Con cátedra en Washington
Por un acuerdo tejido entre la embajada argentina y
el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown,
antiguo hogar académico y político de Arturo Valenzuela, ahora
reemplazado por el historiador Erick Langer, la Presidenta dejará
abierta la “Cátedra Argentina”. Una visita en medio de las elecciones
presidenciales y el conflicto del Medio Oriente y Libia.
Por Martín Granovsky (Página/12)
Desde Nueva York
Los vecinos dejaron flores en el Escuadrón 18 de bomberos (en la
calle 10 y la avenida Greenwich) y también en Los Tigres, la brigada de
bomberos que atiende a Wall Street y queda a metros de donde estaban las
Torres Gemelas hasta que fueron derrumbadas por los comandos suicidas
el 11 de septiembre de 2001. Esta es la Nueva York que verá Cristina
Fernández de Kirchner. Aunque habrá tiempo para una escapada a
Washington: en la Universidad de Georgetown, la Presidenta dejará
inaugurada una cátedra sobre la Argentina. Es un modo de hacer
diplomacia sin necesidad de buscar siempre la diplomacia hardcore que
imaginó el embajador argentino en los Estados Unidos, Jorge Argüello.
El representante argentino firmó la inauguración de la Cátedra
Argentina con Erick Langer, director del Centro de Estudios
Latinoamericanos de Georgetown, la universidad que fundaron los jesuitas
y que es una de las más influyentes en el establishment de Washington.
“La presencia de la Presidenta en este acto pone en evidencia la
importancia que la Argentina le otorga a la construcción de nuevos
consensos con la comunidad internacional en general y, en este caso
particular, con los Estados Unidos de América”, dijo Argüello al
comentar la participación de Cristina Fernández de Kirchner el 26 en
Washington, un día después de su discurso en las Naciones Unidas en
Nueva York.
Un funcionario del gobierno argentino dijo a Página/12 que la
Cátedra Argentina tendrá un directorio donde, además de Langer y
Argüello, estará por ejemplo Enrique García, el poderoso jefe de la
Corporación Andina de Fomento, la CAF, uno de los instrumentos
financieros principales de Sudamérica.
Una herramienta académica y diplomática similar, bajo la forma de un
observatorio sobre la Argentina, funciona desde 2004 en la Universidad
de Nueva York. En su momento sirvió para acercar economistas como Paul
Krugman y Joseph Stiglitz y discutir en público y en privado la
estrategia de quita de la deuda externa que llevó adelante el entonces
presidente Néstor Kirchner. En buena medida los contactos con el mundo
de la universidad quedaron a cargo de Cristina Fernández de Kirchner,
que en esa época todavía era senadora. Los contactos en el terreno los
tejió el cónsul en Nueva York, Héctor Timerman, con un equipo reducido y
movedizo.
El acuerdo de Argüello y Langer tiene una gracia adicional. Antes,
el director del Centro de Estudios Latinoamericanos era el
norteamericano de origen chileno Arturo Valenzuela. Llegado a los
Estados Unidos como mochilero a los 17 años, Valenzuela hizo carrera
primero en Ciencia Política y después en el Estado. Con Bill Clinton de
presidente ocupó un puesto clave, el de encargado de América Latina en
el Consejo de Seguridad Nacional, órgano de asesoramiento directo del
presidente de los Estados Unidos. En aquella época anudó buenas
relaciones con el gobierno de Carlos Menem y sus funcionarios. Luego, ya
fuera de la Administración, se asoció con varios consultores
latinoamericanos como el argentino Rosendo Fraga. Valenzuela volvió al
Ejecutivo en 2009 como subsecretario de Asuntos Interamericanos de
Barack Obama. Dejó el puesto el año pasado. Antes, en diciembre de 2009,
protagonizó chisporroteos con el gobierno argentino cuando, durante una
visita a Buenos Aires, puso en duda el nivel de seguridad jurídica de
la Argentina y se mostró nostálgico de los tiempos de Menem. Ya con tono
menos belicoso, viajó en misión exploratoria a la Argentina en enero de
2011. En esa gira abandonó el tono irritativo y se quedó en las
curiosidades previsibles de la época. Preguntó si Cristina se
presentaría como candidata a la reelección en octubre, se reunió con
académicos, con Timerman, a quien había tratado como cónsul y como
embajador en Washington, y con el gobernador de Buenos Aires, Daniel
Scioli.
Al dejar la Subsecretaría de Asuntos Interamericanos Valenzuela
quiso volver al Centro de Estudios Latinoamericanos de Georgetown. Pero
su ocupante de entonces, y de ahora, Langer, ya había construido un
espacio propio con la solidez suficiente como para no ser desplazado.
Historiador de origen académico, Langer tiene una especialidad que
puede ser útil en Washington para quienes se interesen en el momento
actual de Sudamérica: estudió el mundo andino y se interesó por los
pueblos originarios. Entre otros idiomas, habla quechua.
Uno de sus libros, editado en 2003, es Movimientos indígenas
contemporáneos en América Latina. Otro de sus trabajos indaga en el
papel de la economía indígena en la construcción de los Estados-nación
del área andina en el siglo XIX. Otro, en las misiones para influir
sobre los chiriguanos. El Gran Chaco fue también un tema de interés de
Langer. También la propia Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, un
conflicto atizado por los intereses petroleros en el que tuvieron
importancia diplomática la Argentina y los Estados Unidos.
Si es que un currículum habla de verdad de las inclinaciones de un
académico –a veces ocurre, y quizás ésta sea una de las veces– tal vez
Langer se incline más a curiosear en hechos y tendencias históricos que a
distribuir categorías de mayor o menor grado de populismo en los
procesos políticos actuales de Sudamérica.
Y no es que Sudamérica ocupe el primer lugar en las inquietudes del
presidente norteamericano o en las de su oponente en campaña para las
elecciones de noviembre, el republicano Mitt Romney. Probablemente por
fortuna, aunque ésta es una vieja discusión en el continente, no es un
momento de obsesión norteamericana por la realidad que viven sus vecinos
del Sur. O por el peso de otros problemas, como el Medio Oriente o la
economía doméstica, o por la estabilidad de una Sudamérica que no centra
su política en el desafío a los Estados Unidos, Washington parece no
querer y no necesitar un mayor grado de concentración en los otros
Estados de la región.
La creación de empleo es el tema número uno de las discusiones en
los Estados Unidos. Con una desocupación que no logra hacer descender
del 8 por ciento, Obama sigue arriba en las encuestas. Y, en general,
los formuladores norteamericanos de política económica tienen el mismo
discurso ortodoxo que sus pares europeos pero una práctica más
heterodoxa. Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal, la Fed, el Banco
Central de los Estados Unidos, acaba de anunciar el último jueves que
mantendrá bajas las tasas de interés –y bajas, con un 0,25 por ciento,
significa bajas de verdad– hasta el 2015, aun a riesgo de que asome un
pequeño atisbo de inflación. La meta es que los bancos puedan prestar y
el mercado inmobiliario se reactive después de la explosión del mercado
de basura derivado de las hipotecas infladas que hicieron crisis en
2008.
Cuando, el 26, hable en la Georgetown University, la Presidenta ya
habrá podido ejercer su olfato directo sobre la sensibilidad creciente
que genera en la elite política estadounidense el área del Mar
Mediterráneo, el norte de Africa y el Medio Oriente.
Los Estados Unidos vienen de sufrir uno de esos hechos que ocurren
de tanto en tanto, incluso en medio de las guerras más tremendas: la
muerte por incendio y asfixia de su embajador en Libia, Christopher
Stevens, en un episodio que cada vez parece más lejos de la presentación
corriente según la que una multitud, violentada por una película,
ejerció su indignación islámica contra el Occidente que ofendió su fe.
Como lo recordó estos días el argentino Juan Gabriel Tokatlian, director
en la Universidad Torcuato Di Tella, la rabia bien pudo ir acumulándose
durante años más allá de la película Innocence of Islam, de la que
según Tokatlian “sólo se conoce un trailer de 14 minutos pues no ha sido
estrenada”.
En un artículo publicado el jueves 13 en la página web del semanario
The New Yorker, el columnista Hisham Matar establece que nadie en Libia
parecía haber mirado la película, y tampoco el tema figuraba con
importancia alguna en las redes sociales. Para el articulista, se trata
de grupos de extrema derecha que quieren agudizar las contradicciones de
la Libia que quedó luego del régimen de Muamar Khadafi y estimular la
ira de los más jóvenes, tanto seculares como religiosos. Una ira que,
como analizó Tokatlian, no necesita mucho para ser encendida y
convertida en fuego.
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