Colombia y la OTAN
Por Atilio A. Boron * (Página/12)
El
anuncio del presidente Juan Manuel Santos de que “durante este mes de
junio suscribirá un acuerdo de cooperación con la Organización del
Tratado Atlántico Norte (OTAN) para mostrar su disposición de ingresar a
ella” ha causado una previsible conmoción en Latinoamérica. Justificó
la novedad diciendo que Colombia tiene derecho a “pensar en grande”,
diciendo que “si logramos esa paz” –refiriéndose a las conversaciones en
curso con las FARC en Cuba, con el aval de este país, Noruega y
Venezuela– “nuestro ejército estará en la mejor posición para poder
distinguirse también a nivel internacional”. Para ello nada mejor que
asociarse a la OTAN, una organización sobre la cual pesan innumerables
crímenes de todo tipo perpetrados en la propia Europa (bombardeo a la ex
Yugoslavia), a Irak, a Libia y ahora en Siria, por su colaboración con
los terroristas que han tomado a ese país por asalto.
Hasta ahora el único “aliado extra OTAN” latinoamericano había sido
la Argentina, que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años
de Menem, luego de participar en la Primera Guerra del Golfo
(1991-1992). El status de “aliado extra OTAN” fue creado en 1989 por el
Congreso de los Estados Unidos como un mecanismo para robustecer y
legitimar sus incesantes aventuras militares con un aura de “consenso
multilateral” que en realidad no tienen. Esta incorporación de los
aliados extrarregionales de la OTAN es hija de la transformación de las
fuerzas armadas de los Estados Unidos desde un ejército preparado para
librar guerras en territorios acotados a una legión imperial que, con
sus bases militares de distinto tipo (más de mil en todo el planeta),
sus fuerzas regulares, sus unidades de “despliegue rápido” y el
creciente ejército de “contratistas” (vulgo: mercenarios) necesita estar
preparada para intervenir en pocas horas para defender los intereses
estadounidenses en cualquier punto caliente del planeta. Con su
decisión, Santos se pone al servicio de tan funesto proyecto.
A diferencia de la Argentina (que en 2012 afortunadamente perdió el
status de “aliada extra OTAN”), el caso colombiano es muy especial
porque desde hace décadas recibe un muy importante apoyo económico y
militar de Estados Unidos, de lejos el mayor de los países del área.
Cuando Santos declara su vocación de proyectarse sobre el “mundo
entero”, lo que esto significa es su voluntad para convertirse en
cómplice de Washington, para movilizar sus bien pertrechadas fuerzas más
allá del territorio colombiano y para intervenir en los países que el
imperio procura desestabilizar. Y no es un secreto para nadie que la
primera en esa lista no es otra que Venezuela. La pretensión de la
derecha colombiana ha sido convertirse, especialmente a partir de la
presidencia del narcopolítico Alvaro Uribe Vélez, en la “Israel de
América latina”, erigiéndose, con el respaldo de la OTAN, en el gendarme
regional del área para agredir a vecinos que tengan la osadía de
oponerse a los designios imperiales. Claro que ante el rechazo que
suscitaron aquellas declaraciones, Santos tuvo que ordenar a su ministro
de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que aclarase que lo que se buscaba con
la OTAN era “un acuerdo de cooperación para tres temas específicos:
derechos humanos, justicia militar y educación a las tropas”. ¡Pobre
Colombia, si acude a una organización criminal como la OTAN para ser
instruida en esas materias!
Con su decisión, Santos también pone irresponsablemente en
entredicho la marcha de las conversaciones de paz con las FARC en La
Habana, asestando un duro golpe a las expectativas de los colombianos
que desde hace décadas quieren poner fin al conflicto armado. ¿Cómo
podrían confiar los guerrilleros colombianos en un gobierno que no cesa
de acentuar su vocación injerencista y militarista, ahora potenciada por
su pretendida alianza con una organización de tintes tan delictivos
como la OTAN? Por otra parte, esta decisión no puede sino debilitar los
procesos de integración y unificación supranacional en curso en América
latina y el Caribe. ¿Qué hará ahora la Unasur y cómo podrá actuar el
Consejo de Defensa Suramericano cuyo mandato es consolidar a nuestra
región como una zona de paz, libre de la presencia de armas nucleares o
de destrucción masiva y para lo cual se requiere construir una política
de defensa común y fortalecer la cooperación regional en ese campo? El
presidente Evo Morales ha solicitado una reunión de urgencia de la
Unasur para tratar el tema, pero sin el decidido apoyo de Argentina y
Brasil tal cosa difícilmente podrá prosperar.
Es indiscutible que detrás de esta decisión del presidente
colombiano se encuentra la mano de Washington, que convirtió a la OTAN
en un dispositivo bélico de alcance mundial, rebasando con creces el
perímetro del Atlántico Norte. No menos evidente fue la directiva de
Obama en el sentido de impulsar, poco después de lanzada la Alianza del
Pacífico –una tentativa de resucitar el ALCA con otro nombre–, la
provocadora reunión de Santos con el líder golpista venezolano Henrique
Capriles. Similar maniobra se percibe ahora, dadas las graves
implicaciones geopolíticas que tiene esa iniciativa al tensar la cuerda
de las relaciones colombo-venezolanas; amenazar a sus vecinos y
precipitar el aumento del gasto militar en la región; debilitar a la
Unasur y la Celac; alinearse con Gran Bretaña en el diferendo con la
Argentina por las Malvinas, dado que esa es la postura oficial de la
OTAN. Y quien menciona esta organización no puede sino recordar que,
como concuerdan todos los especialistas, el nervio y músculo de la OTAN
los aporta Estados Unidos y no los otros Estados miembro, reducidos al
triste papel de simples peones del mandamás imperial. En suma: una nueva
vuelta de tuerca de la contraofensiva imperialista que sólo podrá ser
rechazada si se combinan la masiva movilización de los pueblos y la
enérgica respuesta de los gobiernos genuinamente democráticos de la
región, algo que apenas se ha insinuado en estas horas. Esa será una de
las pruebas de fuego que unos y otros deberán enfrentar las próximas
semanas.
* Director del Pled, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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