La cumbre de las intenciones sordas
Por Jorge Castañeda - Los Tiempos, México
CIUDAD DE MÉXICO – La Cumbre de las Américas, que tiene lugar aproximadamente cada tres años, podría ser vista como el típico despilfarro latinoamericano que convoca a los jefes de Estado durante unos días, tanto al sur como al norte del Rio Grande, para pronunciar discursos interminables que no conducen a ninguna parte. Pero, de vez en cuando, la Cumbre –una iniciativa norteamericana lanzada por el presidente de Estados Unidos Bill Clinton en 1994– en realidad ayuda a llevar cuestiones clave a la mesa hemisférica.
Una de esas cuestiones fue la llamada Área de Libre Comercio de las Américas, que fue propuesta por el expresidente norteamericano George H. W. Bush en 1990 y que luego colapsó en la cumbre de Mar del Plata, en Argentina, en 2005. Indignado por la presencia del hijo de Bush padre, el presidente George W. Bush, el primer mandatario venezolano Hugo Chávez convocó a miles de manifestantes antinorteamericanos para protestar contra el acuerdo.
La Cumbre de las Américas en consecuencia sirve como un barómetro de las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica, aún si no alcanza una gran trascendencia.
La cumbre de este año, que se llevará a cabo en Cartagena, Colombia, a mediados de abril, ya generó controversia. Dos cuestiones tradicionales y candentes dominarán las discusiones: Cuba y las drogas.
Cuba nunca fue invitada a la Cumbre de las Américas, porque desde un principio el encuentro estuvo pensado para incluir exclusivamente a miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) y a presidentes elegidos democráticamente (aunque el entonces presidente de Perú, Alberto Fujimori, asistió en 1998, a pesar de haber suspendido la constitución del país en un "auto-golpe" en 1992).
En febrero, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, declaró que si el presidente cubano, Raúl Castro, no era invitado a la Cumbre, los países del ALBA (Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y algunas de las islas del Caribe) no asistirían. Esto claramente estaba destinado a provocar a Estados Unidos, Canadá y un puñado de otros países que se oponen a su presencia.
Varios líderes y analistas latinoamericanos recomendaron que asistiera el presidente norteamericano, Barack Obama, a pesar de la presencia de Castro, para confrontarlo sobre la frágil situación de la democracia en Cuba. Obama no mordió el anzuelo: la posibilidad de una foto accidental o de un debate público con Raúl Castro en medio de una campaña electoral no es la manera en que un presidente estadounidense gana un segundo mandato.
El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, intentó restarle trascendencia al tema averiguando primero si los cubanos realmente querían ser invitados. Cuando envió a su ministro de Relaciones Exteriores a La Habana a preguntar, recibió una respuesta sorprendente: Cuba efectivamente quería asistir, a pesar de haber rechazado en 2009 una invitación para regresar a la OEA.
Para Santos resultaba evidente que, si Castro asistía, la cumbre de Cartagena tendría lugar sin Obama, el primer ministro canadiense, Stephen Harper, y tal vez unos pocos jefes de Estado. Por el contrario, si Castro no asistía, algunos de los miembros del ALBA, entre ellos dos vecinos con quienes Colombia aspira a mejorar las relaciones –Ecuador y Venezuela– podrían no presentarse tampoco.
Finalmente, Santos, al igual que los anteriores anfitriones de la cumbre, no tuvo otra opción que informar a los cubanos personalmente que no eran bienvenidos, ya que "no existía consenso sobre su participación". A pesar de lo mucho que se habla sobre la creciente independencia latinoamericana y de las recientes reformas de Castro, la mayoría de los países, cuando se ven obligados a elegir entre Cuba y Estados Unidos, optan por Estados Unidos. De hecho, hasta los supuestos aliados de Cuba en la región se abstuvieron de insistirle a Santos para que invitara a Castro.
De manera que Castro no asistirá, Obama sí lo hará y los líderes del ALBA probablemente estén divididos. Los participantes intentarán asegurar que Cuba sea invitada a la próxima cumbre en 2015, pero es difícil predecir qué sucederá. Cuba por ahora sigue siendo la oveja negra de América Latina.
Como Obama estará presente, otros líderes tal vez aprovechen la oportunidad para compartir con él sus opiniones sobre lo que cada vez se conoce más como la "guerra fallida contra las drogas", el programa antinarcóticos originariamente lanzado por el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971. Otto Pérez Molina, quien acaba de asumir como presidente de Guatemala, junto con Santos y otros jefes de Estado, cuestionan el enfoque punitivo y prohibicionista actual, debido a sus enormes costos y magros resultados, y proponen una estrategia diferente: la legalización.
Obama envió al vicepresidente Joe Biden a México y América Central hace unas semanas para anticiparse a esta tendencia, y quizás haya tenido cierta cuota de éxito. Sin embargo, mientras que sólo un puñado de líderes políticos e intelectuales defendían la legalización en el pasado, hoy en día los funcionarios "salen del clóset" en manadas cuando se habla de drogas. Quienes antes decían que estaban a favor de un debate sobre el tema hoy apoyan la legalización; quienes estaban en contra ahora aceptan la necesidad de un debate; y quienes siguen oponiéndose a la legalización lo hacen con base en argumentos morales más que racionales.
Pero Obama tiene otras prioridades. Sus desafíos en materia de política exterior, con excepción del programa de enriquecimiento nuclear de Irán y la reacción que esto genere en Israel, están por detrás de la salud de la economía de Estados Unidos y el impacto que ésta tenga en su reelección. América Latina -incluso México- no está en su radar en este momento.
No obstante, Obama concurrirá a Cartagena, debe hacerlo. Estados Unidos a esta altura ya aprendió que prestarles más atención a sus vecinos del sur es para bien del país.
El autor fue ministro de Relaciones Exteriores de México (2000-2003), es profesor distinguido global de Política y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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