El anacrónico Consejo de Seguridad de la ONU
Por Leandro Morgenfeld
www.marcha.org.ar
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Argentina preside este mes el Consejo de Seguridad de la ONU. Cristina Fernández criticó el martes su falta de efectividad, vinculada a los privilegios de los miembros permanentes. Cuáles son las tensiones en ese poderoso organismo y los proyectos de reforma.
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, entre 1944 y 1945,
mientras el enfrentamiento militar permitía vislumbrar la derrota de las
potencias del Eje, se sucedieron numerosas conferencias. En ellas se
reunieron los líderes de los países aliados, Roosevelt (EE.UU.), Stalin
(Unión Soviética) y Churchill (Gran Bretaña) –los Tres Grandes–
y/o sus cancilleres. En febrero de 1945, estos jefes de Estado, se
encontraron en Yalta, a orillas del Mar Negro, donde comenzaron a diseñar el mundo de la inminente posguerra.
Pocos meses más tarde, en la Conferencia de San Francisco, se aprobó
la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que contaría
con un Consejo de Seguridad con cinco miembros permanentes con derecho a
veto: Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética, China y
Francia. En este exclusivo ámbito, que reúne además a 10 miembros
rotativos sin derecho a veto, se toman resoluciones sobre los problemas
de la paz y la seguridad entre las naciones. Fue una pieza clave durante
la Guerra Fría: al tener Estados Unidos y la Unión Soviética
derecho a veto, el Consejo operaba como una salvaguarda para evitar que
las tensiones del mundo bipolar llevaran a una probable tercera guerra
mundial (nuclear).
A lo largo de la historia, el Consejo fue objeto de diversas críticas
por su carácter antidemocrático -no se puede resolver allí nada sin el
acuerdo de las cinco potencias, incluso contra la opinión de la Asamblea
General, en la que cada país cuenta con un voto- y existieron distintas
propuestas para modificar su composición y su funcionamiento. La mayor
reforma se realizó en 1965, cuando los miembros no permanentes
aumentaron de 6 a 10. Las otros dos cambios fueron implementados en 1971
(la República Popular China asumió la representación de su país, en
litigio con Taiwán) y dos décadas después la Federación Rusa reemplazó a
la extinta Unión Soviética.
Las críticas se centran en cuatro puntos: el poder de veto de las potencias, la falta de representación de los países emergentes
entre los miembros permanentes, la dificultad para obligar a las
potencias a hacer cumplir las resoluciones del Consejo y lo
antidemocrático de un organismo en el que sólo están presentes unos
pocos países de los 193 que integran la ONU como Estados miembros. El
derecho a veto, que otorga un poder desmedido a unos pocos, lleva a que
muchas resoluciones de la Asamblea no sean cumplidas por las potencias.
Por ejemplo, Gran Bretaña no inicia el diálogo con Argentina por la
soberanía de Malvinas; Israel no cumple las disposiciones sobre
Palestina. El Consejo, por decisión de Gran Bretaña y Estados Unidos, no
obliga a que se cumplan las decisiones de la Asamblea.
Japón, Alemania, Brasil e India (el G4), impulsan su ingreso como
miembros permanentes, junto a un país africano. Brasilia,
fundamentalmente durante la gestión de Celso Amorin como canciller
(2003-2010), impulsó con fuerza el ingreso de Brasil como miembro pleno,
aunque admite que los nuevos integrantes del selecto grupo no tengan
derecho a veto. Esta posición supuestamente realista -en tanto señala
que las reformas deben consensuarse con los actuales cinco miembros
permanentes-, llevó al gobierno brasilero a realizar concesiones a las
potencias y a debilitar una posición regional conjunta de
cuestionamiento del carácter vetusto del Consejo.
Una línea de intervención más adecuada es la planteada el martes
pasado en el Consejo de Seguridad, bajo la presidencia argentina y con
la presencia de un número importante de cancilleres latinoamericanos,
representantes de la UNASUR y la CELAC. No sólo debe cuestionarse la
existencia de miembros permanentes -o la necesidad de ampliar ese grupo
minoritario para adaptarlo a la geopolítica del siglo XXI-, sino también
y fundamentalmente el derecho a veto que ejercen las potencias
nucleares.
¿Tiene sentido que la Asamblea General tome resoluciones que después los cinco "grandes"
no acaten? ¿De qué sirve un Consejo que no pueda detener un ataque como
el que Estados Unidos y algunos aliados lanzaron contra Irak en 2003
con argumentos falsos? ¿O que el pueblo palestino no tenga derecho a un
Estado? ¿O que no pueda juzgarse al gobierno de Estados Unidos a pesar
de que, como se probó hace dos semanas, haya espiado a las demás
delegaciones para forzar al Consejo a que vote duras represalias contra
Irán?
Las críticas al carácter obsoleto de la composición y funcionamiento
del actual Consejo, de todas formas, pecan generalmente de cierta
ingenuidad. Los organismos multilaterales como la Sociedad de las
Naciones o posteriormente la propia ONU, más allá de sus objetivos
manifiestos, no permitieron configurar un sistema internacional "justo" o
equilibrado, y en general operaron al servicio de las grandes potencias
imperialistas. La denuncia de los aspectos más antidemocráticos -como
el derecho a veto o el no cumplimiento de las resoluciones- debe a la
vez evitar el embellecimiento idealista de este tipo de instituciones.
La "paz perpetua" no va a lograrse a través del perfeccionamiento de
un instrumento creado por las potencias en el contexto de la transición
entre la derrota del nazifascismo y el inicio de la Guerra Fría. La
contrucción de otro orden mundial requiere debatir no sólo los aspectos
institucionales y organizativos, sino la estructura de poder -económico,
militar, político, ideológico- que subyace al actual sistema
internacional y a la Organización de las Naciones Unidas.
En esa línea, la presentación conjunta de los países latinoamericanos
criticando el espionaje de Estados Unidos, la retención en Europa del
avión que trasportaba a Evo Morales, la militarización del Atlántico
Sur, a través de la base de la OTAN en Malvinas, y otras cuestiones
referentes al respeto de ciertos principios diplomáticos elementales, es
un primer paso hacia un debate mayor: ¿Es aceptable que el
antidemocrático Consejo de Seguridad tenga más poder que la Asamblea
General en la ONU?
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