La forma y el fondo
Paraguay nos ha tirado nuevamente a la democracia en el banquillo.
El debate generado en el seno de la Unasur y
OEA nos interpela a repensar la dimensión más profunda de los últimos
acontecimientos vividos en Paraguay, con sus ineludibles reminiscencias a
los casos de Ecuador, Honduras y Venezuela. ¿Qué es la democracia? ¿Un
mero conjunto de prácticas institucionales que preestablecen las formas
de ejercicio del poder del pueblo? O más allá de sus formas es un
maleable ideal del modo de vida social de un pueblo que participa del
ejercicio del poder. Alexis de Tocqueville responde: la democracia es
“l'état social”, es decir, un modo de vida social.
Inseparables de su historia y de la arquitecturas meta-jurídicas (un modo más elegante de decir ideología) que las estructuran, las formas de la democracia estipuladas en nuestras constituciones articulan intereses y circuitos de poder asociados a actores de poder. Mientras el correlato entre tales circuitos e intereses no entran en colisión con los actores de poder, la forma y el fondo de la democracia no suelen alejarse demasiado. El problema es surge cuando se incorporan nuevos sujetos, con nuevas identidades y nuevos derechos que tironean las formas del viejo poder buscando espacio para nuevas prácticas y nuevas instituciones. Muchos de estos sujetos facilitaron a sus líderes el acceso al poder por los carriles de la democracia formal, buscando el establecimiento de modos superadores de vida social, inclusivos y socialmente comprometidos.
El líder transformador llega al poder en medio de una encrucijada expectativas, a un lado está su gente, que ha depositado en él su confianza y espera que sus aspiraciones no sean defraudadas; al otro lado está el viejo poder, que anticipadamente teme por la modificación de las prácticas y circuitos que le preservan su estatus. El líder transfomador tiene ante sus ojos un reducido número de herramientas y escasos recursos para llevar adelante una empresa fundacional. El viejo poder espera agazapado el primer traspié y los nuevos sujetos tienen poco tiempo para esperar el cambio y metabolizarlo. Ninguna transformación de fondo se puede ejecutar sin poder: preguntémosle a Obama y la reforma del sistema de salud. Sin poder no hay transformación. Esa fue la encrucijada de Lugo, lo fue también de Zelaya, de Correa y de Chávez, y también, a veces, la de Evo Morales.
Sudamérica interpela hoy al hemisferio y al mundo a repensar el fondo de la democracia. Hemos heredado un mundo hecho a la imagen y semejanza de las necesidades de Occidente ¿Entran en los moldes de aquellos circuitos de poder las identidades y los derechos de los nuevos actores emergentes de nuestras sociedades? El secretario general de la OEA advirtió que una exclusión del Paraguay no contribuye al fortalecimiento de la democracia en ese país. Cabe preguntarnos de qué habla la OEA cuando habla de democracia y de qué habla la Unasur cuando habla de democracia. Paraguay es para todos los sudamericanos un llamado de atención.
Inseparables de su historia y de la arquitecturas meta-jurídicas (un modo más elegante de decir ideología) que las estructuran, las formas de la democracia estipuladas en nuestras constituciones articulan intereses y circuitos de poder asociados a actores de poder. Mientras el correlato entre tales circuitos e intereses no entran en colisión con los actores de poder, la forma y el fondo de la democracia no suelen alejarse demasiado. El problema es surge cuando se incorporan nuevos sujetos, con nuevas identidades y nuevos derechos que tironean las formas del viejo poder buscando espacio para nuevas prácticas y nuevas instituciones. Muchos de estos sujetos facilitaron a sus líderes el acceso al poder por los carriles de la democracia formal, buscando el establecimiento de modos superadores de vida social, inclusivos y socialmente comprometidos.
El líder transformador llega al poder en medio de una encrucijada expectativas, a un lado está su gente, que ha depositado en él su confianza y espera que sus aspiraciones no sean defraudadas; al otro lado está el viejo poder, que anticipadamente teme por la modificación de las prácticas y circuitos que le preservan su estatus. El líder transfomador tiene ante sus ojos un reducido número de herramientas y escasos recursos para llevar adelante una empresa fundacional. El viejo poder espera agazapado el primer traspié y los nuevos sujetos tienen poco tiempo para esperar el cambio y metabolizarlo. Ninguna transformación de fondo se puede ejecutar sin poder: preguntémosle a Obama y la reforma del sistema de salud. Sin poder no hay transformación. Esa fue la encrucijada de Lugo, lo fue también de Zelaya, de Correa y de Chávez, y también, a veces, la de Evo Morales.
Sudamérica interpela hoy al hemisferio y al mundo a repensar el fondo de la democracia. Hemos heredado un mundo hecho a la imagen y semejanza de las necesidades de Occidente ¿Entran en los moldes de aquellos circuitos de poder las identidades y los derechos de los nuevos actores emergentes de nuestras sociedades? El secretario general de la OEA advirtió que una exclusión del Paraguay no contribuye al fortalecimiento de la democracia en ese país. Cabe preguntarnos de qué habla la OEA cuando habla de democracia y de qué habla la Unasur cuando habla de democracia. Paraguay es para todos los sudamericanos un llamado de atención.
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