EL MUNDO › ESCENARIO
Drones
Por Santiago O’Donnell (Página/12)
Al
teléfono con Mary Ellen O’Connell, después de leer lo que se escribió de
ella el martes pasado en el Los Angeles Times. “En la batalla legal en
contra de los ataques de drones, ella está en la primera línea. Una
profesora de derecho de (la universidad de) Nôtre Dame lidera una
solitaria campaña para frenar los asesinatos selectivos en Pakistán y
otras partes del mundo, insistiendo en que violan el derecho
internacional.”
Por lo que sabemos, los “ataques con drones” a los que hace
referencia el diario estadounidense son una nueva forma de matar. Una
forma de asesinar desde el Estado que se ha adoptado en Estados Unidos a
partir del 11-S, pero de manera muy acentuada a partir de la actual
presidencia de Barack Obama, que permite la eliminación física de una
persona sin juicio ni jurado, con verdugo a control remoto, por orden
secreta presidencial, a través de avioncitos teledirigidos armados con
bombas y misiles.
La profesora O’Connell no dice “los drones están prohibidos, los
drones no se pueden usar”. Dice que los drones disparan misiles y que
disparar misiles es un acto de guerra. Entonces los “ataques con drones”
sólo deberían permitirse en el marco de un conflicto armado. Sin
embargo, son utilizados en países como Pakistán o Yemen, que no están en
guerra con Estados Unidos, señala la profesora. Los abogados del
Pentágono y la Casa Blanca argumentan que la Guerra al Terror es como un
nuevo escenario donde el enemigo no tiene Estado ni territorio, y por
lo tanto las viejas leyes no aplican. Pero en sus escritos y
declaraciones la profesora O’Co-nnell deja en claro que el derecho
humano a la vida sólo se puede quitar cuando hay un peligro directo e
inminente contra otra persona si no se actúa, y los asesinatos
selectivos a través de drones están muy lejos de alcanzar ese piso de
legalidad.
Tenemos poco tiempo. Leslie Berg, asistente de la profesora, nos
cuenta que desde que salió la semblanza en el diario de Los Angeles no
paran de llamarla de todo el mundo, justo en la semana en que la
profesora se ocupa de exámenes de mitad de término. Entonces vamos al
grano. Queremos saber cómo viene la batalla legal, que nos haga un
despacho desde el mismo frente.
“Hay varios casos que están surgiendo, pero el más importante por el
impacto es un juicio en Gran Bretaña por la muerte de un adulto y un
niño que eran padre e hijo cuando fueron alcanzados por un misil
disparado por un dron en el este de Pakistán. Fue durante una reunión de
jefes tribales pacíficos, no había ninguna actividad militar. El abuelo
del niño y padre de la otra víctima es quien lleva adelante el juicio,
hay unos abogados excelentes tomando declaraciones. El objetivo es que
el gobierno británico desista de apoyar con inteligencia y logística a
los ataques con drones que realizan los estadounidenses. Hay otro caso
por daños (fuero civil) en Estados Unidos por los tres ciudadanos
estadounidenses muertos en Yemen, que eran padre, hijo y sobrino, y otro
caso en que la demanda la hace la madre de una víctima, en el que el
principal acusado es Leon Panetta (ex jefe de la CIA y actual secretario
de Defensa).”
¿Y se puede ganar la batalla legal para prohibir los ataques con drones fuera de los escenarios bélicos?
“Lo importante es que estos casos sirven para ir educando al público
de que no siempre las cosas fueron así”, contesta la profesora desde su
oficina en el campus de la universidad. “Aun en el gobierno de Reagan,
la Casa Blanca se oponía a los asesinatos selectivos que realizaba
Israel fuera de zonas de combate. (Aprobar ese tipo de asesinatos) no
era el punto de vista de Estados Unidos, pero esa política cambió a
partir del 11-S. No porque hayan cambiado las leyes, sino por miedo a un
mundo que va cambiando.”
Cuenta la profesora que las muertes por ataques de drones ya superan
las 4000 víctimas mortales, casi todos durante el gobierno de Obama.
“Al principio eran ataques muy selectos pero con el tiempo se fueron
masificando hasta desmadrarse. Hoy por pertenecer a cierto grupo etario
en determinada población, y te reúnes con otra gente, eso ya te hace un
posible blanco de asesinato”, denunció O’Connell. “Espero que Argentina
haga presión para terminar con esta práctica. Argentina tiene
experiencia en manejar casos de terrorismo (se refiere a los atentados a
la AMIA y la Embajada de Israel) y lo ha manejado dentro de la ley, con
ayuda de otros países como Estados Unidos o Israel, pero dentro de los
márgenes de la ley.”
La profesora sabe bastante de guerras. Antes de recalar en Notre
Dame, la principal universidad católica de Estados Unidos, O’Connell fue
docente en el Departamento de Defensa, donde conoció a quien luego
sería su marido, un oficial de inteligencia del ejército estadounidense.
Entre 2005 y 2010 O’Connell dirigió el Comité sobre Uso de Fuerza de la
Asociación de Derecho Internacional y actualmente es la vicepresidenta
de la Sociedad americana de Derecho Internacional. “Yo conocí a mi
marido militar enseñando leyes sobre conflicto armado en agencias del
gobierno de Estados Unidos. Conozco bien el espíritu de la ley, basado
en la tradición judeocristiana de sólo recurrir a la violencia en caso
de necesidad extrema. El uso de fuerza letal en un escenario bélico es
más abierto, pero en tiempo de paz sólo se justifica si salva una vida
inmediatamente. Es lo que dice la ley. Se basa en el principio moral de
que cada persona tiene derecho a una vida digna. Se trata de una
cuestión moral. Por eso es importante que la gente se entere, a partir
de explicaciones claras, de lo que dice la ley, para presionar a Estados
Unidos como un imperativo moral, que no tiene derecho a matar gente de
esta manera.”
Aunque ha testificado sobre la definición de “conflicto armado” en
más de un caso de ataques con drones, O’Connell aclara que ella no
impulsa causas judiciales. “Yo no actúo como abogada ni como política.
Simplemente busco alertar sobre los peligros de lo que está sucediendo a
través de mi trabajo académico.”
No queda tiempo para más. Le pregunto si lo que hace Obama con los
drones se puede llamar asesinato. “No encuentro otra palabra más
apropiada”, se despide la profesora.
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