lunes, 5 de noviembre de 2012

Obama o Romney, un cambio para la región

El escenario

Obama o Romney, 

un cambio para la región

Por Carlos Pagni | LA NACION
Barack Obama y el republicano Mitt Romney llegarán mañana a la meta de una carrera que, si las encuestas son correctas, dividió por mitades al electorado de Estados Unidos. La fractura es impresionante, pero no por eso novedosa. Analistas como George Friedman apuntan que, desde 1820, 18 elecciones fueron ganadas por candidatos que no superaron el 50% de los votos.
¿Qué debe esperar el resto del mundo, y sobre todo América latina, del desenlace? La reelección tal vez no signifique la continuidad exacta de lo mismo. Los simpatizantes de Obama esperan que en los próximos años se constituya su doctrina internacional, demorada según ellos por urgencias económicas y bélicas. Eso significa acelerar la marcha hacia el autoabastecimiento energético, dentro de los límites del Nafta, para abandonar la agenda de conflictos que trae la dependencia del crudo árabe o el africano.
La disponibilidad de hidrocarburos no convencionales está reconfigurando la política planetaria. Es el signo más relevante de este tiempo.
Los ejecutores de la diplomacia de un Obama reelegido no serían los mismos. Cuando Hillary Clinton adelantó que desea retirarse, acaso especulando con las elecciones de 2016, los reflectores se posaron sobre Susan Rice, la representante de los Estados Unidos en la ONU. Rice, de 48 años, es una ahijada política de Madeleine Albright, quien la conoció como compañera de estudios de su hija. Integra con Samantha Power y Gayle Smith -del Consejo Nacional de Seguridad- el trío que más impulsa la política de Obama hacia el multilateralismo. No se sabe si en la visión del mundo de Rice influyeron más sus estudios en Yale y Harvard o sus responsabilidades como encargada de asuntos africanos durante el genocidio de Ruanda (1994) y los ataques terroristas a las embajadas norteamericanas de Tanzania y Kenya (1998). Desde entonces esta diplomática aboga porque la política exterior de su país no se muestre indiferente a la transgresión de algunos valores universales. Es la misma lección que sacó Samantha Power de su experiencia como periodista durante la guerra de Yugoslavia.
Rice, muy influyente en el pensamiento internacional de Obama, retrocedió varios casilleros cuando atribuyó el ataque contra el consulado de Benghazi a una reacción espontánea contra la divulgación del célebre video que enojó al Islam. Los republicanos la hicieron trizas. Y son ellos los que seguirán controlando la Cámara de Representantes, que debería dar el acuerdo a la sucesora de Mrs. Clinton. Desde aquellas apresuradas declaraciones también se perfila como futuro canciller el senador John Kerry. Candidato a presidente en 2004, Kerry preside el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Su relación con Obama es tan estrecha que hizo las veces de Romney en los entrenamientos del presidente para los debates electorales. Pero la candidatura de Kerry pondría en riesgo una banca demócrata en una cámara donde la mayoría de ese partido será muy ajustada.
Con Obama las relaciones con América latina seguirán basadas en el trato con México y Brasil. El proceso de paz de Colombia va a redimensionar la alianza con ese país. Las urgencias económicas aconsejan a Obama una política comercial más agresiva. Los Estados Unidos ya tienen tratados de libre comercio con México, Panamá, Colombia, Perú y Chile. Sólo Ecuador les impide cubrir toda la costa del Pacífico. Ese avance fastidia a Brasil. Los norteamericanos lo irritarían más si insinuaran un acuerdo comercial con el vilipendiado Paraguay. Sin embargo, ningún experto supone que Obama llegará a un choque con Dilma Rousseff. Al contrario: los Estados Unidos se proponen para los próximos cuatro años avanzar en una liberalización del comercio con Brasil, por sectores, comenzando con el del biodiésel.
Más allá de las consecuencias de estas mutaciones en el vecindario, para la Argentina la permanencia de Obama sería indiferente, sobre todo porque para Washington el país se ha vuelto indiferente. Los maltratos a George W. Bush en la cumbre de Mar del Plata en 2005 se completaron con la incautación de material militar que realizó Héctor Timerman con su alicate. Resultado: nunca un Kirchner pisará la Casa Blanca.
En el Departamento de Estado se conforman con que la relación permanezca en la dimensión actual, reducida a cuestiones de seguridad y narcotráfico. En este último campo se detecta una mayor afinidad. Por ejemplo: a los norteamericanos les resultó extraño que el kirchnerismo les negara todo crédito en la captura del narcotraficante Henry de Jesús López Londoño, "Mi Sangre", cuando fue el resultado de ocho meses de cooperación con la DEA.
Si triunfa Romney, en la Casa Blanca se restablecería la ideología de la excepcionalidad norteamericana y, con ella, la estrategia del unilateralismo imperial. Uno de los mejores exponentes de esta orientación es John Bolton, líder del American Enterprise Institute, que aconseja la retirada de su país de la ONU, de la OEA y de cualquier organismo en el que un país equivalga a un voto. Bolton fue representante en la ONU en el mandato del último Bush. Otro asesor importante de Romney es Elliott Abrams, principal auspiciante de la guerra contra Irán. Aunque estos neoconservadores jamás lleguen a la Secretaría de Estado -tiene más chances el moderado Bob Zoellick-, modelarán la política de Romney.
Los republicanos, que niegan a las empresas la ventaja del proteccionismo para salir de la crisis, les ofrecen en cambio una política exportadora más activa. Durante el segundo debate con Obama, Romney consideró que América latina podría significar para su país un espacio económico tan interesante como Asia. El triunfo de este candidato vendría con una reivindicación del ALCA y amenaza con un entredicho con Brasil.
Romney ha confiado parte de sus ahorros al financista Paul Singer, titular del fondo Elliott, que litiga contra la Argentina en el juzgado de Thomas Griesa. Singer consiguió el embargo de la Fragata Libertad y, para el próximo 15 de diciembre, espera que el Bank of New York le pague parte de los fondos con que la Argentina saldará su deuda con los bonistas que ingresaron al canje.

Enemistad

Elliot se ganó la enemistad de Obama cuando intentó estropear, como accionista minoritario, el rescate de General Motors en el que estaba empeñada la Casa Blanca. Con Romney ganaría una palanca política importante, capaz de fortalecer a los acreedores de la Argentina. Una administración republicana también abandonaría la neutralidad en el conflicto con el Reino Unido por Malvinas. Tres meses atrás, Robert O'Brien, uno de los asesores de Romney, reprochó a Obama no hacerse solidario con un aliado crucial, David Cameron, frente al ataque al que estaba siendo sometido por el gobierno argentino. Un reemplazo en la Casa Blanca promete, además de una aproximación mayor de los Estados Unidos con los conservadores ingleses, un acercamiento con el Partido Popular, que, con Mariano Rajoy, gobierna España. La formación de un triángulo entre Washington, Londres y Madrid no debería resultar indiferente a Cristina Kirchner.
Un cambio en la Casa Blanca podría tener también derivaciones para la gestión energética argentina. Es difícil imaginar que una administración republicana asista sin inmutarse al ingreso de capitales chinos o rusos en Vaca Muerta, uno de los mayores reservorios de gas y petróleo no convencionales del planeta.
Romney es el más comprometido aliado que Israel y Benjamin Netanyahu puedan encontrar en los Estados Unidos. Esta amistad se proyecta en la belicosidad contra Irán. Un motivo más de discordia con Cristina Kirchner. En una contramarcha que sigue sorprendiendo, ella negocia con el régimen de Mahmoud Ahmadinejad la suerte del caso AMIA. La última hipótesis para explicar este giro es que Dilma Rousseff se estaría preparando para ofrecer a Brasil como mediador con Irán, y la Presidenta se ha propuesto acompañarla. A Rousseff la desafía un antecedente: el de Lula da Silva, que fracasó en ese experimento.
La señora de Kirchner ha sometido al magisterio brasileño casi toda su política exterior. Pero en las relaciones con Irán esa subordinación es muy riesgosa. No sólo porque contradice su apostolado en favor de los derechos humanos. Hay incoherencia más evidente. El país de Dilma Rousseff no fue víctima de dos atentados espantosos. Y a la presidenta de Brasil jamás se le ocurrió postularse ante el resto del mundo como la vengadora del fundamentalismo iraní.

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