Elecciones en el ojo del huracán
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Barack Obama vs. Mitt Romney.
Cada cuatro años, la elección del presidente de los Estados Unidos da
lugar a un show de proporciones planetarias con el que los medios
buscan convencer a la opinión pública internacional de que el pueblo
estadounidense elige democráticamente al hombre que va a dirigir el
mundo. En ciertos países, la cobertura mediática de ese acontecimiento
alcanza proporciones similares, o incluso mayores, a las de la elección
del jefe de Estado local.
Este año, el duelo entre Barack Obama y el republicano Mitt Romney parecía una pelea con final previsible, pero la sorpresiva reacción de Romney –que consiguió una paridad casi milimétrica con Obama–, y luego, la cinematográfica irrupción del huracán Sandy otorgaron la necesaria cuota de dramatismo al espectáculo global y al mismo tiempo le permitió a Obama sacarse el traje de candidato y colocarse el uniforme de líder supremo de la Nación, lo cual le permitió recuperar la ventaja perdida y agregar dramatismo hollywoodense a este espectáculo político.
Supuestamente, el gran show electoral estadounidense nos demuestra que Estados Unidos es la representación misma de la democracia. La realidad es muy diferente. Contrariamente a la idea generalizada, no es el pueblo estadounidense quien elige a su presidente, ni directamente ni de ninguna otra forma. El pueblo estadounidense no es soberano y los ciudadanos no son electores. El presidente de Estados Unidos es designado por un colegio compuesto de 538 personas –los verdaderos electores– designados a su vez por los Estados que componen la Unión, que son los únicos soberanos. Con el paso del tiempo, los Estados se acostumbraron a consultar a sus ciudadanos antes de designar el colegio de electores. Pero el litigio de Gore contra Bush (en el año 2000) sirvió para recordar que la opinión de los ciudadanos tiene un carácter exclusivamente consultativo. La Corte Suprema consideró que no tenía por qué esperar que se volvieran a contar los votos en la Florida para proclamar el ganador. Para la Corte Suprema lo importante no era conocer la opinión de los habitantes del Estado de la Florida sino que el Estado designara a sus electores. En esta elección se puede presentar una situación parecida.
El show Obama-Romney no es un simple espectáculo: algo más se está decidiendo.
Mientras el actual presidente trata de resolver los problemas económicos mediante una importante reducción de los gastos militares y haciendo recaer el peso de la guerra en los hombros de sus aliados, Mitt Romney representa una retórica nueva. No deja de proclamar que Estados Unidos está hecho para dirigir el mundo, mientras que Obama admite que el mundo puede guiarse por el derecho internacional.
Los errores de Obama, hombre que a pesar de todo no ha conseguido ser la antítesis de George W. Bush, son producto de varios factores: su rol de presidente de un imperio militarista, sus intentos de reconciliar los intereses de la élite de Estados Unidos con la estabilidad y la prosperidad en sus cada vez más estrechas áreas de influencia.
Obama es un Bush astuto: con el multilateralismo reparte los costos morales y económicos de sus batallas; con la estrategia de “liderar desde atrás” reduce la exposición de Estados Unidos y empleando drones se hace con el control de territorios ajenos, sin poner las botas en el suelo.
Los republicanos han empujado a Obama a bushizar su política exterior: así limpian el nombre de aquel ofuscado personaje, a la vez que llevan adelante su agenda política. Sin convicciones firmes, ni carácter para defenderlas, el presidente no suele tener un plan B y pasa de una posición a la contraria sin inmutarse.
Un asunto preocupante es que, en política exterior, se demostró que hay pocas diferencias entre ambos candidatos. Tal como comentó a NBC News Robert Haas, el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores –uno de los centros de análisis más influyentes en política exterior–, “hay mucho más acuerdo que desacuerdo”. Otro reconocido analista, Walter Russell Meade, ya había pronosticado lo que finalmente ocurrió: Obama intentó pintar a Romney como otro George W. Bush, mientras Romney intentó pintarse como otro Obama, “pero diferente”.
A lo largo de la campaña electoral, Obama intentó descalificar las propuestas de Romney como un regreso al pasado, declarando en algún momento que son “un retorno a las políticas exteriores de los 80, las políticas sociales de los 50 y las políticas económicas de los 20”, y que no eran muy útiles para abordar los desafíos del siglo XXI. Lo acusó de cambiar de posición sobre varios temas, y que eso cuestionaba su capacidad como líder en el plano internacional.
Romney esquivó los golpes y detalló las cifras económicas de desempleo, pobreza y deuda.
Según el politólogo Immanuel Wallerstein, En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadounidense es la incertidumbre y la falta de claridad. Las encuestas recientes muestran que por primera vez una mayoría de estadounidenses piensa que las intervenciones militares que emprendió Bush en Medio Oriente fueron un error. Lo que todas estas personas parecen ver es que hubo un enorme derroche de vidas y dinero estadounidenses, conque se obtuvieron resultados que a la gente le parecen muy negativos. Otro rubro no comentado por candidatos o comentaristas es un factor que muchos fingen que no existe, pero que es omnipresente: el racismo. Con la elección del primer presidente afroestadounidense, muchos –incluido el presidente– proclamaron el amanecer de una sociedad “posracial”. Pero cuando todos se preguntan por qué las tendencias electorales están empatadas, casi nadie comenta que tal vez es en parte una manifestación de algo muy sencillo: el hombre que ocupa la Casa Blanca (por cierto, un edificio construido con mano de obra de esclavos negros) es un afroestadounidense (aunque sea nada más por el lado de su padre, pues su madre es estadounidense blanca).
Un sondeo de la agencia AP difundido este fin de semana ofrece detalles brutales: la mayoría de los estadounidenses tiene prejuicios raciales. Según el sondeo, 51 por ciento expresa “actitudes antinegras explícitas”, comparado con 48 por ciento en 2008. Cuando se aplica un examen de actitudes “implícitas”, ese nivel se eleva a 56 por ciento. La actitudes antilatinas también son compartidas por la mayoría de estadounidenses: un sondeo de AP en 2011 encontró que 52 por ciento de blancos expresa un prejuicio racial antilatino. AP calcula que Barack Obama podría perder hasta 5 puntos del voto popular por este factor. La encuesta encontró que 79 por ciento de republicanos y 32 por ciento de demócratas expresan prejuicio racial, pero en el examen sobre actitudes implícitas no había gran diferencia con 64 por ciento de republicanos y 55 por ciento de demócratas, y más o menos la mitad de los no afiliados expresaron un grado de racismo.
La lista de asuntos claves no mencionados por los que batallan para ser líder de la última superpotencia es larga, incluido el peligro nuclear, la guerra antinarcóticos, la relación con América latina, entre otras. Noam Chomsky comentó recientemente que cuando intentaba optar entre dos temas para una ponencia se tuvo que preguntar “¿cuáles son los asuntos más importantes que enfrentamos?” y “¿cuáles son los asuntos que no se están tratando de manera seria o de ninguna manera en el frenesí cuadrianual que ocurre ahora y que llamamos elección?”. Y concluyó: “Me di cuenta de que no había problema; no era una decisión difícil: son el mismo tema”.
Este año, el duelo entre Barack Obama y el republicano Mitt Romney parecía una pelea con final previsible, pero la sorpresiva reacción de Romney –que consiguió una paridad casi milimétrica con Obama–, y luego, la cinematográfica irrupción del huracán Sandy otorgaron la necesaria cuota de dramatismo al espectáculo global y al mismo tiempo le permitió a Obama sacarse el traje de candidato y colocarse el uniforme de líder supremo de la Nación, lo cual le permitió recuperar la ventaja perdida y agregar dramatismo hollywoodense a este espectáculo político.
Supuestamente, el gran show electoral estadounidense nos demuestra que Estados Unidos es la representación misma de la democracia. La realidad es muy diferente. Contrariamente a la idea generalizada, no es el pueblo estadounidense quien elige a su presidente, ni directamente ni de ninguna otra forma. El pueblo estadounidense no es soberano y los ciudadanos no son electores. El presidente de Estados Unidos es designado por un colegio compuesto de 538 personas –los verdaderos electores– designados a su vez por los Estados que componen la Unión, que son los únicos soberanos. Con el paso del tiempo, los Estados se acostumbraron a consultar a sus ciudadanos antes de designar el colegio de electores. Pero el litigio de Gore contra Bush (en el año 2000) sirvió para recordar que la opinión de los ciudadanos tiene un carácter exclusivamente consultativo. La Corte Suprema consideró que no tenía por qué esperar que se volvieran a contar los votos en la Florida para proclamar el ganador. Para la Corte Suprema lo importante no era conocer la opinión de los habitantes del Estado de la Florida sino que el Estado designara a sus electores. En esta elección se puede presentar una situación parecida.
El show Obama-Romney no es un simple espectáculo: algo más se está decidiendo.
Mientras el actual presidente trata de resolver los problemas económicos mediante una importante reducción de los gastos militares y haciendo recaer el peso de la guerra en los hombros de sus aliados, Mitt Romney representa una retórica nueva. No deja de proclamar que Estados Unidos está hecho para dirigir el mundo, mientras que Obama admite que el mundo puede guiarse por el derecho internacional.
Los errores de Obama, hombre que a pesar de todo no ha conseguido ser la antítesis de George W. Bush, son producto de varios factores: su rol de presidente de un imperio militarista, sus intentos de reconciliar los intereses de la élite de Estados Unidos con la estabilidad y la prosperidad en sus cada vez más estrechas áreas de influencia.
Obama es un Bush astuto: con el multilateralismo reparte los costos morales y económicos de sus batallas; con la estrategia de “liderar desde atrás” reduce la exposición de Estados Unidos y empleando drones se hace con el control de territorios ajenos, sin poner las botas en el suelo.
Los republicanos han empujado a Obama a bushizar su política exterior: así limpian el nombre de aquel ofuscado personaje, a la vez que llevan adelante su agenda política. Sin convicciones firmes, ni carácter para defenderlas, el presidente no suele tener un plan B y pasa de una posición a la contraria sin inmutarse.
Un asunto preocupante es que, en política exterior, se demostró que hay pocas diferencias entre ambos candidatos. Tal como comentó a NBC News Robert Haas, el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores –uno de los centros de análisis más influyentes en política exterior–, “hay mucho más acuerdo que desacuerdo”. Otro reconocido analista, Walter Russell Meade, ya había pronosticado lo que finalmente ocurrió: Obama intentó pintar a Romney como otro George W. Bush, mientras Romney intentó pintarse como otro Obama, “pero diferente”.
A lo largo de la campaña electoral, Obama intentó descalificar las propuestas de Romney como un regreso al pasado, declarando en algún momento que son “un retorno a las políticas exteriores de los 80, las políticas sociales de los 50 y las políticas económicas de los 20”, y que no eran muy útiles para abordar los desafíos del siglo XXI. Lo acusó de cambiar de posición sobre varios temas, y que eso cuestionaba su capacidad como líder en el plano internacional.
Romney esquivó los golpes y detalló las cifras económicas de desempleo, pobreza y deuda.
Según el politólogo Immanuel Wallerstein, En la opinión pública el elemento más importante relacionado con la política exterior estadounidense es la incertidumbre y la falta de claridad. Las encuestas recientes muestran que por primera vez una mayoría de estadounidenses piensa que las intervenciones militares que emprendió Bush en Medio Oriente fueron un error. Lo que todas estas personas parecen ver es que hubo un enorme derroche de vidas y dinero estadounidenses, conque se obtuvieron resultados que a la gente le parecen muy negativos. Otro rubro no comentado por candidatos o comentaristas es un factor que muchos fingen que no existe, pero que es omnipresente: el racismo. Con la elección del primer presidente afroestadounidense, muchos –incluido el presidente– proclamaron el amanecer de una sociedad “posracial”. Pero cuando todos se preguntan por qué las tendencias electorales están empatadas, casi nadie comenta que tal vez es en parte una manifestación de algo muy sencillo: el hombre que ocupa la Casa Blanca (por cierto, un edificio construido con mano de obra de esclavos negros) es un afroestadounidense (aunque sea nada más por el lado de su padre, pues su madre es estadounidense blanca).
Un sondeo de la agencia AP difundido este fin de semana ofrece detalles brutales: la mayoría de los estadounidenses tiene prejuicios raciales. Según el sondeo, 51 por ciento expresa “actitudes antinegras explícitas”, comparado con 48 por ciento en 2008. Cuando se aplica un examen de actitudes “implícitas”, ese nivel se eleva a 56 por ciento. La actitudes antilatinas también son compartidas por la mayoría de estadounidenses: un sondeo de AP en 2011 encontró que 52 por ciento de blancos expresa un prejuicio racial antilatino. AP calcula que Barack Obama podría perder hasta 5 puntos del voto popular por este factor. La encuesta encontró que 79 por ciento de republicanos y 32 por ciento de demócratas expresan prejuicio racial, pero en el examen sobre actitudes implícitas no había gran diferencia con 64 por ciento de republicanos y 55 por ciento de demócratas, y más o menos la mitad de los no afiliados expresaron un grado de racismo.
La lista de asuntos claves no mencionados por los que batallan para ser líder de la última superpotencia es larga, incluido el peligro nuclear, la guerra antinarcóticos, la relación con América latina, entre otras. Noam Chomsky comentó recientemente que cuando intentaba optar entre dos temas para una ponencia se tuvo que preguntar “¿cuáles son los asuntos más importantes que enfrentamos?” y “¿cuáles son los asuntos que no se están tratando de manera seria o de ninguna manera en el frenesí cuadrianual que ocurre ahora y que llamamos elección?”. Y concluyó: “Me di cuenta de que no había problema; no era una decisión difícil: son el mismo tema”.
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