LA MUESTRA SE INAUGURA EN EL MALBA (AV. FIGUEROA ALCORTA 3415) EL PROXIMO VIERNES 30 DE MARZO Y PERMANECERA ABIERTA HASTA EL 4 DE JUNIO.
El lado oscuro de la fuerza
Después del éxito descomunal de público y crítica que fue Mr America, la muestra sobre Andy Warhol, hace dos años, el curador Philip Larratt-Smith fue invitado por el mismo museo a idear una muestra que reflejara el escalón siguiente en el arte norteamericano: una generación que ya no se ocupa del cenit económico y cultural del gran imperio del siglo XX, sino del crujido de las grietas que preanuncian su declive. A través de siete artistas, Bye Bye American Pie ofrece un panorama apasionante y desolador de una decadencia que ya parece más estructural que apocalíptica. Como bienvenida, Radar invitó a siete artistas argentinos a presentar esas obras.
Por Claudio Iglesias
Una icónica canción de Don McLean (“Y estábamos todos en un solo lugar / una generación perdida en el espacio / sin tiempo para volver a empezar”), un cúmulo de referencias distópicas heredadas de J. G. Ballard (la Estatua de Libertad tumbada, las calles de Manhattan llenas de cactus, Charles Manson autoproclamado presidente), un repaso por la historia económica reciente (el progresivo desmantelamiento de la industria, el crecimiento financiado con deuda, los presupuestos militares desorbitados, etc.), todo condimentado con citas de Gibbon sobre la decadencia romana, son algunos de los hilos significantes que flotan entre las obras de Bye Bye American Pie y en el cerebro de su curador, Philip Larratt-Smith (Toronto, 1979), en una muestra que, aunque pueda pasar como una exhibición grupal de grandes nombres, en verdad tiene un sesgo de autor muy específico. No sólo porque detrás de las obras de Jenny Holzer, Nan Goldin, Barbara Kruger, Cady Noland, Paul McCarthy, Jean-Michel Basquiat y Larry Clark se esconde el intento de reconstruir las raíces del sentimiento de cataclismo civilizatorio que afrontan los Estados Unidos en la actualidad; el mismo intento de contar el desastre en toda su amplitud sirviéndose de artistas canónicos sitúa a Larratt-Smith en una tradición de pensadores de la decadencia, nihilistas culturales y aficionados al pesimismo con una impronta clínica característica. Dejando de lado la visita reverencial a ésta o aquella obra del santo de devoción personal de cada fanático/a, lo interesante de la exposición como tal puede ser justamente la revalidación en gran escala de un pensamiento crítico lúcido y pesimista (ausente del menú filosófico del arte contemporáneo en general) así como de un conjunto de instrumentos de análisis que abreva simultáneamente en la crítica cultural de izquierda y en el psicoanálisis. Lo histórico-nacional, lo económico y los estribillos más tristes de Bob Dylan se reúnen aquí en el teatro de una composición mayor y más abstracta, cuyo objeto podría ser el cuadro de las declinaciones artísticas de la melancolía que han crecido en el regazo de la divina Columbia.
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