Fragmento del capítulo 10 de Relaciones Peligrosas, sobre el vínculo bilateral en los últimos años:
Tensiones y distensiones
Desde el choque
entre Bush y Kirchner en Mar del Plata, hasta la actualidad, la relación
bilateral atravesó distintas alternativas, oscilando entre las tensiones y las
distensiones. La crisis de 2001, junto con el “cambio de época” en América
Latina, determinaron, en distintos niveles, una reorientación, al menos
parcial, de las políticas de los años noventa. Lo propio pasó en la política
exterior argentina. Es preciso preguntarse qué rupturas y continuidades pueden
observarse entre el realismo periférico menemista y la política exterior kirchnerista.
Para muchos analistas, desde 2005, cuando el gobierno de Néstor
Kirchner se opuso al ALCA, se inició una nueva etapa, con una política
exterior más autónoma y de creciente conflictividad con Estados Unidos,
abandonando el “seguidismo” de Washington que caracterizó al gobierno de Menem.
Esos analistas reivindican generalmente la política exterior de los últimos
años, señalando que despliega rasgos de autonomía: se prioriza la integración
latinoamericana; se diversifican las vínculos comerciales externos (destacan
los nuevos lazos con China, India y otros países asiáticos y africanos); se
realizan activas gestiones para promover las exportaciones; se alentó la
creación de la UNASUR; se participa destacadamente
en el G-20; se dio impulso al Mercosur, con una orientación distinta a la del
“regionalismo abierto” de los noventa (y que incorporó a Venezuela en julio de
2012); se canceló la deuda con el FMI; se logró licuar la presión de los
bonistas externos y disminuir gran parte de la deuda en default; se tuvo una acción diplomática destacada frente al golpe
en Honduras; y se puso en marcha una ofensiva internacional para presionar en
Gran Bretaña en función de que inicie negociaciones por Malvinas.
Desde la crítica del establishment, se insiste con las ideas
mencionadas recurrentemente en la gran prensa: Argentina no es un país “normal”
ni “serio”, como Brasil, Uruguay o Chile. Se aísla del mundo, desplanta a
líderes como Bush (2005) u Obama (argumento que, en parte, debió ceder frente
al acercamiento bilateral iniciado en noviembre de 2011). Su actual canciller, Héctor
Timerman, es acusado como poco profesional y que no guarda las formas
diplomáticas. Se dice que la política exterior está teñida por los intereses
(populistas y demagogos) políticos internos. Se insiste, además, en que los
constantes cambios de reglas y violaciones de las normativas espantan a los
inversores y dificultan el financiamiento externo.
Desde sectores de izquierda, se
enfatiza en el divorcio entre la prédica nacionalista y popular del discurso
del gobierno y una inserción internacional que favorece los agronegocios y un
modelo extractivista, con la sojización y la minería a cielo abierto, dominada
por grandes corporaciones extranjeras, como uno de los símbolos de esa
orientación. Se remarca que los gobiernos socialdemócratas latinoamericanos sirven
más bien como contención de los procesos más radicales, como los de Venezuela, Ecuador
o Bolivia, donde sí se plantea una orientación anti-estadounidense y se habla al
menos del "socialismo del siglo XXI". Desde esta perspectiva, se remarca
la contradicción entre una prédica latinoamericanista y la renuencia a integrar
el ALBA o a profundizar la CELAC. Además, el ingreso al G20 y las señales a
favor de Estados Unidos y los mercados financieros son interpretados como una
manifestación del doble discurso del gobierno.
A lo largo de 2011, la relación entre
Argentina y Estados Unidos volvió al centro del debate debido a los múltiples roces
bilaterales. Desde la IV Cumbre de las Américas el vínculo bilateral había
atravesado distintos conflictos: la valija de Antonini Wilson (sindicada como
una operación contra Kirchner, poco después de haber sido electa); los cables
filtrados por Wikileaks (en muchos de
ellos se mostraba tanto la fluida relación de dirigentes opositores y
editorialistas de algunos diarios con la embajada de Estados Unidos, como el
doble discurso del gobierno frente a ciertos dirigentes latinoamericanos
fuertemente enfrentados a Washington, como Chávez o Evo Morales); el conflicto
por el avión militar estadounidense requisado
personalmente por el canciller Timerman (a quién la prensa opositora acusó de
haber sobreactuado, con objetivos meramente electorales), la gira
latinoamericana de Obama (que viajó en marzo de Río de Janeiro a Santiago de
Chile sin pasar por Buenos Aires) o los votos de Estados Unidos contrarios a
que Argentina recibiera fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y
el Banco Mundial. Sin embargo, el 4 de noviembre, tras el cierre de la Cumbre
del G20 en Cannes, se produjo una entrevista entre Obama y Kirchner. Fue la
escenificación del nuevo rumbo que, tras las elecciones del 23 de octubre,
tanto la Casa Blanca como la Casa Rosada quisieron imprimirle a la relación
bilateral.
Mucho se ha especulado sobre las motivaciones de Obama: presionar para
que Argentina pague a los "fondos buitre", a las empresas
estadounidenses que ganaron fallos ante el CIADI y al Club de París, o para que
la Casa Rosada acepte la revisión de sus estadísticas y su economía por parte del
FMI. En cuanto a las motivaciones kirchneristas, se destacó la necesidad de
tener el apoyo de Estados Unidos para arreglar con el Club de París, equilibrar
la balanza comercial bilateral, actual e históricamente deficitaria, facilitando
el acceso de carne y limones, que cuentan con restricciones sanitarias. En
Cannes, más que avanzar en la resolución concreta de los temas pendientes, en
realidad lo que se hizo fue darle un marco protocolar y público al
relanzamiento del vínculo bilateral que, por motivos distintos, quiere cada una
de las partes. El gobierno de Kirchner, porque el reconocimiento de Obama
resaltaría su liderazgo regional y debilitaría la pretensión de la gran prensa
de que Argentina está aislada del mundo. Además, sería un punto fundamental
para la vuelta al mercado internacional de capitales (tomar deuda) y para
atraer inversiones (no fue casual la reivindicación que la presidenta hizo de
Estados Unidos como el segundo principal inversor en el país, detrás de
España). Por el lado de la Casa Blanca, el acercamiento responde a una
necesidad estratégica de reafirmarse en la región, en un contexto de relativo
declive. México está sumido en una crisis sin precedentes por el avance del
narcotráfico (50000 muertos en los últimos años), Brasil tiene una política
exterior más allá de las pretensiones de Washington (apoya el plan nuclear de
Irán, juega junto a China y Rusia en el BRICS, empezó a tener juego propio en
Oriente Medio y está potenciando su relación económica con Asia), y Colombia no
parece estar tan alineada como durante la gestión Álvaro Uribe.
En los últimos años, la OEA, definida en los años sesenta como un
“ministerio de colonias” que respondía a las órdenes del Departamento de
Estado, fue perdiendo peso específico, en detrimento de la UNASUR y la CELAC,
es decir dos instancias latinoamericanas que articularon diplomáticamente a la
región en los últimos años sin darle participación a Estados Unidos. Acercarse
a Argentina, en este contexto, es vital para Estados Unidos, para no retroceder
demasiado en su “patio trasero”. Reforzada por el amplio triunfo electoral,
Kirchner puede parecer a los ojos de la Casa Blanca como un mal menor en el
continente, frente a los Castro, Chávez, Morales, Correa u Ortega.
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