VECINOS EN CONFLICTO: ARGENTINA vs. ESTADOS UNIDOS
1 diciembre 2012 por Norberto Barreto Velázquez (El imperio Calibán)
Acabo de leer un libro que me resultó, además de interesante, muy instructivo. Me refiero a Vecinos en conflicto: Argentina y Estados Unidos en las Conferencias Panamericanas (1880-1955). Escrito por Leandro Morgenfeld y publicado en 2011 por Ediciones Continente, Vecinos conflicto
es un estudio concienzudo del desarrollo de las relaciones
argentino-estadounidenses desde las últimas décadas del siglo XIX hasta
mediados del siglo XX. Morgenfeld no es un autor ajeno a esta bitácora,
pues en octubre pasado compartimos sus comentarios sobre el
cincuentenario de la Crisis de los misiles.
Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Morgenfeld es,
sin lugar a dudas, uno de los analistas latinoamericanos de las
relaciones interamericanas más destacados en la actualidad.
Este libro, tesis doctoral de su autor, enfoca el desarrollo de las
relaciones argentino-estadounidenses a través de un análisis profundo de
la interacción entre ambas naciones en las diez conferencias
panamericanas realizadas entre 1889 y 1954. Según Morgenfeld, durante
gran parte de ese periodo, Argentina saboteó o entorpeció los intentos
norteamericanos de usar las conferencias panamericanas como herramienta
para adelantar sus intereses económicos y geopolíticos en el hemisferio
occidental. Este enfrentamiento argentino-norteamericano estuvo definido
por varios factores: el carácter competitivo de las economías
argentina y estadounidense, las políticas arancelarias norteamericanas,
la orientación europeísta de la Argentina –dada la dependencia de su
oligarquía en el mercado británico–, el nacionalismo argentino y las
aspiraciones hegemónicas de Estados Unidos.
La extensión y profundidad del análisis de este libro –unidos a la
naturaleza de esta bitácora– me obligan a limitar mis comentarios a los
puntos más significativos del trabajo de Morgenfeld. Comenzaré con su
enfoque teórico.
Morgenfeld parte de una visión materialista histórica en la que las
relaciones internacionales se fundamentan en elementos de carácter
económico-sociales comprendidos “en el marco de las relaciones
políticas, económicas, sociales, estratégicas e ideológicas más
generales.” (422) De ahí que afirme que las políticas externas de
Argentina y Estados Unidos estuvieron “determinadas por los intereses
económicos sociales que defendían las clases dirigentes de sus países”.
(424) Morgenfeld, consciente de las limitaciones de este tipo de
argumento, plantea que “esto no quiere decir que respondieran mecánica
ni automáticamente a las necesidades de las clases dominantes y de los
capitales argentinos y estadounidenses, sino que la dirección de dichas
políticas podía desplegarse, en el mediano y largo plazo, según los
límites que imponían estas necesidades.” (424) El autor reconoce,
además, la influencia de otros factores en este proceso: las coyunturas
en que se desarrollaron cada una de las conferencias panamericanas, las
luchas políticas internas, las disputas de carácter ideológico, los
aspectos estratégicos, los aspectos culturales y los individuos (las
ambiciones personales de los representantes poíticos y diplomáticos de
cada país). En otras palabras, Morgenfeld tiene claro que los factores
económicos-sociales no se dan un vacío político, ideológico o cultural.
Este es un acercamiento que me parece valioso, ya que resalta la
importancia de las clases sociales en el estudio de las relaciones
internacionales sin caer en determinismos.
Como parte de su enfoque materialista, el autor se muestra muy
preocupado por ubicar las relaciones argentino-estadounidense en el
contexto del desarrollo del capital y de las luchas inter-imperialistas.
De ahí que preste atención al papel y evolución de Argentina como país
dependiente y exportador, y el de Estados Unidos como potencia
industrial y financiera ascendente. Esta evolución, y el carácter
competitivo de las economías de ambos países, determinó la participación
de la delegación argentina en las conferencias panamericanas. En otras
palabras, las disputas comerciales causadas por el efecto del
proteccionismo estadounidense sobre los productos argentinos fue un
factor determinante en la actitud que Argentina asumió frente a las
propuestas norteamericanas. Durante el periodo analizado por el autor,
los intereses agropecuarios norteamericanos fueron capaces de bloquear o
limitar el acceso de los productos argentinos al mercado del vecino del
norte, mientras que Argentina importaba cada vez más productos
estadounidenses. Los delegados argentinos en las conferencias buscaron,
infructuosamente, revertir esta relación asimétrica. Esta situación
unida al hecho de que hasta mediados del siglo XX la relación con
Estados Unidos era mucho menor que la que los argentinos mantenían con
Europa, llevaron a Argentina “a ser quizás el país más escéptico
respecto al proyecto panamericano que impulsaba el país del Norte para
consolidar su hegemonía en la región”. (428)
Para detener el avance norteamericano en América Latina, Argentina
buscó “encolumnar tras de sí a los países latinoamericanos, con desigual
éxito, según las coyunturas diversas.” (428) Argentina logró sabotear
los planes estadounidenses en la misma Primera Conferencia Panamericana
celebrada en Washington en 1889. En los primeros años del siglo XX,
Argentina mantuvo en jaque a los estadounidenses al cuestionar el
intervencionismo norteamericano en el Caribe y América Central. Entre
1914 y 1929,Argentina mantuvo lo que el autor describe como un triángulo
económico con Estados Unidos y Gran Bretaña. El vecino norteamericano
pasó a ser su principal inversor extranjero mientras se mantuvo una
relación comercial especial con los británicos. Durante este periodo el
gobierno argentino mantuvo sus críticas contra las intervenciones
estadounidenses en América Central y contra el proteccionismo
estadounidense. Durante los años de crisis iniciados en 1929, se mantuvo
la relación triangular.
El principal conflicto en las relaciones argentino-estadounidenses se
dio durante la segunda guerra mundial por la negativa de Argentina a
romper relaciones diplomáticas con los países del Eje, por lo que quedo
fuera del sistema interamericano. El gobierno argentino insistió en
mantener su neutralidad por la “fuerza y presión de los sectores
nacionalistas, neutralistas y antiestadounidenses.” (429) Gran Bretaña,
consciente de que Estados Unidos buscaba desplazarle, fue mucho más
tolerante con la neutralidad argentina. Una vez acabado el conflicto
mundial, las necesidades geopolíticas de la recién estrenada guerra fría
jugaron a favor de la readmisión de Argentina en el sistema
interamericano.
En el periodo de la posguerra, Argentina asumió una actitud mucho más
cooperativa con Estados Unidos por varias razones. Primero, porque la
reciente dependencia en las importaciones estratégicas, préstamos e
insumos militares estadounidenses debilitó la capacidad de resistencia
argentina. Segundo, porque el fracaso de su proyecto de desarrollo,
obligó a Perón a buscar un acercamiento con Estados Unidos, dulcificando
las posiciones y actitudes argentinas. Perón buscaba ayuda económica y
financiamiento estadounidenses y por ello adoptó una estrategia de
negociación. Tercero, porque el poderío e influencia de Estados Unidos
hacían más difícil a Argentina enfrentar a su vecino del Norte o influir
sobre las demás naciones americanas. A pesar de todo ello, las
relaciones bilaterales no siempre fueron buenas, especialmente, por la
política “tercermundista” de Perón.
Morgenfeld concluye que la “continuidad que se observa, en los 75
años analizados, es el enfrentamiento o bien la reticencia argentina a
seguir las políticas estadounidenses en el continente”. (430) Es
necesario subrayar que la actitud argentina frente a las aspiraciones
hegemónicas norteamericanas no fue producto de visiones o actitudes
anti-imperialistas o latinoamericanistas, sino mas bien consecuencia de
la vinculación-dependencia de la oligarquía argentina con Europa. De
acuerdo con el autor, Argentina fue incapaz de desarrollar una agenda
propia o de promover la integración latinoamericana frente a Estados
Unidos por su condición de nación dependiente y la actitud europeísta y
racista de su oligarquía.
No puedo terminar si hacer un varios cometarios finales. Comenzaré
con el tema del panamericanismo, que por razones obvias es uno central
en esta obra. Para el autor, el panamericanismo estadounidense respondía
a “necesidades geoestratégicas” y económicas. El gobierno
estadounidense impulsó el panamericanismo como una herramienta para
enfrentar la presencia de otras potencias capitalistas en la región
americana y el América del Sur en particular. Es necesario recordar que
los europeos –especialmente, los británicos– disfrutaron hasta la
primera guerra mundial de una posición dominante en el comercio y las
inversiones extranjeras en América del Sur. El panamericanismo
respondía, según el autor, a las necesidades de “los grandes
exportadores estadounidenses” que querían ampliar sus mercados externos
y del interés de los capitalistas financieros de ampliar su presencia
en América del Sur. En términos estratégicos, el panamericanismo
buscaba “afirmar la unidad –bajo la hegemonía estadounidense– del
continente americano, que incluyera formas de resolver los litigios, de
llegar acuerdos de paz, de establecer la defensa continental y de
repeler potenciales ataques extracontinentales. Era la puesta en
práctica, en algún sentido, de la vieja doctrina Monroe.” (423) En
conclusión, los estadounidenses usaron el panamericanismo como una
herramienta para expansión de su capital y para “horadar” la presencia
hegemónica británica en América del Sur.
Uno de los puntos que más me sorprendió de este libro es que su autor
identifica la presencia de puertorriqueños como miembros de la
delegación estadounidense a dos conferencias panamericanas: la Tercera
Conferencia Panamericana (Rio de Janeiro, 1906) la Octava Conferencia
Panamericana (Lima, 1938). A la reunión de Rio acudió Tulio Larrinaga y a
la conferencia de Lima Emilio del Toro, Juez Presidente de la Corte
Suprema de Puerto Rico. Por razones obvias, Morgenfeld no le presta
mayor atención a este punto que también ha pasado inadvertido para la
historiografía puertorriqueña. ¿Quién decidió la presencia de estos
puertorriqueños en la delegaciones estadounidenses? ¿Qué se buscaba con
ello? ¿Qué papel jugaron ambos durante las reuniones panamericanas?
Estas son peguntas que, a mi entender, merecen ser atendidas, ya que
podrían aportar en el estudio de un tema más amplio: el papel jugado por
la colonia más antigua del mundo en la diplomacia latinoamericana de su
metrópoli.
Debo también destacar un elemento metodológico: Vecinos en conflictos
es el resultado de un impresionante trabajo de investigación en
archivos argentinos y estadounidenses. Morgenfeld consultó las fuentes
contenidas por el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina (AMREC) y por la National Archives and Records Administration (NARA) en
Washington D.C.. La combinación y análisis crítico de fuentes
argentinas y estadounidenses le imprimen a este libro una gran
profundidad y seriedad metodológica.
Para
terminar, este libro es una aportación muy valiosa al estudio no sólo
de las relaciones argentino-estadounidenses, sino también de las
relaciones interamericanas en general. Morgenfeld hace un excelente
trabajo analizando la interacción argentino-estadounidense en las
conferencias panamericanas en un marco regional amplio. Vecinos en conflicto
subraya también la importancia del estudio de Estados Unidos en
América Latina. Es por todo ello que me genera gran expectativa la
salida del próximo libro Morgenfeld Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos(Buenos
Aires: Capital Intelectual, diciembre 2012), que, además, se da en una
coyuntura muy interesante como consecuencia del embargo de la Fragata
Libertad y del fallo del Juez Thomas Griesa, ordenándole a Argentina
pagar $1450 millones a los fondos buitre.
Norberto Barreto Velázquez, PhD
Lima, 1ro de diciembre de 2012
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