Ethel y Julius Rosenberg, ejecutados en 1953 acusados de espionaje
El ojo del mundo: ¿qué fue el Proyecto Venona?
Por Mario Rapoport (Página/12)
El espionaje masivo puesto al descubierto por Edward
Snowden no es una situación excepcional en la historia norteamericana.
Mario Rapoport recuerda el caso del Proyecto Venona, basado en la
concentración de los cablegramas que entraban y salían de Estados
Unidos, tan secreto como el revelado por Snowden y que comenzó a
mediados del siglo pasado.
El
caso Snowden, ex contratista de la CIA que denunció la voluntad omnímoda
de los Estados Unidos de ser el “ojo del mundo” y obtener información
de donde sea, no debe confundirse con el de Wikileaks, que puso al
descubierto lo que la diplomacia norteamericana piensa de gobiernos o
funcionarios de otros países y de sus políticas y cómo actúa respecto de
ellos. Este tipo de documentos forma parte de un procedimiento habitual
de trasmisión de la información que proviene de embajadas y organismos
internacionales de distinto tipo para la toma de decisiones de todos los
gobiernos. El escándalo surgió porque los mismos, que están por lo
general a disposición de los investigadores cada 25 o 30 años, tuvieron
un alto impacto porque se refieren a episodios recientes y a dirigentes
públicos en pleno ejercicio de sus funciones, algo parecido a lo que
ocurrió hace años en Estados Unidos con los llamados papeles del
Pentágono, que informaban sobre la participación militar de EE.UU. en
Vietnam entre 1945 y 1967, dados a conocer en la prensa a partir de 1971
por Daniel Ellsberg, un funcionario de aquel organismo; o con el caso
Watergate, que hundió al presidente Nixon en su afán de conocer los
secretos políticos del Partido Demócrata, su adversario en las
elecciones presidenciales.
Otra cosa ocurre con el impulso de la informática y de las
comunicaciones, que tienen su origen en nuevas tecnologías creadas en la
Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría y luego adaptadas
comercialmente a partir de los años ’60 y ’70, lo que posibilitó el
surgimiento de bases de información con dos tendencias contrapuestas
bien nítidas. Por un lado, para los Estados Unidos y otras potencias,
implicó la posibilidad de controlar la vida de cualquier ciudadano del
mundo, empezando por los de sus propios países. Por otro, permitió crear
redes sociales y de conocimiento independientes que dieron la
posibilidad de difundir ideas distintas de las de los medios manejados
por los grandes poderes internacionales, tanto en la gráfica, como en
Internet. Era inevitable que “el ojo del mundo” procurara penetrar en
ese torrente cada vez más caudaloso de información y tratara de
introducirse en las fuentes que generan pensamientos o ideas disonantes o
distintivas de las del imperio, incluyendo nombres y sectores políticos
y económicos que afectasen sus intereses o su dominación a lo largo y
ancho del globo. Ya no es una información propia de la acción
diplomática, sino que constituye un acto de espionaje puro, como los de
las agencias de Inteligencia. En este caso, antes de la Segunda Guerra
Mundial, existía el FBI, una agencia nacional que cumplió también en
ocasiones tareas de espionaje a nivel internacional, y durante el
conflicto bélico se creó la OSS (Oficina de Asuntos Estratégicos),
disuelta y reemplazada por Truman por la Agencia Central de
Inteligencia, la bien conocida CIA. También fue creado en la posguerra
el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), ligado al presidente y que cobró
cada vez mayor importancia en los circuitos de información.
Por otra parte, adelantándose a la aparición de Internet, los
sistemas de conocer las comunicaciones de otros ya existían. A gran
escala, la iniciativa más grande en este sentido emprendida por los
norteamericanos fue el Proyecto Venona. La historia empezó durante la
Segunda Guerra Mundial y sin hackers ni las posibilidades enormes de
control que brinda la informática. El objetivo era entonces el de
interceptar y conocer las comunicaciones existentes entre uno de sus
principales aliados durante aquel conflicto, la ex Unión Soviética, con
sus representantes diplomáticos, políticos o militares; agentes
encubiertos; redes de espionaje; o, simplemente, ciudadanos influyentes
en los Estados Unidos. Se contó, a su vez, con la colaboración del otro
aliado, la también anglosajona madre patria británica. De ese modo se
concentraron y descifraron los cablegramas y mensajes que circulaban
entre Moscú y América del Norte en plena guerra, y que, potencialmente,
podrían amenazar la seguridad del país del Norte. El proyecto se
denominó Venona y no llegaron a conocerlo, o sólo tuvieron de él un
conocimiento parcial, inclusive algunos presidentes norteamericanos.
Tampoco se tenía la certeza de que serviría para algo porque, en un
principio, no podía descifrarse el contenido de los mensajes. Eso
llegaría pronto y algo casualmente por un error de la inteligencia
soviética, y aun así prevaleció el secreto sobre el contenido de los
mismos hasta la caída del bloque rival, en la década de 1990, cincuenta
años más tarde de haberse programado.
Todo comenzó en 1939, cuando el gobierno de Washington tomó la
iniciativa de recolectar copias de los cablegramas que entraban y salían
de los Estados Unidos, aunque recién a partir de 1943, el coronel
Clarke, jefe de una rama especial de la División de Inteligencia Militar
del Departamento de Guerra, ordenó descifrar aquellos que correspondían
a intercambios con Moscú. Los cables del Proyecto Venona indicarían,
por ejemplo, que el ex subsecretario del Tesoro durante el gobierno de
Roosevelt y fundador del FMI, Harry White, habría tenido contactos
directos con los servicios de Inteligencia soviéticos, a quienes
trasmitía o comentaba informaciones del gobierno o de sus actividades,
aunque no resulta probado en ellos que hubiera pasado documentación
alguna. El historiador oficial del FMI, James Boughton, señala en un
artículo que si esos contactos existieron, tenían más que ver con
propias responsabilidades oficiales o sociales en el contexto de la
alianza norteamericano-soviética durante la guerra que con una actividad
de espionaje.
Los cables Venona comprenden tres principales categorías: aquellos
que contienen informes sobre las opiniones trasmitidas por espías
norteamericanos, los informes de conversaciones entre funcionarios
norteamericanos y rusos, y los que proveen sólo un contexto general o
contienen información poco útil. ¿Eran esas conversaciones una forma de
espionaje? ¿Eran meramente indiscreciones? ¿O eran un legítimo ejercicio
de actividad profesional persiguiendo los objetivos de los EE.UU. a
través de canales discretos? Según Boughton, “emerge una interpretación
benigna de la evidencia cuando se examinan [...] los contactos
frecuentes [de White y otros funcionarios] con oficiales soviéticos
durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente Roosevelt estaba
ansioso por desarrollar buenas relaciones de trabajo con Stalin [...]
basadas en la importancia de la cooperación económica”. Por lo que
descarta que fueran espías. Más importante que todo eso era la visión
del internacionalismo rooseveltiano, que creía que el mantenimiento de
la paz se hallaba estrechamente vinculado al fortalecimiento de la
alianza norteamericano-soviética, lo que quizás habría evitado la
llamada Guerra Fría. Por cierto, que esto no dependía sólo de Washington
sino también de Moscú, cuyos servicios de espionaje externos e internos
eran también relevantes, desde la Cheka al KGB, y en cuyo ejemplo se
inspiró realmente Orwell para su novela 1984.
Otro caso notable fue el del espionaje atómico, que llevó a la
ejecución, en junio de 1953, de los esposos Julius y Ethel Rosenberg.
Las pruebas que llevaron a acusar a ambos no se basaban en el Proyecto
Venona, que no era público y sólo lo conocían los servicios secretos,
sino en delaciones del hermano de Ethel. Sin embargo, de esa manera pudo
salvarse él mismo, aunque se declarara igualmente culpable, como sucede
frecuentemente en la Justicia norteamericana. Con respecto a los
Rosenberg, su participación en una red de espionaje atómico fue
confirmada sólo en parte por los cables Venona que ya se habían
descifrado. Estos prácticamente exculpaban a Ethel Rosenberg y hubieran
podido librar de la ejecución a su esposo por su rol menor en el
affaire. Además, aun pudiendo haber existido espionaje, en tiempos de
guerra ambos países eran aliados, no enemigos, y tal castigo no habría
debido aplicarse en este caso. Al mismo tiempo, esos mismos cables daban
a conocer a los principales responsables de la fuga de información
atómica, que sufrieron sólo penas de prisión, como el físico alemán
Klaus Fuchs. De este modo, la recolección de la información y su
posterior manipulación produjeron dos víctimas fatales.
Como antes el comunismo, ahora el terrorismo es la principal
justificación de lo que el gobierno de Estados Unidos llama operaciones
de vigilancia, aunque en realidad se trata de un programa de obtención
de información masiva que comenzó con el “acta patriótica” después de la
caída de las Torres Gemelas y permitió investigar e interrogar a
cualquier ciudadano sin autorización judicial alguna, y siguió con el
Programa Prism, que controla todo lo que circula en Internet. Ni el
mismo Orwell se habría imaginado esta pesadilla ya vigente desde el
secretísimo Proyecto Venona.
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