el intento separatista en Bolivia y el levantamiento policial
contra Rafael Correa en Ecuador. En febrero de 2010, además, se creó la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), una asociación
continental que excluye a Estados Unidos y Canadá (Morgenfeld, 2012h).
Impulsada por el eje bolivariano y resistida por el Departamento de Estado, la
CELAC podría convertirse en un instrumento inédito e histórico de coordinación
latinoamericana por fuera del control de Washington. La cumbre inaugural se
realizó en Caracas (diciembre 2011) y luego hubo reunionres presidenciales en
Santiago de Chile (enero de 2013) y en La Habana (enero 2014).
La
última Cumbre de las Américas, realizada en abril de 2012, se llevó adelante en
este novedoso contexto regional, al que se le sumaron condimentos especiales:
la crítica situación económica internacional y el complejo panorama político en
Estados Unidos, que vivía un año de elecciones presidenciales. Por lo tanto, la
Casa Blanca debió transitar un muy delicado equilibrio entre las necesidades
estratégicas del Departamento de Estado y el Pentágono, las presiones ejercidas
por poderosos lobbies estadounidenses
y las aspiraciones electorales de Obama (Morgenfeld, 2012a).
En
este artículo, analizamos el devenir de las relaciones interamericanas en las dos
últimas cumbres presidenciales, focalizándonos en la mutación de las relaciones
entre Estados Unidos y Nuestra América[i]
y en los momentos de esperanza y decepción suscitadas en la región a partir de
la llegada de Obama a la Casa Blanca, en función de las continuidades de su
política hacia América Latina, respecto de su repudiado antecesor, George Bush
(hijo). Esta investigación se enmarca en una mayor que iniciamos hace una
década, analizando la manifestación de las relaciones regionales en las
conferencias panamericanas (Morgenfeld, 2011). Entendemos que las cumbres de
mandatarios regionales son un escenario privilegiado para analizar las etapas
de las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y sus pares
latinoamericanos ya que allí se manifiestan las distintas contradicciones entre
proyectos alternativos de integración regional, que son a su vez la expresión,
mediada, de las contradicciones entre capital y trabajo, entre las distintas potencias
que se disputan sus intereses en la región y entre éstas y los países
dependientes de Nuestra América. El contraste entre
la importancia de los debates en las Cumbres de las Américas –como particular
manifestación y escenario de la lucha entre las potencias por posicionarse en
América Latina y de las contradicciones entre los países imperialistas y
dependientes– y la relativamente escasa atención que se le dio en la
historiografía de las relaciones internacionales lo transforman en un campo de
investigación de gran relevancia.
-Leer el artículo completo y dossier "Imperialismo hoy" acá-
* Doctor en Historia (UBA). Docente en la Universidad de
Buenos Aires, en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación y en la
Universidad del Salvador. Investigador del CONICET, radicado en el IDEHESI.
Miembro del Grupo de Trabajo CLACSO "Estudios sobre Estados Unidos".
Autor de Vecinos en conflicto
(Ediciones Continente, 2011) y Relaciones
Peligrosas (Capital Intelectural, 2012). Contacto:
leandromorgenfeld@hotmail.com / vecinosenconflicto.blogspot.com
[i] Tanto la expresión Nuestra América como
América Latina refieren en este texto al conjunto de los países de América
Latina y el Caribe, es decir los 33 países del continente que no son ni Estados
Unidos ni Canadá.
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