Espiando para nosotros
TomDispatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
¡Hey, hablemos de
espionaje! En los EE.UU. de la Vigilancia, esta tierra espeluznante en
la que habitamos ahora, ¿de qué otra cosa íbamos a hablar?
¿Ha habido alguien que creciera como yo en la década de los cincuenta que no haya conocido las últimas palabras del héroe y espía de la Guerra de la Independencia, Nathan Hale, antes de que los británicos le colgaran: “Sólo lamento tener una única vida que perder por mi patria”? Lo dudo. Incluso aún hoy en día, esa frase, exacta o no históricamente, me produce escalofríos. Desde luego, estos días es mucho más difícil imaginar una aplicación para una afirmación tan heroicamente solitaria, no en EE.UU., donde espiar y vigilar son los negocios más en auge y nuestros más recientes Nathan Hales son decenas de miles de contratistas de la inteligencia privada corporativamente contratados y entrenados, quienes a menudo no se acercan al enemigo más que desde una terminal de ordenador.
¿Ha habido alguien que creciera como yo en la década de los cincuenta que no haya conocido las últimas palabras del héroe y espía de la Guerra de la Independencia, Nathan Hale, antes de que los británicos le colgaran: “Sólo lamento tener una única vida que perder por mi patria”? Lo dudo. Incluso aún hoy en día, esa frase, exacta o no históricamente, me produce escalofríos. Desde luego, estos días es mucho más difícil imaginar una aplicación para una afirmación tan heroicamente solitaria, no en EE.UU., donde espiar y vigilar son los negocios más en auge y nuestros más recientes Nathan Hales son decenas de miles de contratistas de la inteligencia privada corporativamente contratados y entrenados, quienes a menudo no se acercan al enemigo más que desde una terminal de ordenador.
¿Qué pensaría Nathan Hale si pudiera contarle
que la CIA, la agencia de espionaje por excelencia del país, tiene
alrededor de 20.000 empleados (desde luego, no quiere revelar el número
exacto); o que la Agencia de Inteligencia Geoespacial Nacional, que
controla los satélites-espías de la nación, cuenta con un elenco de
16.000 inquilinos tras el 11/S y una sede de casi 2.000 millones de
dólares en los suburbios de Washington; o que nuestros modernos Nathan
Hales, multiplicados como liebres, no disponen del equivalente a un
británico al que espiar? Realmente, en el viejo sentido, ya no hay
enemigos sobre el planeta. El equivalente de los británicos de 1776,
¿sería supuestamente… al-Qaida?
Es verdad que
potencias amigas y menos amigas espían aún a EEUU. ¿Quién no recuerda
aquel anillo suburbano de parejas de espías que los rusos plantaron
aquí? Fue una operación sofisticada a la que solo le faltó acceder a
todos secretos de estado, y que el FBI destapó en 2010. Pero, en
general, en un mundo con una única superpotencia, sin ningún enemigo
obvio, EEUU ha estado levantando su propio sistema de espionaje y
vigilancia globales a una escala nunca vista antes, en un esfuerzo por
hacer el seguimiento de casi todo el mundo sobre el planeta (como
mostraron recientemente los documentos publicados de la Agencia Nacional
de Seguridad). Es decir, Washington es ahora un centro de espionaje que
vigila no solo a potenciales futuros enemigos sino también a sus más
estrechos aliados como si fueran enemigos. Progresivamente, la
estructura construida para hacer una parte importante de ese espionaje,
está también dirigiéndose cada vez más hacia los estadounidenses y a un
nivel no menos impresionante.
Espías, traidores y desertores en los EE.UU. del siglo XXI
Hoy en día, para los espías estadounidenses, el trabajo de Nathan Hale
va unido a beneficios en la sanidad y en la jubilación. Los superagentes
de ese mundo tienen acceso por una puerta giratoria a un garantizado
empleo lucrativo a los más altos niveles del complejo corporativo de la
vigilancia y, desde luego, para el espía que necesite escapar, un
paracaídas dorado. Por tanto, cuando pienso en la famosa frase de Nathan
Hale, entre esos cientos de miles de espías y personajillos de las
corporaciones, solo me vienen a la cabeza dos estadounidenses, ambos
acusados y uno hallado culpable bajo la draconiana Acta de Espionaje de
la I Guerra Mundial.
Solo un grupo muy pequeño de
estadounidenses podría aún citar las palabras de Hale y sentir que
tienen algún significado. Cuando el soldado raso de primera Bradley
Manning escribió al ex pirata informático que luego le entregaría acerca
de la posibilidad de que pudieran encarcelarle de por vida o
ejecutarle, no utilizó esas palabras. Pero si lo hubiera hecho, habrían
sido las adecuadas. El ex empleado de Booz Allen, Edward Snowden, no las
utilizó en Hong Kong cuando habló del duro trato que asumía iba a
aplicarle su gobierno por revelar los secretos de la Agencia de
Seguridad Nacional, pero si lo hubiera hecho, esas palabras no hubieran
parecido vacías.
La reciente condena de Manning bajo
el Acta de Espionaje por revelar documentos secretos del ejército y del
gobierno sería un recordatorio de que los estadounidenses están en un
mundo inmerso en una veloz transformación. Sin embargo, es un mundo cada
vez más difícil de captar con precisión porque los cambios están
superando el lenguaje que tenemos para describirlos y lo mismo ocurre
con nuestra capacidad para comprender lo que está sucediendo.
Cojamos las palabras “espía” y “espionaje”. A nivel nacional, antes
eras un espía implicado en espionaje cuando mediante cualquier
subterfugio conseguías secretos de un enemigo, normalmente un Estado
enemigo, para el uso de tu propio país. Sin embargo, en estos últimos
años, quienes están siendo acusados bajo el Acta de Espionaje por las
administraciones de Bush y Obama no son espías en sentido alguno. Nadie
ha sido contratado o entrenado por otra potencia para extraer secretos.
De hecho, todos habían sido entrenados por el gobierno estadounidense o
por una entidad corporativa aliada. Todos, en su afán de revelarlos,
eran independientes (es decir, denunciantes) que podían, en el pasado de
EEUU, haber recibido la etiqueta de “patriotas”.
Ninguno planeaba pasar la información en su poder a una potencia
enemiga. Cada uno estaba intentando tener una organización, un
departamento, una agencia, que se ajustara a prácticas buenas o
adecuadas y, en los casos de Manning y Snowden, llamar la atención del
pueblo estadounidense sobre los errores y fechorías de nuestro propio
gobierno que ignoramos gracias al manto de secretismo arrojado sobre un
número cada vez mayor de actas y documentos.
Esos
denunciantes estaban cometiendo actos de espionaje en la medida en que
estaban cogiendo subrepticiamente información secreta de las entrañas
del estado de la seguridad nacional para entregarla a una “potencia
enemiga”, pero esa potencia éramos “nosotros, el pueblo”, el poder
gobernante imaginado en la Constitución estadounidense. Manning y
Snowden creían ambos que la publicación de los documentos secretos que
poseían empoderaría al pueblo, y nos llevaría a cuestionar qué es lo que
estaba haciendo el estado de la seguridad nacional en nuestro nombre
sin que nosotros lo supiéramos. Es decir, si ellos eran espías, entonces
estaban espiando al gobierno para nosotros.
Eran
infiltrados empotrados en una inmensa estructura cada vez más secreta
que, en nombre de protegernos del terrorismo, nos estaba traicionando de
una forma mucho más aguda. Ambos hombres han recibido el nombre de
“traidores” (Manning en un tribunal militar), mientras que el
congresista Peter King llamaba a Snowden “desertor”, un término de la
Guerra Fría que no se usa ya prácticamente más que en la única
superpotencia del mundo. Esas palabras necesitarían, asimismo, de nuevas
definiciones para ajustarse a nuestra realidad actual.
En cierto sentido, podría decirse que Manning y Snowden han “desertado”
de los secretos del gobierno estadounidense hacia nosotros. Sin
embargo, informal e individualmente, podríamos imaginármelos como espías
del pueblo. Lo que sus casos indican es que, en este país, el peor
delito del siglo es ahora espiar a EEUU para nosotros. Eso puede hacer
que te maltraten y te torturen en una prisión militar estadounidense, o
que te veas atrapado en un aeropuerto de Moscú, con tu carrera o tu vida
en la ruina.
Desde el punto de vista del estado de
seguridad nacional, “espiar” tiene ahora dos significados destacados.
Significa espiar al mundo y espiar a los estadounidenses, pero ambas
actuaciones a escala masiva. En ese proceso, esa emergente estructura se
ha convertido en el secreto más preciado de Washington, aparentemente
frente a nuestros enemigos, pero realmente frente a nosotros, y, como
hemos aprendido hace poco, incluso frente a nuestros representantes
electos. El objetivo de ese estado es hacer que el pueblo estadounidense
sea mucho más absorbible, que puedan diseccionarse y trocearse nuestras
identidades, haciéndolas circular por la burocracia laberíntica del
mundo de la vigilancia y almacenando nuestros bytes a fin de
“explotarlos” según les convenga.
El gobierno de los vigilantes, por los vigilantes y para los vigilantes
Si los documentos de Edward Snowden revelan algo es que el frenesí de
la construcción –desde las nuevas sedes a los nuevos centros de datos-
que ha sido la marca del mundo de la inteligencia desde el 11-S, ha ido
acompañado de un similar frenesí constructivo en el mundo online y en
las comunicaciones telefónicas. No cabe duda de que no conocemos aún el
alcance de todo eso, pero es evidente que desde PRISM hasta XKeyscore,
la comunidad de inteligencia estadounidense ha estado creando un
laberinto de redundantes mecanismos de vigilancia que imitan el inmenso
crecimiento y redundancia del mismo mundo de la inteligencia, de las 17
organizaciones y agencias de esa “comunidad” y de todas las pequeñas
organizaciones u oficinas que ni siquiera se incluyen en esa asombrosa
cifra.
La verdad es que, gracias a nuestros “espías”,
sabemos mucho más acerca de cómo el mundo estadounidense, nuestro
gobierno, funciona realmente, pero todavía no sabemos qué es exactamente
esa cosa que está construyéndose. Pero puede que incluso sus creadores
se sientan perdidos respecto a qué están exactamente haciendo en ese
proceso de construcción. Quieren que confiemos en ellos, pero la gente
no debería poner su confianza en los generales, en los burócratas de
alto nivel y en los espías que ni siquiera parpadean a la hora de mentir
a nuestros representantes, que no pagan precio alguno por ello y que
están creando un mundo que está de hecho más allá de nuestro alcance.
Nos faltan palabras para lo que nos está sucediendo. Todavía tenemos que
darle nombre.
Al menos está más claro que nuestro
mundo, nuestra sociedad, es de naturaleza cada vez más imperial,
reflejando en parte el modo en que nuestras guerras post-11/S han vuelto
a casa. Con sus crecientes desigualdades económicas, EEUU es cada vez
más una sociedad de gobernantes y gobernados, de vigilantes y vigilados.
Esos vigilantes tienen cientos de miles de espías para hacer el
seguimiento de todos nosotros y de otros sobre el planeta, y no importa
lo que hagan, no importa las líneas que crucen, no importa lo
deleznables que puedan ser sus actos, nunca se les castiga por ello, ni
siquiera pierden su empleo. Por otra parte, tenemos una cifra
pequeñísima de vigilantes voluntarios de nuestra parte. En el momento en
que se dan a conocer o son detectados por el estado de la seguridad
nacional, pierden automáticamente su empleo y eso es solo el principio
de las penas que van a sobrevenirles.
Todos los que
están al frente del nuevo estado vigilante no dudan, ni lo más mínimo,
en sacrificarnos en el altar de sus planes, todo en aras al bien común,
según ellos lo definen.
Desde luego, esto no tiene
nada que ver con ninguna imaginable definición de democracia o de
república, desaparecidas hace tanto tiempo. Esto forma parte del nuevo
estilo de vida de los EEUU imperiales, en los que el gobierno de los
vigilantes, por los vigilantes y para los vigilantes no va a desaparecer
de la Tierra.
Quienes nos observan –ellos dirían sin
duda “nos vigilan”, como si nos protegieran- no son los Nathan Hales. Su
versión de su frase podría ser: Solo lamento no tener más que una vida
para entregar por mi patria: la vuestra.
[Nota sobre
Nathan Hale: Allá por la década de los cincuenta, aprendimos su famosa
frase: “Solo lamento tener una única vida para entregar por mi país”.
Sin embargo, es más probable que dijera: “Solo lamento no tener más que
una vida que perder por mi país”. O, desde luego, es posible que no
dijera ni una cosa ni otra. No lo sabemos.]
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “ The End of Victory Culture
”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la
una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War:
How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro,
escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .
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