Barack
Obama y el republicano Mitt Romney llegarán mañana a la meta de una
carrera que, si las encuestas son correctas, dividió por mitades al
electorado de Estados Unidos. La fractura es impresionante, pero no por
eso novedosa. Analistas como George Friedman apuntan que, desde 1820, 18
elecciones fueron ganadas por candidatos que no superaron el 50% de los
votos.
¿Qué debe esperar el resto del mundo, y sobre todo
América latina, del desenlace? La reelección tal vez no signifique la
continuidad exacta de lo mismo. Los simpatizantes de Obama esperan que
en los próximos años se constituya su doctrina internacional, demorada
según ellos por urgencias económicas y bélicas. Eso significa acelerar
la marcha hacia el autoabastecimiento energético, dentro de los límites
del Nafta, para abandonar la agenda de conflictos que trae la
dependencia del crudo árabe o el africano.
La disponibilidad de hidrocarburos no convencionales
está reconfigurando la política planetaria. Es el signo más relevante de
este tiempo.
Los ejecutores de la diplomacia de un Obama reelegido
no serían los mismos. Cuando Hillary Clinton adelantó que desea
retirarse, acaso especulando con las elecciones de 2016, los reflectores
se posaron sobre Susan Rice, la representante de los Estados Unidos en
la ONU. Rice, de 48 años, es una ahijada política de Madeleine Albright,
quien la conoció como compañera de estudios de su hija. Integra con
Samantha Power y Gayle Smith -del Consejo Nacional de Seguridad- el trío
que más impulsa la política de Obama hacia el multilateralismo. No se
sabe si en la visión del mundo de Rice influyeron más sus estudios en
Yale y Harvard o sus responsabilidades como encargada de asuntos
africanos durante el genocidio de Ruanda (1994) y los ataques
terroristas a las embajadas norteamericanas de Tanzania y Kenya (1998).
Desde entonces esta diplomática aboga porque la política exterior de su
país no se muestre indiferente a la transgresión de algunos valores
universales. Es la misma lección que sacó Samantha Power de su
experiencia como periodista durante la guerra de Yugoslavia.
Rice, muy influyente en el pensamiento internacional de
Obama, retrocedió varios casilleros cuando atribuyó el ataque contra el
consulado de Benghazi a una reacción espontánea contra la divulgación
del célebre video que enojó al Islam. Los republicanos la hicieron
trizas. Y son ellos los que seguirán controlando la Cámara de
Representantes, que debería dar el acuerdo a la sucesora de Mrs.
Clinton. Desde aquellas apresuradas declaraciones también se perfila
como futuro canciller el senador John Kerry. Candidato a presidente en
2004, Kerry preside el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Su
relación con Obama es tan estrecha que hizo las veces de Romney en los
entrenamientos del presidente para los debates electorales. Pero la
candidatura de Kerry pondría en riesgo una banca demócrata en una cámara
donde la mayoría de ese partido será muy ajustada.
Con Obama las relaciones con América latina seguirán
basadas en el trato con México y Brasil. El proceso de paz de Colombia
va a redimensionar la alianza con ese país. Las urgencias económicas
aconsejan a Obama una política comercial más agresiva. Los Estados
Unidos ya tienen tratados de libre comercio con México, Panamá,
Colombia, Perú y Chile. Sólo Ecuador les impide cubrir toda la costa del
Pacífico. Ese avance fastidia a Brasil. Los norteamericanos lo
irritarían más si insinuaran un acuerdo comercial con el vilipendiado
Paraguay. Sin embargo, ningún experto supone que Obama llegará a un
choque con Dilma Rousseff. Al contrario: los Estados Unidos se proponen
para los próximos cuatro años avanzar en una liberalización del comercio
con Brasil, por sectores, comenzando con el del biodiésel.
Más allá de las consecuencias de estas mutaciones en el
vecindario, para la Argentina la permanencia de Obama sería
indiferente, sobre todo porque para Washington el país se ha vuelto
indiferente. Los maltratos a George W. Bush en la cumbre de Mar del
Plata en 2005 se completaron con la incautación de material militar que
realizó Héctor Timerman con su alicate. Resultado: nunca un Kirchner
pisará la Casa Blanca.
En el Departamento de Estado se conforman con que la
relación permanezca en la dimensión actual, reducida a cuestiones de
seguridad y narcotráfico. En este último campo se detecta una mayor
afinidad. Por ejemplo: a los norteamericanos les resultó extraño que el
kirchnerismo les negara todo crédito en la captura del narcotraficante
Henry de Jesús López Londoño, "Mi Sangre", cuando fue el resultado de
ocho meses de cooperación con la DEA.
Si triunfa Romney, en la Casa Blanca se restablecería
la ideología de la excepcionalidad norteamericana y, con ella, la
estrategia del unilateralismo imperial. Uno de los mejores exponentes de
esta orientación es John Bolton, líder del American Enterprise
Institute, que aconseja la retirada de su país de la ONU, de la OEA y de
cualquier organismo en el que un país equivalga a un voto. Bolton fue
representante en la ONU en el mandato del último Bush. Otro asesor
importante de Romney es Elliott Abrams, principal auspiciante de la
guerra contra Irán. Aunque estos neoconservadores jamás lleguen a la
Secretaría de Estado -tiene más chances el moderado Bob Zoellick-,
modelarán la política de Romney.
Los republicanos, que niegan a las empresas la ventaja
del proteccionismo para salir de la crisis, les ofrecen en cambio una
política exportadora más activa. Durante el segundo debate con Obama,
Romney consideró que América latina podría significar para su país un
espacio económico tan interesante como Asia. El triunfo de este
candidato vendría con una reivindicación del ALCA y amenaza con un
entredicho con Brasil.
Romney ha confiado parte de sus ahorros al financista
Paul Singer, titular del fondo Elliott, que litiga contra la Argentina
en el juzgado de Thomas Griesa. Singer consiguió el embargo de la
Fragata Libertad y, para el próximo 15 de diciembre, espera que el Bank
of New York le pague parte de los fondos con que la Argentina saldará su
deuda con los bonistas que ingresaron al canje.
Enemistad
Elliot se ganó la enemistad de Obama cuando intentó
estropear, como accionista minoritario, el rescate de General Motors en
el que estaba empeñada la Casa Blanca. Con Romney ganaría una palanca
política importante, capaz de fortalecer a los acreedores de la
Argentina. Una administración republicana también abandonaría la
neutralidad en el conflicto con el Reino Unido por Malvinas. Tres meses
atrás, Robert O'Brien, uno de los asesores de Romney, reprochó a Obama
no hacerse solidario con un aliado crucial, David Cameron, frente al
ataque al que estaba siendo sometido por el gobierno argentino. Un
reemplazo en la Casa Blanca promete, además de una aproximación mayor de
los Estados Unidos con los conservadores ingleses, un acercamiento con
el Partido Popular, que, con Mariano Rajoy, gobierna España. La
formación de un triángulo entre Washington, Londres y Madrid no debería
resultar indiferente a Cristina Kirchner.
Un cambio en la Casa Blanca podría tener también
derivaciones para la gestión energética argentina. Es difícil imaginar
que una administración republicana asista sin inmutarse al ingreso de
capitales chinos o rusos en Vaca Muerta, uno de los mayores reservorios
de gas y petróleo no convencionales del planeta.
Romney es el más comprometido aliado que Israel y
Benjamin Netanyahu puedan encontrar en los Estados Unidos. Esta amistad
se proyecta en la belicosidad contra Irán. Un motivo más de discordia
con Cristina Kirchner. En una contramarcha que sigue sorprendiendo, ella
negocia con el régimen de Mahmoud Ahmadinejad la suerte del caso AMIA.
La última hipótesis para explicar este giro es que Dilma Rousseff se
estaría preparando para ofrecer a Brasil como mediador con Irán, y la
Presidenta se ha propuesto acompañarla. A Rousseff la desafía un
antecedente: el de Lula da Silva, que fracasó en ese experimento.
La señora de Kirchner ha sometido al magisterio
brasileño casi toda su política exterior. Pero en las relaciones con
Irán esa subordinación es muy riesgosa. No sólo porque contradice su
apostolado en favor de los derechos humanos. Hay incoherencia más
evidente. El país de Dilma Rousseff no fue víctima de dos atentados
espantosos. Y a la presidenta de Brasil jamás se le ocurrió postularse
ante el resto del mundo como la vengadora del fundamentalismo iraní.
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