Leandro Morgenfeld
China avanza, discretamente, en América Latina. Ya no solamente como succionadora de recursos naturales, sino como líder en inversiones y créditos. La región, además, se transforma en un mercado creciente para las baratas manufacturas chinas. Ilusiones y riesgos de una nueva dependencia.
A principios de junio, el presidente Xi Jinping realizó una gira por América Latina, siendo éste su segundo viaje al exterior desde que asumió su cargo hace menos de un año. Llegó a Trinidad y Tobago apenas horas después de la visita del vicepresidente estadounidense Joe Biden. Después visitó Costa Rica y México, dos destinos también elegidos por Obama en mayo. Así como Estados Unidos, a través de la Asociación Trans-Pacífico, acecha el patio trasero chino, las autoridades del gigante asiático están haciendo lo propio en América Latina y el Caribe.
Esta inusitada actividad diplomática en la región ya no debería sorprender. Hace exactamente un año, el entonces premier Wen Jiabao había visitado Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Ante la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), estableció cinco propuestas concretas para potenciar la presencia china en la región:
1) profundizar la relación estratégica en base a la confianza mutua, mediante la creación del Foro de Cooperación China-América Latina y el Caribe (mecanismo para mantener un diálogo permanente entre la CELAC y Pekín); 2) duplicar el intercambio comercial, llegando a los 400.000 millones de dólares (en 2012 alcanzó los 262.000 millones, frente a los 834.000 que la región tuvo con Estados Unidos); 3) fortalecer las inversiones y asistencia financiera, creando un Fondo de Cooperación China-América Latina y el Caribe, al cual los bancos del país asiático aportarían un primer paquete de 5.000 millones de dólares, al tiempo que el Banco de Desarrollo de China impulsaría una línea de crédito de 10.000 millones destinada a la construcción de infraestructura; 4) garantizar la seguridad alimentaria, a través de la creación de una reserva de 500.000 toneladas de alimentos para fines humanitarios y la puesta en marcha de un foro de ministros de agricultura, para fortalecer la agroindustria, la manufactura, la ciencia y la tecnología; 5) incrementar el intercambio cultural, la comunicación, el deporte y el turismo bilateral.
Este ambicioso plan se sustenta en la creciente demanda china de alimentos, metales, energía y minerales que exporta nuestro continente. Ya en 2011, China desplazó a la Unión Europea como abastecedor de América Latina y el Caribe. El comercio interregional, en la última década, tuvo un incremento superior al 30% anual, lo cual más que duplica las tasas de aumento del comercio global.
En el caso argentino, y a modo de ejemplo, China es el segundo socio comercial y aumentó su participación como destino de las exportaciones argentinas del 1% al 10% en apenas dos décadas. Segunda economía mundial, la locomotora asiática es hoy el socio comercial principal de 144 países. En 2009 se transformó, además, en el primer exportador mundial de capitales, superando a Estados Unidos y Alemania. Tres años después, pasó del sexto al tercer lugar como mayor inversor global. En nuestra región, las inversiones directas chinas superaron los 250.000 millones de dólares. Sus bancos, además, prestaron más que los de Estados Unidos, revirtiendo una tendencia histórica.
Mientras gran parte de las burguesías latinoamericanas están deseosas de profundizar estos vínculos económicos con el gigante asiático, entre los analistas hay un gran debate al respecto. Algunos, como Jorge Castro o Carlos Escudé, exaltan las bondades de la relación con China, mientras que otros advierten sobre la posibilidad de recrear un vínculo neo-colonial, similar al que, por ejemplo, Argentina mantuvo por décadas con Gran Bretaña en la etapa agroexportadora.
Si bien la demanda china de soja y otros bienes primarios permitió en la última década a muchos países latinoamericanos sostener balanzas comerciales positivas y capear la crisis internacional, hay serios riesgos de una reprimarización de las economías regionales y de una profundización del modelo agro-minero exportador. La orientación "neodesarrollista", hoy puesta en debate en Brasil a partir de las enormes movilizaciones populares, está mostrando los límites del esquema económico exodirigido. Hasta la poderosa burguesía industrial paulista advierte sobre las consecuencias nefastas que puede tener la apertura indiscriminada y la competencia con las importaciones provenientes de china, producidas con una fuerza de trabajo que percibe salarios bajísimos.
Una serie de interrogantes se plantean a partir de la novedosa omnipresencia china en América Latina: ¿Qué impacto tendrá el ascenso económico y político del gigante asiático en el sistema capitalista, pero en particular en el Cono Sur? ¿Consolidará el nuevo patrón de especialización comercial regional primario exportador que se esbozó en la primera década del siglo XXI? ¿Pueden las exportaciones chinas, con mayor escala de producción y baratura de su fuerza de trabajo, tronchar la todavía incipiente reindustrialización latinoamericana? ¿Permite el ascenso de Pekín morigerar la hegemonía de Washington en el continente americano? ¿Qué carácter tendrá esa eventual transición hegemónica y cómo impactará en la inserción internacional latinoamericana?
En un reciente libro, Regionalismo y orden mundial: Suramérica, Europa, China, diversos autores debaten y abordan esos interrogantes. Raúl Bernal-Meza y Julio Sevares advierten allí contra las ilusiones acerca de una relación "sur-sur" con China. El primero concluye que, hasta ahora, Pekín está recreando un patrón de comportamiento de realpolitik, bastante similar a los modelos hegemónicos que sufrió América del sur en los siglos XIX y XX. El segundo detalla los riesgos de un énfasis en la exportación de commodities y productos primarios, y plantea la necesidad de enfrentar los desafíos que supone China mediante políticas cambiarias, comerciales y productivas, con más cooperación intrarregional, que permita incrementar el valor agregado de la producción y la exportación y mejorar la competitividad de las industrias manufactureras. Sin embargo, estos objetivos no son fácilmente alcanzables, dadas las asimetrías en América Latina y la puja entre divergentes estrategias de inserción internacional.
Nuestro continente debe repensar la relación con la potencia asiática para evitar repetir el esquema de dependencia que recreó en el siglo pasado con Gran Bretaña y Estados Unidos.
Leandro:Muy buen analisis,ajustadisimo. De paso saludo, tambien,la nota sobre las movilizaciones en Brasil,por demas ilustrativas,con miradas acertadamente critcas
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