El Chávez que conocí
Por Leandro Morgenfeld (www.marcha.org.ar)
Estar a pocos metros de Chávez permitía darse cuenta, rápidamente, de su extraordinario carisma. Incluso para los que sabemos que la Historia no la hacen los Grandes Hombres sino los pueblos era imposible no detectar el carácter descollante de su figura. Tres momentos con Chávez, claves en la historia latinoamericana de la última década.
Estar a pocos metros de Chávez permitía darse cuenta, rápidamente, de su extraordinario carisma. Incluso para los que sabemos que la Historia no la hacen los Grandes Hombres sino los pueblos era imposible no detectar el carácter descollante de su figura. Tres momentos con Chávez, claves en la historia latinoamericana de la última década.
Corrían los primeros días de 2005, el año en que, de acuerdo a los
planes de Washington, debía instrumentarse el ALCA. En Porto Alegre, se
reunían miles de activistas en el Foro Social Mundial. Las consignas:
"No al ALCA, sí a la vida", "Otra integración es posible". La figura de
Lula ya no era una novedad, aparecían críticos de izquierda,
decepcionados por el rumbo de su política. Chávez, en cambio, emergía
como líder regional. Había derrotado, movilización popular mediante, la
intentona golpista de abril de 2002, impulsada por Carmona y sus aliados
en Washington. También había superado el lock out patronal y el paro petrolero, cuando recuperó PDVSA. Ya no estaba tan solo en la región, había lanzado el ALBA junto con Cuba.
Una mañana, luego de algunas horas de cola, logramos ser parte del
nutrido y entusiasta grupo de "periodistas" que pudimos entrar en la
entrevista colectiva que dio Chávez. Muchos activistas de revistas y
medios de comunicación alternativa colmaron una atestada sala de prensa.
Cuando entró Chávez, se produjo una ovación. Recuerdo todavía los
comentarios de la indignada corresponsal de Clarín, que no podía creer
lo que estaba viendo. Esa vez, los medios del sistema no tuvieron el
monopolio de la palabra. Por sorteo, se eligieron las cinco personas que
podían preguntar. Sólo fueron cinco, pero Chávez se tomó dos horas para
responder. Habló de la necesidad de armar al pueblo -y no sólo confiar
en la lealtad de las fuerzas armadas-, para no repetir lo de Perón en el
'55, del golpe de estado en Haití, de la necesidad de derrotar el
proyecto hegemónico de EEUU. Había volado hacia Porto Alegre casi toda
la noche, visitado al amanecer y durante varias horas un campamento de
los Sin Tierra, almorzado con intelectuales. Todavía le quedaba hablar
ante una multitud en un estadio, en una de las concentraciones más
masivas de aquel Foro Social Mundial. Hacia allá lo seguimos, terminó
varias horas después, bien entrada la noche. Nosotros, agotados de sólo
escucharlo. Él, listo para volar hacia Argentina, donde lo esperaba una
agenda tan intensa como la que había desplegado en menos de 24 hs en
Brasil. Esa energía desbordante, que aquella vez me sorprendió, era una
de sus marcas registradas.
La segunda vez que lo vi en vivo fue en Mar del Plata, en noviembre
de ese mismo año. Yo estaba en la calle, junto a miles de manifestantes,
movimientos sociales y organizaciones políticas de toda América. Eran
los tiempo del "Stop Bush!", de repudiar su ofensiva militarista. Aparte
de la multitudinaria movilización callejera había otra convocatoria, en
el estadio Mundialista. Ahí, Chávez fue el principal orador (lo
acompañaba Evo, todavía no electo, y ningún otro presidente
latinoamericano). Pronunció una frase que sintetizó años de lucha en la
región: "ALCA, ¡al carajo! Mar del Plata es la tumba del ALCA". Y así
fue: el proyecto neoliberal de un área de libre comercio continental,
que pretendía consolidar la hegemonía estadounidense en América, fue
derrotado. Y Bush, que impulsaba "guerras preventivas", invasiones y
torturas, recibió un knock out latinoamericano. La victoria fue resultado de años de lucha de los movimientos sociales. Pero Chávez supo ponerla en palabras.
La última vez que lo vi en vivo fue algunas semanas más tarde, en
Caracas, en el emblemático teatro Teresa Carreño, cerrando el sexto Foro
Social Mundial, capítulo americano. El ALCA ya era un recuerdo, se
iniciaban otras luchas continentales, se buscaba profundizar el eje
bolivariano, ese conglomerado radical que se animaba a hablar del
"socialismo del siglo XXI". En ese viaje pude conocer más de cerca el
proceso político venezolano. Plagado de contradicciones, pero pujante,
desbordante. Miles en las calles, discutiendo, debatiendo. Escuelas
abarrotadas por las noches de adultos que se estaban alfabetizando. Hoy,
siete años más tarde, muchas de esas imágenes se repiten. Chávez sigue
moviendo multitudes. En Venezuela, pero también en toda América Latina.
Hace décadas que no se veía algo parecido. Es el rostro, para muchos, de
la esperanza de construir una sociedad no capitalista.
No se trata de canonizar a quien fue el líder de un proceso todavía
no cerrado. Justamente, uno de los aspectos a revisar es el (nefasto)
culto a la personalidad, que roza la adoración de tipo religiosa. Hay
que entender que si Chávez fue Chávez, más allá de su indudable carisma,
es porque había un pueblo que quiso cambiar la larga historia de
explotación y dependencia en Venezuela. La Historia no la construyen los
Grandes Hombres, sino los pueblos. Aunque algunas características
sobresalientes de algunos de ellos ayuden. Quedará, ahora, la
posibilidad de impulsar, en Venezuela y en América Latina, una práctica
emancipadora, que rompa los lazos de dependencia con el imperialismo
estadounidense y con las demás potencias. Que termine con todas las
formas de opresión social, las de clase y las de género.
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