Cómo una mujer engañó a la Junta con el apoyo de EE.UU. en la guerra
Por María Laura Avignolo (*)
Era Jeane Kirkpatrick, representante de Washington en la ONU, y aliada incondicional de la dictadura argentina.
Salida. La premier Thatcher, en la puerta de 10 de Downing Street, en pleno conflicto por las islas Malvinas.
Londres. Corresponsal Clarín -
30/12/12
El conflicto de Malvinas puso en crisis la churchilliana
“relación especial” entre Gran Bretaña y Estados Unidos. Se produjo al
hacerlos entrar en contradicción a la administración Reagan y sus
funcionarios con el apoyo que la dictadura argentina estaba dando a los
norteamericanos en Honduras para el entrenamiento de la guerrilla
“Contra”, que combatía a los sandinistas en Nicaragua. Así queda
demostrado en su último despacho como diplomático por el embajador
británico en Washington, Nicholas Henderson, que ha sido liberado por
los archivos oficiales británicos entre los 3.500 documentos secretos de
la guerra en el Atlántico Sur.
En él, el legendario y
experimentado “Nicko” Henderson escribe finalmente lo que piensa de la
actitud norteamericana en la guerra. Sugiere que Argentina podría haber
sido alentada “a invadir” las Malvinas por dos funcionarios de la
administración Reagan. Y los menciona: Jeane Kirkpatrick, embajadora de
EE.UU. en la ONU y feroz anticomunista, amiga del general Leopoldo
Galtieri y el brigadier Basilio Lami Dozo, dos ex miembros de la Junta
Militar, y Thomas Enders, secretario asistente para América Latina y con
un rol esencial en el secreto bombardeo a Camboya durante la Guerra de
Vietnam, y que paradójicamente auspicio un diálogo con los sandinistas,
pero apoyo al régimen salvadoreño en los días de los escuadrones de la
muerte. Kirkpatrick y Enders se detestaban.
“Es relevante que el
señor William Casey, el jefe de la CIA, que estaba extremadamente
preocupado en las discusiones del Gabinete sobre esta cuestión ha
sugerido a nosotros privadamente que él piensa que los argentinos fueron
llevados al camino equivocado: es que ellos creyeron que su apoyo a
EE.UU. en las operaciones encubiertas en América Central eran más
importantes para EE.UU. que lo que en realidad eran y que podrían ganar la aceptación norteamericana en otra política en otra parte”, escribió Henderson.
La
misma interpretación hicieron a esta corresponsal el general Mario
Benjamin Menéndez y el general Jofre después de la guerra, ambos
comandantes argentinos en las islas. Ellos creían que la Junta Militar
podría haber mal interpretado a los estadounidenses.
Las menciones
de Kirkpatrick y Enders no son casuales. Ellos eran los que lidiaban
con los militares argentinos y la Junta, a quien miraban con simpatía
con la convicción que podían llevar a una democracia autoritaria que
sería mejor que el comunismo.
La Guerra Fría y el anticomunismo de la administración Reagan j ustificaba el apoyo a los dictadores argentinos
y su colaboración en la guerra contra los sandinistas en Nicaragua. Al
menos 40 “consejeros argentinos”, encabezados por el coronel José
Osvaldo “Balita” Riveiro, de la G2 de Inteligencia del Ejército y del
Batallón 601, estaban en Honduras colaborando con el militar
norteamericano Oliver North y entrenando a los 9000 efectivos de la
“Contra” en acciones antiguerrillas, dentro del marco del apoyo de
EE.UU. en su combate a Moscú.
Enders había viajando unos días
antes del conflicto a la Argentina y este desplazamiento despertó las
sospechas de Henderson. El diplomático, casado con una ex corresponsal
de guerra, descubrió las simpatías pro argentinas de Enders cuando fue a
informar a Alexander Haig, entonces Secretario de Estado, sobre los
movimientos de la flota argentina en el Atlántico Sur. “El hizo lo mejor
para tratar de minimizar lo que me había llamado la atención. Dijo que
el gobierno norteamericano tenía el reaseguro del canciller argentino
que su gobierno no contemplaba una confrontación con nosotros. Es más:
ellos tenían este reaseguro confirmado. Yo señalé que los movimientos de
la flota argentina refutaban lo que él estaba diciendo”. Con un cinismo
que caracterizó su distinguida carrera diplomática, Henderson intentó
hacer un paralelo entre Kirkpatrick y Enders.
“Al comparar a
Kirkpatrick con Enders, es difícil mejorar el apotegma que circula en el
Departamento de Estado donde el último es más fascista que loco,
Kirpatrick es más loca que fascista. Ella parece ser una de las más
seguras para cometer goles en contra: sin tacto, cabeza dura, ineficaz y
un dudoso tributo a la profesión de académica a la que ella expresa su
fidelidad”, escribió con acidez británica.
Las presunciones de
Henderson con respecto a Kirkpatrick no eran erradas. Durante la guerra
de Malvinas, tres militares argentinos cercaron al canciller Nicanor
Costa Méndez durante todas sus negociaciones diplomáticas y las
boicotearon o acicatearon, con tiempos diferentes en Nueva York,
Washington, Lima y hasta en La Habana. Ellos eran el general Héctor
Iglesias, representando a Galtieri; el vicealmirante Benito Moya, jefe
de la Casa Militar como enviado del inflexible almirante Anaya y el
brigadier José “Pepe” Miret como delegado del “Balo” Lami Dozo, el otro
integrante de la Junta Militar y proclive desde el inicio a una salida
negociada del conflicto. Lami Dozo había sido el último en enterarse el 6
de enero de 1982 de las intenciones de ocupar las islas Malvinas por
boca de Galtieri y Anaya, inspirador inicial.
Su enviado, “Pepe”
Miret almorzaba, desayunaba y cenaba con Kirkpatrick en EE.UU. para
tratar de encontrar una solución negociada a la guerra, especialmente
después del hundimiento del crucero Belgrano. Tenía dos feroces fuerzas
que lo detenían: Moya, en representación de Anaya, y el embajador
Henderson, que cada noche aparecía en la televisión norteamericana para
demoler las posiciones argentinas representadas por Costa Méndez, que
había quedado aislado ante la Junta, especialmente por presión de Anaya y
Moya.
L a doctrina Kirkpatrick justificaba las atrocidades cometidas por los dictadores argentinos en nombre de la Guerra Fría
. La diplomática y académica consideraba que eran regímenes
autoritarios estables cuando los comunistas buscaban controlar los
pensamientos de la gente. Con denuncias de desapariciones y
brutalidades, Galtieri y la Junta encontraban en Kirkpatrick una
interlocutora comprensiva, que ellos confundían con la administración
Reagan. Fue ella quien le pidió al presidente de EE.UU. que consiguiera
un diálogo con los británicos en medio de la guerra .
Churchill
había establecido la “relación especial” anglo-norteamericana que
incluía colaboración tecnológica, política y en la guerra. Malvinas puso
una seria fricción en esta histórica alianza e instaló una indeseada
rispidez entre Reagan y Margaret Thatcher, que rechazó tres veces su
llamada a una negociación y su pedido de no humillar a los argentinos.
Una vez más, los estadounidense usaban el pragmatismo y así enfurecían a
los británicos.
En una carta enviada por Reagan el 29 de abril
del 1982 a Thatcher le dice que “puede contar con nuestro apoyo en cada
forum en que esta cuestión sea debatida (..) Vamos a anunciar que el
rechazo argentino a retirar las fuerzas de la invasión y negociar en
buena fe ha hecho necesario para EE.UU.adoptar una nueva postura hacia
Buenos Aires”. Dos días antes del hundimiento del Belgrano, Reagan le
recordaba que ella “había dejado claro” que nada más que el “mínimo
esencial de fuerza” sería utilizado.
La ambigüedad norteamericana
también fue remarcada por Sir Anthony Parsons, el representante
permanente británico en la ONU. Cuando se fue de su cargo, envío un
despacho que alivió al canciller británico Francis Pym. Dijo que EE.UU.
era mirado con una mezcla de “exasperación, frustración y desprecio” y
que “los delegados del Tercer Mundo estaban shockeados, alarmados y
furiosos por la incompetencia, el amateurismo y la paralizante falta de
coordinación de la misión norteamericana, el Departamento de Estado y la
Casa Blanca”.
(*)Cubrió la guerra diplomática durante el conflicto de Malvinas
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