‘Bye bye Monroe, hello Troilo’
Pese a lo que digan muchos, Estados Unidos no se ha “retirado” de Latinoamérica. Su presencia es relevante en cuestiones económicas, políticas, asistenciales y militares. Y los países de la zona no deben confundirse.
Juan Gabriel Tokatlian (El País)
Recientemente, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry,
proclamó lo que en los hechos ya resultaba evidente a mediados de la
década pasada: el ocaso de la doctrina Monroe.Un conjunto de
factores estructurales de diversa índole, de tendencias globales y
regionales y de transformaciones de envergadura en muchos países del
continente —incluido, por supuesto, EE UU— fueron confirmando los
límites y los costes de la diplomacia coercitiva, de la capacidad de
Washington de intervenir unilateralmente en los asuntos internos de
América Latina y de lograr, sin consultar a nadie, la satisfacción de
sus principales objetivos en el área.
Quizás de modo un tanto ingenuo, algunos observadores en la región
detectaron en las palabras de Kerry una nueva vocación de aislacionismo
de Estados Unidos respecto a Latinoamérica. Con escasa base empírica,
hubo otros que percibieron que el gesto de Kerry era la constatación de
que Estados Unidos ya se había “ido” de América Latina. La consecuencia
natural de esas dos lecturas fue enseguida una sola: bye bye Monroe, adiós Estados Unidos.
Probablemente resulte más preciso reconocer que el fin de la doctrina Monroe
no implica el “retiro” o el “olvido” de Estados Unidos con relación a
América Latina. Es posible que resulte útil comenzar a hablar de la doctrina Troilo
como una suerte de sustituto simbólico a propósito de las relaciones
interamericanas. Aníbal Troilo no fue un político latinoamericano, sino
uno de los más grandes bandoneonistas argentinos. Nocturno a mi barrio
fue una composición suya especial: no solo la escribió en 1968, sino
que fue la única que interpretó en 1972. Su letra viene al caso. En
aquel soberbio tango, Troilo decía: “Alguien dijo una vez que yo me fui
de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? Si siempre estoy llegando”. La
letra tanguera se puede usar para discernir cómo, a pesar de las
apariencias y de algunos diagnósticos altisonantes que han ido surgiendo
en la propia América Latina, los datos concretos más recientes muestran
que Estados Unidos nunca se “fue” de la región: hello Troilo.
Por ejemplo, es cierto que el Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) se desvaneció en 2005 en la Cumbre de las Américas de Mar del
Plata. Pero Estados Unidos ya suscribió y ratificó el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte con México y Canadá, el Tratado de Libre
Comercio con Centroamérica y República Dominicana y los tratados de
comercio bilaterales con Chile, Colombia, Perú y Panamá. Mientras
Mercosur no ha definido una mirada medianamente consistente hacia el
Atlántico ni tiene una perspectiva consensuada con relación al otro
océano que baña las costas de América Latina, la Alianza del Pacífico
(Chile, Colombia, Perú y México) se suma, por interés propio, a la
denominada pivot strategy mediante la cual Estados Unidos busca
afirmar su proyección de poder en Asia, acompañada por aliados
regionales, y rodear a Beijing para limitar la influencia china en la
cuenca del Pacífico. Paralelamente, Estados Unidos continúa siendo, a
pesar del avance de China en América Latina, el principal inversor en
México y la cuenca del Caribe según el último informe de la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL) en la materia. Además de acuerdo a
la misma fuente, y a pesar de la persistente crisis económica interna,
“en 2012 las empresas transnacionales de Estados Unidos fueron
responsables del 24%” de la inversión extranjera directa en América
Latina; “un porcentaje mayor que el de los cinco años anteriores”.
En cuanto a políticas contra el narcotráfico, y al margen de que se
cuestione en la región la llamada “guerra contra las drogas”, Washington
ha llevado a cabo el Plan Colombia, la Iniciativa Andina, el Plan
Mérida, la Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe y la
Iniciativa de Seguridad Regional para Centroamérica. La creación en 2009
del Consejo Sudamericano de Defensa fue trascendental, pero se produjo
después de que Estados Unidos volviera a restablecer en 2008 la IV Flota
que había sido disuelta en 1950 y que ahora tiene como misión principal
combatir el crimen organizado transnacional. Es cierto que en diciembre
de 2000 se cerró la infausta Escuela de las Américas, donde se
adiestraron tantos dictadores de la región, pero el total de
latinoamericanos entrenados en Estados Unidos entre 1999 y 2011 fue,
según el sitio web Just the Facts (www.justf.org) de 195.807 —superior a
algunas de las décadas de mayor contacto intramilitar en el
continente—. A ello hay que sumar la consolidación de bases en
Centroamérica y el Caribe y la ampliación de facilidades militares, como
el despliegue de radares y el aumento de operaciones contra las drogas,
en esa zona próxima que Washington considera su “tercera frontera”.
Por más diversificación de la asistencia que han buscado los Estados
latinoamericanos, la ayuda total a la región de Estados Unidos sigue
destacándose sobre el resto de países: 17.317 millones de dólares para
el periodo 2009-2014. La asistencia militar y policial de Estados Unidos
a América Latina, 6.821 millones de dólares entre 2009-2014, supera la
cantidad brindada por cualquier otra nación extrarregional. Si bien la
región apuntó a tener fuentes distintas en cuanto a la provisión de
armamentos, el total de ventas de armas de EE UU a Latinoamérica fue de
11.191 millones de dólares entre 2006 y 2011. Aunque Estados Unidos se
replegó de Ecuador al finiquitarse su uso de la base de Manta y no logró
que fuese constitucional el acuerdo con Colombia para usar siete bases
militares de ese país, Washington logró sellar dos compromisos con
Brasilia —el acuerdo de cooperación en defensa de abril de 2010 y el
acuerdo de seguridad en información militar de noviembre de ese mismo
año— e iniciar la readecuación de un acuerdo de cooperación en defensa
con Perú de 1952. Corresponde aclarar asimismo que según el Stockholm
International Peace Research Institute, EE UU es el segundo proveedor de
armamentos de Brasil después de Francia y antes de Alemania y Suecia.
En todo momento del año hay hasta 4.000 efectivos militares desplegados a lo largo y ancho de la región
En buena parte de la opinión pública y política persiste la idea de
que la cuestión de los drones (vehículos aéreos no tripulados) y de las
fuerzas de operaciones especiales se manifiesta fuera de la región; en
especial, en Asia Central, Próximo Oriente y el norte de África. Sin
embargo, los drones operan en los límites entre Estados Unidos y México y
ya hay ensayos con dichos vehículos para interceptar cargamentos de
drogas en el Caribe, al mismo tiempo que, según una nota del The Washington Post de julio de este año, los militares estadounidenses han empleado drones, los llamados ScanEagles,
en Colombia. Por su parte, las Special Operations Command South, en el
marco del Comando Sur con sede en Miami, vienen desarrollando ejercicios
con varias fuerzas armadas de la región y el Air Force Special
Operations Command ha estado activo en América Central desde 2009. Cabe
destacar que en el último año ha surgido un interés de las firmas
constructoras de drones en Estados Unidos para desplazar a Israel como
principal proveedor de los mismos, mientras que el almirante William
McRaven, al frente del Special Operations Command, indicó en 2012 la
voluntad del Pentágono de expandir el rol de las fuerzas de operaciones
especiales en América Latina, a pesar de no ser esta un área desde donde
se ponga en jaque la seguridad nacional de Estados Unidos. Las
afirmaciones de McRaven coinciden con lo expresado a principios de este
año por el general Sean Mulholland del US Special Command South. Hay que
añadir que, según una nota de comienzo de 2013 de Associated Press, en
todo momento del año hay hasta 4.000 efectivos militares de Estados
Unidos desplegados a lo largo y ancho de América Latina.
En síntesis, Estados Unidos no ha sido pasivo ni irrelevante en
materia de relaciones interamericanas, ya sea en lo económico, en lo
político, en lo asistencial y en lo militar. Nunca se “fue” de la
región: está ahí. La doctrina Monroe perdió vigencia, pero eso
no significa que Estados Unidos se haya retirado de América Latina. En
realidad, Washington siempre está “llegando” a la región: bye bye Monroe, hello Troilo.
El gran desafío para la región es saber cómo manejar esas relaciones y
cómo avanzar en la autonomía internacional de América Latina,
salvaguardando los intereses nacionales de cada país. La región se
equivoca si confunde el reconocimiento de parte de Estados Unidos de
nuevas realidades mundiales y continentales con inactividad por parte de
Washington respecto a la región. El error podría ser mayúsculo si no se
entiende que es imperativo para Latinoamérica desagregar temas y
discernir coyunturas en sus relaciones con Estados Unidos: al final del
día ese país es, simultáneamente, proveedor de orden y desorden en el
continente.
Juan Gabriel Tokatlian es director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de UTDT.
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