Repensando el anti-americanismo
Por Leandro Morgenfeld*
“Por qué nos
odian?” “¿Por qué el mundo detesta a Estados Unidos?” Sobre estos
interrogantes se construyó y se sustenta un mito fundante en el país del
Norte, que sirve de argumento a los sectores más conservadores para
justificar sus políticas.
En la última década, más de 6.000 artículos de diario
fueron dedicados en Estados Unidos a analizar el “anti-americanismo”.
Los cultores de ese concepto señalan, en una visión autocentrada fundada
en la idea del destino manifiesto de la potencia del Norte, que los
extranjeros son irracionales y están mal informados acerca del “mejor
país del mundo”. Por eso son anti-americanos.
A contramano de esta posición, el
historiador alemán Max Friedman, profesor de la American University
(Washington DC), reconstruye desde una perspectiva crítica la historia
de un concepto central a la hora de recrear la ideología del destino
manifiesto: la idea de que Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios
para civilizar al resto del planeta, exportando democracia, libertad y
capitalismo (1).
En un contundente despliegue de erudición, sustentado en el trabajo en
archivos de nueve países y en cinco idiomas, Friedman logra deconstruir
una de las principales ideas que condicionan tanto la política interna
de Estados Unidos como su relación con otros países, sean aliados o
rivales.
Así, la renovación del interés por esta
problemática luego del atentado contra las Torres Gemelas llevó al autor
a revisar el concepto del “anti-americanismo” desde una perspectiva
histórica y focalizada en dos regiones: Europa y América Latina,
consideradas como el mundo occidental, el área de mayor influencia de
Estados Unidos.
Al fin y al cabo, para desarmar todo
mito, es preciso reconstruir su nacimiento, despliegue y
transformaciones. Ya en el primer capítulo, Friedman recorre las
mutaciones del concepto y muestra, por ejemplo, cómo éste fue utilizado
para desestimar las críticas a la anexión de la mitad del territorio
mexicano en 1846 o para catalogar como anti-americanos a quienes
luchaban por la abolición de la esclavitud.
El valor de la obra no se limita a su enorme interés
histórico y sociológico, sino que tiene una gran relevancia política.
Friedman demuestra cabalmente cómo dentro de Estados Unidos la idea del
anti-americanismo fue y es utilizada para bloquear reformas
progresistas, tildándolas de contrarias a los supuestos valores
estadounidenses. El concepto es utilizado asimismo para estigmatizar
cualquier crítica externa a las políticas de Washington (2).
Así, quienes critican el accionar imperialista de la Casa Blanca o del
Pentágono (pero no al pueblo estadounidense), por ejemplo, son
calificados de opositores a la libertad y la democracia. Friedman, en
cambio, sostiene que la supuesta existencia de un sentimiento
anti-yanqui en el mundo no es una real amenaza para la sociedad
estadounidense, sino sólo un argumento de los sectores más conservadores
de Washington para justificar su agresiva política exterior.
A contramano de la mayoría de los estudios sobre la
problemática, que dan por supuesta la existencia de un generalizado
sentimiento anti-americano en el mundo entero y proponen distintas
explicaciones (envidia, ignorancia, autoritarismo), Friedman se focaliza
en iluminar las falacias de esos argumentos y en explicar cómo ese
concepto opera envenenando la política estadounidense (legitimando
violaciones a los derechos humanos, conculcando libertades, manteniendo
un impresionante aparato securitario).
El anti-americanismo es definido en sus
usos frecuentes como una ideología, un prejuicio cultural, una forma de
resistencia, una amenaza, una oposición a la democracia, un rechazo a la
modernidad o una neurótica envidia a Estados Unidos. Sin embargo el
historiador advierte que, en realidad, para hablar de anti-americanismo,
deberían estar presentes al menos dos elementos: una hostilidad
particular hacia Estados Unidos (más que hacia otros países) y un odio
generalizado hacia Estados Unidos (hacia todos los aspectos de su
sociedad, no hacia su política exterior). Así, una crítica al accionar
imperialista de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
por ejemplo, no debería ser catalogada como anti-americanismo, ya que
está denunciando a una organización militar que responde al gobierno de
varios países de acuerdo a intereses imperiales (3). Rechazar la política del Pentágono en América Latina no equivale a impugnar al pueblo de Estados Unidos (4).
El mito del excepcionalismo
Esta aclaración, que parece una verdad obvia, es necesaria ya que muchas veces se opera confundiendo los niveles, para evadir las críticas. Es como suponer que cuestionar el accionar agresivo del gobierno de Israel contra el pueblo palestino equivale a impugnar al pueblo judío. Durante dos siglos, se utilizó el mote de “anti-americano” como un epíteto para descalificar cualquier crítica. Jean-Paul Sartre, Carlos Fuentes, Martin Luther King Jr., Charles De Gaulle o incluso Mark Twain fueron etiquetados de “anti-americanos”, cuando en realidad eran críticos de distintos aspectos de la política o la sociedad estadounidenses, así como también lo eran de otras sociedades.
En la actualidad, los herederos de Joseph
McCarthy que están obsesionados con el odio irracional hacia Estados
Unidos, no duda(ba)n en calificar como “anti-americanos” a Julian
Assange o a Hugo Chávez, dos críticos de la política exterior del
Departamento de Estado. Y no son sectores aislados, sino que mantienen
una enorme capacidad de influir en Estados Unidos (por ejemplo, para
horadar el movimiento de oposición a la invasión de Irak en 2003).
Por eso es sumamente relevante la investigación histórica
de Friedman, que puede inscribirse en una corriente más amplia de
académicos que buscan rebatir la idea del excepcionalismo estadounidense
(5). Lo propio planteó Andrew J. Bacevich en su último libro, Washington Rules. America’s path to permanent war [Washington manda. La vía estadounidense a la guerra permanente] (6).
Este militar retirado, es decir alguien que durante buena parte de su
vida adulta actuó bajo el mandato de los intereses impuestos por el
Pentágono, la CIA y la Casa Blanca, desmenuza y ataca los lugares
comunes impuestos por el acuerdo bipartidista de demócratas y
republicanos en las últimas seis décadas. Su libro, al que los
conservadores del país del Norte no dudarían en calificar como
“anti-americano”, pretende mostrar que un cambio desde adentro de la
sociedad estadounidense es posible. En este sentido se propone, en
concreto, discutir la idea de que Estados Unidos tiene el deber de
liderar, salvar y transformar el mundo. Aunque no sea su intención
explícita, la obra de Friedman también abona ese terreno. Para impulsar
una política anti-imperialista es necesario abandonar el mito de la
división binaria entre pro y anti americanos. Y convencer al 99% de la
población estadounidense de que las políticas de Wall Street y el
Pentágono van también en contra de sus intereses.
1. Max Paul Friedman, Rethinking Anti-Americanism. The History of an Exceptional Concept in American Foreign Relations,Cambridge University Press, Nueva York, 2012.
2. Véase, entre otros, Paul Hollander, Anti-Americanism: Critiques at Home and Abroad, 1965-1990, Oxford University Press, Nueva York, 1992, y Barry Rubin, Barry y Judith Colp Rubin, Hating America: A History, Oxford University Press, 2004.
4. Leandro Morgenfeld, Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012, p. 135.
5. En esa línea, es interesante el reciente trabajo de Thomas Bender, Historia de los Estados Unidos. Una nación entre naciones, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
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