Las mil bases de EE.UU.
David Vine Profesor en la American University en Washington/Tomdispatch.com
El Pentágono transforma silenciosamente su imperio
de bases en el extranjero y crea una nueva y peligrosa forma de guerra.
Lo primero que vi el mes pasado cuando entré en el avión de carga
C-17 gris oscuro de la Fuerza Aérea fue un vacío, algo faltaba. Faltaba
un brazo izquierdo, para ser exacto, cortado a la altura del hombro,
temporalmente parchado y unido. Carne gruesa, pálida, manchada de un
rojo brillante en los bordes. Parecía carne cortada en pedazos. La cara y
lo que quedaba del resto del hombre estaban ocultas por mantas, un
edredón con la bandera de Estados Unidos y un revoltijo de tubos y
cintas, alambres, bolsas de goteo y monitores médicos.
Ese hombre y otros dos soldados gravemente heridos –uno con dos muñones donde había habido piernas, el otro al que le faltaba una pierna bajo el muslo– estaban entubados, inconscientes y acostados en camillas colgadas de las paredes del avión que acababa de aterrizar en la Base Aérea Ramstein, de Alemania. Un tatuaje en el brazo restante del soldado decía: “Muerte Mejor Que Deshonra”.
Pregunté a un miembro del equipo médico de la Fuerza Aérea por las víctimas semejantes que ven. Muchas, como en este vuelo, provienen de Afganistán, me dijo. “Muchas del Cuerno de África”, agregó. “En realidad, los medios hablan muy poco de eso”.
“¿De dónde de África?”, pregunté. Dijo que no lo sabía exactamente, pero sobre todo del Cuerno, a menudo con heridas graves. “Muchos de Yibuti”, agregó, refiriéndose a Camp Lemonnier, la principal base militar de Estados Unidos en África, pero también de “otros sitios” de la región.
Desde las muertes retratadas en la película La caída del halcón negro, en Somalia, hace casi 20 años, hemos oído poco, si algo, sobre víctimas militares estadounidenses en África (fuera de una extraña información de la semana pasada sobre tres comandos de operaciones especiales muertos, junto con tres mujeres identificadas por fuentes militares de Estados Unidos como “prostitutas marroquíes”, en un misterioso accidente automovilístico en Mali). La creciente cantidad de pacientes que llegan a Ramstein desde África descorre una cortina sobre una significativa transformación en la estrategia militar de Estados Unidos para el siglo XXI.
Es probable que esas víctimas sean la vanguardia de cantidades crecientes de soldados heridos provenientes de sitios muy alejados de Afganistán e Irak. Reflejan el creciente uso de bases relativamente pequeñas como Camp Lemonnier, que los planificadores militares ven como un modelo para futuras bases de Estados Unidos “esparcidas”, como explica un académico, “por regiones en las cuales Estados Unidos no ha mantenido anteriormente una presencia militar”.
Están desapareciendo los días en los que Ramstein era la base simbólica de Estados Unidos, un coloso del tamaño de una ciudad repleto de miles o decenas de miles de estadounidenses, supermercados, Pizza Huts y otras comodidades. Pero no imaginen ni por un segundo que el Pentágono está haciendo las valijas, reduciendo su misión global y volviendo a casa. En los hechos, sobre la base de los eventos de los últimos años, es posible que sea todo lo contrario. Mientras disminuye la colección de bases gigantes de la era de la Guerra Fría, la infraestructura de bases en ultramar ha estallado en tamaño y alcance.
Sin que lo sepa la mayoría de los estadounidenses, la creación de bases en todo el planeta está aumentando, gracias a una nueva generación de bases que los militares llaman “nenúfares” (como cuando una rana salta a través de un estanque hacia su presa). Son pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con una cantidad restringida de soldados, comodidades limitadas y armamento y suministros previamente asegurados.
En todo el mundo, de Yibuti a las selvas de Honduras, de los desiertos de Mauritania a las pequeñas Islas Cocos de Australia, el Pentágono ha estado buscando tantos nenúfares como puede, en tantos países como puede, lo más rápido posible. Aunque cuesta hacer las estadísticas, en vista de la naturaleza frecuentemente secreta de esas bases, es probable que el Pentágono haya construido más de 50 nenúfares y otras pequeñas bases desde el año 2000, mientras explora la construcción de docenas más.
Como explica Mark Gillem, autor de America Town: Building the Outposts of Empire, el nuevo objetivo es "evitar" las poblaciones locales, la publicidad y la posible oposición. “Para proyectar su poder”, dice, Estados Unidos quiere “puestos avanzados aislados e independientes ubicados estratégicamente” en todo el mundo. Según algunos de los más fuertes propugnadores de la estrategia en el Instituto de la Empresa Estadounidense, el objetivo debe ser “crear una red mundial de fuertes fronterizos”, con los militares estadounidenses, “la ‘caballería global’ del Siglo XXI”.
Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la dominación global de Estados Unidos haciendo mucho más con menos en un mundo cada vez más competitivo, cada vez más multipolar. Es bastante notable, sin embargo, que esta política de ajuste de las bases globales no haya recibido casi ninguna atención pública, ni una supervisión significativa del Congreso. Mientras tanto, como lo muestra la llegada de las primeras víctimas de África, los militares de Estados Unidos se están involucrando en nuevas áreas del mundo y en nuevos conflictos, con consecuencias potencialmente desastrosas.
Ese hombre y otros dos soldados gravemente heridos –uno con dos muñones donde había habido piernas, el otro al que le faltaba una pierna bajo el muslo– estaban entubados, inconscientes y acostados en camillas colgadas de las paredes del avión que acababa de aterrizar en la Base Aérea Ramstein, de Alemania. Un tatuaje en el brazo restante del soldado decía: “Muerte Mejor Que Deshonra”.
Pregunté a un miembro del equipo médico de la Fuerza Aérea por las víctimas semejantes que ven. Muchas, como en este vuelo, provienen de Afganistán, me dijo. “Muchas del Cuerno de África”, agregó. “En realidad, los medios hablan muy poco de eso”.
“¿De dónde de África?”, pregunté. Dijo que no lo sabía exactamente, pero sobre todo del Cuerno, a menudo con heridas graves. “Muchos de Yibuti”, agregó, refiriéndose a Camp Lemonnier, la principal base militar de Estados Unidos en África, pero también de “otros sitios” de la región.
Desde las muertes retratadas en la película La caída del halcón negro, en Somalia, hace casi 20 años, hemos oído poco, si algo, sobre víctimas militares estadounidenses en África (fuera de una extraña información de la semana pasada sobre tres comandos de operaciones especiales muertos, junto con tres mujeres identificadas por fuentes militares de Estados Unidos como “prostitutas marroquíes”, en un misterioso accidente automovilístico en Mali). La creciente cantidad de pacientes que llegan a Ramstein desde África descorre una cortina sobre una significativa transformación en la estrategia militar de Estados Unidos para el siglo XXI.
Es probable que esas víctimas sean la vanguardia de cantidades crecientes de soldados heridos provenientes de sitios muy alejados de Afganistán e Irak. Reflejan el creciente uso de bases relativamente pequeñas como Camp Lemonnier, que los planificadores militares ven como un modelo para futuras bases de Estados Unidos “esparcidas”, como explica un académico, “por regiones en las cuales Estados Unidos no ha mantenido anteriormente una presencia militar”.
Están desapareciendo los días en los que Ramstein era la base simbólica de Estados Unidos, un coloso del tamaño de una ciudad repleto de miles o decenas de miles de estadounidenses, supermercados, Pizza Huts y otras comodidades. Pero no imaginen ni por un segundo que el Pentágono está haciendo las valijas, reduciendo su misión global y volviendo a casa. En los hechos, sobre la base de los eventos de los últimos años, es posible que sea todo lo contrario. Mientras disminuye la colección de bases gigantes de la era de la Guerra Fría, la infraestructura de bases en ultramar ha estallado en tamaño y alcance.
Sin que lo sepa la mayoría de los estadounidenses, la creación de bases en todo el planeta está aumentando, gracias a una nueva generación de bases que los militares llaman “nenúfares” (como cuando una rana salta a través de un estanque hacia su presa). Son pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con una cantidad restringida de soldados, comodidades limitadas y armamento y suministros previamente asegurados.
En todo el mundo, de Yibuti a las selvas de Honduras, de los desiertos de Mauritania a las pequeñas Islas Cocos de Australia, el Pentágono ha estado buscando tantos nenúfares como puede, en tantos países como puede, lo más rápido posible. Aunque cuesta hacer las estadísticas, en vista de la naturaleza frecuentemente secreta de esas bases, es probable que el Pentágono haya construido más de 50 nenúfares y otras pequeñas bases desde el año 2000, mientras explora la construcción de docenas más.
Como explica Mark Gillem, autor de America Town: Building the Outposts of Empire, el nuevo objetivo es "evitar" las poblaciones locales, la publicidad y la posible oposición. “Para proyectar su poder”, dice, Estados Unidos quiere “puestos avanzados aislados e independientes ubicados estratégicamente” en todo el mundo. Según algunos de los más fuertes propugnadores de la estrategia en el Instituto de la Empresa Estadounidense, el objetivo debe ser “crear una red mundial de fuertes fronterizos”, con los militares estadounidenses, “la ‘caballería global’ del Siglo XXI”.
Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la dominación global de Estados Unidos haciendo mucho más con menos en un mundo cada vez más competitivo, cada vez más multipolar. Es bastante notable, sin embargo, que esta política de ajuste de las bases globales no haya recibido casi ninguna atención pública, ni una supervisión significativa del Congreso. Mientras tanto, como lo muestra la llegada de las primeras víctimas de África, los militares de Estados Unidos se están involucrando en nuevas áreas del mundo y en nuevos conflictos, con consecuencias potencialmente desastrosas.
Transformación del imperio de bases. Se podría pensar que los
militares de Estados Unidos se encuentran en un proceso de reducir, en
lugar de expandir, su poco apercibida pero enorme colección de bases en
el exterior. Después de todo, fueron obligados a cerrar toda la
colección de 505 bases, de mega a micro, que construyeron en Irak, y
ahora están iniciando el proceso de reducir sus fuerzas en Afganistán.
En Europa, el Pentágono sigue cerrando sus masivas bases de Alemania y
pronto sacará dos brigadas de combate de ese país. Se planea que la
cantidad de tropas globales se reduzca en unos 100.000 soldados.
Sin embargo, Estados Unidos sigue manteniendo su mayor colección de bases de toda la historia: más de 1.000 instalaciones militares fuera de los 50 Estados y de Washington DC. Incluye, desde bases de décadas de antigüedad en Alemania y Japón a bases totalmente nuevas de drones en Etiopía y las islas Seychelles en el Océano Índico, e incluso balnearios para veraneantes militares en Italia y Corea del Sur.
En Afganistán, la fuerza internacional dirigida por Estados Unidos todavía ocupa más de 450 bases. En total, los militares de Estados Unidos tienen alguna forma de presencia de sus tropas en aproximadamente 150 países extranjeros, para no mencionar 11 fuerzas de tareas de portaaviones –esencialmente bases flotantes– y una presencia militar significativa, y creciente, en el espacio. Estados Unidos gasta actualmente unos 250.000 millones de dólares al año en mantener bases y tropas en el exterior.
Algunas bases, como la de la Bahía de Guantánamo, en Cuba, datan de finales del Siglo XIX. La mayoría se construyeron o se ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial o justo después, en todos los continentes, incluida la Antártida. Aunque los militares de Estados Unidos desocuparon cerca de un 60% de sus bases en el exterior después del colapso de la Unión Soviética, la base de infraestructura de la Guerra Fría permaneció relativamente intacta, con 60.000 soldados estadounidenses que permanecieron sólo en Alemania, a pesar de la ausencia de una superpotencia enemiga.
Sin embargo, en los primeros meses de 2001, incluso antes de los ataques del 11-S, el gobierno de Bush lanzó una importante reestructuración de bases y tropas que continúa ahora con el “pivote Asia” de Obama. El plan original de Bush era cerrar más de un tercio de las bases de la nación en el exterior y trasladar tropas hacia el este y el sur, más cerca de zonas de conflicto previstas en Medio Oriente, Asia, África y Latinoamérica. El Pentágono comenzó a concentrarse en la creación de “bases operativas avanzadas” más pequeñas y flexibles e incluso “sitios de cooperación” aún más pequeños o sea “nenúfares”. Las grandes concentraciones de tropas se restringirían a una cantidad reducida de “bases operativas principales” (MOBs por sus siglas en inglés), –como Ramstein, Guam, en el Pacífico, y Diego García, en el Océano Índico– que debían expandirse.
A pesar de la retórica de consolidación y cierre que acompañó este plan, en la era posterior al 11-S, en realidad, el Pentágono ha estado expandiendo drásticamente su infraestructura básica, incluidas docenas de importantes bases en cada país del Golfo Pérsico con la excepción de Irán y en varios países centroasiáticos críticos para la guerra en Afganistán.
Sin embargo, Estados Unidos sigue manteniendo su mayor colección de bases de toda la historia: más de 1.000 instalaciones militares fuera de los 50 Estados y de Washington DC. Incluye, desde bases de décadas de antigüedad en Alemania y Japón a bases totalmente nuevas de drones en Etiopía y las islas Seychelles en el Océano Índico, e incluso balnearios para veraneantes militares en Italia y Corea del Sur.
En Afganistán, la fuerza internacional dirigida por Estados Unidos todavía ocupa más de 450 bases. En total, los militares de Estados Unidos tienen alguna forma de presencia de sus tropas en aproximadamente 150 países extranjeros, para no mencionar 11 fuerzas de tareas de portaaviones –esencialmente bases flotantes– y una presencia militar significativa, y creciente, en el espacio. Estados Unidos gasta actualmente unos 250.000 millones de dólares al año en mantener bases y tropas en el exterior.
Algunas bases, como la de la Bahía de Guantánamo, en Cuba, datan de finales del Siglo XIX. La mayoría se construyeron o se ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial o justo después, en todos los continentes, incluida la Antártida. Aunque los militares de Estados Unidos desocuparon cerca de un 60% de sus bases en el exterior después del colapso de la Unión Soviética, la base de infraestructura de la Guerra Fría permaneció relativamente intacta, con 60.000 soldados estadounidenses que permanecieron sólo en Alemania, a pesar de la ausencia de una superpotencia enemiga.
Sin embargo, en los primeros meses de 2001, incluso antes de los ataques del 11-S, el gobierno de Bush lanzó una importante reestructuración de bases y tropas que continúa ahora con el “pivote Asia” de Obama. El plan original de Bush era cerrar más de un tercio de las bases de la nación en el exterior y trasladar tropas hacia el este y el sur, más cerca de zonas de conflicto previstas en Medio Oriente, Asia, África y Latinoamérica. El Pentágono comenzó a concentrarse en la creación de “bases operativas avanzadas” más pequeñas y flexibles e incluso “sitios de cooperación” aún más pequeños o sea “nenúfares”. Las grandes concentraciones de tropas se restringirían a una cantidad reducida de “bases operativas principales” (MOBs por sus siglas en inglés), –como Ramstein, Guam, en el Pacífico, y Diego García, en el Océano Índico– que debían expandirse.
A pesar de la retórica de consolidación y cierre que acompañó este plan, en la era posterior al 11-S, en realidad, el Pentágono ha estado expandiendo drásticamente su infraestructura básica, incluidas docenas de importantes bases en cada país del Golfo Pérsico con la excepción de Irán y en varios países centroasiáticos críticos para la guerra en Afganistán.
Reinician la expansión de las bases. El “pivote hacia Asia”
anunciado recientemente por Obama señala que Asia oriental estará en el
centro de la explosión de bases nenúfares y eventos relacionados. En
Australia se están estableciendo marines de Estados Unidos en una base
compartida en Darwin. En otros sitios, el Pentágono se dedica a planes
para una base de drones y vigilancia en las islas Cocos de Australia y
despliegues en Brisbane y Perth. En Tailandia, el Pentágono ha negociado
derechos de nuevas visitas de la Armada y un “centro de ayuda para
desastres” en U-Tapao.
En las Filipinas, donde el gobierno expulsó a Estados Unidos de la masiva Base Aérea Clark y la Base Naval Subic Bay a principios de los años noventa, hasta 600 soldados de las fuerzas especiales han estado operando silenciosamente en el sur del país desde enero de 2002. El mes pasado, los dos gobiernos llegaron a un acuerdo sobre el uso futuro por parte de Estados Unidos de Clark y Subic, así como otros centros de reparación y suministro de la era de la Guerra de Vietnam. Como señal del cambio de los tiempos, los funcionarios estadounidenses, incluso, firmaron en 2011 un acuerdo de defensa con su antiguo enemigo, Vietnam, y han iniciado negociaciones para el creciente uso de puertos vietnamitas por la Armada.
En otros sitios de Asia, el Pentágono ha reconstruido una pista de aterrizaje en la pequeña isla Titian, cerca de Guam, y considera futuras bases en Indonesia, Malasia y Brunei, mientras impulsa vínculos militares más estrechos con India. Sus fuerzas armadas realizan cada año unos 170 ejercicios militares y 250 visitas a puertos en la región. En la isla Jeju, de Corea del Sur, los militares coreanos construyen una base que formará parte del sistema de defensa de misiles de Estados Unidos, a la cual tendrán acceso regularmente las fuerzas estadounidenses.
“Simplemente, no podemos estar en un solo sitio para hacer todo lo necesario”, dijo el comandante del Comando Pacífico, el almirante Samuel Locklear III. Para los planificadores militares, “hacer todo lo necesario” se define claramente como el aislamiento y (en la terminología de la Guerra Fría) “contención” de China, la nueva potencia de la región. Esto significa evidentemente “salpicar” nuevas bases por toda la región, agregándolas a las más de 200 bases estadounidenses que han cercado China durante décadas en Japón, Corea del Sur, Guam y Hawái.
Y Asia es sólo el comienzo. En África, el Pentágono ha creado silenciosamente “cerca de una docena de bases aéreas” para drones y vigilancia desde 2007. Aparte de Camp Lemonnier, sabemos que los militares han creado o crearán pronto instalaciones en Burkina Faso, Burundi, la República Centroafricana, Etiopía, Kenia, Mauritania, São Tomé y Príncipe, Senegal, Seychelles, Sudán del Sur, y Uganda. El Pentágono también ha investigado la construcción de bases en Argelia, Gabón, Ghana, Mali y Nigeria, entre otros sitios.
El próximo año, una fuerza del tamaño de una brigada de 3.000 soldados, y “posiblemente más”, llegará para realizar ejercicios y misiones de entrenamiento en todo el continente. En el cercano Golfo Pérsico, la Armada está desarrollando una “base avanzada flotante”, o “buque-madre”, para que sirva de “nenúfar” flotante a helicópteros y patrulleras, y ha estado involucrada en un masivo aumento de las fuerzas en la región.
En Latinoamérica, después de la expulsión de los militares de Panamá en 1999 y de Ecuador en 2009, el Pentágono ha creado o actualizado nuevas bases en Aruba y Curaçao, Chile, Colombia, El Salvador y Perú. En otros sitios, el Pentágono ha financiado la creación de bases militares y policiales capaces de albergar fuerzas estadounidenses en Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, e incluso en Ecuador. En 2008, la Armada reactivó su Cuarta Flota, inactiva desde 1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una base en Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para ayuda humanitaria y de emergencia en Paraguay y Argentina.
Finalmente, en Europa, después de llegar a los Balcanes durante las intervenciones de los años noventa, las bases estadounidenses se han desplazado hacia el este a algunos de los Estados del bloque oriental del ex imperio soviético. El Pentágono desarrolla actualmente instalaciones capaces de apoyar despliegues rotativos, del tamaño de brigadas en Rumania y Bulgaria, y una base de defensa de misiles e instalaciones de aviación en Polonia. Previamente, el gobierno de Bush mantuvo dos instalaciones ocultas (prisiones secretas) de la CIA en Lituania y en Polonia. Ciudadanos de la República Checa rechazaron una base de radar planificada para el sistema de defensa de misiles del Pentágono, que aún no ha sido probado, y ahora Rumania recibirá misiles basados en tierra.
En las Filipinas, donde el gobierno expulsó a Estados Unidos de la masiva Base Aérea Clark y la Base Naval Subic Bay a principios de los años noventa, hasta 600 soldados de las fuerzas especiales han estado operando silenciosamente en el sur del país desde enero de 2002. El mes pasado, los dos gobiernos llegaron a un acuerdo sobre el uso futuro por parte de Estados Unidos de Clark y Subic, así como otros centros de reparación y suministro de la era de la Guerra de Vietnam. Como señal del cambio de los tiempos, los funcionarios estadounidenses, incluso, firmaron en 2011 un acuerdo de defensa con su antiguo enemigo, Vietnam, y han iniciado negociaciones para el creciente uso de puertos vietnamitas por la Armada.
En otros sitios de Asia, el Pentágono ha reconstruido una pista de aterrizaje en la pequeña isla Titian, cerca de Guam, y considera futuras bases en Indonesia, Malasia y Brunei, mientras impulsa vínculos militares más estrechos con India. Sus fuerzas armadas realizan cada año unos 170 ejercicios militares y 250 visitas a puertos en la región. En la isla Jeju, de Corea del Sur, los militares coreanos construyen una base que formará parte del sistema de defensa de misiles de Estados Unidos, a la cual tendrán acceso regularmente las fuerzas estadounidenses.
“Simplemente, no podemos estar en un solo sitio para hacer todo lo necesario”, dijo el comandante del Comando Pacífico, el almirante Samuel Locklear III. Para los planificadores militares, “hacer todo lo necesario” se define claramente como el aislamiento y (en la terminología de la Guerra Fría) “contención” de China, la nueva potencia de la región. Esto significa evidentemente “salpicar” nuevas bases por toda la región, agregándolas a las más de 200 bases estadounidenses que han cercado China durante décadas en Japón, Corea del Sur, Guam y Hawái.
Y Asia es sólo el comienzo. En África, el Pentágono ha creado silenciosamente “cerca de una docena de bases aéreas” para drones y vigilancia desde 2007. Aparte de Camp Lemonnier, sabemos que los militares han creado o crearán pronto instalaciones en Burkina Faso, Burundi, la República Centroafricana, Etiopía, Kenia, Mauritania, São Tomé y Príncipe, Senegal, Seychelles, Sudán del Sur, y Uganda. El Pentágono también ha investigado la construcción de bases en Argelia, Gabón, Ghana, Mali y Nigeria, entre otros sitios.
El próximo año, una fuerza del tamaño de una brigada de 3.000 soldados, y “posiblemente más”, llegará para realizar ejercicios y misiones de entrenamiento en todo el continente. En el cercano Golfo Pérsico, la Armada está desarrollando una “base avanzada flotante”, o “buque-madre”, para que sirva de “nenúfar” flotante a helicópteros y patrulleras, y ha estado involucrada en un masivo aumento de las fuerzas en la región.
En Latinoamérica, después de la expulsión de los militares de Panamá en 1999 y de Ecuador en 2009, el Pentágono ha creado o actualizado nuevas bases en Aruba y Curaçao, Chile, Colombia, El Salvador y Perú. En otros sitios, el Pentágono ha financiado la creación de bases militares y policiales capaces de albergar fuerzas estadounidenses en Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, e incluso en Ecuador. En 2008, la Armada reactivó su Cuarta Flota, inactiva desde 1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una base en Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para ayuda humanitaria y de emergencia en Paraguay y Argentina.
Finalmente, en Europa, después de llegar a los Balcanes durante las intervenciones de los años noventa, las bases estadounidenses se han desplazado hacia el este a algunos de los Estados del bloque oriental del ex imperio soviético. El Pentágono desarrolla actualmente instalaciones capaces de apoyar despliegues rotativos, del tamaño de brigadas en Rumania y Bulgaria, y una base de defensa de misiles e instalaciones de aviación en Polonia. Previamente, el gobierno de Bush mantuvo dos instalaciones ocultas (prisiones secretas) de la CIA en Lituania y en Polonia. Ciudadanos de la República Checa rechazaron una base de radar planificada para el sistema de defensa de misiles del Pentágono, que aún no ha sido probado, y ahora Rumania recibirá misiles basados en tierra.
Un nuevo modo de guerra de Estados Unidos. Un nenúfar en una
de las islas en el Golfo de Guinea de São Tomé y Príncipe, frente a la
costa occidental, rica en petróleo, de África, ayuda a explicar lo que
está sucediendo. Un funcionario estadounidense ha descrito la base como
“otra Diego García”, refiriéndose a la base del Océano Índico que ha
ayudado a asegurar décadas de dominación de Estados Unidos sobre los
suministros de energía de Medio Oriente. Sin la libertad de crear nuevas
grandes bases en África, el Pentágono está utilizando São Tomé y una
creciente colección de otros nenúfares en el continente en un intento de
controlar otra región crucial rica en petróleo.
Mucho más allá de África Occidental, la competencia del Gran Juego del Siglo XIX por Asia Central ha vuelto de verdad, y esta vez de modo global. Se extiende a tierras ricas en materias primas de África, Asia y Suramérica, mientras Estados Unidos, China, Rusia y miembros de la Unión Europea se enfrentan en una competencia cada vez más intensa por la supremacía económica y geopolítica.
Mientras Pekín, en particular, ha participado en esta competencia de una manera sobre todo económica, marcando el globo con inversiones estratégicas, Washington se ha concentrado implacablemente en la fuerza militar como su baza global, marcando el planeta con nuevas bases y otras formas de poder militar. “Olviden las invasiones a gran escala y las amplias ocupaciones en el continente eurasiático”, escribió Nick Turse sobre esta nueva estrategia militar del Siglo XXI. “En vez de eso piensen en fuerzas de operaciones especiales… ejércitos testaferros… militarización del espionaje y de la inteligencia… aviones drones sin tripulación… ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono con agencias gubernamentales ‘civiles’ cada vez más militarizadas”.
A esta incomparable potencia aérea y naval de largo alcance hay que agregar ventas de armas que superan a cualquier nación de la Tierra; misiones humanitarias y de ayuda en desastres que sirven claramente a fines de inteligencia militar, patrullas y funciones de “corazones y mentes”; el despliegue rotativo de fuerzas regulares de Estados Unidos en todo el globo; visitas a puertos y un despliegue expansivo de ejercicios militares conjuntos y misiones de entrenamiento que dan a los militares de Estados Unidos una presencia de facto en todo el mundo y que ayudan a convertir a militares extranjeros en fuerzas testaferras.
Mucho más allá de África Occidental, la competencia del Gran Juego del Siglo XIX por Asia Central ha vuelto de verdad, y esta vez de modo global. Se extiende a tierras ricas en materias primas de África, Asia y Suramérica, mientras Estados Unidos, China, Rusia y miembros de la Unión Europea se enfrentan en una competencia cada vez más intensa por la supremacía económica y geopolítica.
Mientras Pekín, en particular, ha participado en esta competencia de una manera sobre todo económica, marcando el globo con inversiones estratégicas, Washington se ha concentrado implacablemente en la fuerza militar como su baza global, marcando el planeta con nuevas bases y otras formas de poder militar. “Olviden las invasiones a gran escala y las amplias ocupaciones en el continente eurasiático”, escribió Nick Turse sobre esta nueva estrategia militar del Siglo XXI. “En vez de eso piensen en fuerzas de operaciones especiales… ejércitos testaferros… militarización del espionaje y de la inteligencia… aviones drones sin tripulación… ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono con agencias gubernamentales ‘civiles’ cada vez más militarizadas”.
A esta incomparable potencia aérea y naval de largo alcance hay que agregar ventas de armas que superan a cualquier nación de la Tierra; misiones humanitarias y de ayuda en desastres que sirven claramente a fines de inteligencia militar, patrullas y funciones de “corazones y mentes”; el despliegue rotativo de fuerzas regulares de Estados Unidos en todo el globo; visitas a puertos y un despliegue expansivo de ejercicios militares conjuntos y misiones de entrenamiento que dan a los militares de Estados Unidos una presencia de facto en todo el mundo y que ayudan a convertir a militares extranjeros en fuerzas testaferras.
Cada vez más bases nenúfares. Los planificadores militares
prevén un futuro de interminables intervenciones a pequeña escala en las
cuales una gran colección de bases, geográficamente dispersas, siempre
estarán preparadas para un acceso operativo instantáneo. Con bases en la
mayor cantidad de sitios posibles, los planificadores militares quieren
estar en condiciones de volverse hacia otro país convenientemente
cercano si Estados Unidos no puede utilizar una cierta base, como fue el
caso en Turquía antes de la invasión de Irak. En otras palabras, los
funcionarios del Pentágono sueñan con una flexibilidad casi ilimitada,
la capacidad de reaccionar con notable rapidez ante eventos en cualquier
parte del mundo y, por lo tanto, algo que se acerque a un control
militar total del planeta.
Más allá de su utilidad militar, las bases nenúfares y otras formas de proyección del poder son también instrumentos políticos y económicos utilizados para construir y mantener alianzas y asegurar un acceso privilegiado de Estados Unidos a mercados, recursos y oportunidades de inversión en el extranjero. Washington planifica utilizar bases nenúfares y otros proyectos militares para atar a países en Europa Oriental, África, Asia y Latinoamérica lo más estrechamente posible a los militares de Estados Unidos, y así a la continua hegemonía político-económica de Estados Unidos. En conclusión, los funcionarios estadounidenses esperan que el poderío militar arraigue su influencia y mantenga la mayor cantidad posible de países dentro de una órbita estadounidense, en una época en la cual, algunos están afirmando su independencia todavía con más fuerza y gravitan hacia China y otras potencias ascendientes.
Más allá de su utilidad militar, las bases nenúfares y otras formas de proyección del poder son también instrumentos políticos y económicos utilizados para construir y mantener alianzas y asegurar un acceso privilegiado de Estados Unidos a mercados, recursos y oportunidades de inversión en el extranjero. Washington planifica utilizar bases nenúfares y otros proyectos militares para atar a países en Europa Oriental, África, Asia y Latinoamérica lo más estrechamente posible a los militares de Estados Unidos, y así a la continua hegemonía político-económica de Estados Unidos. En conclusión, los funcionarios estadounidenses esperan que el poderío militar arraigue su influencia y mantenga la mayor cantidad posible de países dentro de una órbita estadounidense, en una época en la cual, algunos están afirmando su independencia todavía con más fuerza y gravitan hacia China y otras potencias ascendientes.
Esos peligrosos nenúfares. Aunque la dependencia de pequeñas
bases pueda sonar más inteligente y más económica que mantener inmensas
bases que a menudo han creado enojo en sitios como Okinawa y Corea del
Sur, los nenúfares amenazan la seguridad global y de Estados Unidos de
varias maneras:
Primero, el lenguaje “nenúfar” puede ser engañoso e intencionalmente o de otra manera esas instalaciones pueden crecer rápidamente hasta convertirse en inmensas bestias.
Segundo, a pesar de la retórica sobre la extensión de la democracia que sigue perdurando en Washington, la construcción de más nenúfares garantiza, en realidad, la colaboración con un número creciente de regímenes despóticos, corruptos y asesinos.
Tercero, existe un modelo bien documentado del daño que las instalaciones militares de diversos tamaños infligen a las comunidades. Aunque los nenúfares parecen prometer aislamiento de una oposición local, con el tiempo sucede a menudo que incluso las bases pequeñas causan enojo y movimientos de protesta.
Finalmente, una proliferación de nenúfares significa la militarización progresiva de grandes áreas del globo. Como los verdaderos nenúfares –que en realidad son malezas acuáticas–, las bases tienden a crecer y reproducirse incontrolablemente. Por cierto, las bases tienden a engendrar bases, creando razas de bases con otras naciones, aumentando las tensiones militares y desalentando las soluciones diplomáticas de conflictos. Después de todo, ¿cómo reaccionaría Estados Unidos si China, Rusia o Irán construyeran aunque sea una sola base nenúfar propia en México o en el Caribe?
Para China y Rusia en particular, más bases estadounidenses cerca de sus fronteras amenazan con provocar nuevas guerras frías. Más inquietante aún, la creación de nuevas bases para proteger contra una supuesta futura amenaza militar china puede llegar a convertirse en una profecía que se autorrealice: semejantes bases en Asia crearán probablemente la amenaza contra la cual supuestamente se deben proteger, haciendo que una catastrófica guerra contra China sea más probable, no menos.
Es alentador, sin embargo, que las bases en el extranjero hayan comenzado a generar un escrutinio crítico a través del espectro político desde la senadora republicana Kay Bailey Hutchison y el candidato presidencial republicano Ron Paul al senador demócrata Jon Tester y el columnista del New York Times Nicholas Kristof. Mientras todos buscan medios de reducir el déficit, el cierre de bases en el extranjero posibilita ahorros fáciles. Por cierto, cada vez más personajes influyentes reconocen que el país simplemente no se puede permitir más de 1.000 bases en el extranjero.
Gran Bretaña, como otros imperios anteriores, tuvo que cerrar la mayor parte de sus bases restantes en el extranjero en medio de una crisis económica en los años sesenta y setenta. Estados Unidos se moverá indudablemente en esa dirección tarde o temprano. La única pregunta es si el país renunciará a sus bases y reducirá su misión global voluntariamente o si seguirá el camino de Gran Bretaña como potencia en decadencia obligada a renunciar a sus bases desde una posición de debilidad.
Por cierto, las consecuencias de no elegir otro camino van más allá de los motivos económicos. Si continúan la proliferación de los nenúfares, de las fuerzas de operaciones especiales y las guerras de drones, es probable que Estados Unidos se enfrente a nuevos conflictos y nuevas guerras, generando formas desconocidas de reacción e indecible muerte y destrucción. En ese caso, más vale que nos preparemos para la llegada de muchos más vuelos –desde el Cuerno de África hasta Honduras– que no sólo transporten amputados, sino ataúdes.
Primero, el lenguaje “nenúfar” puede ser engañoso e intencionalmente o de otra manera esas instalaciones pueden crecer rápidamente hasta convertirse en inmensas bestias.
Segundo, a pesar de la retórica sobre la extensión de la democracia que sigue perdurando en Washington, la construcción de más nenúfares garantiza, en realidad, la colaboración con un número creciente de regímenes despóticos, corruptos y asesinos.
Tercero, existe un modelo bien documentado del daño que las instalaciones militares de diversos tamaños infligen a las comunidades. Aunque los nenúfares parecen prometer aislamiento de una oposición local, con el tiempo sucede a menudo que incluso las bases pequeñas causan enojo y movimientos de protesta.
Finalmente, una proliferación de nenúfares significa la militarización progresiva de grandes áreas del globo. Como los verdaderos nenúfares –que en realidad son malezas acuáticas–, las bases tienden a crecer y reproducirse incontrolablemente. Por cierto, las bases tienden a engendrar bases, creando razas de bases con otras naciones, aumentando las tensiones militares y desalentando las soluciones diplomáticas de conflictos. Después de todo, ¿cómo reaccionaría Estados Unidos si China, Rusia o Irán construyeran aunque sea una sola base nenúfar propia en México o en el Caribe?
Para China y Rusia en particular, más bases estadounidenses cerca de sus fronteras amenazan con provocar nuevas guerras frías. Más inquietante aún, la creación de nuevas bases para proteger contra una supuesta futura amenaza militar china puede llegar a convertirse en una profecía que se autorrealice: semejantes bases en Asia crearán probablemente la amenaza contra la cual supuestamente se deben proteger, haciendo que una catastrófica guerra contra China sea más probable, no menos.
Es alentador, sin embargo, que las bases en el extranjero hayan comenzado a generar un escrutinio crítico a través del espectro político desde la senadora republicana Kay Bailey Hutchison y el candidato presidencial republicano Ron Paul al senador demócrata Jon Tester y el columnista del New York Times Nicholas Kristof. Mientras todos buscan medios de reducir el déficit, el cierre de bases en el extranjero posibilita ahorros fáciles. Por cierto, cada vez más personajes influyentes reconocen que el país simplemente no se puede permitir más de 1.000 bases en el extranjero.
Gran Bretaña, como otros imperios anteriores, tuvo que cerrar la mayor parte de sus bases restantes en el extranjero en medio de una crisis económica en los años sesenta y setenta. Estados Unidos se moverá indudablemente en esa dirección tarde o temprano. La única pregunta es si el país renunciará a sus bases y reducirá su misión global voluntariamente o si seguirá el camino de Gran Bretaña como potencia en decadencia obligada a renunciar a sus bases desde una posición de debilidad.
Por cierto, las consecuencias de no elegir otro camino van más allá de los motivos económicos. Si continúan la proliferación de los nenúfares, de las fuerzas de operaciones especiales y las guerras de drones, es probable que Estados Unidos se enfrente a nuevos conflictos y nuevas guerras, generando formas desconocidas de reacción e indecible muerte y destrucción. En ese caso, más vale que nos preparemos para la llegada de muchos más vuelos –desde el Cuerno de África hasta Honduras– que no sólo transporten amputados, sino ataúdes.
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