segunda época - N. 17
octubre 2014
Leandro Morgenfeld*
En las últimas
dos décadas, las Cumbres de las Américas fueron un termómetro de las relaciones
interamericanas. Si en los años noventa la Casa Blanca pudo moldearlas según su
interés, para desplegar el ambicioso proyecto del ALCA, las últimas tres
cumbres (2005, 2009 y 2012) mostraron que Washington ya no puede comandar como
antes. Fracasó en la creación de un área de libre comercio continental, en sus
políticas de guerra contra las drogas, en su agresión contra Cuba y en los
múltiples intentos por derrotar o debilitar al eje bolivariano. Esto obligó a
Washington a redoblar sus esfuerzos en la región, adaptando las tácticas.
“La doctrina
Monroe ha terminado”, sostuvo el Secretario de Estado John Kerry el 18 de
noviembre de 2013, ante embajadores del continente en la sede de la OEA. Y
Agregó: “La relación que buscamos… no es una declaración de EU de cuándo y cómo
intervendrá en los asuntos de estados americanos, es sobre todos los estados
viéndonos como iguales, compartiendo responsabilidad y cooperando en asuntos de
seguridad”[1]. Fue un claro
intento por retomar la iniciativa que ensayó Obama en la Cumbre de Trinidad y
Tobago, y por morigerar los efectos negativos que tuvieron las recientes
declaraciones de Kerry (el 17 de abril de 2013,
ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, se
refirió ofensivamente a la región como el patio
trasero estadounidense) y el espionaje masivo de su gobierno contra líderes
regionales (que llevó a varios mandatarios a participar en la Cumbre de
Cochabamba para respaldar a Evo Morales y a Dilma Rousseff a cancelar su visita
de Estado a Washington y a comprar aviones de guerra noruegos, en vez de los
estadounidenses). Frente a una América Latina que avanza -aunque con
dificultades- en la construcción de una integración alternativa -en enero de
2014 se concretó la segunda cumbre presidencial de la CELAC, que trató incluso
el tema de la independencia de Puerto Rico- y frente a la creciente presencia
de China y otros actores extra hemisféricos -la Unión Europea relanzó en 2013
las conversaciones informales para establecer un TLC con el Mercosur-,
Washington intenta reposicionarse en una región estratégica.
El
balance de las relaciones de Estados Unidos con América Latina, durante el
primer mandato de Obama, deja mucho que desear. En diciembre de 2012, a poco de
asumir su segundo mandato, Obama se refirió a las relaciones interamericanas.
Lo hizo en el marco de un cuestionario planteado por grandes multimedios de la
región (Grupo de Diarios América)[2]. Repasando su primer mandato, señaló que
el vínculo con el resto del continente era más sólido que nunca y destacó lo
que consideró sus progresos: más comercio e inversiones, firmeza en la lucha
contra los carteles del narcotráfico y las bandas criminales, promoción de la
energía limpia, mayor transparencia en el envío de remesas desde Estados Unidos
por parte de los trabajadores latinos, nuevas alianzas continentales, impulso a
la gobernabilidad democrática y promoción de los derechos humanos universales.
En
cuanto a las proyecciones para su segundo mandato, indicó que había que seguir
profundizando el libre comercio y la radicación de inversiones, promover la
competitividad en la economía global (a través de la Alianza Transpacífica) y
el uso de energía limpia. Además, señaló que es necesario promover el turismo,
incrementar los intercambios estudiantiles e intensificar el combate a la
pobreza y la desigualdad. Sobre el tema seguridad, señaló que había que seguir
trabajando en conjunto, tomando como ejemplos México y Colombia, para brindar
mayor seguridad a los ciudadanos. Asimismo, prometió que impulsaría un acuerdo
entre demócratas y republicanos para reformar el sistema de inmigración, dando
mayor cobertura a los millones de “ilegales”. E insistió con erigirse en
defensor de la libertad y el respeto a los derechos humanos en la región, en un
tiro por elevación contra Castro, Chávez, Morales y Correa: “Tenemos que
continuar defendiendo el derecho de los ciudadanos de expresarse libremente, de
vivir en sociedades que tengan una prensa libre y legislaturas y sistemas
judiciales sólidos e independientes, y de escoger a sus propios líderes
mediante elecciones libres y justas”.
Más
allá de las expresiones de Obama, el balance de sus cuatro primeros años de
gestión en relación con América Latina no puede ser más decepcionante para
quienes esperaban un giro radical respecto a su antecesor, el guerrerista Bush.
Durante los primeros cuatro años del primer presidente afroamericano, se
produjo el golpe de Estado en Honduras (contra un presidente que integraba el
ALBA), desestabilizaciones en Venezuela, que no lograron derrotar
electoralmente a Chávez, creciente militarización en la región, con nuevas
bases, profundización de la fracasada lucha contra el narcotráfico,
persistencia del embargo contra Cuba y de la cárcel ilegal en la Base de
Guantánamo, continuidad de los mecanismos proteccionistas no arancelarios que
afectan las exportaciones de bienes agropecuarios latinoamericanos, e
intervención en los asuntos internos de los países de la región que plantean
políticas distintas a las neoliberales impulsadas por los organismos
financieros internacionales. La decepción de la mayor parte de los gobiernos de
la región se expresó en Cartagena. En la última Cumbre de las Américas, en los
temas principales, Washington quedó en soledad, secundado apenas por Canadá.
La
estrategia de Obama será afianzar la Alianza del Pacífico, un resabio del ALCA
en el que se impulsan políticas neoliberales, junto a los gobiernos de México,
Colombia y Chile. El objetivo será intentar debilitar el eje bolivariano. En
ese mismo sentido, no habrá que esperar demasiados cambios en relación a la
política hacia Cuba. La estrategia será intentar debilitar los proyectos de
integración latinoamericanos (en torno al ALBA, la UNASUR y la CELAC) y
morigerar el avance económico chino, a través de la promoción del libre
comercio de bienes y servicios (no así de productos agropecuarios) y el impulso
a la radicación de capitales estadounidenses en la región, con mayores
facilidades y menos regulación de los Estados.
Tampoco
hay voluntad de reconocer el fracaso en la lucha contra el narcotráfico
impulsada por Washington desde los años setenta (el caso más drámatico es el de
México, con 70.000 muertes violentas en los últimos seis años). Más aún, Obama
puso como ejemplo al país azteca: “En cuanto a la seguridad, estamos
comprometidos a fortalecer nuestra cooperación contra los carteles de drogas y
las bandas criminales que nos amenazan a todos. Por eso estamos estableciendo
una alianza con México para la Iniciativa de Mérida, así como con los países de
América Central y el Caribe para colaborar entre todos para hacerle frente al
tráfico de drogas y fortalecer el Estado de Derecho. También estamos
colaborando con Colombia según ésta comparte su experiencia en combatir las
amenazas a la seguridad con otros países en las Américas”[3]. ¿Por qué esta ceguera frente a datos contundentes? Porque la lucha contra el
narcotráfico es la principal excusa para ampliar la intervención militar en los
países de la región. Así, incluso con una retórica a favor del diálogo y la
diplomacia, en los últimos cuatro años las bases militares de Estados Unidos en
América Latina no hicieron sino incrementarse. Como señala Telma Luzzani, “la
nueva estrategia para el siglo XXI -conocida ya como la 'doctrina Obama'-, cuya
síntesis se dio a conocer el 3 de enero de 2012, advierte que para América
latina se buscará 'mantener la presencia con formas innovadoras' a través de
relaciones clave entre las FF.AA., 'ejercicios militares conjuntos, presencia
de un número reducido de tropas en forma rotativa y asesoramiento en
capacitación”[4]. Las siete bases militares en Colombia,
el Centro de Operaciones y Almacenamiento en el Chaco, Argentina (que debió ser
desmantelado ante las denuencias y críticas de organizaciones populares), y la
base del Comando Sur en Concón, Chile, son parte de este entramado del
intervencionismo del siglo XXI.
Pese
a las ilusiones de algunos, Obama no trajo cambios en la relación con América
Latina. El consenso bipartidista en la política hacia el patio trasero se mantuvo intacto. Desde
el inicio de su segundo turno como presidente, Obama muestra claras señales del
interés de la Casa Blanca por reposicionarse en la región[5]. A partir de la muerte de Chávez, en
marzo de 2013, Washington intensificó su estrategia de recapturar un área que
históricamente estuvo bajo su influencia, impulsando las relaciones comerciales
y financieras con sus vecinos del sur (terreno en el que viene perdiendo
posiciones frente al intercambio intra-regional y a la demanda de otros polos
extra-continentales, como China). También busca retomar la iniciativa
diplomática y debilitar todo lo posible a sus desafiantes regionales,
especialmente el bloque de países del ALBA, con Venezuela a la cabeza. La
desaparición del líder bolivariano y principal impulsor de la integración
anti-estadounidense fue entendida por el gobierno estadounidense como una gran
oportunidad.
En
los tres meses siguientes al fallecimiento de Chávez, se aceleraron los tiempos
del complejo ajedrez regional. Washington movió vertiginosamente infinidad de
piezas: gira de Obama por México y Costa Rica, nueva promesa del cierre de la
cárcel de Guantánamo, visita estratégica del vicepresidente Biden (quien es un
precandidato a presidente y quiere captar el crecientemente influyente voto
latino) a Colombia, Trinidad y Tobago y Brasil, recepción de los mandatarios de
Chile y Perú en la Casa Blanca, inminente visita de Kerry a Guatemala,
invitación a Dilma Rousseff para una visita de Estado a Washington (única
mandataria con ese privilegio), apoyo a la Alianza del Pacífico -los
principales aliados de Washington impulsan esta integración, de matriz
neoliberal y afín a la Asociación Transpacífica-, desestabilización en
Venezuela a partir de no reconocer el triunfo electoral de Nicolás Maduro
(aunque Kerry se reunió en la primera semana de junio con su par venezolano, lo
cual implicó un giro luego de 3 años de ostracismo en las relaciones
bilaterales), impulso al gobierno de Santos para proponer el ingreso de
Colombia en la OTAN y recibir al líder opositor venezolano Capriles.
En
pocas semanas, la diplomacia de Washington actuó intensamente para intentar
reordenar el patio trasero, luego de
una década signada por las turbulencias que supusieron las rebeliones
populares, el surgimiento de movimientos anti-imperialistas y la creación de
instancias de integración que apuntan a recuperar como horizonte la autonomía,
o al menos una inserción internacional de carácter multilateral. Desde el fin
de la guerra fría, nunca habían los países latinoamericanos desafiado
tan abiertamente la agenda de Washington. Para el Departamento de Estado,
contrariado por este inédito desafío regional, ya es hora de volver a poner las
cosas “en su lugar”.
Históricamente
las políticas de Washington hacia el sur del continente, desde que abandonaron
las invasiones abiertas con marines en pos de la buena vecindad, se nutrieron de dos componentes: zanahorias y garrotes. Promesas de ayuda financiera, concesiones comerciales,
inversiones e intercambios académicos convivieron históricamente con amenazas,
desestabilizaciones, sanciones económicas y apoyos a militares golpistas. Así,
para conseguir aprobar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en
1947, se prometió una suerte de Plan
Marshall para América Latina. Para lograr los votos que permitieran
expulsar a Cuba de la OEA, se lanzó la Alianza para el Progreso.
En
esa línea, hoy conviven los ofrecimientos -acuerdos de libre comercio,
inversiones, asistencia financiera-, que funcionan como espejitos de colores para los gobiernos neoliberales de la región,
con las amenazas para quienes confronten con los intereses de Washington: red
de bases militares de nuevo tipo, desestabilización de los gobiernos
bolivarianos, espionaje contra presidentes latinoamericanos, presión a través
de las grandes corporaciones de prensa, financiamiento a grupos opositores a
través de ONGs, quita de beneficios comerciales.
Los
movimientos sociales y las fuerzas políticas populares de la región están
advirtiendo esta nueva ofensiva imperialista, que aprovecha las debilidades del
bloque bolivariano para reintroducir la agenda neoliberal. Retomar la
integración desde abajo, aquella que hace casi una década logró derrotar el
ALCA, parece uno de los caminos que están privilegiando para resistir este
nuevo embate. En esa línea, es hora de restar importancia a las Cumbres de las
Américas, planteadas originalmente por Washington para erigir el ALCA, y
avanzar en cambio en la integración autónoma, fuera del mandato de Estados
Unidos, y con una agenda propia, como se planteó en el ámbito de la CELAC en la
cumbre de La Habana de enero de 2014.
La
histórica estrategia de fragmentar la unidad latinoamericana, aún vigente,
enfrenta serios desafíos. El ALBA, la UNASUR y la CELAC son una manifestación
de la menguante hegemonía estadounidense. Superar la concepción del realismo periférico, renuente a
confrontar con la principal potencia por los costos económicos que
supuestamente acarrearía, es el desafío principal de los países de la región.
Es hora de concebir otro tipo de integración, inspirada en los ideales
bolivarianos, pero pensada como estrategia de real autonomía e independencia,
en el camino hacia la construcción de otro orden económico-social a nivel
mundial.
* Docente UBA. Investigador del IDEHESI-CONICET.
Contacto: leandromorgenfeld@hotmail.com / vecinosenconflicto.blogspot.com
[1] CNN en español, 18 de noviembre de 2013. En <http://cnnespanol.cnn.com/2013/11/18/la-era-de-la-doctrina-monroe-ha-terminado-asegura-john-kerry/>
[4] Luzzani, Telma
2012 Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares
norteamericanas en Sudamérica (Buenos
Aires: Debate).
[5] Pese a
que algunos insisten con la poca relevancia de América Latina para Washington,
los datos demuestran que, tanto desde el punto económico como geopolítico, para
Estados Unidos es fundamental mantenerse como la potencia hegemónica en la
región: “En síntesis, Estados Unidos no ha sido pasivo ni
irrelevante en materia de relaciones interamericanas, ya sea en lo económico,
en lo político, en lo asistencial y en lo militar. Nunca se “fue” de la región:
está ahí. La doctrina Monroe perdió vigencia, pero eso no significa
que Estados Unidos se haya retirado de América Latina” Tokatlian, Juan
Gabriel 2013 “Bye bye Monroe, hello Troilo”, El País (Madrid), 23 de
noviembre. Para una
crítica contundente a la idea de la irrelevancia de América Latina, véase Borón, Atilio 2014 “CELAC, cita en La Habana”, en Rebelión. En
<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179971>.. Una visión más condescendiente con las
palabras de Kerry sobre el fin de la doctrina Monroe puede encontrase en Armony, Ariel 2014 “'La era de la doctrina Monroe ha terminado': El discurso que
ignoramos en 2013”, El País (Madrid), 11 de enero.
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