David Vine Profesor en la American University en Washington/Tomdispatch.com
Despliegue rápido. El peso de las fuerzas heli-transportadas es cada vez mayor.
El Pentágono transforma silenciosamente su imperio
de bases en el extranjero y crea una nueva y peligrosa forma de guerra.
Lo primero que vi el mes pasado cuando entré en el avión de carga
C-17 gris oscuro de la Fuerza Aérea fue un vacío, algo faltaba. Faltaba
un brazo izquierdo, para ser exacto, cortado a la altura del hombro,
temporalmente parchado y unido. Carne gruesa, pálida, manchada de un
rojo brillante en los bordes. Parecía carne cortada en pedazos. La cara y
lo que quedaba del resto del hombre estaban ocultas por mantas, un
edredón con la bandera de Estados Unidos y un revoltijo de tubos y
cintas, alambres, bolsas de goteo y monitores médicos.
Ese hombre y otros dos soldados gravemente heridos –uno con dos muñones
donde había habido piernas, el otro al que le faltaba una pierna bajo el
muslo– estaban entubados, inconscientes y acostados en camillas
colgadas de las paredes del avión que acababa de aterrizar en la Base
Aérea Ramstein, de Alemania. Un tatuaje en el brazo restante del soldado
decía: “Muerte Mejor Que Deshonra”.
Pregunté a un miembro del equipo médico de la Fuerza Aérea por las
víctimas semejantes que ven. Muchas, como en este vuelo, provienen de
Afganistán, me dijo. “Muchas del Cuerno de África”, agregó. “En
realidad, los medios hablan muy poco de eso”.
“¿De dónde de África?”, pregunté. Dijo que no lo sabía exactamente, pero
sobre todo del Cuerno, a menudo con heridas graves. “Muchos de Yibuti”,
agregó, refiriéndose a Camp Lemonnier, la principal base militar de
Estados Unidos en África, pero también de “otros sitios” de la región.
Desde las muertes retratadas en la película La caída del halcón negro,
en Somalia, hace casi 20 años, hemos oído poco, si algo, sobre víctimas
militares estadounidenses en África (fuera de una extraña información
de la semana pasada sobre tres comandos de operaciones especiales
muertos, junto con tres mujeres identificadas por fuentes militares de
Estados Unidos como “prostitutas marroquíes”, en un misterioso accidente
automovilístico en Mali). La creciente cantidad de pacientes que llegan
a Ramstein desde África descorre una cortina sobre una significativa
transformación en la estrategia militar de Estados Unidos para el siglo
XXI.
Es probable que esas víctimas sean la vanguardia de cantidades
crecientes de soldados heridos provenientes de sitios muy alejados de
Afganistán e Irak. Reflejan el creciente uso de bases relativamente
pequeñas como Camp Lemonnier, que los planificadores militares ven como
un modelo para futuras bases de Estados Unidos “esparcidas”, como
explica un académico, “por regiones en las cuales Estados Unidos no ha
mantenido anteriormente una presencia militar”.
Están desapareciendo los días en los que Ramstein era la base simbólica
de Estados Unidos, un coloso del tamaño de una ciudad repleto de miles o
decenas de miles de estadounidenses, supermercados, Pizza Huts y otras
comodidades. Pero no imaginen ni por un segundo que el Pentágono está
haciendo las valijas, reduciendo su misión global y volviendo a casa. En
los hechos, sobre la base de los eventos de los últimos años, es
posible que sea todo lo contrario. Mientras disminuye la colección de
bases gigantes de la era de la Guerra Fría, la infraestructura de bases
en ultramar ha estallado en tamaño y alcance.
Sin que lo sepa la mayoría de los estadounidenses, la creación de bases
en todo el planeta está aumentando, gracias a una nueva generación de
bases que los militares llaman “nenúfares” (como cuando una rana salta a
través de un estanque hacia su presa). Son pequeñas instalaciones
secretas e inaccesibles con una cantidad restringida de soldados,
comodidades limitadas y armamento y suministros previamente asegurados.
En todo el mundo, de Yibuti a las selvas de Honduras, de los desiertos
de Mauritania a las pequeñas Islas Cocos de Australia, el Pentágono ha
estado buscando tantos nenúfares como puede, en tantos países como
puede, lo más rápido posible. Aunque cuesta hacer las estadísticas, en
vista de la naturaleza frecuentemente secreta de esas bases, es probable
que el Pentágono haya construido más de 50 nenúfares y otras pequeñas
bases desde el año 2000, mientras explora la construcción de docenas
más.
Como explica Mark Gillem, autor de America Town: Building the Outposts of Empire,
el nuevo objetivo es "evitar" las poblaciones locales, la publicidad y
la posible oposición. “Para proyectar su poder”, dice, Estados Unidos
quiere “puestos avanzados aislados e independientes ubicados
estratégicamente” en todo el mundo. Según algunos de los más fuertes
propugnadores de la estrategia en el Instituto de la Empresa
Estadounidense, el objetivo debe ser “crear una red mundial de fuertes
fronterizos”, con los militares estadounidenses, “la ‘caballería global’
del Siglo XXI”.
Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una
estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la
dominación global de Estados Unidos haciendo mucho más con menos en un
mundo cada vez más competitivo, cada vez más multipolar. Es bastante
notable, sin embargo, que esta política de ajuste de las bases globales
no haya recibido casi ninguna atención pública, ni una supervisión
significativa del Congreso. Mientras tanto, como lo muestra la llegada
de las primeras víctimas de África, los militares de Estados Unidos se
están involucrando en nuevas áreas del mundo y en nuevos conflictos, con
consecuencias potencialmente desastrosas.
Transformación del imperio de bases. Se podría pensar que los
militares de Estados Unidos se encuentran en un proceso de reducir, en
lugar de expandir, su poco apercibida pero enorme colección de bases en
el exterior. Después de todo, fueron obligados a cerrar toda la
colección de 505 bases, de mega a micro, que construyeron en Irak, y
ahora están iniciando el proceso de reducir sus fuerzas en Afganistán.
En Europa, el Pentágono sigue cerrando sus masivas bases de Alemania y
pronto sacará dos brigadas de combate de ese país. Se planea que la
cantidad de tropas globales se reduzca en unos 100.000 soldados.
Sin embargo, Estados Unidos sigue manteniendo su mayor colección de
bases de toda la historia: más de 1.000 instalaciones militares fuera de
los 50 Estados y de Washington DC. Incluye, desde bases de décadas de
antigüedad en Alemania y Japón a bases totalmente nuevas de drones en
Etiopía y las islas Seychelles en el Océano Índico, e incluso balnearios
para veraneantes militares en Italia y Corea del Sur.
En Afganistán, la fuerza internacional dirigida por Estados Unidos
todavía ocupa más de 450 bases. En total, los militares de Estados
Unidos tienen alguna forma de presencia de sus tropas en aproximadamente
150 países extranjeros, para no mencionar 11 fuerzas de tareas de
portaaviones –esencialmente bases flotantes– y una presencia militar
significativa, y creciente, en el espacio. Estados Unidos gasta
actualmente unos 250.000 millones de dólares al año en mantener bases y
tropas en el exterior.
Algunas bases, como la de la Bahía de Guantánamo, en Cuba, datan de
finales del Siglo XIX. La mayoría se construyeron o se ocuparon durante
la Segunda Guerra Mundial o justo después, en todos los continentes,
incluida la Antártida. Aunque los militares de Estados Unidos
desocuparon cerca de un 60% de sus bases en el exterior después del
colapso de la Unión Soviética, la base de infraestructura de la Guerra
Fría permaneció relativamente intacta, con 60.000 soldados
estadounidenses que permanecieron sólo en Alemania, a pesar de la
ausencia de una superpotencia enemiga.
Sin embargo, en los primeros meses de 2001, incluso antes de los ataques
del 11-S, el gobierno de Bush lanzó una importante reestructuración de
bases y tropas que continúa ahora con el “pivote Asia” de Obama. El plan
original de Bush era cerrar más de un tercio de las bases de la nación
en el exterior y trasladar tropas hacia el este y el sur, más cerca de
zonas de conflicto previstas en Medio Oriente, Asia, África y
Latinoamérica. El Pentágono comenzó a concentrarse en la creación de
“bases operativas avanzadas” más pequeñas y flexibles e incluso “sitios
de cooperación” aún más pequeños o sea “nenúfares”. Las grandes
concentraciones de tropas se restringirían a una cantidad reducida de
“bases operativas principales” (MOBs por sus siglas en inglés), –como
Ramstein, Guam, en el Pacífico, y Diego García, en el Océano Índico– que
debían expandirse.
A pesar de la retórica de consolidación y cierre que acompañó este plan,
en la era posterior al 11-S, en realidad, el Pentágono ha estado
expandiendo drásticamente su infraestructura básica, incluidas docenas
de importantes bases en cada país del Golfo Pérsico con la excepción de
Irán y en varios países centroasiáticos críticos para la guerra en
Afganistán.
Reinician la expansión de las bases. El “pivote hacia Asia”
anunciado recientemente por Obama señala que Asia oriental estará en el
centro de la explosión de bases nenúfares y eventos relacionados. En
Australia se están estableciendo marines de Estados Unidos en una base
compartida en Darwin. En otros sitios, el Pentágono se dedica a planes
para una base de drones y vigilancia en las islas Cocos de Australia y
despliegues en Brisbane y Perth. En Tailandia, el Pentágono ha negociado
derechos de nuevas visitas de la Armada y un “centro de ayuda para
desastres” en U-Tapao.
En las Filipinas, donde el gobierno expulsó a Estados Unidos de la
masiva Base Aérea Clark y la Base Naval Subic Bay a principios de los
años noventa, hasta 600 soldados de las fuerzas especiales han estado
operando silenciosamente en el sur del país desde enero de 2002. El mes
pasado, los dos gobiernos llegaron a un acuerdo sobre el uso futuro por
parte de Estados Unidos de Clark y Subic, así como otros centros de
reparación y suministro de la era de la Guerra de Vietnam. Como señal
del cambio de los tiempos, los funcionarios estadounidenses, incluso,
firmaron en 2011 un acuerdo de defensa con su antiguo enemigo, Vietnam, y
han iniciado negociaciones para el creciente uso de puertos vietnamitas
por la Armada.
En otros sitios de Asia, el Pentágono ha reconstruido una pista de
aterrizaje en la pequeña isla Titian, cerca de Guam, y considera futuras
bases en Indonesia, Malasia y Brunei, mientras impulsa vínculos
militares más estrechos con India. Sus fuerzas armadas realizan cada año
unos 170 ejercicios militares y 250 visitas a puertos en la región. En
la isla Jeju, de Corea del Sur, los militares coreanos construyen una
base que formará parte del sistema de defensa de misiles de Estados
Unidos, a la cual tendrán acceso regularmente las fuerzas
estadounidenses.
“Simplemente, no podemos estar en un solo sitio para hacer todo lo
necesario”, dijo el comandante del Comando Pacífico, el almirante Samuel
Locklear III. Para los planificadores militares, “hacer todo lo
necesario” se define claramente como el aislamiento y (en la
terminología de la Guerra Fría) “contención” de China, la nueva potencia
de la región. Esto significa evidentemente “salpicar” nuevas bases por
toda la región, agregándolas a las más de 200 bases estadounidenses que
han cercado China durante décadas en Japón, Corea del Sur, Guam y Hawái.
Y Asia es sólo el comienzo. En África, el Pentágono ha creado
silenciosamente “cerca de una docena de bases aéreas” para drones y
vigilancia desde 2007. Aparte de Camp Lemonnier, sabemos que los
militares han creado o crearán pronto instalaciones en Burkina Faso,
Burundi, la República Centroafricana, Etiopía, Kenia, Mauritania, São
Tomé y Príncipe, Senegal, Seychelles, Sudán del Sur, y Uganda. El
Pentágono también ha investigado la construcción de bases en Argelia,
Gabón, Ghana, Mali y Nigeria, entre otros sitios.
El próximo año, una fuerza del tamaño de una brigada de 3.000 soldados, y
“posiblemente más”, llegará para realizar ejercicios y misiones de
entrenamiento en todo el continente. En el cercano Golfo Pérsico, la
Armada está desarrollando una “base avanzada flotante”, o “buque-madre”,
para que sirva de “nenúfar” flotante a helicópteros y patrulleras, y ha
estado involucrada en un masivo aumento de las fuerzas en la región.
En Latinoamérica, después de la expulsión de los militares de Panamá en
1999 y de Ecuador en 2009, el Pentágono ha creado o actualizado nuevas
bases en Aruba y Curaçao, Chile, Colombia, El Salvador y Perú. En otros
sitios, el Pentágono ha financiado la creación de bases militares y
policiales capaces de albergar fuerzas estadounidenses en Belice,
Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, e incluso en
Ecuador. En 2008, la Armada reactivó su Cuarta Flota, inactiva desde
1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una base en
Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para
ayuda humanitaria y de emergencia en Paraguay y Argentina.
Finalmente, en Europa, después de llegar a los Balcanes durante las
intervenciones de los años noventa, las bases estadounidenses se han
desplazado hacia el este a algunos de los Estados del bloque oriental
del ex imperio soviético. El Pentágono desarrolla actualmente
instalaciones capaces de apoyar despliegues rotativos, del tamaño de
brigadas en Rumania y Bulgaria, y una base de defensa de misiles e
instalaciones de aviación en Polonia. Previamente, el gobierno de Bush
mantuvo dos instalaciones ocultas (prisiones secretas) de la CIA en
Lituania y en Polonia. Ciudadanos de la República Checa rechazaron una
base de radar planificada para el sistema de defensa de misiles del
Pentágono, que aún no ha sido probado, y ahora Rumania recibirá misiles
basados en tierra.
Un nuevo modo de guerra de Estados Unidos. Un nenúfar en una
de las islas en el Golfo de Guinea de São Tomé y Príncipe, frente a la
costa occidental, rica en petróleo, de África, ayuda a explicar lo que
está sucediendo. Un funcionario estadounidense ha descrito la base como
“otra Diego García”, refiriéndose a la base del Océano Índico que ha
ayudado a asegurar décadas de dominación de Estados Unidos sobre los
suministros de energía de Medio Oriente. Sin la libertad de crear nuevas
grandes bases en África, el Pentágono está utilizando São Tomé y una
creciente colección de otros nenúfares en el continente en un intento de
controlar otra región crucial rica en petróleo.
Mucho más allá de África Occidental, la competencia del Gran Juego
del Siglo XIX por Asia Central ha vuelto de verdad, y esta vez de modo
global. Se extiende a tierras ricas en materias primas de África, Asia y
Suramérica, mientras Estados Unidos, China, Rusia y miembros de la
Unión Europea se enfrentan en una competencia cada vez más intensa por
la supremacía económica y geopolítica.
Mientras Pekín, en particular, ha participado en esta competencia de una
manera sobre todo económica, marcando el globo con inversiones
estratégicas, Washington se ha concentrado implacablemente en la fuerza
militar como su baza global, marcando el planeta con nuevas bases y
otras formas de poder militar. “Olviden las invasiones a gran escala y
las amplias ocupaciones en el continente eurasiático”, escribió Nick
Turse sobre esta nueva estrategia militar del Siglo XXI. “En vez de eso
piensen en fuerzas de operaciones especiales… ejércitos testaferros…
militarización del espionaje y de la inteligencia… aviones drones sin
tripulación… ataques cibernéticos y operaciones conjuntas del Pentágono
con agencias gubernamentales ‘civiles’ cada vez más militarizadas”.
A esta incomparable potencia aérea y naval de largo alcance hay que
agregar ventas de armas que superan a cualquier nación de la Tierra;
misiones humanitarias y de ayuda en desastres que sirven claramente a
fines de inteligencia militar, patrullas y funciones de “corazones y
mentes”; el despliegue rotativo de fuerzas regulares de Estados Unidos
en todo el globo; visitas a puertos y un despliegue expansivo de
ejercicios militares conjuntos y misiones de entrenamiento que dan a los
militares de Estados Unidos una presencia de facto en todo el mundo y que ayudan a convertir a militares extranjeros en fuerzas testaferras.
Cada vez más bases nenúfares. Los planificadores militares
prevén un futuro de interminables intervenciones a pequeña escala en las
cuales una gran colección de bases, geográficamente dispersas, siempre
estarán preparadas para un acceso operativo instantáneo. Con bases en la
mayor cantidad de sitios posibles, los planificadores militares quieren
estar en condiciones de volverse hacia otro país convenientemente
cercano si Estados Unidos no puede utilizar una cierta base, como fue el
caso en Turquía antes de la invasión de Irak. En otras palabras, los
funcionarios del Pentágono sueñan con una flexibilidad casi ilimitada,
la capacidad de reaccionar con notable rapidez ante eventos en cualquier
parte del mundo y, por lo tanto, algo que se acerque a un control
militar total del planeta.
Más allá de su utilidad militar, las bases nenúfares y otras formas de
proyección del poder son también instrumentos políticos y económicos
utilizados para construir y mantener alianzas y asegurar un acceso
privilegiado de Estados Unidos a mercados, recursos y oportunidades de
inversión en el extranjero. Washington planifica utilizar bases
nenúfares y otros proyectos militares para atar a países en Europa
Oriental, África, Asia y Latinoamérica lo más estrechamente posible a
los militares de Estados Unidos, y así a la continua hegemonía
político-económica de Estados Unidos. En conclusión, los funcionarios
estadounidenses esperan que el poderío militar arraigue su influencia y
mantenga la mayor cantidad posible de países dentro de una órbita
estadounidense, en una época en la cual, algunos están afirmando su
independencia todavía con más fuerza y gravitan hacia China y otras
potencias ascendientes.
Esos peligrosos nenúfares. Aunque la dependencia de pequeñas
bases pueda sonar más inteligente y más económica que mantener inmensas
bases que a menudo han creado enojo en sitios como Okinawa y Corea del
Sur, los nenúfares amenazan la seguridad global y de Estados Unidos de
varias maneras:
Primero, el lenguaje “nenúfar” puede ser engañoso e intencionalmente o
de otra manera esas instalaciones pueden crecer rápidamente hasta
convertirse en inmensas bestias.
Segundo, a pesar de la retórica sobre la extensión de la democracia que
sigue perdurando en Washington, la construcción de más nenúfares
garantiza, en realidad, la colaboración con un número creciente de
regímenes despóticos, corruptos y asesinos.
Tercero, existe un modelo bien documentado del daño que las
instalaciones militares de diversos tamaños infligen a las comunidades.
Aunque los nenúfares parecen prometer aislamiento de una oposición
local, con el tiempo sucede a menudo que incluso las bases pequeñas
causan enojo y movimientos de protesta.
Finalmente, una proliferación de nenúfares significa la militarización
progresiva de grandes áreas del globo. Como los verdaderos nenúfares
–que en realidad son malezas acuáticas–, las bases tienden a crecer y
reproducirse incontrolablemente. Por cierto, las bases tienden a
engendrar bases, creando razas de bases con otras naciones,
aumentando las tensiones militares y desalentando las soluciones
diplomáticas de conflictos. Después de todo, ¿cómo reaccionaría Estados
Unidos si China, Rusia o Irán construyeran aunque sea una sola base
nenúfar propia en México o en el Caribe?
Para China y Rusia en particular, más bases estadounidenses cerca de sus
fronteras amenazan con provocar nuevas guerras frías. Más inquietante
aún, la creación de nuevas bases para proteger contra una supuesta
futura amenaza militar china puede llegar a convertirse en una profecía
que se autorrealice: semejantes bases en Asia crearán probablemente la
amenaza contra la cual supuestamente se deben proteger, haciendo que una
catastrófica guerra contra China sea más probable, no menos.
Es alentador, sin embargo, que las bases en el extranjero hayan
comenzado a generar un escrutinio crítico a través del espectro político
desde la senadora republicana Kay Bailey Hutchison y el candidato
presidencial republicano Ron Paul al senador demócrata Jon Tester y el
columnista del New York Times Nicholas Kristof. Mientras todos
buscan medios de reducir el déficit, el cierre de bases en el extranjero
posibilita ahorros fáciles. Por cierto, cada vez más personajes
influyentes reconocen que el país simplemente no se puede permitir más
de 1.000 bases en el extranjero.
Gran Bretaña, como otros imperios anteriores, tuvo que cerrar la mayor
parte de sus bases restantes en el extranjero en medio de una crisis
económica en los años sesenta y setenta. Estados Unidos se moverá
indudablemente en esa dirección tarde o temprano. La única pregunta es
si el país renunciará a sus bases y reducirá su misión global
voluntariamente o si seguirá el camino de Gran Bretaña como potencia en
decadencia obligada a renunciar a sus bases desde una posición de
debilidad.
Por cierto, las consecuencias de no elegir otro camino van más allá de
los motivos económicos. Si continúan la proliferación de los nenúfares,
de las fuerzas de operaciones especiales y las guerras de drones, es
probable que Estados Unidos se enfrente a nuevos conflictos y nuevas
guerras, generando formas desconocidas de reacción e indecible muerte y
destrucción. En ese caso, más vale que nos preparemos para la llegada de
muchos más vuelos –desde el Cuerno de África hasta Honduras– que no
sólo transporten amputados, sino ataúdes.