Integración de los pueblos o del capital
Leandro Morgenfeld
www.marcha.org.ar
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En la última década hubo avances concretos en la históricamente postergada integración latinoamericana. Se profundizaron distintos proyectos y crece la percepción general de lo positivo de la unión regional. Sin embargo, hay dos tipos de integración contradictorias: la que promueven los capitales y la que impulsan los pueblos.
La minera brasilera Vale anunció la suspensión de una multimillonaria
obra en Mendoza -el Proyecto Potasio Río Colorado- y estalló la
polémica en el MERCOSUR. La empresa justificó esta medida, que pone en
riesgo miles de puestos de trabajo, señalando que en Argentina no había
un clima de negocios favorable y que las demandas laborales eran
excesivas. Desde el gobierno nacional sostuvieron que no estaban
dispuestos a otorgarles (nuevos) beneficios impositivos por 3000
millones de dólares. El conflicto, que llevó en los últimos meses a
negociaciones al más alto nivel (entre las presidentas Rousseff y
Fernández), pone al descubierto tanto los flagelos del modelo
extractivista, como la integración regional. La gran prensa brasilera
demandó a Dilma que defienda los intereses "nacionales" frente a los
países "bolivarianos y semejantes".
Tras la devaluación, en 2002, se multiplicaron las inversiones
brasileñas en Argentina. La mayoría de ellas fueron orientadas a comprar
empresas de capitales nacionales y no a realizar nuevas inversiones.
Así, más de 500 grandes empresas, algunas emblemáticas, pasaron a manos
brasileñas. Este proceso es parte de la conformación de un conglomerado
de empresas trasnacionales de origen verdeamarelo: las llamadas
"translatinas". A partir del caso de Vale, o del que en su momento se
suscitó entre La Paz y Brasilia, ante el anuncio de la parcial
nacionalización del petrólero boliviano, es necesario poner en discusión
qué integración se está produciendo en la región. ¿La que postula la
gran burguesía regional, con epicentro en Brasil, o la integración de
los pueblos, como la que propicia el ALBA?
Los grandes industriales de San Pablo, agrupados en la poderosa
Federación de Industrias del Estado de San Pablo (FIESP), pretenden
avanzar en una integración regional, ya sea a través del MERCOSUR o la
UNASUR, que permita ampliar su escala de reproducción a nivel regional.
Brasil procura erigirse en líder regional, con el objetivo de potenciar
su liderazgo global. Su economía e incidencia internacional, menores a
las de sus otros socios del llamado grupo BRICS, como China y Rusia,
necesitan del resto de América del Sur para alcanzar ese status tan
ansiado por el Palacio de Itamaraty.
El proyecto del gran capital brasilero es, entonces, hegemonizar una
burguesía regional, que no confronte con el capital trasnacional
estadounidense, europeo o chino, sino que establezca algún tipo de
entendimiento. Es una integración que no tiene una perspectiva
anti-imperialista ni en favor de potenciar un desarrollo de los mercados
internos. Mucho menos, de morigerar las profundas diferencias sociales y
económicas que históricamente azotaron la región. Además, este esquema
de integración profundiza las asimetrías regionales. El MERCOSUR ya
mostró su relativa inviabilidad para Uruguay y Paraguay. Si se
profundiza esa línea, también lo será para Argentina. De hecho, en los
últimos años, proliferaron las compras de grandes empresas de capitales
argentinos por parte de las transalatinas. La burguesía brasileña, por
ejemplo, presiona en estos días para que la presidenta Rousseff tome
represalias ante la posible cancelación de la concesión a la minera
Vale.
La otra integración, aquella que abreva en Bolívar y que reclama la
(re)construcción de la patria grande, es impulsada por las
organizaciones sociales y políticas que luchan por la igualdad, la
libertad y una verdadera emancipación regional. La unión
latinoamericana, desde esta perspectiva, permitiría enfrentar en mejores
condiciones los embates del capital trasnacional, los organismos
financieros y las grandes potencias.
Muchas de estas organizaciones se han nucleado, desde 2007, en el
"ALBA de los movimientos sociales", que se autodefine como
anti-imperialista, anti-neoliberal y anti-patriarcal. Reivindican el
camino de los gobiernos que integraron la Alternativa Bolivariana para
los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y a la vez impulsan una
integración desde abajo. Esta otra integración, tiene, entonces, un
contenido potencialmente anti-capitalista.
Si bien se empezaron a materializar algunos de los proyectos
impulsados por los gobiernos de Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua, en realidad el ALBA es hasta el momento una iniciativa de
algunos países, sin mucho mayor apoyo de otros gobiernos, aunque sí fue
tomado como bandera por numerosas organizaciones populares de distintos
países de la región. El ALBA, si es apropiado por el conjunto de los
movimientos sociales y políticos en lucha, tiene como desafío ser el
puntapié para pensar y concretar una integración al servicio de los
proyectos anti-imperialistas y socialistas. Imaginado en términos de
esperanza, amanecer o alborada, sólo podrá hacer cumplir las
expectativas enunciadas si se desenvuelve como un proyecto
revolucionario. Para ello, debe impugnar no solamente el libre comercio y
las políticas neoliberales, sino recuperar el legado anti-imperialista
que plantearon los revolucionarios latinoamericanos a principios del
siglo XIX.
La primera integración, al servicio del capital, es más de lo mismo y
no va a permitir superar la dependencia. La segunda perspectiva, que
proclama que “Otra América es posible”, critica esa “integración”
neoliberal, que prioriza la liberalización del comercio y las
inversiones, y propone, en cambio, una integración en función de la
solución de los problemas que aquejan a las mayorías populares: pobreza,
indigencia, explotación, analfabetismo, desigualdad, subdesarrollo,
deterioro ambiental, endeudamiento externo. Criticada por idealista,
esta última integración busca construir una agenda económica
independiente de los intereses de los capitales más concentrados y de
los dictados de los organismos internacionales de crédito. Distinguir
entre estas dos perspectivas es el primer paso para construir esa otra
América que queremos.
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