A continuación, la columna de Joaquín Morales Solá sobre la relación Obama-Cristina. El editorialista de La Nación presenta un análisis diametralmente opuesto al nuestro en torno a lo que debería ser la relación bilateral entre Argentina y EEUU:
El escenario
Obama ya no espera nada de Cristina
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Entre Barack Obama y Cristina Kirchner (o entre sus administraciones) hay un conflicto político. Tal vez existan también ciertas decepciones de cada uno respecto del otro. El gobierno de Obama creyó siempre que la salida de George W. Bush de la presidencia, y el fin de algunas de sus políticas, podían cambiar fundamentalmente la interlocución norteamericana con muchos líderes del mundo. La presidenta argentina cultiva más la ideología que las cuestiones prácticas: un gobernante demócrata en lugar de un republicano en Washington, se convenció, abriría la posibilidad de una nueva era en las relaciones bilaterales. No hacía falta nada más.
Sólo en ese contexto, en el que últimamente se dieron varios acontecimientos siempre negativos, puede explicarse la dura carta de Obama al Congreso, en la que comunicó la cancelación de las facilidades para exportar algunos productos argentinos. El argumento formal (pero no por eso menos cierto) fue que la Argentina no cumple con las sentencias del tribunal internacional del Ciadi, que condenó al país a pagar resarcimientos a dos empresas norteamericanas.
El gobierno de Cristina Kirchner quiere llevar esos juicios terminados a los tribunales argentinos, instancia que nunca estuvo prevista en ningún acuerdo; es una estrategia para demorar los pagos. No es mala: los jueces argentinos podrían estar varios años sentados sobre esos expedientes.
Pero ¿se habría llegado simbólicamente a tanto si no hubiera existido antes un clima de frialdad, de distancia y, por momentos, de tensión? La decisión de Obama es, en efecto, simbólica. El monto en cuestión es de apenas unos 300 millones de dólares, un monto muy pequeño en el volumen total de las exportaciones argentinas. Tampoco cierra las puertas de los Estados Unidos a las importaciones argentinas, ni siquiera a las afectadas directamente por esta decisión. Sólo las despoja de un excepcional sistema arancelario.
El problema es político, en efecto. A Washington le pasa lo que le sucede también a gran parte de las capitales occidentales: no saben cómo tratar a la Argentina ni cuáles son los temas con los que disienten o cuáles son las cuestiones con las que acuerdan. No hay, por lo tanto, una clara agenda política. La indiferencia es tan grande que Obama tomó esa decisión comercial pocos días antes de la próxima Cumbre de las Américas, que se realizará el 14 y el 15 de abril en Cartagena, Colombia.
Después del maltrato
Ya no espera nada de la presidenta argentina. En la anterior cumbre, en Trinidad y Tobago, Washington pidió especialmente a Cristina Kirchner que no hiciera mención a la cismática cumbre de Mar del Plata, en 2005. El entonces presidente norteamericano, Bush, se fue ofendido y maltratado. Washington nunca olvidó, ni aun con Obama, ese agravio a la institución presidencial norteamericana. Cristina Kirchner dedicó en Trinidad y Tobago la mayor parte de su discurso, al revés del pedido washingtoniano, a elogiar los desenfrenos de Mar del Plata. ¿Qué podría esperar ahora Obama de la líder argentina?
El hilo de las ofensas y sus respuestas se hizo luego muy largo. Obama visitó América del Sur, pero viajó a Brasil y a Chile, sin pisar la Argentina. El gobierno argentino le contestó a ese desplante con la incautación de un avión militar norteamericano y su carga, que había aterrizado en Ezeiza para trasladar tropas y material sensible para un curso acordado de entrenamiento a policías argentinos. Una de las valijas decomisadas en el aeropuerto personalmente por el canciller Héctor Timerman guardaba las claves secretas del Pentágono, que debieron ser cambiadas en el acto.
Washington comenzó a votar después, sistemáticamente, contra la concesión de créditos a la Argentina en el BID y en el Banco Mundial. Aparecieron, además, dos protagonistas con enorme poder de lobby en Washington: las dos empresas norteamericanas que no cobran las sentencias del Ciadi, por un lado, y los últimos tenedores de bonos argentinos en default desde 2001. Estos bonistas no aceptaron entrar a ninguno de los dos canjes propuestos por el gobierno de los Kirchner, en 2005 y en 2010. El lobby existe, pero tiene más poder cuando no existe ningún interés político que lo modere.
Escandalizados
Sabe a extraño que el gobierno argentino se haya escandalizado por un medida arancelaria que dificulta las exportaciones argentinas. ¿No es eso lo que hace Guillermo Moreno, sostenido por la pública defensa presidencial, con las importaciones de cualquier procedencia? El mundo está lleno de pecadores en materia comercial. China traba muchas importaciones y también Brasil. Eso sí: cometen pecados metódicos, perfectamente reglamentados. Ninguno ha depositado en la voluntad de un solo hombre la decisión de abrir o cerrar las puertas de sus aduanas. La diferencia puede parecer pequeña, pero no lo es. Puede haber reglas buenas o malas, pero mucho peor es que no las haya.
La política comercial de Moreno (y de la Presidenta) le ha quitado al país la autoridad moral para denunciar el proteccionismo de las naciones más desarrolladas. Esta política de denuncia del proteccionismo fue ejercida por los gobiernos argentinos desde Alfonsín hasta Néstor Kirchner. Resulta que ahora la Argentina se ha convertido en el país más proteccionista de Occidente. ¿Cómo reprocharles a los otros lo que uno mismo hace?
En esa encrucijada sin explicación tiene sentido la extravagante queja del canciller Timerman, que dijo que el país no cumple con las sentencias del Ciadi, pero sí cumple con los juicios de resarcimiento a los familiares de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. No hay relación alguna entre una cosa y la otra. Pero fue una manera de llenar con palabras la carencia de argumentos. Fue, también, la insistencia en un método demasiado repetido en los últimos tiempos: halagar los oídos de la Presidenta con las cuestiones que a ella le agradan. El método puede ser eficaz, pero termina cambiando de tema y enterrando los problemas, irresueltos.
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