El ajedrez de la integración americana
Leandro Morgenfeld
www.marcha.org.ar
Fracasado el proyecto del ALCA, se abrió la posibilidad histórica de avanzar en la integración latinoamericana. Cómo ubicarse en el complejo ajedrez del MERCOSUR, UNASUR, ALBA, CELAC y ALIANZA TRANSPACÍFICA.
En la Cumbre de las Américas de 2005, cuando se derrotó el ALCA
impulsado por Washington, apareció la posibilidad de pensar una
integración latinoamericana en clave pos-neoliberal. Poco antes, Cuba y
Venezuela habían lanzado la iniciativa del ALBA, que promovía el
intercambio no mercantil en América Latina. La nueva coyuntura regional,
con la caída y/o derrota de gobiernos abiertamente alineados con el
Consenso de Washington, permitió ampliar el área de influencia del eje
bolivariano. Sin embargo, casi una década más tarde, proliferan
múltiples y contradictorias estrategias de construcción de una unión
regional. Si bien Estados Unidos ya no manda como antes, tampoco se
consolidaron los proyectos alternativos.
Desde las revoluciones de independencia, los proyectos de
construcción de la "patria grande", inspirados en la ambiciosa
iniciativa de Simón Bolívar, enfrentaron recurrentes obstáculos. Por un
lado, la estrategia de Estados Unidos y las potencias europeas de
alentar la balcanización latinoamericana. Para consolidar la dependencia
regional, precisaron fogonear la fragmentación regional. El "divide y
reinarás" logró tronchar sucesivas iniciativas de integración a lo largo
de los siglos XIX y XX. Pero eso fue posible, fundamentalmente, por la
complicidad de la mayor parte de las clases dominantes latinoamericanas.
Subordinadas a Gran Bretaña o Estados Unidos, fueron escépticas frente a
cualquier atisbo de confluencia anti-imperialista, siempre temerosas de
que cualquier movimiento o revolución en ese sentido atentara contra
sus privilegios de clase.
El MERCOSUR surgió en la década de 1990, con una lógica comercialista
y en función de los intereses de las clases dominantes de Argentina y
Brasil, que adscribían al "realismo periférico" y al "regionalismo
abierto". En la actualidad, las fracciones más concentradas del capital
regional, con estrechos vínculos (subordinados) con las multinacionales
de los países centrales, intentan adecuarlo a sus necesidades,
priorizando una economía "exodirigida" que supone la especialización en
materias primas y en insumos industriales. En términos generales, ya no
plantean como antaño recuperar la estrategia de sustitución de
importaciones y reindustrialización basada en el mercado interno. Si
bien la reciente incorporación de Venezuela podría potenciar otro
perfil, persisten los obstáculos históricos, se profundizan las
asimetrías entre los socios y no hay atisbos de una perspectiva "social"
del MERCOSUR.
La Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), luego transformada en
UNASUR, es la principal instancia de articulación política entre los
presidentes de la región. El hecho de que convivan proyectos y
perspectivas disímiles en América Latina, dificultó la convergencia
política, económica y estratégica para analizar cuál sería la mejor
forma de integración. De todas formas, ha servido para fortalecer la
posición de Evo Morales cuando la oposición intentó desestabilizarlo
impulsando un movimiento separatista o cuando se concretó la agresión
militar de Colombia contra Ecuador. Intentó contrarrestar el golpe en
Honduras y actuó para frenar el levantamiento de la policía ecuatoriana
contra Correa. También presionó y aisló diplomáticamente a Paraguay
cuando su parlamento destituyó al presidente Fernando Lugo en junio de
2012, aunque no revirtió la situación. No pudo, tampoco, frenar la
instalación de bases militares estadounidenses en Colombia. Más allá de
las limitaciones, esta coordinación de los gobiernos de la región actuó
como instancia alternativa a la desprestigiada OEA, para atender
conflictos regionales sin la omnipresencia estadounidense.
En febrero de 2010 se produjo la creación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), instancia que implica una “OEA
latinoamericana”, un organismo en ciernes que reúne a 33 países del
continente, incluyendo a Cuba. Por primera vez, se instala un foro con
todos los países latinoamericanos, que excluye a Estados Unidos y
Canadá. Su cumbre inaugural se realizó en diciembre de 2011, no
casualmente en Caracas. Es impulsada por Venezuela, pero hasta ahora
sólo es una instancia embrionaria, con escaso desarrollo debido a las
diferencias que anidan en su seno.
A diferencia de las anteriores iniciativas, el ALBA se plantea
abiertamente como una opción para confrontar con el proyecto
estadounidense. Para afianzar la integración, Chávez propuso hace años
la asociación de las petroleras de cada país para formar Petrosur, crear
un banco regional -Bansur- con las reservas de cada país, establecer
acuerdos comerciales entre la Comunidad Andina de Naciones y el
Mercosur, y avanzar con proyectos de integración cultural y de
comunicación, como Telesur. Si bien se empezaron a materializar algunos
de estos proyectos, en realidad el ALBA es hasta el momento una
iniciativa de algunos países (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua, entre otros centroamericanos y del Caribe), sin mucho mayor
apoyo de los demás gobiernos, aunque sí reivindicado por organizaciones
sociales de todo el continente (existe el "ALBA de los movimientos
sociales").
Más allá de su decreciente influencia en la región, Washington logró
algunos acuerdos de libre comercio bilaterales y, con México, Colombia y
Chile, impulsa la Alianza Transpacífico. Esta incipiente iniciativa, de
matriz neoliberal, pretende ser una cuña en la integración
latinoamericana, contener la influencia bolivariana, congelar las
iniciativas que excluyen a Washington (como la CELAC o el ALBA) y
morigerar la influencia de potencias extra-regionales, como China.
Versión remozada del ALCA, muestra claramente las contradicciones entre
los gobiernos latinoamericanos y la persistencia de una perspectiva
abiertamente neoliberal.
La integración regional, una necesidad histórica para superar la
dependencia latinoamericana, debe enfrentar los embates externos y las
reticencias internas. O se hace en función de los grandes capitales
locales, aliados subordinados de distintas potencias, o se hace con una
perspectiva anti-imperialista, que permita ampliar el horizonte para un
proceso emancipador y anti-capitalista. La primera opción ya fue
ensayada repetidas veces a lo largo de la historia y mostró sus
fracasos. La segunda tiene que ser nuestra apuesta militante.
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