Carlos Pagni publica hoy en La Nación un artículo defendiendo una integración de carácter neoliberal, y reivindica el ALCA, la Alianza Trans-Pacífico, la Alianza del Pacífico y las demás instancias impulsadas por el gran capital trasnacional. Como es habitual, estamos en sus antípodas. Pero es interesante leer sus argumentos:
La Argentina, a contramano del nuevo orden comercial
A
diferencia de lo que ocurrió en la crisis del 30, en el siglo pasado,
los principales actores de la economía internacional se han negado a
afrontar la tormenta que se desató en 2008 con una receta
proteccionista. El mundo asiste a una sorprendente liberalización del
comercio. Dos procesos que ya estaban en curso se aceleran: la
integración de grandes áreas de intercambio y la migración del eje
central de la globalización hacia el Pacífico.
Hace 15 días, Colombia, México, Perú y Chile
profundizaron en una reunión en Cali la Alianza del Pacífico,
comprometiéndose a eximir de aranceles el 90% de sus productos. México,
Perú y Chile unificaron sus bolsas de valores.
Al mismo tiempo, en Lima, los ministros de Comercio de
Estados Unidos, Canadá, México, Perú y Chile avanzaron con los de
Australia, Brunei, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur y Vietnam en la
constitución de la Asociación Transpacífica, conocida como TPP (Trans
Pacific Partnership). En mayo, Japón fue invitado a integrarse a esta
liga, que estaría funcionando a comienzos de 2014.
Según muchos analistas, la creación de esta sociedad es
una respuesta de Washington a la expansión de China en América. Por eso
sorprendió que el ministro de Comercio chino, Gao Hucheng, dijera que
su país estudia los pros y contras de adherir al TPP una vez que lo haga
Japón. Lo hizo poco antes de que el presidente Xi Jinping llegara a
California para reunirse con Barack Obama durante 48 horas, el viernes
pasado.
La otra gran novedad está por ocurrir. Estados Unidos y
la Unión Europea avanzarán en un acuerdo de libre comercio durante la
reunión del G-8, en Irlanda, el próximo 17.
Actores de distinto porte están tomando decisiones ante
estos cambios. Obama, por ejemplo, nominó a Michael Froman como
representante de Comercio. Froman es, desde los tiempos de Harvard, uno
de los amigos más cercanos del presidente de los Estados Unidos.
El secretario de la Comunidad Iberoamericana, Enrique
Iglesias, convocó para la semana que viene, en Santander, a los
principales especialistas de comercio de América latina a fin de que
analicen las consecuencias de estos acuerdos a ambos lados del
Atlántico. Entre los invitados de Iglesias está Roberto Azevedo, el
brasileño que acaba de ser elegido director general de la OMC.
¿Qué significa para la Argentina esta remodelación del
mapa económico? En principio, la desmentida de un prejuicio central de
Cristina Kirchner: que el ciclo de turbulencia que experimenta el
capitalismo desde el año 2008 abriría paso a una etapa de proteccionismo
mercadointernista. No sólo no se verificó esa profecía, sino que
prevalece la tendencia hacia una mayor apertura.
La otra hipótesis argentina que entra en crisis es la
postulación de "Sudamérica" como un concepto internacional predominante
sobre el de "América latina". Esta clasificación, que supone el
aislamiento de México por su incorporación al Nafta, es la premisa a
partir de la cual Brasil ejerce un liderazgo regional. Ahora, a través
de la Alianza del Pacífico, México vuelve, y la Unasur se desdibuja.
Hay un criterio más que comienza a ser desafiado por el
nuevo orden comercial: la conveniencia de haber sepultado el Área de
Libre Comercio de las Américas (ALCA). La Presidenta solicita a menudo
un reconocimiento por esa decisión. Pero el tiempo está corroborando lo
que Fernando Henrique Cardoso predijo en A arte da política , y su lúcido canciller Luiz Felipe Lampreia en O Brasil e os ventos do mundo
: la negativa a negociar el ALCA llevaría a los Estados Unidos a
suscribir acuerdos bilaterales con la mayoría de los países de la
región, consiguiendo para sus empresas ventajas de las que las
brasileñas quedarían marginadas. José María Aznar se lo vaticinó a Lula
da Silva en octubre de 2003, durante una conversación reservada, en
Brasilia: "La caducidad del ALCA es una pésima noticia para todos, pero
sobre todo para Brasil".
Estas ideas se están poniendo de nuevo en circulación en el establishment
brasileño. Los expertos, los empresarios y la prensa observan que el
país crece menos, sobre todo si se lo compara con Rusia, la India y
China, los demás Bric. En 2012 su PBI aumentó 0,9%, mientras que el de
los socios de la Alianza del Pacífico lo hizo 5%, 1,9 puntos más que el
resto de América latina.
Si bien saneó su política fiscal y monetaria, Brasil
padece un déficit de competitividad: según datos de la Confederación
Nacional de la Industria, entre 2008 y 2011 perdió 5400 millones de
dólares por ventas en la región, que ahora son realizadas por los
Estados Unidos, la Unión Europea, China o México.
El jueves pasado, la agencia Standard & Poor's bajó
la calificación crediticia de Brasil de estable a negativa. El humor de
los analistas de inversión cambió: "Los que ganaron en los últimos tres
años lo hicieron vendiendo Brasil y comprando México", sintetizó un
crudelísimo financista de Wall Street.
Los empresarios brasileños están inquietos por estas
señales. Advierten que sus empresas pierden valor y consideran que lo
recuperarían abriéndose al mercado internacional y no buscando la
protección del gobierno. Un interesante cambio de conducta.
Para la Argentina estas inquietudes son decisivas
porque, como ilustró Alejandro Rebossio ayer en LA NACION, en Brasil
atribuyen las dificultades económicas, en primer lugar, al corset que
supone el Mercosur. En los centros industriales aumenta la presión para
que Dilma Rousseff se desembarace de las ataduras que la ligan a
Cristina Kirchner. O Estado de S. Paulo anticipó que Rousseff recibirá
un pliego de recomendaciones para negociar con la Alianza del Pacífico, y
para reformular el Mercosur, eliminando el arancel externo común y
permitiendo a cada socio la estrategia que considere más ventajosa.
El diario O Globo sintetizó estas demandas. El jueves
pasado, en un editorial furibundo, pidió a Rousseff que libere al país
del "costo Argentina". El texto http://oglobo.globo.com/opiniao/o-cada-vez-mais-elevado-custo-argentina-8603225
se pregunta: "No se sabe hasta cuándo Brasilia estará pasiva, en nombre
de un proyecto ideológico de montaje de una barrera en América latina
contra el «imperialismo yanqui», un delirio. Al final, Juan Domingo
Perón y Getulio Vargas lo intentaron, en la década del 50, y no dio
resultado".
Lampreia se hizo una pregunta similar en O Estado:
"¿Deberemos seguir presentándonos, sin muchas chances, en compañía de la
Argentina y Venezuela en las mesas de negociación?".
Dilma quizás esboce una respuesta en octubre, cuando
sea recibida por Obama en visita de Estado. Obama acaba de designar
embajadora en Brasilia a una destacada especialista en América latina,
Liliana Ayalde, quien lleva consigo a Alexis Ludwig, que hasta el
viernes se desempeñó en Buenos Aires.
Rousseff produce incertidumbre. El empresariado le pide
apostar al largo plazo, sumando a Brasil a la ola integradora. Pero los
hombres de negocios sospechan que su presidenta puede estar
impresionada por Cristina Kirchner y sus resultados políticos. Dilma
subió aranceles, estableció subsidios energéticos e intervino en la vida
empresarial, sobre todo a través de los fondos estatales de pensión,
con la mirada puesta en los comicios del año próximo.
Sin embargo, hace un par de meses, la presidenta
brasileña urgió a José Durão Barroso a reanudar las tratativas
Mercosur-Unión Europea. El presidente del Consejo de Europa le hizo
notar que el problema era la Argentina. "De eso me encargo yo", contestó
ella, autosuficiente. No le fue nada bien: en la última reunión con la
señora de Kirchner las sugerencias brasileñas chocaron contra un muro.
¿Conseguirán una respuesta más alentadora los encargados del Mercosur y
de la Argentina en la Unión Europea, que llegarán a Buenos Aires esta
semana?
El kirchnerismo aborda la reconfiguración internacional
con Guillermo Moreno bloqueando importaciones y Ricardo Echegaray
montando un cepo. Amado Boudou, Diego Bossio y Axel Kicillof concurren a
la TV del Estado para elogiar a la Presidenta por "proteger el trabajo
de los argentinos". Los frutos de esa orientación son amargos: mayor
dependencia del precio de las commodities , un superávit
comercial cada día mas riesgoso y caída en las reservas. En otras
palabras: una economía menos competitiva que destruye empleo.
Algunas medidas adicionales terminarán de convencer a
Brasil de que, así planteado, el Mercosur es una condena. A las
dificultades que determinaron la retirada de Vale -una inversión de más
de 6000 millones de dólares-, se sumó la estatización del Tren de la
Costa, operado por la brasileña ALL, y las diatribas de Martín Buzzi, el
gobernador de Chubut, contra Petrobras: "La verdad es que nunca hizo
mucho y ahora va a hacer menos". Buzzi es un amigo de Cristóbal López,
el empresario kirchnerista a quien Petrobras se negó a vender sus
activos argentinos.
Los cambios que registra el comercio a escala global,
amenazando la principal asociación del país, encuentran al Gobierno
enfrascado en inexplicables negociaciones con Irán. Es llamativo. Pero
más asombroso todavía es que tampoco la oposición política y los líderes
empresariales impulsan un debate sobre el sentido de esas mutaciones.
Toda una dirigencia anestesiada frente al ruido de la historia.
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