La espada de Monsanto sobre América Latina
Por Federico Larsen (Marcha).
Paraguay anunció ayer que producirá semillas transgénicas en
colaboración con la multinacional estadounidense en su territorio.
Proponemos un recorrido por el dominio económico y político de Monsanto
en nuestro continente.
“Paraguay va a producir su propia semilla
transgénica que va a estar a disposición de todos lo productores”,
anunció ayer el ministro de Agricultura y Ganadería del país guaraní,
Enzo Cardozo. La producción estará a cargo del Instituto Paraguayo de
Tecnología Agropecuaria (IPTA), que recibirá “transferencia tecnológica”
de la multinacional estadounidense Monsanto, para la cual el gobierno
comandado por el presidente de facto Federico Franco pagará un monto a
convenirse en las próximas semanas. Paraguay tendrá así sus propias
semillas genéticamente modificadas de la mano de la principal empresa
del sector del mundo. No por nada el conservadurismo guaraní ejecutó un
golpe de estado en su país.
La injerencia de Monsanto en los asuntos
económicos y políticos de América Latina se hace cada vez más evidente.
El modelo del agronegocio extractivista se impuso de tal forma que los
países del Mercosur más Bolivia, son hoy los mayores productores de soja
transgénica del mundo. El principal negocio consiste en la inclusión
del gen RR en las semillas de soja, maíz y algodón, que hace a las
plantas resistentes al Roundup (RR), principal herbicida fabricado por
Monsanto a base de glifosato. De esta manera se pueden sembrar con
semillas genéticamente modificadas grandes extensiones de tierra (como
el 57% de la provincia de Buenos Aires) y regarlas con glifosato desde
una avioneta, manteniendolas a salvo de otras pestes. Pero la influencia
de la transnacional trasciende el ámbito de la productividad para
imponerse en los pasillos de la política, algo de lo que el Paraguay es
el último y perogrullesco ejemplo.
La intervención de agentes ligados a los
intereses de Monsanto y otras corporaciones internacionales -como
Cargill, Río Tinto y Syngenta- en el golpe que derrocó a Fernando Lugo
está ampliamente documentada. El principal actor detrás de escena allí
fue la Unión de Gremios de Producción, vinculada al Grupo Zuccolillo,
dueño del poderoso diario ABC Color -Zuccolillo es además presidente de
la Sociedad Interamericana de Prensa SIP- que en las semanas previas al
golpe comenzó una campaña contra el director del Servicio de Nacional de
Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas, (SENAVE), Miguel Lovera. Su
principal culpa fue negarse a liberar la semilla de algodón transgénico
Bollgard BT de la compañía norteamericana, para su siembra comercial en
Paraguay. Pocos días antes de la masacre de Curuguaty, pretexto que
llevó a la derecha paraguaya a iniciar el juicio político contra Lugo,
apareció en ABC Color una editorial intitulada “Los 12 argumentos para
destituir a Lovera”, un manifiesto que fue entregado al entonces
vicepresidente Franco, donde el Grupo Zuccolillo, principal socio de
Cargill Paraguay, reprodujo los argumentos de las multinacionales para
sacarse de encima al último obstáculo para la liberación de nuevas
semillas transgénicas.
Desde el golpe de estado, cuatro
variedades de maíz y una de algodón fueron liberadas en Paraguay. Además
se profundizaron las exenciones fiscales para este tipo de empresas, en
un país con uno de los sistemas impositivos más regresivos de América
-el 60% de los impuestos recaudados provienen del IVA, mientras que sólo
el 0,04% son de impuestos inmobiliarios- y donde más del 80% de la
tierra está concentrado en las manos del 2% de la población.
Pero Paraguay es quizás sólo el último
ejemplo de la injerencia de Monsanto en los asuntos de Nuestramérica.
Los mercados de Brasil y Argentina son respectivamente el segundo y
tercero a nivel mundial para la multinacional con sede en St. Louis. En
2009 Brasil superó a Argentina como segundo productor mundial de
cultivos transgénicos. En 2009/10, se cultivaron 23 millones de
hectáreas de soja en Brasil, de las cuales el 70% -16,5 millones de
hectáreas- fueron cultivadas con soja transgénica RR, según la
gubernamental Compañía Nacional de Abastecimiento (CONAB). Brasil es
también el mayor consumidor de agrotóxicos del mundo, cuyo principal
producto es justamente el Roundup producido por Monsanto. La Agencia
Nacional de Vigilancia Sanitaria (ANVISA) publicó en 2010 in informe
donde asegura que el 28% de los alimentos consumidos en el país contiene
niveles peligrosos de residuos de agrotóxicos, algo por lo cual se
pagaron 530 millones de dólares en regalías a Monsanto. Un informe
elaborado por la Vía Campesina, asegura que la agricultura familiar y
campesina da cuenta del 78% de la producción de alimentos del país y
agrupa el 84% de todos los establecimientos agropecuarios del Brasil,
empleando a tres veces más personas que el agronegocio, pero sólo ocupa
el 24% de las tierras agrícolas.
La agricultura con organismos
genéticamente modificados penetró en América Latina a través de las
primeras liberaciones de semillas en la segunda mitad de los años 90 en
Argentina. Nuestro país fue pionero en la adecuación de su estructura
jurídica a los intereses de Monsanto. El 97% de la soja cultivada en el
país es transgénica, pero la presencia de la multinacional se extiende
en otras ramas. Argentina liberó el uso de la hormona
recombinante bobina (rBST Posilac) producida por Monsanto, que aumenta
en un 25% la producción lechera en las vacas y se encuentra prohibida en
casi todo el mundo por haberse demostrado que el Posilac produce cáncer
de mama en los humanos. La sobreproducción de leche produce a su vez
irritaciones en las glandulas mamarias de la vaca, que son curadas con
niveles constantes de antibióticos en el animal, cuyos residuos se
encuentran en el producto para el consumo.
Monsanto se ha convertido en uno de los
principales aliados del Gobierno nacional. La propia presidenta Cristina
Fernández de Kirchner aseguró desde Nueva York hace pocas semanas que
“la inversión de Monsanto es importantísima y va a
ayudar a la concreción de nuestro plan, tanto agroalimentario 2020, como
nuestro plan también industrial. Y me decía hoy su titular que les
había impresionado mucho el apoyo que nuestro Gobierno estaba dando a la
ciencia y a la tecnología. Tengan ustedes la certeza que vamos a seguir
en la misma línea”. De esta manera se sostiene 'el modelo' que permite
una magra redistribución de excedentes y el apoyo de las corporaciones
en los lobbys internacionales para el gobierno argentino. A cambio, el
oficialismo prepara las modificaciones de la Ley de semillas No
20.247/73, la Ley de Patentes de Invención y Modelos de Utilidad N°
24.481/95 modificada por ley 24.572/96, la Ley No 24.376/94 por la que
Argentina adhirió al Convenio internacional para la Protección de las
Obtenciones Vegetales, UPOV 1978.
De esta manera las
estructuras estatales latinoamericanas se modifican en función de los
intereses agroexportadores acompañados por la 'mano invisible' de
grandes multinacionales. Es decir, además del daño ambiental que el uso
de transgénicos comporta, aún más preocupante resulta la inserción de
las transnacionales en las políticas estatales y la implementación de
modelos económicos basados en el extractivismo agro-minero. Según un
estudio realizado por el norteamericano Center for Responsive Politics,
Monsanto gastó un total de 52,5 millones de dólares en los últimos diez
años en la contratación de grupos asesores tales como el Russel Group,
Washinfton Tax Group o el Bockorny Group, dedicados al lobby
internacional, para asegurarse aprobaciones parlamentarias en diferentes
partes del mundo para proyectos que le sean favorables. Uno de los
casos ejemplares es el de México, que en 2005 abrió la puerta a los
cultivos transgénicos con la famosa 'Ley Monsanto', aprobada por mayoría
absoluta sin siquiera ser leída, ley que además de defender los
derechos monopólicos de las trasnacionales por medio de sus patentes las
exime de la responsabilidad por contaminación.
Existen sin embargo
ejemplos de pequeñas excepciones a esta regla, como el caso del Perú. Si
bien Ollanta Humala prosigue en su cruzada extractivista en la rama
minera, reprimiendo inclusive con muertes a los pobladores que se le
oponen, en noviembre de 2011 logró que el congreso aprobara una
moratoria e diez años al cultivo y la importación de transgénicos en el
país, “con el fin de proteger la biodiversidad, la agricultura nacional y
la salud pública”. Una enorme derrota para Monsanto, que según los
cables revelados el año pasado por Wikileaks -así es como se revelaron
las negociaciones entre la empresa y el gobernador de Chaco Capitanich
para la aprobación de los cultivos de algodón BT Cotton-, consideraba al
Perú como un país clave para la comercialización de sus productos, e
inclusive había comenzado su tradicional lobby para desembarcar nuevas
semillas de soja.
En mayo de 2010,
Monsanto anunció la donación de más de 60 toneladas de semillas híbridas
de maíz y vegetales a Haití y otras 400 toneladas un año más tarde como
contribución a la reducción del hambre en el país caribeño. La
iniciativa provocó el masivo rechazo de los haitianos, ya que ese tipo
de cultivo requiere altas dosis de Roundup contaminante, que no venía en
el paquete y condeba a los agricutores a la dependencia de la
multinacional por no poder almacenar semillas propias. Monsanto sostuvo
que esa decisión se había adoptado en el Foro Económico Mundial en
Davos, Suiza, en el marco de la presentación de su “Nueva Visión de la
Agricultura”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario