Si Pelé es el Rey, yo soy jacobino
Fútbol, política y exuberancia carioca se dieron cita en el centro de Rio. La movilización política más grande de las últimas tres décadas, desde que volvió la democracia, hizo pasar casi desapercibido al partido en que España goleó 10 a 0 a Tahití en el Maracaná, (re)inaugurado oficialmente 4 días antes. Rio eu te amo es la consigna del marketing urbano de este año. Están agrandados los cariocas, y no es para menos. Van a recibir en julio al Papa Francisco (en su primera gira latinoamericana), y serán la sede de la final del Mundial de fútbol y de los próximos Juegos Olímpicos. New York está acabada. Rio es la ciudad del futuro. No parece tan descabellada la sentencia del gran urbanista Mark Wigley, quien estuvo de visita hace pocas semanas. Brasil está de moda -ya es la sexta economía del mundo, acaba de lograr la dirección de la OMC, quiere jugar en las grandes ligas, junto a China y Rusia, y tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU- y Rio es su ciudad emblema, la vidriera elegida para el Brasil for export. Pero la noche de la goleada española, Rio mostró la otra cara de Brasil, esa que contrasta con el bombardeo mediático cotidiano de éxito y grandeza. Y el estallido político-social se produjo en plena Copa de las Confederaciones, un pre-mundial preparado para lanzar a Neymar a un estrellato capaz de eclipsar a Messi.
El subte que llevaba a la marcha, rebozaba. Como en el carnaval, en los vagones abarrotados ya se vivía un clima de fiesta. Cientos de estudiantes de universidades públicas con sus pancartas caseras enrolladas. La estación de Uruguaiana, para llegar a la Candelaria, lugar de la convocatoria, explotaba. Tanta gente en la calle que ni se podía salir del hall. Un joven que no llegaría a las 20 años sostenía orgulloso una cartulina con su ocurrencia: Se Pelé é o Rei, eu sou jacobino. El astro, siempre fiel a los intereses económicos de la FIFA, acabada de pronunciarse públicamente en contra de las movilizaciones y a favor de la Copa. Neymar, en cambio, había declarado un día antes que entraba a la cancha inspirado en las movilizaciones populares. Y fue la estrella del triunfo ante México, que le dio la clasificación a Brasil a las semifinales. El partido fue en Fortaleza. Antes de empezar, 15.000 manifestantes bloquearon los accesos al estadio. La policía reprimió. En ese clima inusual se jugó el partido. La pasión futbolera se mezcla con la indignación por los negociados de la FIFA y sus socios locales. En la marcha, la gente cantaba: ¡La Copa, la Copa, la Copa me abrumó, ¡queremos más dinero para salud y educación! Quinientos millones de dólares se dilapidaron en la nueva remodelación del mítico Maracaná. El estadio, construido en 1950, ya había sido reacondicionado hace una década, por la bicoca de cien palos verdes. La furia mundialista y olímpica de Rio llevó la burbuja inmobiliaria a las nubes. Los alquileres están a precio de Manhattan. El transporte público es muy malo y cuesta ocho veces más que en Buenos Aires. El anuncio de aumentos en el boleto de colectivos y subtes fue la chispa que llevó al Movimiento Passe Livre (MPL) a organizar marchas para rechazarlo. Con epicentro en San Pablo, las movilizaciones fueron relativamente pequeñas hasta el 13 de junio, cuando una brutal represión generó lo que en Argentina, en 2002, conocimos como síndrome Puente Pueyrredón: el ensayo de solución policial frente al descontento social provocó el efecto inverso. Al lunes siguiente las movilizaciones se multiplicaron. Y la pasión futbolística, que históricamente copó todo, como bien sabemos los argentinos desde 1978, no pudo ocultar el malhumor social. O gigante acordou, decían las pancartas y los cantitos, en referencia al despertar del pueblo. El 17 de junio hubo manifestaciones multitudinarias. Sorprendió la de Rio, con 100.000 personas que desbordaron la Avenida Getulio Vargas. El día anterior, mientras el Maracaná desplegaba sus oropeles en la reinauguración oficinal tras casi tres años, afuera reprimían una movilización de centenares que se oponían a los gastos siderales de la Copa. Pero al día siguiente estalló Brasil, y Rio, a cidade maravilhosa, también se despertó.
La presidenta Dilma Rousseff salió a decir que había que escuchar al pueblo movilizado. Fernando Henrique Cardoso, el antecesor de Lula y líder espiritual de la derecha vernácula, también hizo guiños a los manifestantes. Empezaban a leer que algo había cambiado, había que disputarse el rumbo de la movilización. Los grandes medios de comunicación, ese poderosísimo oligopolio que se replica en cada país latinoamericano, también mudaron su discurso e intentaron llevar agua para su molino, alentando la anti-política. De ningunear y criticar al MPL, pasaron a alentar las movilizaciones, destacando las consignas que se oponían al gobierno central y las vinculadas con las denuncias de corrupción.
Del martes al jueves el movimiento consiguió sus primeros triunfos: se revocaron los aumentos. Fue un alivio ver recular a los intendentes y gobernadores, cuyos enfoques tecnocráticos y neoliberales los hacían repetir cada día que no podían rebajarse los precios de los boletos. En San Pablo, el gobernador derechista Alckhim (PSDB) y el posibilista alcalde Fernando Haddad (PT) declaraban, conjuntamente, que para concretar la rebaja tendrían que reducir los gastos en salud y educación. Nada de tocar el lucro de los monopolios del transporte, que reciben millonarios subsidios del Estado. Pero la bomba ya estaba activada. Los anuncios que daban marcha atrás con el aumento, primer gran triunfo del movimiento, no calmaron los ánimos. Más de un millón de personas salieron a las calles. No peleamos por 20 centavos, clamaban los manifestantes, sintetizando una serie de amplios reclamos, que incluyen el aumento de presupuesto de salud y educación, el fin de los grandes lucros de las empresas de transporte y la ampliación de la red pública que utilizan los sectores populares. El aumento del costo de vida golpea específicamente a las clases medias y a los más pobres.
En medio de este huracán político y social, el evangelista Marco Feliciano, misógino presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, quien equipara a los africanos con monos y a los gays con enfermos, logró el 18 de junio aprobar un proyecto de ley de “cura gay”. Resistido por los activistas que pelean para que Brasil siga los pasos de Argentina y legalice los matrimonios de gays y lesbianas, Feliciano aprovechó la situación y logró meter por la ventana su proyecto reaccionario. Una chispa más para que estalle la indignación. Cientos de pancartas aludían a ese otro capítulo de la lucha que se avecina: ¿Sabés cuál es la única solución para la cura gay? Salud pública de calidad. Porque cura a los gays, a los héteros, a los asexuados, a todo el mundo… Pocas horas después, en San Pablo, médicos en lucha y activistas GLTBI se reunieron para aunar reclamos. Meu cú é laico (Mi culo es laico), sintetizaba bien una pancarta, denunciando las presiones eclesiásticas para avanzar con derechos civiles básicos.
La noche del 20 de junio fue histórica para la ciudad. Cientos de miles de jóvenes, mayoría universitarios de sectores medios, inundaron la Avenida Vargas. Como en cada concentración carioca de los últimos meses -el carnaval, la marcha de los docentes para inaugurar las paritarias anuales, la movilización por la legalización de la marihuana o la caminata para integrar a los chicos downs-, se respiró un aire festivo, al menos hasta el inicio de los incidentes. Parece que, incluso en medio de la pasión futbolera -el miércoles se abarrotaron los bares para festejar las cabriolas de Neymar-, la política se coló y puso una vez más a Rio en el centro de las miradas mundiales. La ciudad del eterno verano inauguró ayer su primavera política. Como si no bastara con la inminente llegada de Francisco, a quien van a pasear por Copacabana, emulando los blocos da rua que en cada carnaval hacen estremecer la moral cristiana. Antes, los cariocas inundaron las calles, y anoche triplicaron a los siempre politizados paulistas.
Claro que, como toda movilización masiva convocada desde las redes sociales por distintos colectivos, tiene aspectos políticos difusos y contradictorios. La otra noche, por ejemplo, dos jóvenes desplegaron una bandera que decía: Más salud y educación, menos corrupción y gasto público. Como si la salud y la educación no fueran gasto público. Se expresaba, allí, cierta ingenuidad e ignorancia, esa que los grandes medios están intentando explotar por estas horas. Mientras destacan los planteos a-partidarios y anti-política, que los hay, pretenden imprimir al movimiento una orientación que hasta ahora no tiene. Al menos en Rio, el grueso de las expresiones eran a favor de lo público y en contra del lucro privado. No había un discurso individualista y anti-estatal. Algunos carteles, incluso, advertían contra la manipulación mediática: Desligue a TV e vem pra rua (apague la televisión y mire a la calle). Los medios, como siempre, pusieron el foco en los incidentes al final de la marcha. Así, la acción de 200 -¿infiltrados, lumpen o ultras?- que fueron a confrontar con la policía separándose de los centenares de miles que los repudiaban pareció la noticia del día. Había una animosidad general frente a cualquier atisbo de confrontación. Cada bomba de estruendo era recriminada con una larga silbatina colectiva. Un joven rompió un tacho de basura, enseguida lo echaron a los gritos y otros diez lo arreglaron y volvieron a poner en su lugar. Exceso de civismo, parecía, que poco después pasó a ser más entendible cuando se desencadenaron los disturbios y la feroz represión policial que dejó unos 60 heridos.
Fue una marcha 2.0. Convocada a través de Facebook -250.000 habían confirmado allí su asistencia- y replicada en las demás redes sociales. Lejos de las movilizaciones clásicas, donde la mayoría marcha encolumnada tras una bandera, hay lista de oradores y en general un rol pasivo de los que se ubican al interior de cada cordón -o a lo sumo volantean o cantan las canciones al son de los megáfonos o los camiones con parlantes- acá cada manifestante portaba sus pancartas -el despliegue de leyendas y consignas tenía un sabor muy mayo francés- y se transformaba en un camarógrafo que subía a las redes impresiones e imágenes. Los medios tradicionales, en cambio, apenas transmitían desde helicópteros, que volaban rasantes sobre la multitud, junto a los de la Policía Militar.
Se produjo un hito en Rio y en todo Brasil. Las horas siguientes fueron de mucho debate, incertidumbre, expectativa. Los movimientos sociales, entre ellos la Central Única de Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST) le pidieron a Dilma que escuchase las demandas populares. El discurso presidencial, en la cadena nacional del viernes a la noche, prometió atender esa agenda que impuso la calle. Ya nada será lo mismo en la política brasilera. Cientos de miles de jóvenes tomaron conciencia del poder de la movilización popular. La noche del jueves, a pesar de los gases lacrimógenos, abrió una grieta y una esperanza en el imaginario carioca. Esa noche iconoclasta, hasta Pelé dejó de ser el Rey.
Excelente análisis, ya se vaticinaba lo que se vendría durante el mundial y la situación actual. El problema es que el gobierno de Dilma cedió pero no a favor de los movimientos sociales, sino hacia la derecha vernácula. Ahora habría que preguntarse ¿quién se benefició realmente? ¿quién gobierna Brasil?
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