"Circo", "ridiculez",
"vergüenza", "herida autoinfligida", "drama innecesario". Esos son
algunos de los calificativos pronunciados por presentadores y analistas
en los espacios de opinión típicos del domingo en la televisión
estadounidense al analizar las negociaciones para esquivar el llamado
"precipicio fiscal"
Mientras tanto, en el capitolio en Washington
los legisladores republicanos y demócratas buscaban un acuerdo de última
hora para evitar que el país sufra a partir del primer día de 2013 el
recorte automático del gasto público y un aumento de impuestos que
algunos aseguran que llevará a la economía a una nueva recesión.
Normalmente un 30 de diciembre, la
fría capital de EE.UU. se llena de turistas pero se vacía de políticos
que van a sus lugares de origen a pasar las fiestas de fin de año con
sus familiares (y de alguna manera, con sus electores).
Pero este ha sido un fin de año distinto, de
trabajo, con la urgencia de resolver un problema que viene en gestación
desde hace una década y que entró en la recta final el año pasado,
cuando los que hoy se afanan en arreglarlo le pusieron fecha fija.
Por eso muchos se preguntan dentro y fuera de
EE.UU. por qué se ha esperado hasta último minuto para solucionarlo y
sobre todo, por qué no terminan de ponerse de acuerdo, sobre todo si
desde hace año y medio sabían que este momento llegaría.
Veremos el año que viene
Es un guión que se está haciendo ya conocido en
Washington y para algunos refleja un perverso juego político en el que
no se logran grandes acuerdos sino soluciones parciales.
Dialogo infructuoso
Las diferencias a la hora del
acuerdo radican en la negativa de los republicanos en aumentar algunos
impuestos y en la de los demócratas a reducir los aportes a programas de
seguridad social.
Mientras el presidente Obama
propone subir impuestos a los que ganan más de US$ 250.000 al año, el
liderazgo republicano consideró en días pasados poner el límite en un
millón de dólares.
Pero la iniciativa no fue
secundada por los propios republicanos que rechazan por principio
aumentar impuestos, aunque existe el riesgo de que todos los ciudadanos
empiecen a pagar más tasas en 2013.
Hacia la noche del domingo se
hablaba de “impasse” y el líder demócrata en el Senado, Harry Reid,
reconoció que no tenía nuevas propuestas que hacer a los republicanos.
El plazo para el acuerdo vence la medianoche del 31 de diciembre.
En 2011 se vivió algo muy similar cuando se trataba de aumentar lo que se llamaba el "techo de la deuda".
A mediados de aquel año el gobierno
estadounidense llegó al límite del endeudamiento que el Congreso le
autoriza y por ende no podía pedir nuevos préstamos, ni eventualmente
podría pagar los que ya contratados.
Lo que años atrás era un formalismo
parlamentario, esta vez se convirtió en un pulso ideológico, ya que la
ortodoxia fiscal republicana quería detener el ritmo de endeudamiento,
agravado bajo el gobierno de Obama por los planes de recuperación de la
economía.
El mundo fue testigo en aquellos días de la
aparente incapacidad de demócratas y republicanos de ponerse de acuerdo
en principios básicos para la salud económica de su país, e incluso una
agencia evaluadora de riesgos, Standard and Poors, tomó la audaz decisión de rebajar la tradicional clasificación TripleA a la principal economía del planeta.
Finalmente el techo se subió y el Tesoro
estadounidense no entró en la temida cesación de pagos que habría
terminado arrastrando a la debilitada economía global.
Sin embargo, fue una solución temporal
condicionada a una serie de severos recortes de gasto público en
programas sociales y de defensa, que además coincidiría con el
vencimiento de la extensión de las exenciones impositivas que decretó el
presidente George W. Bush.
¿Qué pasa en Washington?
Esa es la pregunta que repiten en los últimos
días los periodistas -particularmente los que dicen interpretar el
sentido de la ciudadanía- al constatar que año y medio después los
estadounidenses están de regreso en el mismo punto y en el mismo
bloqueo.
Se suponía que lo pactado durante la crisis del
techo de la deuda serviría de incentivo para que los congresistas se
pusieran de acuerdo en un plan para reducir el déficit, ya que mientras
unos no querían tocar los gastos militares otros aspiraban mantener la
inversión social.
Sin embargo, 2012 no lucía como un año propicio
para las decisiones bipartidistas, al menos no antes de las elecciones
de noviembre, en las que Barack Obama obtuvo la reelección.
Pero esas elecciones también dejaron una nueva
composición en el Congreso. Y aunque se mantuvieron las mayorías
republicanas en representantes y la demócrata en senadores, nuevos
parlamentarios entraron a escena. O están por hacerlo.
Es lo que se llama en lenguaje político
anglosajón un Congreso "lame duck" (pato herido o inútil) que no se
siente en capacidad de tomar decisiones que puedan comprometer a la
venidera legislatura.
Mientras la negociación política sigue
paralizada, el techo de la deuda vuelve a acercarse. El Departamento del
Tesoro dijo haber tomado "medidas extraordinarias" para estirar los
recursos hasta principios del 2013.
Le tocará al nuevo Congreso lidiar este nuevo
pulso político, aunque quizá la experiencia de los últimos dos años los
lleve a un arreglo más expedito y con menos drama.
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