Fin de año con suspenso
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En Estados Unidos,
republicanos y demócratas dirimen la batalla sobre el nuevo pacto
fiscal. De no haber acuerdo en las próximas horas, a partir del 1 de
enero el país entraría en recesión.
Volvió de las vacaciones a
las corridas. El presidente norteamericano Barack Obama se presentó en
Washington cual jefe que entiende que sus empleados no están cuidando la
empresa en su ausencia. Es que las noticias que llegaban desde los
despachos demócratas en el congreso no eran nada alentadoras Los
republicanos no quieren acordar con sus rivales el 'plan de salvataje'
presentado por Obama, y de esta manera ponen en peligro la solidez del
sistema económico de la primer potencia mundial.
La ley es clara. La
administración norteamericana sólo puede actuar si tiene dinero para
hacerlo. El presupuesto es votado por el congreso, y cualquier
modificación a sus topes debe ser acordada en el legislativo. El 31 de
julio de 2011 demócratas y republicanos aprobaron un plan de emergencia
que fijó el tope máximo del déficit público, dando vía libre a un
presupuesto 'temporario' para la administración Obama. Sin embargo, ese
acuerdo preveía que para el 31 de diciembre de 2012, se debía aprobar un
nuevo plan para la reducción definitiva del déficit público, algo que
parecía descontado hasta hace unos días. No obstante, mientras todos
apostaban a la cordura de los senadores norteamericanos para evitar el
'fiscal cliff', o abismo fiscal, en las últimas horas trascendió que el
presidente no cuenta con los 60 votos necesarios para aprobar su
proyecto, y el miedo a la recesión se hizo palpable.
Mientras los despachos del
congreso norteamericano hierven en reuniones y peleas, los
norteamericanos se preparan para un fin de año con suspenso. De no haber
acuerdo en el legislativo para salvar en el último minuto la economía, a
partir del 1 de enero entrará en vigor automáticamente la cláusula del
plan de 2011 que obligaría a la administración Obama a un recorte de
unos 600.000 millones de dólares. Esto provocaría un derrumbe económico
evaluado entre el 4 y el 5% del PBI de EEUU, un hueco que ni la Reserva
Federal podrá colmar, según admitió su presidente Ben Bernanke.
Sin la sanción de la ley en
las próximas horas, caerá automáticamente el recorte a los impuestos
lanzado por George Bush entre 2001 y 2003, y se deberán recortar gastos
obligatoriamente por unos 1.200 billones de dólares en diez años. Los
primeros 600.000 millones se descontarán inmediatamente de los subsidios
a los desocupados -unas 2 millones de personas- y del transporte. El
objetivo de los recortes automáticos sería llegar a 2020 con una deuda
pública reducida al 60% del PBI y un déficit por debajo del 2% en 2016.
Pero, en la situación económica actual, para lograr esos indicadores
habría golpear con fuerza a los sectores sociales más desprotegidos,
trabajadores y clase media.
Un ajuste sin aviso ni
preparación, increíblemente inesperado, y que podría tener un efecto de
contagio hacia el resto del mundo, especialmente para países que ya de
por si no la están pasando bien, como en Europa o Japón y Corea. El
mundo observa anonadado demócratas y republicanos pelearse hasta el
último segundo, mientras Obama debe salir públicamente a dar
explicaciones. Ayer se declaró “medianamente optimista” en torno a la
llegada de un acuerdo de último momento, y aseguró que hará de todo para
evitar la suba de los impuestos para la clase media. Mientras tanto, se
sumerge nuevamente en la pelea que se mantiene desde hace más de un año
en torno a la ampliación del recorte impositivo para los sectores de
mayores recursos.
Para que no entre en vigor
el ajuste a partir de mañana, los senadores deben aprobar un plan
presentado por Obama en 2011, que prevé un recorte de 400.000 millones
de dólares en el presupuesto, compensados por una suba impositiva de
200.000 millones, recaudada desde los sectores más pudientes de EEUU.
Según el proyecto, los norteamericanos cuyos ingresos superan los
250.000 dólares anuales -el 2% de la población- deberían pagar más
impuestos a partir de 2013. A eso se le agregaría un mínimo recorte al
gasto militar que terminaría de cerrar las cuentas. Pero los
republicanos no quieren saber nada. Proponen que el aumento se aplique
sólo a quienes tengan un rédito anual superior al millón de dólares -el
0,3% de la población- y no aceptan en absoluto una baja en el gasto
militar. Pero de no llegar a un acuerdo, el impuestazo recaería sobre el
conjunto de la población, y el estado social debería achicarse
repentinamente.
En un país donde la deuda
pública ha superado ya el 70% del PBI, y donde la brecha entre ricos y
pobres ha aumentado en 20 veces en los últimos 15 años, 7 senadores
republicanos tienen en su voto la posibilidad de evitar la recesión.
Obama cuenta con 53 senadores, pero necesita otros 7 para aprobar su
plan, que de todas maneras comprende recortes a los planes sociales,
sanidad y educación. De no resolverse el dilema, una recesión
estadounidense podría tener un impacto devastador en las demás
economías, ya golpeadas por la crisis financiera mundial comenzada en
2008.