Al
final el único saldo concreto, tangible, de la Sexta Cumbre de las
Américas parece ser la firma del Tratado de Libre Comercio (TCL) entre
Colombia y los Estados Unidos, y no hacía falta en realidad una cumbre
de jefes de Estado para esto. Se trata de un acuerdo bilateral que no
pasa, por supuesto, por consenso internacional alguno. Y que, en
consecuencia, se suscribió al finalizar la Cumbre y fuera de ella, por
ambos presidentes, sin salir de Cartagena, aprovechando -como quien
dice- que ya estaban en la ciudad. Igualmente ha sido noticia la firma
otro acuerdo: uno de exención de aranceles entre los cancilleres de
Colombia y Venezuela.
Expediente
bien conocido, el primero, que consolida el sometimiento de la economía
colombiana y colocará al país ante riesgos similares a los vividos por
los mexicanos después de 1994: sujeción plena a la dinámica de mercado
impuesta por Washington, polarización potenciada de los ingresos
privados, desestructuración de la economía agraria, transición hacia una
verdadera "narcocracia" con impunidad para el crimen, intensificación
de flujos migratorios internos y externos, y el fortalecimiento de los
lazos de dependencia con los Estados Unidos dentro del patrón
neoliberal, que se mantiene plenamente vigente en las relaciones
internacionales .
No
nos deberíamos extrañar si en la década venidera los activos
financieros de las familias colombianas más adineradas compiten con los
de Slim, si los circuitos de la pobreza se propagan y el descomunal
cinturón de miseria que rodea Cartagena (y que no se ve desde la zona
turística) duplica su extensión, si la violencia se vuelve otra vez
(dicen que casi había desaparecido) incontrolable en las urbes y en los
campos de Colombia y si la hegemonía estadounidense termina por asignar a
su socio un papel parecido al que desempeña Israel en Oriente Medio.
A
pesar de que se firmó fuera de la Cumbre, el TCL se suscribió
aprovechando la reunión de estadistas como pantalla. Los debates habían
quedado atrás, con la Cumbre clausurada sin documento final ni consensos
aceptados. La sorpresa seguramente no dio tiempo a la protesta de los
que hubieran protestado en el país. Este tratado no tiene nada que ver
con el firmado entre Columbia y Venezuela, equilibrado y simétrico, y
puesto la agenda junto al otro, con astucia, por el Presidente Santos,
que se consagra como el político más hábil de la derecha
latinoamericana.
Sin
embargo, hasta Santos tuvo que reconocer que Cuba no podía estar
ausente en las cumbres venideras. Claro, que lo hizo con el cuidado de
utilizar el tono más conciliador, y no como lo habría hecho alguien
convencido. Se notaba que no habría reivindicado la presencia cubana si
un fuerte consenso en el cónclave no lo hubiera puesto en condiciones de
tener que hacerlo. Y si la simple aceptación de la presencia cubana en
las cumbres no tuvo eco en la postura del imperio, menos se podía
esperar un cambio de posición en torno al bloqueo sostenido contra la
isla.
Aún
más escandalosa fue la casi omisión en torno al reclamo argentino,
también consensuado salvo por los Estados Unidos y Canadá, de las
Malvinas, las cuales, para colmo, fueron confundidas por el Presidente
Obama con las Maldivas. ¿Error o muestra cínica de desprecio? Puede que
error, ya que para ellos estas islas siguen llamándose Falkland, como
demostraron en 1982, en tiempos de Ronald Reagan, al ponerse sin vacilar
al lado del colonizador británico cuando la dictadura argentina intentó
la recuperación. Al margen del propósito de los militares, los Estados
Unidos estaban comprometidos por el TIAR a respaldar el rechazo a la
invasión británica, y olvidaron sus compromisos. Fue entonces cuando el
TIAR naufragó y ya nadie recuerda siquiera lo que significa la sigla.
Erros y desprecio, en estos casos, suelen andar juntos.
En
resumen, en Cartagena no se obtuvo una decisión en cuanto a la
presencia de Cuba en la próxima Cumbre, moción bloqueada por los Estados
Unidos y Canadá desde la reunión previa de cancilleres. El
levantamiento del bloqueo, que cuenta con el pleno apoyo
latinoamericano, topó con la sordera del norte. Tampoco se consiguió una
toma de posición que aceptara siquiera el debate sobre la reclamación
de las Malvinas. No obstante, como contrapartida, Washington lograba una
firma, libre de protestas, del TCL con Bogotá. Se comprende que Hillary
Clinton quisiera desbordar su entusiasmo la última noche en el Café
Habana, de Cartagena, bailando al son de la Guantanamera y el Chan-chan.
Incluso se hizo fotografiar bajo el anuncio del lugar. Parece un podo
irónico de manifestar su satisfacción por lo que interpretó como una
victoria sobre Cuba… y sobre el ALBA.
Victoria
pírrica, en realidad, y procuro explicarme En primer lugar, la Cumbre
de las Américas no es otra cosa que una criatura de Washington y de la
OEA , inaugurada en Miami en 1994, cuando desde el espacio gubernamental
latinoamericano no habían comenzado a darse los cambios que
modificarían el escenario regional. Componen esta reunión los mismos
países que componen la OEA, y su destino es el de dar a la hegemonía de
los Estados Unidos el respaldo de los jefes de Estado del continente
para una segunda escalada neocolonial : el proyecto del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) . No es casual que la primera Cumbre
coincidiera con el año de la firma del TLC con México, punto de
referencia para el lanzamiento del acuerdo.
Tras
una década de cambios en el escenario latinoamericano, la moción de
adopción del ALCA, llevada por George W. Bush a la IV Cumbre, en 2005 en
Mar del Plata, encontró una oposición mayoritaria que dejó marcado el
cambio en la correlación de fuerzas en la región. La Cumbre, en los
supuestos que se concibió, quedó herida de muerte. ¿De muerte en verdad?
La meta después de 2005 devino llegar al ALCA país por país.
La
siguiente reunión, en Port of Spain (Trinidad & Tobago) transcurrió
con la presencia de un nuevo presidente de los Estados Unidos: un
Barack Obama sonriente que había llegado a la presidencia anunciando
cambios que no iba a ser capaz de encauzar. La inaceptable ausencia de
Cuba fue ya un tema polémico allí, pero no hubo más que señales para
dejar esperanzas de una mirada más razonable. Lo increíble es que ahora
se repita. Aquella reunión terminó sin acuerdos y con el obsequio de
Chávez a Obama de un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, escrito por Eduardo Galeano en 1971, como sugerencia para una mejor comprensión de nuestras realidades.
No
creo que Chávez estuviera convencido de que Obama fuera a leerlo, ni a
molestarse en buscar una de las traducciones hechas al inglés, pero su
gesto devino una cortesía política emblemática, en tanto expresaba la
esperanza de que el presidente negro que había desafiado exitosamente
los vestigios racistas en los dogmas electorales estadounidenses, que
había hecho su campaña sobre la promesa de justicia social y anunciado
cambios positivos en la política latinoamericana de Washington, se
mantuviera consecuente con sus anuncios. La historia entre Trinidad y
Cartagena no recoge gesto alguno que permita esperar nada distinto a lo
que hasta hoy se ha recibido de la Casa Blanca.
Se
puede comprender, sin indagar, la decisión del presidente de Ecuador,
Rafael Correa, y del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, de no
concurrir a Cartagena. Y la del resto de los países de la ALBA al
anunciar, decepcionados de este encuentro, que no asistirán a Panamá si
no se invita a Cuba sin las condiciones inadmisibles que exigen los
Estados Unidos.
Debe
destacar se que el punto de la inclusión de Cuba en las reuniones ni
siquiera implicaba por sí mismo un cambio de la política estadounidense
en el plano bilateral. Sin embargo, cabe pensar que la posición que
asumiera Obama al respecto podría incidir en su reelección a la
presidencia: un signo de flexibilidad hacia Cuba contaría para la
pérdida eventual del apoyo del Estado de La Florida en los comicios . Es
significativo que hasta el gesto más obvio de reconocimiento del
consenso continental se haga imposible. ¿Cómo esperar de Obama un cambio
en el bloqueo a Cuba, o que se pronunciara en cuanto al reclamo
argentino de las Malvinas, más allá de la inverosímil neutralidad que
atribuyó a su país?
Sin
embargo, al margen de la escasa información que permite el secreto de
las sesiones (fueron todas a puerta cerrada por decisión, en apariencia,
de los anfitriones), pienso que sobre el control y la lucha contra el
narcotráfico siempre se habría podido ir más lejos (a menos que ir más
lejos en esto también influyera en el voto de Miami).
De
cualquier modo nos pasamos la vida bordeando el espejismo que indica
que, en los Estados Unidos, el segundo mandato presidencial es aquél en
el cual el presidente puede consumar su verdadera política, pues ya no
necesita atenerse a las demandas de los grupos de influencia que le
apoyaron. No sé si será cierto en otros temas, pero con respecto a la
política seguida hacia Cuba esto no ha funcionado.
¿Alguien
cree aún que antes de la Cumbre de Panamá, después de que se ratifique
en la presidencia, si es reelegido, Obama aceptaría que Cuba se
integrase en la Cumbre? Ni lo creo, ni importa mucho: importa tanto como
que esta Cumbre no haya dado un signo de flexibilidad hacia Cuba, por
insignificante que fuera, por el riesgo de que incidiera en la pérdida
de apoyo del Estado de La Florida en los comicios. Si es que queremos
reconocer esta explicación, casuística, pragmática, “cortoplacista” y limitada para comprender el panorama mayor.
La
única respuesta válida es la dada por los países del ALBA. No volver a
asistir si Cuba no está, que es la posibilidad de deslegitimar desde el
Sur la naturaleza de ese cónclave. Es de esperar que otros
latinoamericanos se sumen a este condiciona miento y que ese sencillo
dilema se revierta en la transformación del signo de las cumbres, o de
lo contrario en su desaparición, convertidas en cenáculos derechistas
sometidos, que servirían simplemente como pantallas para imponer
tratados bilaterales de libre comercio o cualquier otro ingenio
hegemónico. Deslegitimadas del todo por la falta de representatividad.
Confieso
que reconozco a Obama que haya declinado, en su vestuario, los modelos
de guayaberas, que no tienen en su caso el significado de la prenda
nacional, y haber mantenido la sobria identidad que le es habitual.
Habría añadido, de lo contrario, una penosa nota de superficialidad.
Para payasadas bastó con la de Hillary.
Recuerdo,
para terminar estas líneas, que la fundación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), a principios de diciembre pasado
en Caracas, constituyó la creación de otra cumbre. Del todo distinta.
Llama la atención cómo la ausencia o presencia de un solo país cambia
del todo el significado del conjunto, y ese país no es Cuba. La ausencia
de los Estados Unidos en CELAC inicia una institucionalidad
internacional paralela a la OEA. Si la Cumbre de las Américas no
puede devenir en un punto de encuentro y de confrontación entre ambas
presencias, superando el carácter parcial de su génesis, si no puede
atenerse a la exigencia de los tiempos, no tiene sentido que subsista.
Podría convertirse incluso –tal vez empieza a convertirse ya– en un
obstáculo para la salud de la América que emerge.
Creo que esta ha sido la lección principal de Cartagena 2012. ¿Jugaban ya Obama y Clinton al acto final?
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