Animal político
En gran medida, somos
espectadores privilegiados de la lucha por la identidad del partido
conservador en Estados Unidos. En otro sentido, también estamos
presenciando su potencial suicidio electoral. Resulta que, cuando se
trata de la reforma migratoria, los republicanos están más divididos que
nunca.
Han comenzado en Washington las discusiones en el Senado sobre la reforma migratoria. Seguirlas es fascinante por varias razones. La primera de ellas, claro está, tiene que ver con el futuro de la iniciativa de ley. La reforma propuesta por el llamado “Grupo de los ocho” ha recibido 300 enmiendas, sugeridas por legisladores de ambos partidos y con escalas distintas de cordura (o demencia, si el lector prefiere).
De aprobarse, muchas de las enmiendas cambiarían de manera fundamental el sentido de la propuesta original. Eso revela el difícil destino que le espera al proyecto de legislación. A pesar de que, por razones demográficas elementales, ninguno de los dos partidos puede darse el lujo de echar por la borda algún tipo de reforma migratoria significativa, es enteramente posible que los legisladores acaben por desarmar la iniciativa original hasta convertirla en un revoltijo irreconocible e insuficiente (una reforma a la mexicana, pues). Si así ocurre, el partido republicano sufrirá las consecuencias peores. Me parece poco probable que el electorado hispano, que está más activo e informado de lo que mucha gente piensa, le cobre al presidente Obama o a los demócratas el hipotético fracaso.
La narrativa imperante, que indica que los republicanos se han convertido en el partido de la obstrucción crónica, está ya profundamente arraigada en buena parte de la opinión pública, hispana y de todo tipo. Una nueva derrota de la reforma migratoria complicaría la vida a los republicanos en los siguientes años, quizá de manera irremediable. Y en ello radica el segundo ángulo fascinante de seguir estos debates en el Congreso estadounidense.
En gran medida, somos espectadores privilegiados de la lucha por la identidad del partido conservador en Estados Unidos. En otro sentido, también estamos presenciando su potencial suicidio electoral. Resulta que, cuando se trata de este crucial asunto, los republicanos están más divididos que nunca.
Por un lado están aquellos senadores que por años han defendido, con todo y sus “asegunes”, posiciones moderadas y sensatas al pensar la reforma al sistema de migración. John McCain, el senador de Arizona, es el ejemplo más claro. Como McCain hay otros senadores de larga trayectoria que ven la posible reforma migratoria como un legado de su tiempo en el Congreso, pues carecen ya de otras ambiciones político-electorales.
Después están los republicanos moderados por conveniencia. El ejemplo más evidente es el senador de Florida Marco Rubio. Etiquetado como el salvador de su partido cuando se piensa en el voto hispano, Rubio sabe que su carrera depende del futuro de esta reforma. Por eso la defiende a capa y espada, adoptando posiciones de verdad valientes en los últimos días. Y aunque las haya hecho suyas por motivos eminentemente egoístas, hay que reconocerle su valentía: así como el éxito de la reforma podría lanzarlo hacia la presidencial, su fracaso podría costarle no sólo ese calibre de ambición sino hasta su futuro como miembro del ala más conservadora del partido republicano.
En el otro extremo de la bancada republicana están auténticos radicales, que parecen dispuestos a acabar con su gallo Rubio con tal de defender valores conservadores anacrónicos y xenófobos. El ejemplo más claro es un hombre llamado Jeff Sessions, senador por el estado de Alabama. Conservador sin matices, Sessions parece haber hecho de la derrota de la reforma migratoria una suerte de misión personal.
Algo parecido ocurre con Ted Cruz, el senador estrella del Tea Party. Cruz, un tejano tan conservador como pedante (mucho, en ambos casos) se ha creído que, desde la plataforma de la derecha, puede hacerse de la candidatura republicana en el 2016. Eso lo hace doblemente peligroso para el futuro de la iniciativa.
No es imposible que estos republicanos terminen por imponerse y la reforma pierda fuerza (aunque estoy convencido de que, de una u otra manera, habrá reforma: el costo de lo contrario es demasiado alto para los dos partidos). Si los republicanos más conservadores ganan la partida, la suya será una victoria pírrica por excelencia. La demografía, hermana de la aritmética, no miente. Antagonizar al voto hispano sólo para defender el favor electoral de la minoría conservadora – estridente, activa, pero minoría al fin – me parece un error de cálculo de proporciones históricas. Quién lo iba a decir: el partido republicano le gusta coquetear con el suicidio.
Han comenzado en Washington las discusiones en el Senado sobre la reforma migratoria. Seguirlas es fascinante por varias razones. La primera de ellas, claro está, tiene que ver con el futuro de la iniciativa de ley. La reforma propuesta por el llamado “Grupo de los ocho” ha recibido 300 enmiendas, sugeridas por legisladores de ambos partidos y con escalas distintas de cordura (o demencia, si el lector prefiere).
De aprobarse, muchas de las enmiendas cambiarían de manera fundamental el sentido de la propuesta original. Eso revela el difícil destino que le espera al proyecto de legislación. A pesar de que, por razones demográficas elementales, ninguno de los dos partidos puede darse el lujo de echar por la borda algún tipo de reforma migratoria significativa, es enteramente posible que los legisladores acaben por desarmar la iniciativa original hasta convertirla en un revoltijo irreconocible e insuficiente (una reforma a la mexicana, pues). Si así ocurre, el partido republicano sufrirá las consecuencias peores. Me parece poco probable que el electorado hispano, que está más activo e informado de lo que mucha gente piensa, le cobre al presidente Obama o a los demócratas el hipotético fracaso.
La narrativa imperante, que indica que los republicanos se han convertido en el partido de la obstrucción crónica, está ya profundamente arraigada en buena parte de la opinión pública, hispana y de todo tipo. Una nueva derrota de la reforma migratoria complicaría la vida a los republicanos en los siguientes años, quizá de manera irremediable. Y en ello radica el segundo ángulo fascinante de seguir estos debates en el Congreso estadounidense.
En gran medida, somos espectadores privilegiados de la lucha por la identidad del partido conservador en Estados Unidos. En otro sentido, también estamos presenciando su potencial suicidio electoral. Resulta que, cuando se trata de este crucial asunto, los republicanos están más divididos que nunca.
Por un lado están aquellos senadores que por años han defendido, con todo y sus “asegunes”, posiciones moderadas y sensatas al pensar la reforma al sistema de migración. John McCain, el senador de Arizona, es el ejemplo más claro. Como McCain hay otros senadores de larga trayectoria que ven la posible reforma migratoria como un legado de su tiempo en el Congreso, pues carecen ya de otras ambiciones político-electorales.
Después están los republicanos moderados por conveniencia. El ejemplo más evidente es el senador de Florida Marco Rubio. Etiquetado como el salvador de su partido cuando se piensa en el voto hispano, Rubio sabe que su carrera depende del futuro de esta reforma. Por eso la defiende a capa y espada, adoptando posiciones de verdad valientes en los últimos días. Y aunque las haya hecho suyas por motivos eminentemente egoístas, hay que reconocerle su valentía: así como el éxito de la reforma podría lanzarlo hacia la presidencial, su fracaso podría costarle no sólo ese calibre de ambición sino hasta su futuro como miembro del ala más conservadora del partido republicano.
En el otro extremo de la bancada republicana están auténticos radicales, que parecen dispuestos a acabar con su gallo Rubio con tal de defender valores conservadores anacrónicos y xenófobos. El ejemplo más claro es un hombre llamado Jeff Sessions, senador por el estado de Alabama. Conservador sin matices, Sessions parece haber hecho de la derrota de la reforma migratoria una suerte de misión personal.
Algo parecido ocurre con Ted Cruz, el senador estrella del Tea Party. Cruz, un tejano tan conservador como pedante (mucho, en ambos casos) se ha creído que, desde la plataforma de la derecha, puede hacerse de la candidatura republicana en el 2016. Eso lo hace doblemente peligroso para el futuro de la iniciativa.
No es imposible que estos republicanos terminen por imponerse y la reforma pierda fuerza (aunque estoy convencido de que, de una u otra manera, habrá reforma: el costo de lo contrario es demasiado alto para los dos partidos). Si los republicanos más conservadores ganan la partida, la suya será una victoria pírrica por excelencia. La demografía, hermana de la aritmética, no miente. Antagonizar al voto hispano sólo para defender el favor electoral de la minoría conservadora – estridente, activa, pero minoría al fin – me parece un error de cálculo de proporciones históricas. Quién lo iba a decir: el partido republicano le gusta coquetear con el suicidio.
Fuente: http://www.animalpolitico.com/blogueros-ciudad-de-angeles/2013/05/10/suicidas-en-washington/#axzz2StSwvYCI
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