El Mercosur en tensión
Por Leandro Morgenfeld
www.marcha.org.ar
www.marcha.org.ar
El Mercosur
transitó múltiples crisis y etapas desde su puesta en marcha.
Instrumentado como parte de una inserción internacional neoliberal, fue
luego un instrumento para resistir al ALCA. Hoy se enfrenta a diversos
desafíos: suspensión de Paraguay, pujas comerciales, acuerdo de libre
comercio con la Unión Europea y presión de la Alianza del Pacífico.
Tras dos décadas de existencia, y múltiples idas y vueltas, el
Mercado Común del Sur (Mercosur) está en un momento clave. Muestra un
nuevo impulso -sumó a Venezuela; Bolivia y Ecuador quieren convertirse
en miembros plenos; cuestionó el espionaje de Estados Unidos-, pero a la
vez persisten las debilitades -todavía no resolvió la reincorporación
de Paraguay; Uruguay amenaza con aproximarse a Washington; se mantienen
las diferencias comerciales entre Argentina y Brasil y las posturas
divergentes respecto al postergado acuerdo de libre comercio con la
Unión Europea-. Siendo el mayor proyecto de asociación económica de la
región -en tanto la UNASUR y la CELAC son más bien instancias de
articulación política-, no termina de resolver sus contradicciones
históricas y se ve amenazado por las fuerzas centrífugas que siempre
dificultaron su profundización y ampliación.
Su origen se remonta a los años posdictatoriales. Desde la
aproximación entre el presidente argentino Alfonsín y el brasileño
Sarney, se reflotaron los viejos anhelos sudamericanos de integración y
se firmó, en noviembre de 1985, la “Declaración de Iguazú”, que sería la
piedra fundamental del Mercosur. Luego se avanzó a través de distintos
acuerdos hasta que, en 1991, los mandatarios de Argentina, Brasil,
Uruguay y Paraguay firmaron el Tratado de Asunción.
A pesar de su potencialidad, varios fueron los obstáculos que
impidieron la profundización de la integración vía MERCOSUR: la
vulnerabilidad externa de Brasil y Argentina (ambas naciones fuertemente
endeudadas y sometidas a constantes incursiones por parte de los fondos
especulativos volátiles), las disputas comerciales (en distintos rubros
como automotores, “línea blanca”, textiles, arroz, etc.), la política
exterior impulsada por el gobierno de Menem, que dejaba en segundo lugar
la integración latinoamericana, y una concepción estrechamente
comercialista y al servicio de las multinacionales, sin una perspectiva
siquiera más amplia del desarrollo en el mediano y largo plazo.
Implantado en la década del ´90, cuando predominaba el Consenso de Washington, se enmarcó en el “realismo periférico” y el “regionalismo abierto” y fue presa de las concepciones neoliberales imperantes.
La teoría que sustentó el Mercosur fue de carácter estrictamente
comercialista, como mero trampolín para la apertura de una economía exodirigida -focalizada en la producción de commodities
para el mercado externo-, en función de los intereses de las fracciones
más concentradas de las burguesías locales que abandonaron el viejo
modelo de sustitución de importaciones.
Aún en el nuevo contexto latinoamericano del siglo XXI, el Mercosur
no logró cambiar las bases sobre las que se construyó, ni superar los
límites y debilidades iniciales, por lo cual permanentemente se ve
sometido a crisis entre sus socios mayores, y también a amenazas de sus
socios menores de abandonar el bloque.
Esta realidad muestra las dificultades para establecer un “Mercosur
social”, promovido por algunas organizaciones populares que entienden
que ese bloque puede constituirse en una plataforma para revertir las
políticas neoliberales de las últimas décadas.
Pese a haber incorporado nuevos actores a través del Foro Consultivo
Económico y Social (FCES) y la Comisión Parlamentaria Conjunta (CPC)
-antecedente del actual Parlamento del Mercosur-, este bloque no tiene
legitimidad social y su desarrollo no implicaría una mejora de las
condiciones para avanzar en políticas anti-imperialistas, y mucho menos
anti-capitalistas. Ni el relanzamiento que plantearon Lula y Kirchner en
2003, tras firmar el "Consenso de Buenos Aires", ni la reciente
integración de Venezuela -que sólo pudo materializarse a partir de la
suspensión de Paraguay, cuyo Senado se oponía-, significaron una
reversión clara de las tendencias descritas.
El proceso del Mercosur muestra las limitaciones de una concepción de
la integración exclusivamente comercialista y al servicio de los
capitales más concentrados de la región. Tampoco logró atemperar las
profundas asimetrías entre sus países miembros. Sin embargo, fue una
herramienta para derrotar el proyecto del ALCA y, con la incorporación
de Venezuela en 2012, podría tener un rol distinto en la región. Tuvo
una posición contundente al suspender a Paraguay, tras el golpe
parlamentario que destituyó a Lugo, y operó en los hechos como un freno a
las tendencias de ciertos sectores que en Paraguay y Uruguay alentaban
un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.
El proceso de asociación vía Mercosur debe enfrentar no sólo las
presiones balcanizadoras de las potencias (Estados Unidos alienta los
TLC bilaterales y también la Alianza del Pacífico), sino también las
posiciones aperturistas de parte de las clases dominantes locales.
En Brasil, por ejemplo, la caída del superávit comercial en 2013
llevó a los sectores liberales a insistir en la idea de abandonar la
asociación con Argentina y negociar en soledad un acuerdo de libre
comercio con la Unión Europea. Tabaré Vázquez, precandidato a la
presidencia del Frente Amplio uruguayo, volvió a manifestarse
recientemente a favor de un acercamiento a Washington. El nuevo gobierno
colorado en Paraguay incluso puso en duda si va a reincorporarse al
bloque y pretendió imponerle condiciones (en la reciente cumbre de
Montevideo pretendió que Venezuela no asumiera la presidencia del
bloque).
En los últimos años, el Mercosur se vio jalonado por diversas crisis.
Para superarlas, es preciso reconfigurar la lógica anterior en la que
prima una visión de la integración limitada a los acuerdos comerciales
(que tambalean cada vez que se produce un desbalance sectorial) y
orientada por las multinacionales instaladas en la región. Argentina
debería sentarse a coordinar con su poderoso vecino políticas
económicas, que incluyan incentivos a la producción local y establezcan
un horizonte de desarrollo más amplio, y no limitar las negociaciones y
las discusiones bilaterales a las disputas por “heladeras, zapatos y
lavarropas”.
Enfrentar las tendencias a establecer acuerdos en función de los
intereses de los capitales más concentrados de las grandes potencias
requiere desplegar una estrategia que tenga como norte la consolidación
de una unión latinoamericana que exceda los acuerdos meramente
comerciales y los proyectos enarbolados por las burguesías locales. La
CELAC y el ALBA -impulsada no sólo por los gobiernos bolivarianos sino
por movimientos sociales de toda la región-, aún con un desarrollo
incipiente y con tensiones internas, podrían ser un ámbito adecuado para
avanzar en una integración más amplia que la contenida en el Mercosur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario