Autor: Alexei Pilko (La Voz de Rusia)
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La recién concluída Cumbre de las Américas
será recordada por los observadores internacionales como un desastre. Y
el asunto no reside siquiera en que la declaración final no fuese
rubricada. Este evento estuvo perseguido por los escándalos desde antes
de su inicio.
Los propios servicios de seguridad
del presidente de EEUU le jugaron una mala pasada, al decidir
“divertirse” en Cartagena y con ello mancillaron la reputación de los
servicios secretos.
Con estos sucesos de fondo, se
podía intuir que la atmósfera de la Cumbre sería tensa. Sin embargo, la
realidad superó las espectativas. Hoy podemos afirmar con seguridad que
EEUU está perdiendo vertiginosamente su control sobre los gobiernos de
América Latina. Y este proceso amenaza con ser irreversible. Es
importante señalar que la actual situación en el continente no se debe a
la interacción de fuerzas externas, sino a un nueva actitud adoptada
por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos.
Realmente,
en los últimos años los países de América Latina cada vez más
subordinan su política exterior a los intereses nacionales. Si década y
media o veinte años atrás eran vistos por muchos como el traspatio de
EEUU, pues ahora, cada vez más, demuestran la independencia de sus
posiciones en los asuntos internacionales. Brasil pertenece al BRICS,
grupo influyente que gana importancia rápidamente; Argentina defiende
sus intereses respecto a las Islas Malvinas (Falklands); Venezuela,
Nicaragua, Bolivia, Chile se han tornado más activos a escala
internacional.
Es muy probable que la influencia de
América Latina en los asuntos internacionales se incremente. Y
testimonio de ello es lo sucedido en la Cumbre de Cartagena. Propiamente
dicho, además de los ánimos anti-norteamericanos, sucedieron dos hechos
en Colombia que pueden tener repercusión en las relaciones geopolíticas
mundiales a largo plazo.
Ante todo, cabe señalar
que los dirigentes de los gobiernos latinoamericanos exigieron a EEUU
eliminar el embargo comercial y suavizar las sanciones impuestas a Cuba.
Tras la negativa de Barack Obama de cumplir con esta exigencia, comenzó
la retirada: los presidentes de Ecuador y Nicaragua se negaron a
participar en la Cumbre, y los países miembros del ALBA (Aliaza
Bolivariana) expresaron sus intenciones de boicotear semejantes eventos
en un futuro, hasta que EEUU no considere a Cuba como miembro de pleno
derecho de la comunidad latinoamericana. Y lo que más irritante para
EEUU fue el apoyo de estas exigencias por parte del país anfitrión de la
cita, Colombia, que era considerado como el aliado más seguro de
Washington en la región.
Sin embargo, el previsible
escándalo vinculado a las sanciones norteamericanas contra Cuba fue
apenas el inicio. El “plato fuerte” fue la discusión de Argentina y EEUU
sobre el asunto de la pertenecia de las Islas Malvinas (Falklands).
Desde principios de año las relaciones entre Argentina y Gran Bretaña
empeoraron bruscamente, debido a los intentos de Londres de comenzar la
prospección de hidrocarburos en la plataforma submarina de los
territorios en litigio. La decisión del gobierno británico de realizar
una demostración de fuerzas navales en la zona (al Atlántico Sur fueron
enviados un submarino y un destructor) avivó las llamas. Durante la
Cumbre la presidenta de Argentina trató de recabar el apoyo de EEUU
respecto a la soberanía argentina de las Islas Malvinas.
Pero
los esfuerzos de Cristina Kirchner no resultaron fructíferos. A pesar
de que, según afirman varios expernos norteamericanos, ella proponía
llevar las relaciones entre Argentina y EEUU al nivel de asociación
estratégica. En cambio, todos los gobiernos del continente americano
(con excepción de EEUU y Canadá) apoyaron las exigencias argentinas.
Barack Obama no se atrevió a dar un giro tan brusco en materia de
política exterior y negarse con ello de las relaciones especiales entre
Gran Bretaña y EEUU.
Como respuesta a esta posición,
la presidenta de Argentina abandonó la Cumbre, y amenazó con orientar
su país a una colaboración más estrecha con sus vecinos y organizar un
frente unido contra la política económica de EEUU en América Latina, lo
cual es realmente factible.
Teniendo en cuenta sus
actuales problemas económicos, para EEUU esto puede ser un golpe fuerte.
En la política exterior de prácticamente todos los gobiernos
latinoamericanos se consolida un giro hacia posiciones de defensa contra
los excesivos dictados de EEUU. Y se incluyen entre ellos economías
claves de la región, tales como Argentina y Brasil. No se excluye que
estos países comiencen un proceso de nacionalización parcial de los
activos norteamericanas en la región, establezcan barreras aduanales
contra EEUU, que prevengan la fuga de capitales hacia el mercado
norteamericano. Existe una gran probabilidad de que se desate una guerra
de divisas.
Resulta interesante que tal giro de los
acontecimientos en América Latina abre determinadas perspectivas a
Rusia. Desde el punto de vista de Realpolitik,
Moscú debería desarrollar relaciones más estrechas con los gobiernos de
Sudamérica. Es evidente que una relación sólida de nuestro país con
esta región puede otorgarnos importantes puntos de apoyo a la hora de
resolver temas polémicos con Washington. Como sucede, por ejemplo, en
Asia Central respecto a los asuntos vinculados a la defensa antimisiles y
a la no permisibilidad de que EEUU mantenga bases militares permanentes
en los territorios de esos estados. Por ello, Rusia debe desarrollar la
colaboración política, económica y militar con América Latina.
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