Para la Argentina, la oportunidad de ayudar sin dogmatismos
El "marco de referencia para la eliminación de las armas químicas de Siria",
acordado entre los cancilleres Sergei Lavrov y John Kerry generó una
primera iniciativa razonable y realizable en torno del drama sirio,
desactivó la probabilidad de una acción unilateral contra Damasco por
parte de un conjunto estrecho de países, facilitó un puente de
acercamiento diplomático entre Rusia y Estados Unidos después de semanas
de tensión en las que se combinan los casos de Edward Snowden y de Bashar al-Assad y volvió a colocar a la ONU en el centro de una solución al conflicto sirio.
Con este contexto, la Argentina bien podría hacer
algunos aportes. Sin duda, el país perdió una oportunidad en agosto
pasado cuando, a cargo de la presidencia pro témpore del
Consejo de Seguridad, no ubicó en el centro de la agenda la cuestión de
Siria, la urgencia de medidas humanitarias, el valor de acciones
preventivas no militares y la búsqueda de una solución política en ese
país. Ahora, sin embargo, aparece una oportunidad de realizar
contribuciones prudentes y creíbles.
En el tema específico del acuerdo rusonorteamericano,
cabe destacar que un diplomático argentino, Rogelio Pfirter, presidió
por ocho años (2002-2010) la Organización para la Prohibición de las
Armas Químicas (OPAQ), llamada a cumplir un papel central en la
iniciativa Lavrov-Kerry. Más allá de las preferencias ideológicas del
gobierno y en aras de procurar un respaldo interno más amplio a su
política exterior, sería sensato que Buenos Aires pusiera al servicio de
la ONU la experiencia de profesionales en materia de armas químicas y
verificación. Hay que recordar, a su vez, que en su momento Pfirter
estuvo al frente de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y
Control de Materiales Nucleares (Abacc).
La cuestión de las armas químicas es esencial, pero
también lo es el asunto humanitario. Un conflicto que, en dos años, dejó
unos 100.000 muertos y en el que el Estado, principalmente, y los
rebeldes, en especial las más fundamentalistas, recurren a métodos
atroces, debe ser sometido a la Corte Penal Internacional (CPI) para que
los actores que hayan cometido crímenes de lesa humanidad sean juzgados
y sancionados.
Tal como en su momento lo sugirió la Liga Árabe
-secundada por la Argentina- el Consejo de Seguridad puede usar todas
las evidencias disponibles, tales como el reciente informe de la
comisión independiente de la ONU sobre derechos humanos y el futuro
informe de los inspectores sobre el uso de armas químicas, para elevar a
la CPI la tragedia padecida por el pueblo sirio. Hay que recordar que
otro argentino, Luis Moreno Ocampo, fue el fiscal de la CPI entre 2003 y
2012. Otra vez es fundamental que se use la experiencia de alguien como
él para que el país despliegue, con tacto, una diplomacia eficaz en
aras de que las grandes potencias y los países de Medio Oriente
promuevan el recurso a la Corte.
Resta, por otro lado, el logro de una solución política
efectiva y sustentable al conflicto. También allí la Argentina podría
jugar un rol constructivo: no hay que olvidarse que el país reside la
mayor población de descendencia siria en América latina y que los
alauitas, sunnitas, cristianos y drusos han convivido en paz por más de
un siglo. El futuro de las conversaciones en Siria puede beneficiarse de
la convivencia pacífica que conoció la Argentina.
En breve, con discreción y sin dogmatismo, la Argentina
puede desarrollar una conducta moderada y positiva ante esta ventana de
oportunidad que se abrió en el dilemático y dramático caso de Siria.
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