A continuación, reproducimos el editorial de Carlos Pagni sobre el supuesto "aislamiento" argentino. Según su perspectiva, no seguir a pie juntillas lo que quiere imponer Washington es sinónimo de falta de cordura. Desde esta lógica, cualquier política autónoma es irracional. El "modelo" a seguir, claro está, es el de México, Chile o Colombia, cuyos gobiernos derechistas alientan políticas neoliberales y un renovado seguidismo de Washington.
Difícil encontrar una perspectiva tan subordinada a los intereses imperialistas en América...
Washington y América latina / Las causas del distanciamiento / El escenario
La Argentina, un país aislado sin que nadie lo haya excluido
La
Argentina no forma parte del plan de Barack Obama para relanzar las
relaciones de los Estados Unidos con América latina. Las razones de esa
exclusión radican, en principio, en la peripecia que ha tenido la
relación bilateral durante la era Kirchner. Pero también operan factores
más densos, como la posición de la Presidenta frente a la acelerada
reconfiguración que se registra en la región, sobre todo en el mapa de
las relaciones comerciales. Un proceso al que el Gobierno insiste en
sustraerse.
Buenos Aires no estará entre las escalas del viaje del
vicepresidente norteamericano, Joe Biden. Tampoco Cristina Kirchner
figura en la lista de latinoamericanos convidados a la Casa Blanca.
La omisión tiene un motivo inmediato, sólo en
apariencia trivial: ningún diplomático norteamericano quiere correr el
riesgo de hacer pasar un mal momento a los máximos gobernantes de su
país. La memoria del Departamento de Estado está marcada por tres
traumas recientes: los malos tratos de Néstor Kirchner a George W. Bush
en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005; los insultantes
reproches de Cristina Kirchner en diciembre de 2007, a raíz de las
investigaciones sobre Guido Antonini Wilson y su valija precursora, con
800.000 dólares, y la irrupción de Héctor Timerman en un avión de la
fuerza aérea norteamericana, para incautar material sensible con el
pretexto de prevenir un eventual atentado terrorista. Nadie puede
asegurar al gobierno de los Estados Unidos que las autoridades
argentinas no agriarán una visita con algún exabrupto irreparable.
A esos escándalos se les sumaron desaires menos
estridentes. Durante la X Conferencia de Ministros de Defensa de las
Américas, que se realizó en octubre, en Montevideo, Arturo Puricelli,
presionado por su secretario internacional Alfredo Forti y contra lo que
había prometido, votó en contra de que las Fuerzas Armadas puedan
prestar servicios de ayuda humanitaria, por temor a un avasallamiento
imperialista. Con el mismo criterio, la Casa Rosada obligó a tres
gobernadores a rechazar la donación de otros tantos centros para atender
emergencias naturales, ofrecidos por los Estados Unidos.
Sin embargo, el desencuentro entre Buenos Aires y
Washington se profundizó con el acuerdo entre Cristina Kirchner y el
presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad. No sólo por la aproximación
argentina a un régimen como el de los ayatollahs, al que las principales
potencias occidentales pretenden aislar.
Lo más irritante para la relación con los Estados
Unidos es que esa aproximación es un giro de política exterior todavía
incomprensible. Alcanza con recordar que el 10 de agosto de 2010, Héctor
Timerman visitó a Hillary Clinton para denunciar que Teherán encubría a
los iraníes que atacaron la AMIA, y para hacerle notar que esos
terroristas estaban detrás del intento de voladura del aeropuerto
Kennedy.
Cinco meses más tarde, Timerman negociaba con el
canciller de Irán, Ali-Akbar Salehi, en Aleppo, una comisión bilateral
que determinaría quiénes eran los autores del atentado y quiénes sus
encubridores. De proponer una alianza antiterrorista a los Estados
Unidos pasó a acusarlos de terroristas.
La pirueta todavía no concluyó. El Gobierno no consigue
explicarse por qué Ahmadinejad no envió el acuerdo a la Asamblea
Consultiva de su país. Aunque para cualquier lector de diarios
internacionales es obvio: Ahmadinejad está peleado a muerte con el
presidente del Parlamento, Ali Larijani.
Con independencia de estas torpezas, para los Estados
Unidos la decisión del kirchnerismo de negociar con los iraníes la causa
AMIA significa un cambio de bando en medio de una guerra. El acuerdo se
celebró dos meses después de que Obama promulgara una ley para
contrarrestar la influencia de Irán en el hemisferio occidental.
Washington interpreta esa vuelta de campana como la
expresión diplomática de la creciente falta de compromiso de Cristina
Kirchner con algunos rasgos de la democracia republicana, como la
libertad de prensa. Cuando hace 10 días la subsecretaria para las
Américas norteamericana, Roberta Jacobson, debió justificar por qué la
Casa Blanca no privilegiaba ciertas asociaciones, se refirió a esa
defección. Estaba respondiendo una pregunta sobre las amenazas a los
medios de comunicación bajo el kirchnerismo.
Sería incorrecto limitar a estos entredichos las
razones por las cuales la Argentina fue separada del plan
latinoamericano de Obama. Esa iniciativa es parte de un proceso de
integración que se desarrolla, sobre todo, en el plano comercial.
Estados Unidos firmó tratados de libre comercio con Costa Rica, Panamá,
México, Colombia, Perú y Chile. Los últimos cuatro países firmaron el
jueves pasado un acuerdo para liberar el 90% del intercambio de bienes.
Al mismo tiempo, Chile, México, Perú y los Estados Unidos negocian desde
diciembre pasado un acuerdo de Asociación Trans-Pacífica (Trans-Pacific
Partnership, TPP), con Australia, Singapur, Nueva Zelanda, Brunei y
Vietnam.
Cristina Kirchner no está dispuesta a examinar estas
novedades. Su administración camina en sentido inverso: fue eliminada
del régimen de preferencias comerciales de los Estados Unidos, y
denunciada por más de 40 países en la OMC por prácticas desleales de
comercio.
En el campo energético, también la aproximación es
dificultosa. Obama impulsa una asociación continental para la producción
de energía, sobre todo la renovable y la no convencional. Aspira a que
en dos décadas su país se abastezca sólo en el mercado de las Américas.
Esa pretensión entraña una de las mutaciones más importantes de la
escena global. La Argentina podría jugar un rol destacado con YPF y su
yacimiento Vaca Muerta. Pero el gobierno de los Estados Unidos no puede
avanzar en esa dirección hasta que no se resuelva el conflicto con
España por la propiedad de esa compañía.
Desconfiada de la tendencia a la desregulación del
comercio y la integración económica que prevalece en la región, Cristina
Kirchner prefiere hacer de la Argentina una fortaleza. Un país que
elige por propia vocación el aislamiento, sin necesidad de que lo
excluyan.
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