“La relación entre Estados Unidos y América latina nunca más volverá a ser la de décadas atrás”
Es uno de los más prestigiosos periodistas estadounidenses y un
renombrado especialista en temas latinoamericanos. Sus perfiles sobre
Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet o Hugo Chávez
fueron memorables. Tanto como su monumental biografía Che Guevara: Una Vida Revolucionaria, publicada en 1997, al cumplirse 30 años del asesinato del líder revolucionario. Miradas al Sur
lo contactó para saber si hubo modificaciones en las miradas de los
gobiernos y de ciertos analistas de los Estados Unidos sobre América
latina. El resultado fue un ida y vuelta polémico por los cambios
culturales (en el sentido profundo del término) entre el norte y el sur.
–¿Qué sintió como analista político ante las predicciones del intelectual orgánico Francis Fukuyama sobre el fin de la historia?
–Pensé entonces y pienso ahora que Fukuyama se equivocó profundamente; en la lupa de la historia, sus pronósticos serán vistos como un producto ideológico del triunfalismo norteamericano al verse como la potencia única después del colapso de la Unión Soviética.
–¿Y sobre el fin de las utopías zamarreado por Jorge Castañeda poco antes del estallido de Chiapas que provocó la salida de su nuevo libro, titulado Sorpresas te da la vida?
–Tampoco me tragué la otra versión del fin de historia que podría titularse como el “adiós a las armas” de Castañeda; un hombre inteligente, sin dudas, además de sumamente soberbio. Se vio inmerso un su propia cámara de eco al pronunciarse de tal forma. Síntoma de alguien que pasa más tiempo prestándole a atención a la cátedra y a lo que dicen los medios que a lo que ocurre en la calle. Si alguna vez la tuvo, había perdido la capacidad de seguir el rastro de lo que ocurría en las vísceras de la sociedad para ese año 1994 en que publicó su libro. Y quizás continúe con esa incapacidad: no he visto su último trabajo. ¿Será un mea culpa, o se dedicará sólo a mirarse el ombligo?
–¿Qué incidencia cultural tuvo en la sociedad estadounidense el enfrentamiento regional con el ALCA?
–Muy poca. En la sociedad, vista como ese entramado cultural del que estamos hablando, fue un asunto apenas notado.
–¿Cómo observa esa sociedad –acostumbrada a que sus gobernantes llamaran “el patio trasero” a América latina– los cambios operados en la región?
–De muy distintas maneras. “Esa sociedad” no se puede reducir a un ente singular como si los más de trescientos millones de norteamericanos fueran clones de sí mismos –y como, de hecho, el resto del mundo suele hacer–. Pero entre las minorías instruidas, mundanas, al tanto de América latina y de nuestras relaciones con el hemisferio y de la historia entre los Estados Unidos con el continente sur, diría que hay una noción de una nueva correlación de fuerzas, en la que hay un abanico de Estados “contestatarios”, por llamarlos de alguna manera (Venezuela, obviamente, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Cuba) y que Brasil emerge también como una potencia regional que hay que tomar en cuenta. Brasil no tiene una política muy sazonada todavía, pero se notan sus esfuerzos por diferenciarse con la de Estados Unidos. Allí está, por ejemplo, la cancelación teatral de la visita de Dilma Rousseff por las revelaciones de Snowden. En conclusión: que hay una constatación de que ya las cosas no son como antes. La relación entre Estados Unidos y América latina jamás volverá a ser la misma de décadas atrás.
–¿En cuanto incidió la mirada de los Estados Unidos atenta y exclusivamente puesta sobre Medio Oriente –sumado a esto los ataques del 11-S a las Torres Gemelas– en la posibilidad de cambios que se abrió en el siglo XXI en los países de America latina?
–Fue clave. La postura –o, como prefiero, la impostura– de Bush, su escalada bélica norteamericana hacia Medio Oriente y el empantanamiento allí, hizo que América latina tomara cierto respiro de las nefastas atenciones que le brindaban los Estados Unidos. Luego, siguió el fracaso norteamericano en Irak. Ese hecho, en particular, inspiró a Chávez para que fuera más contestatario, además de haber sabido del apoyo al intento de golpe en su contra, y buscara crear un mundo multipolar haciendo alianzas con otros países como Cuba, Irak, Irán, Libia, Siria, etc. Fue clave también en la búsqueda de propiciar una alianza de países tan contestatarios como Venezuela en la región, la aparición de nuevos gobiernos, especialmente en Bolivia y Ecuador, entre otros muchos esfuerzos. Coincidiendo todo eso con el auge de China a nivel internacional, y en el contexto regional con el despegue de Brasil. De ese modo, el perfil norteamericano en la región menguó aún más. Si bien económicamente Estados Unidos sigue siendo el Gran Hermano de los países latinoamericanos, ya no lo es tanto psicológicamente.
–¿Hay políticas distintas en la administración Obama para cada país latinoamericano o existe una visión global de la problemática regional?
–Buena pregunta, pero de difícil respuesta. Eso aún está por verse. No veo un cambio de postura política muy marcado por parte de la administración Obama. Puedo equivocarme, pero lo que veo, más bien, es una política de manutención, algo más gris que otro color.
–Sobre los lineamientos políticos que desde siempre llevó adelante la OEA, ¿tiene futuro una organización de esas características?
–De momento, no. La OEA sigue siendo una institución más de papel que de fibra.
–¿Qué tipo de incidencia global tiene América latina en un mundo convulsionado por la crisis de la Unión Europea, por la avasalladora política alemana, por la soledad estadounidense ante las resoluciones armadas y por la siempre conflictiva zona de Medio Oriente?
–Poca incidencia, lamentablemente. No hablo de Odebrecht, ese conglomerado brasileño de negocios en los campos de la ingeniería y la construcción en toda la región, o el petróleo de Venezuela. Pero en términos políticos, América latina apenas pinta en el mundo eurocentrista. Como región, tiene mucho menos peso de lo que le corresponde en el mundo. Demasiado insularidad y ensimismamiento, diría yo; demasiado poca visión en cuanto a la política internacional, demasiado énfasis y dependencia, todavía, entre algunos de los capitales de la región con Washington. Como no miran más allá, no figuran tampoco. ¿Qué tienen Brasilia o Buenos Aires que decirnos ante el hecatombe en Siria? Nada todavía. ¿En la competencia en cierne entre China y Estados Unidos y los países asiáticos en el Pacífico? Tampoco. En Europa y África: Nada. En el problema del narcotráfico mundial, hasta ahora no ofrecen soluciones, en términos de política sustentable, más allá de la legalización. Los europeos ven de la Argentina el reclamo de Cristina Kirhcner por las Malvinas. De Dilma Rousseff, el tema del escándalo del espionaje norteamericano. De Venezuela, las acusaciones por los complots yanquis contra Maduro.
–¿Qué tipos de cambios podrían operarse en las relaciones políticas sobre América latina de triunfar en los Estados Unidos un candidato republicano? ¿Serían muy distintos a los que lleva adelante la administración demócrata?
–De los ultraconservadores republicanos me imagino cambios que tengan que ver más con el histrionismo en cuanto a la política migratoria, algo que se ha visto siempre, y que ha crecido en los últimos años. Es decir, mucho griterío en torno de cómo los ilegales vienen a robar el trabajo de los norteamericanos, y cómo son un factor en el aumento del delito.
–¿Cuál es, según su análisis, el futuro de las relaciones de los Estados Unidos con los diferentes ejes latinoamericanos?
–Es muy complicado tratar de adivinar lo que será la postura norteamericana con los diferentes polos políticos en America latina. Pero, en general, podemos observar una política de mayor diplomacia y tacto por parte de Washington, siempre con algunas excepciones, hacia los países “difíciles” de la región, como Cuba, Venezuela y otros. Parece que la política de Obama (a la que podríamos llamar “política pragmática nueva de Washington”, que hasta cierto punto empezó con Bush) es de distensión con el régimen de Raúl Castro y de paulatina apertura. Y con regímenes “buscapleitos”, como el de Venezuela, podrá esperarse intentar evitar enfrentamientos. Con Brasil, a mi entender, hay una política de Estado que opera en varios niveles, más o menos como opera entre Estados Unidos y Paquistán, por ejemplo: por un lado, dejar que Rousseff, por razones de política doméstica, proteste sobre, por ejemplo, el espionaje, sin dejar que eso entorpezca relaciones más de fondo, que funcionan detrás de bambalinas entre ambos gobiernos. El futuro se caracterizará, supongo yo, en más políticas de ese tenor, algo opacas y curtidas, debido a la constatación norteamericana de que hay otra correlación de fuerzas en el hemisferio, y que, por ejemplo, tienen ahora también que competir con China sobre el tema de las influencias regionales, así como, en menor grado todavía, con Brasil.
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