Massa sacó una luz de ventaja en el rondín de candidatos por EE.UU.
Por Julio Blanck (Clarín)
Dos destinos: Nueva York y Washington. Tres presidenciables:
Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa. Podría agregarse un tercer
destino, Boston, y un cuarto aspirante, Juan Manuel Urtubey, que
también anduvo de rondín por el Imperio aunque está bastante más atrás
que los otros en la carrera. Uno de ellos, en charla previa al viaje,
eligió cierta forma de sinceridad: “Todos vamos a ver más o menos a
la misma gente, a todos nos van a preguntar más o menos lo mismo y
todos vamos a contestar cosas parecidas, que es lo que ellos quieren
escuchar”.
¿Para qué tanto viaje entonces? Para dar examen
de credibilidad y tratar de seducir con algo personal que no esté
escrito en el libreto de las respuestas previsibles. Para comprometerse a
hacer buena letra. No será muy heroico.
Es lo que hay.
Scioli
hizo punta en febrero. En Nueva York se reunió con dos centenares de
inversionistas y empresarios. El tradicional Consejo de las Américas
desbordó de gente ansiosa por vislumbrar el futuro argentino. El
gobernador vendió optimismo y respondió muchas preguntas. Hizo su número
preferido, La Gran Scioli, cuando le dijo a su audiencia: “Estoy aquí para que confíen e inviertan en la Argentina del desarrollo”.
Se volvió rápido al país: acá las urgencias no descansan.
Macri
lo siguió en la fila, diez días atrás. Pasó dos jornadas intensas en
Nueva York, donde también se vio con banqueros, ejecutivos y
empresarios. Tuvo cena y foto con Hillary Clinton, que otra vez intenta el camino hacia la Casa Blanca. El artífice del encuentro fue Jack Rosen.
El jefe de Gobierno porteño se diferenció de las opciones peronistas: “No está escrito que tengan que gobernar siempre los mismos”, aseguró. Y no fue tímido al hablar de sí mismo: se definió como “el profeta del cambio”.
El
último viajero fue Massa, que pasó la última semana entre Washington y
Nueva York. Allí estuvo la primera diferencia a su favor: no sólo habló
con inversionistas, banqueros y congresistas, sino que entró en contacto directo con funcionarios de Obama.
Fue recibido por Roberta Jacobson, jefa de la diplomacia para América latina, y en su hotel
lo visitó Enrique Zúñiga, asesor especial de Obama para la región.
También conversó con directivos de la DEA y les propuso que la Argentina
y EE.UU. elaboren una agenda común para enfrentar el narcotráfico y el
lavado de dinero. Qué casualidad, justo lo que los muchachos querían
escuchar.
La subsecretaria Jacobson expuso ante Massa el interés
porque la Argentina funcione como pieza de equilibrio regional entre el
Mercosur –donde ya está Venezuela y esta semana se discute el ingreso de
Bolivia– y la alianza del Pacífico integrada por México, Chile,
Colombia y Perú. No es difícil adivinar de qué lado están el corazón y el largo brazo de los intereses de Washington.
Piezas
decisivas para que Massa tuviera una agenda tan rica fueron Martín
Redrado, que incluso tuvo una reunión con Janet Yellen, jefa de la
poderosa Reserva Federal; y Santiago Cantón, que durante más de una
década y hasta 2012 fue director ejecutivo de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos y tejió en Washington una amplísima red de
contactos.
Otros encuentros
de Massa fueron con el titular de la OEA, el chileno José Miguel
Insulza, y con el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, inventor
de la “tolerancia cero” en materia de inseguridad y delito.
Semejante exposición no iba a pasar desapercibida para los vigilantes funcionarios argentinos en EE.UU.
, tanto que la reunión con la subsecretaria Jacobson habría provocado una queja informal de nuestra Embajada en Washington, comandada por la camporista Cecilia Nahón.
Es fácil suponer el tirón de ideologías
que habrá recibido la embajadora cuando desde Buenos Aires comprobaron
que Massa era recibido como virtual candidato. Parece que para suavizar
esa aspereza la señora Jacobson dijo que estaba dispuesta a recibir a todos los presidenciables de la Argentina que pidieran verla. Pero hasta ahora el único que pidió verla fue Massa, a través de una discreta gestión en Buenos Aires con un alto funcionario de la Embajada de los Estados Unidos.
La política es un ajedrez que se juega en todos los tableros a la vez. El que no se da cuenta pierde, o ni siquiera puede jugar.
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