En octubre de 2005, pocos días antes de la IV Cumbre de las Américas (Mar del Plata), publicábamos el siguiente artículo en La Gaceta de Económicas, que salía con Página/12. Lo recordamos ahora, para alimentar los debates previos a la Cumbre de Cartagena:
CUMBRES BORRASCOSAS.
UN ENCUENTRO DE LAS AMÉRICAS EN LA ARGENTINA
LEANDRO MORGENFELD
En noviembre de este año se realizará en Mar del Plata la IV Cumbre de las Américas, que convoca a los 34 presidentes de las naciones americanas –excluida Cuba- para continuar con las discusiones sobre problemáticas continentales. En estas reuniones -Miami 1994, Santiago de Chile 1998 y Québec 2001- se realizaron las principales negociaciones sobre la propuesta estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Lejos de la aparente calma y del trato diplomático que distingue a estos encuentros, el consenso impulsado desde Washington se encuentra cada vez más lejano y desde 2003 el proceso de conformación del ALCA se encuentra en una virtual parálisis. Así, a diferencia de lo que ocurría hace una década, cuando el dominio estadounidense en el continente parecía incontestable, hoy el proyecto estadounidense del ALCA está estancado y es cuestionado por diversos actores e incluso por algunos gobiernos de la región. No es casual que, en abril de 1999, en la Reunión de la Asociación de Estados del Caribe, el presidente venezolano Hugo Chávez haya señalado en relación a sus pares allí reunidos: “Andamos de cumbre en cumbre, pero nuestros pueblos andan de abismo en abismo”. Este diagnóstico prefiguraba un fenómeno que empezaría a acompañar a las diversas cumbres presidenciales y ministeriales, continentales y mundiales: la confrontación y el repudio directo por parte de la sociedad civil movilizada. Desde la emblemática movilización de Seattle de noviembre de 1999, aparece cada vez más fuerte en el imaginario colectivo la idea de que en las instancias multinacionales de negociación lejos se está de defender los intereses de las mayorías. Mientras que abundan cada vez más las cumbres presidenciales y ministeriales, la sociedad civil se moviliza para repudiar estos encuentros y para constituir espacios paralelos tanto para expresar el repudio popular como para la elaboración de una agenda alternativa.
La Cumbre de las Américas surgió en 1994, impulsada por Estados Unidos para avanzar con el proyecto de liberalización del comercio mundial. Significaba el primer gran paso luego de que George Bush (padre) hubiera lanzado el proyecto del ALCA, la “Iniciativa para las Américas”, en 1990, coincidente con el avance del llamado Consenso de Washington. El objetivo era contrarrestar la potencialidad alternativa que podía tener un acuerdo como el Mercosur y profundizar el tipo de integración del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (EEUU, Canadá y México). Desde la fase preparatoria, se realizaron ocho reuniones ministeriales, en las que se establecieron nueve Grupos de Negociación, cuatro Comités, la presidencia rotativa del proceso, Comités de Negociaciones Comerciales y el Comité Tripartito (BID, OEA y CEPAL). Esta negociación produjo sucesivos borradores, donde se establecen acuerdos y desacuerdos (cuando hay distintas posturas, éstas se expresan entre corchetes). En el tercer y último borrador del ALCA había alrededor de 5.300 pares de corchetes, lo cual muestra las diferencias entre los países americanos. Para destrabar la negociación, en la reunión ministerial de Miami de 2003, se acordó establecer un ALCA en dos niveles, que implicaba dejar de lado algunos puntos contradictorios, lo cual también llevaba a reducir los compromisos (luego de que fracasara una cumbre de la OMC por la negativa de los países desarrollados a disminuir subsidios a sus productores agropecuarios). Este acuerdo –sobre el que luego tampoco se pudo avanzar- es lo que se denominó “ALCA Light”.
La historia de las reuniones continentales y los proyectos estadounidenses de integración continental se remontan al siglo XIX. En la Primera Conferencia Panamericana (Washington, 1889) Estados Unidos presionó para lograr la formación de una Unión Aduanera Americana. Al igual que ahora, intentaba ya hace más de un siglo absorber los mercados americanos, a través del “panamericanismo”. Argentina, defendiendo su relación económica privilegiada con Europa, obstaculizó el avance de las negociaciones e hizo fracasar el encuentro. La Segunda Conferencia Panamericana se llevó a cabo en México, en 1901 y 1902. Nuevamente se ponía en juego la lucha entre Europa y Estados Unidos por el dominio continental. Estados Unidos, con el objetivo de lograr cierta “armonía” entre las delegaciones participantes, propuso que se dejaran de lado las cuestiones que no habían prosperado en la conferencia anterior, a saber el proyecto de unión aduanera y el de moneda común.
El nuevo siglo iba a traer también un cambio creciente en la correlación de fuerzas a nivel continental: Estados Unidos iría incrementando su influencia, lo cual se manifestó en el control del Canal de Panamá y en el establecimiento de un protectorado en Cuba a partir de la Enmienda Platt. Europa, por su parte, también buscaba mantener su poderío en América, lo cual explica la intervención militar por parte de Gran Bretaña y Alemania en Venezuela (1902-1903) para garantizar el cobro de deudas contraídas. Pese a la disputa con Europa, Estados Unidos justificó la intervención, aplicando el “gran garrote” de su presidente Theodore Roosevelt. La Argentina, a través de su canciller Luis María Drago se opuso a que el principio de soberanía fuera violado en función de forzar el pago de la deuda externa y planteó una doctrina que iba a enfrentar a sus delegaciones con las estadounidenses en las sucesivas conferencias panamericanas. En la tercera conferencia, llevada a cabo en Río en 1906, volvieron a presentarse los debates en relación con el cobro de las deudas públicas. Argentina defendió las doctrinas Drago y Calvo (que se oponían al cobro coercitivo de deudas públicas y a las intervenciones militares causadas por este motivo). Sin embargo, Estados Unidos intentaba evitar una crisis diplomática, por lo cual nuevamente dejó de lado los aspectos contradictorios para mantener la cohesión. Consideraba que este espacio de las conferencias panamericanas le permitía ampliar su zona de influencia en detrimento de Europa, que no participaba. Por este motivo alentó la armonía entre los participantes y se limitó a asegurarse que las resoluciones no contradijeran sus intereses.
La octava y última conferencia panamericana antes de la Segunda Guerra Mundial se realizó en Lima en 1938. La oposición entre Argentina y Estados Unidos llevó a Cantilo, canciller argentino, a amenazar con no concurrir para evitar enfrentarse personalmente con su par estadounidense, Hull. Sin embargo, al no haber asistido todavía éste, Cantilo aprovechó la ocasión para dar un discurso inaugural, defendiendo una vez más los vínculos con Europa y desacreditando los intereses estadounidenses. La delegación argentina reivindicaba la independencia continental frente a Estados Unidos, pero mantenía y reforzaba la subordinación a Europa (y a Gran Bretaña en particular). Hull, por su parte, insistió en la necesidad de que, de acuerdo con la Doctrina Monroe, se asegurara la unidad de América frente a cualquier amenaza proveniente de la Europa convulsionada. Sin embargo, y una vez más, entre otros motivos, por la oposición argentina, Estados Unidos debió resignar su proyecto de una Liga de Naciones Americanas en pos de una vaga declaración de principios sobre defensa de la democracia y solidaridad de las naciones en caso de agresión europea. Medio siglo después del intento estadounidense en la Primera Conferencia Panamericana, la unión aduanera y la integración seguían lejos de concretarse.
En la década de 1990, tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la bipolaridad, Estados Unidos retomó su viejo proyecto de dominio continental. Esa década significó un vuelco en la histórica relación de confrontación entre la Argentina y Estados Unidos. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales, se produjo un alineamiento casi total con el país del norte, que se materializó en el envío de naves a la Guerra del Golfo, el desmantelamiento del misil Cóndor II y de los proyectos de industria aeroespacial y de defensa, la votación en la ONU según el mandato del Departamento de Estado norteamericano, el retiro de la Argentina del grupo de los países No Alineados, el voto contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la elección de la Argentina como aliado “extra Otan” y demás elementos que convertían a la Argentina en un “alumno” a imitar en cuanto a su política exterior subordinada a Estados Unidos –definida como de “relaciones carnales” por el entonces canciller- y a la aplicación de las recetas de los organismos internacionales de crédito. El proyecto del ALCA era, a la vez, la forma de evitar que una integración alternativa alrededor del naciente Mercosur pudiera fortalecer la capacidad negociadora de los países latinoamericanos o bien ayudar a establecer mayores vínculos con los otros dos centros del capitalismo mundial, Europa y Japón.
Las crisis económicas, sociales y políticas de finales de los noventa conformarían un nuevo panorama en el continente. Tras el fracaso del llamado neoliberalismo, el alineamiento con Estados Unidos y el seguimiento de sus “recetas” económicas fueron crecientemente criticados. En Argentina, diversos sectores empezaron a cuestionar la política de resignación en cuanto al proyecto de libre comercio continental propuesto por el país del norte. Si la relación asimétrica entre Argentina y Estados Unidos pudo llevar a algunos a considerar como inexorable la subordinación a la potencia de turno vía la incorporación al ALCA, la historia ofrece numerosos ejemplos en cuanto a los intentos fracasados de constituir una unión “panamericana” bajo la hegemonía estadounidense. Argentina debería asumir una posición clara, alejarse de las líneas del “realismo periférico” y del “regionalismo abierto”, que imperaron en la década pasada y buscar alternativas de integración para ampliar el margen de autonomía frente a Estados Unidos y Europa.
Más allá de las negociaciones en las cumbres presidenciales, también existen otros proyectos; los de los grupos que plantean que “otra integración es posible”, una unión latinoamericana no en función de los intereses del capital más concentrado sino de las necesidades de la mayoría de la población. Claro que, en este caso, los ejes de discusión serían otros. Superarían la mera crítica a una zona de libre comercio dependiente de Estados Unidos y avanzarían en plantear otras necesidades, prioridades y reglas de juego. Un ejemplo de integración alternativa se discutió en el Foro Social Mundial (FSM). Este último surgió en 2001 para oponerse al Foro Económico de Davos, que desde 1971 reúne a mandatarios, funcionarios e intelectuales orgánicos del llamado neoliberalismo. En enero de 2005 se lanzó el llamado “Manifiesto de Porto Alegre”, que propone unir fuerzas entre los movimientos sociales de distintos países para anular la deuda externa de las naciones del Sur; aplicar tasas internacionales a las transacciones financieras, a las inversiones directas del exterior, a los beneficios de las multinacionales, a la venta de armas y a las actividades que producen efecto invernadero; desmantelar progresivamente los “paraísos” fiscales, jurídicos y bancarios; garantizar el derecho al empleo y la protección social; promover formas de “comercio justo”, rechazando las reglas de libre comercio de la OMC; y democratizar los organismos multinacionales, como la ONU.
Los antecedentes de las anteriores cumbres descartan de plano la posibilidad de que estas propuestas del Foro Social Mundial sean abordadas. Por lo tanto, no es difícil prever que en Mar del Plata las negociaciones transiten por senderos ajenos a las necesidades que preocupan al continente latinoamericano.
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