El factor Snowden
América del Sur, ante el impulso imperial
El
caso del ex topo de la CIA agregará incertidumbre y complejidad a las
relaciones entre América latina y EE.UU. Sin embargo, aun sin justificar
el espionaje norteamericano ni el maltrato a Evo Morales en Europa, los
presidentes de la región deberían evitar que el episodio contribuya a
poner al continente otra vez en la mira de Washington
Nada
indica que, a pesar de los diversos fiascos internacionales, Estados
Unidos haya abandonado, con el presidente Barack Obama, el impulso imperial que cobró fuerza durante la gestión de su antecesor,
George W. Bush. Una prueba de ello es que, como lo revelan los
documentos filtrados por el ex espía Edward Snowden, el actual gobierno demócrata realizó tareas de inteligencia sobre la Argentina , Brasil, Colombia, Ecuador, México y Venezuela.
Los estudiosos del tema del imperio han procurado describirlo y explicarlo
desde diferentes ángulos y perspectivas: las razones materiales y
militares de orden interno y/o externo que motivan la tentación
imperial; las fuerzas y coaliciones domésticas que la inducen; las
causas y componentes que la preservan o dificultan; las características
de una política imperialista; el contraste entre imperios formales e
informales; el imperialismo como condición estructural y sistémica; los
riesgos de las sobreextensión imperial; el auge y la caída de los
imperios, etcétera. En general, el núcleo de atención de las
investigaciones y debates sobre el imperio ha sido el sujeto
imperialista; esto es, el, o los países que justifican y configuran el
imperio. No es tan abundante, sin embargo, la literatura y la polémica
en torno a lo que se podría denominar la dinámica imperial: la relación
entre el promotor y el receptor del comportamiento imperialista.
Uno de los trabajos más interesantes en esta línea de
análisis fue el que en 1960 publicó el historiador de origen escocés
John S. Galbraith, bajo el título de The Turbulent Frontier as a Factor
in British Expansion (La periferia turbulenta como factor de la
expansión británica). En esencia, su argumento es que en el fenómeno del
imperio se entrelazan variables que lo impulsan y variables que lo
atraen. Una combinación de elementos se despliegan en la dinámica
imperial. En ese sentido, un dato clave que opera como una atracción
para el despliegue imperial es la existencia de una frontera turbulenta.
Esa frontera volátil puede o no ser vital para el imperio. Sin embargo,
una mezcla de cercanía, situaciones de emergencia y desorden facilita
que algunos actores influyentes en el centro del imperio procuren una
mayor expansión e intervención en esa frontera.
En ese sentido, América del Sur debería evitar ser para
Washington un entorno tumultuoso. En los últimos tiempos se había
logrado que Estados Unidos se replegara relativamente de América del Sur
en términos políticos y militares. Varios ejemplos atestiguan eso.
Primero, el despliegue militar de Estados Unidos en la
subregión encontró ciertos límites. En 2009, el país del Norte debió
retirar sus efectivos de la base de Manta, en Ecuador. En 2010, la Corte
Constitucional de Colombia declaró inválido el acuerdo entre Bogotá y
Washington de 2009 por el cual Estados Unidos podía usar siete bases
militares colombianas. Además no prosperó un eventual arreglo entre
Washington y Asunción para la ampliación y uso de la base Mariscal
Estigarribia en Paraguay. En segundo lugar, la creación en 2008 del
Consejo de Defensa Suramericano constituyó un hito en materia de
consulta, cooperación y coordinación; hito que no fue patrocinado por
Washington, sino por Brasilia. Tercero, el papel de la Unión de Naciones
Suramericanas fue crucial en la crisis política de Bolivia, en2008, y
entre Colombia y Venezuela, en 2010, así como su defensa de la
democracia en Honduras, en 2009; Ecuador, en 2010, y en Paraguay, en
2012. En los casos que involucraron a América del Sur, el rol de Estados
Unidos fue mucho menos relevante que en el pasado. Y cuarto, la mayor
presencia de China en América del Sur, el retorno de Rusia a la
subregión y el incremento de contactos de Sudáfrica, Irán y la India con
América del Sur se produjeron sin provocar, hasta el momento, ninguna
geopolítica apocalíptica entre América del Sur y Estados Unidos: nadie
en la subregión desea recrear una nueva Guerra Fría cuyos mayores costos
fueron pagados por los países del área.
Hoy, sin embargo, hay señales de que América del Sur
puede volver a ser una frontera turbulenta para Estados Unidos.
Distintos hechos apuntan en esa dirección. En primer lugar, el resultado
del proceso de negociación entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) será un termómetro
fundamental: el conflicto armado interno, que en 2014 cumplirá medio
siglo de existencia, necesita una resolución pacífica, pues, de lo
contrario, la presencia y consolidación del poder militar norteamericano
en ese vértice de América del Sur se tornará inexorable. En lugar de
aportar a la paz en Colombia, los países del vecindario insisten en
sobredimensionar y estigmatizar a Colombia por su papel en la Alianza
del Pacífico. En segundo lugar, la estabilidad en Venezuela es el factor
crítico de corto plazo: las naciones del Mercosur, ocupadas en sus
propias necesidades internas, han optado por un perfil tan bajo y
discreto que podría llevarlas -en especial a la Argentina y Brasil- a
perder influencia en los asuntos venezolanos. La ecuación es
relativamente simple: menos gravitación de los pares del área, más
proyección e incidencia de Washington. En tercer lugar, es fundamental
anticiparse a las potenciales tensiones entre los países de la
subregión. Pronto la Corte Internacional de Justicia se pronunciará
sobre el diferendo marítimo entre Chile y Perú. Por su parte, Bolivia ha
elevado a la Corte de La Haya su reclamo por una salida al mar. Son
recurrentes las escaramuzas bilaterales por cuestiones vinculadas a la
energía y el medio ambiente, entre otros. Sin un dispositivo ágil de
diplomacia preventiva, algunas eventuales fricciones pueden
descontrolarse; algo que afectará directa o indirectamente la
estabilidad en el área. Esa falta de estabilidad podría alimentar la
inquietud de Estados Unidos y, con ello, su proclividad a intervenir. En
cuarto lugar, a pesar de que en 2009 se creó el Consejo Suramericano
sobre el Problema de Drogas, presidido hoy por Perú, la subregión ha
cooperado y coordinado muy poco frente a la persistente expansión del
negocio de las sustancias psicoactivas ilícitas y del emporio del crimen
organizado. En la medida en que la colaboración sea sólo retórica,
Estados Unidos continuará buscando y logrando socios vecinales para
militarizar la "guerra contra las drogas".
Bajo este telón de fondo, el devenir del caso Snowden
agregará más incertidumbre y complejidad. Tuvo razón la Unasur al
convocar a una reunión para respaldar decididamente al presidente Evo
Morales ante el injustificado atropello que tuvo que padecer en Europa.
Quizás hubiera sido mejor una cumbre de cancilleres y no de mandatarios,
y un pronunciamiento menos retórico y más consecuente respecto de los
compromisos colectivos en defensa de Bolivia. Lo que siguió al encuentro
de Cochabamba, sin embargo, ha adquirido otros contornos: Venezuela y
Bolivia, en América del Sur, y Nicaragua, en América Central, se
mostraron dispuestas a dar asilo a Edward Snowden. De inmediato, Estados
Unidos le envió a Caracas un pedido formal de extradición en el que
advertía acerca del "flight risk" que implicaba asilar al informante.
Si este caso no se maneja bien, algún país de América
del Sur se convertirá en un dolor de cabeza para Estados Unidos y, con
ello, la subregión será, nuevamente, una frontera turbulenta para muchos
"halcones" en Washington. No se trata de justificar la aberración del
masivo espionaje nacional y global emprendido por la Agencia de
Seguridad Nacional de Estados Unidos. Como afirma Jakob Augstein,
columnista de la revista alemana Der Spiegel, ése es un caso de "soft
totalitarianism". Ello no implica, sin embargo, que América del Sur deba
colocarse, por eso, en el centro del huracán.
Cuando se conoció lo de WikiLeaks, los países
sudamericanos se manifestaron con discreción e inocencia. Ahora habrá
que ser firme y sofisticado. Hay muchos foros donde llevar el reclamo,
pero la sobreactuación y la altisonancia son malas consejeras. También
lo es convertir a Snowden en un héroe que la subregión debe enarbolar.
Snowden no es Assange. Acá hay mucho más en juego; un juego del que
América del Sur tiene escaso control. Convertirnos hoy en la frontera
turbulenta de Washington reducirá la autonomía relativa ganada en una
década de crecimiento económico, mejoramiento social y diversificación
diplomática.
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