El 10 de febrero de 2011, hace exactamente un año, se iniciaba el conflicto Argentina-EEUU por el avión militar detenido en Ezeiza, que había intentado ingresar material sin declarar. A continuación, nuestra reflexión sobre ese conflicto:
El avión militar detenido: ¿acto de soberanía? ¿sobreactuación electoralista? El árbol que no deja ver el bosque: entrenamiento militar por parte de fuerzas armadas extranjeras
El conflicto derivado del avión militar estadounidense retenido en Ezeiza –y del que se confiscaron medicamentos y armamento no declarado- presentó, salvo excepciones, dos grandes interpretaciones: o bien la actuación argentina fue un gran gesto de autonomía y respeto a la soberanía; o bien fue una gran sobreactuación, en función de intereses meramente electorales. Ejemplo de lo primero, la nota de Horario Verbitsky del 15 de febrero de 2011 en Página 12: “Se podrá discutir acerca de la gravedad del ingreso de ese tipo de armas y materiales informáticos y de comunicaciones en forma clandestina, de modo que luego podría quedar en el país para usos también ilegales; también es admisible argumentar sobre la cantidad y tipo de las drogas narcóticas y estupefacientes encontradas y especular sobre el sentido de introducir medicamentos que según sus propios envases estarían vencidos. Pero no hay forma de negar que se intentó violar las leyes argentinas y que las autoridades lo impidieron en un procedimiento impecable. Algo grave debe estar ocurriendo con la prensa y los partidos de oposición si con tal de desmerecer al gobierno pierden de vista estos datos básicos del episodio y se alinean con quienes quisieron, y no pudieron, allanar la soberanía nacional”.
Ejemplo de lo segundo es lo expresado en una nota de Roberto Rusell, en La Nación del 24 de febrero: “El incidente con Estados Unidos por el caso de las armas y equipos confiscados en Ezeiza vuelve a mostrar un rasgo peculiar de la política exterior argentina: la curiosa propensión a la desmesura de su dirigencia política. El contraste es grande cuando se confronta la conducta internacional del país con la de naciones como Brasil, Chile o México”. Este análisis sindica como “desmesura” cualquier acto de relativa independencia de los designios de las potencias (enumera: la Guerra de Malvinas, el retiro de Argentina de la Sociedad de las Naciones dispuesto por Yrigoyen; la posición anti-estadounidense de Cantilo en la Conferencia Panamericana de 1938 y su partida de vacaciones hacia Chile; o el anuncio en diciembre de 2001 del no pago de la deuda externa). Según esta particular visión, tan escuchada por aquellos días, el problema de Argentina es que no se aviene a ser un país “normal”, es decir que sigue los designios del orden mundial sin cuestionarlos. En realidad, el problema de fondo es que no se tienda a cuestionar ese orden mundial dominado. Y sigue esa editorial: “Es probable que las desmesuras argentinas no tengan parangón en América latina, así como que se hayan agravado a partir de los años 70; ellas constituyeron un elemento presente en la política exterior que otorgó una cierta singularidad a la Argentina en América latina y, sin suda, en el Cono Sur. Precisamente, su repetición dio lugar, al término de la última dictadura, al surgimiento de una idea que ha pasado a formar parte del discurso habitual de los gobernantes: hacer de la Argentina un país normal”. Insistencia, errónea, con la idea de un “país normal”.
En seguida, aparecían quienes advertían sobre los “costos” de cualquier acción soberana: “En las últimas 24 horas llegó a la Cancillería argentina un mensaje terminante de los Estados Unidos: “Corten este tema”. La crisis diplomática abierta con la carga del avión de la Fuerza Aerea norteamericana, que el propio canciller Héctor Timerman revisó en Ezeiza como si fuera un agente aduanero agotó la paciencia de la administración de Barack Obama. El canciller se escuda por estas horas del papelón internacional que protagonizo afirmando que fue la propia Cristina Kirchner, quien le pidió que se apersone en el procedimiento aduanero. Sin embargo, todavía en convalecencia por una reciente intervención a la que tuvo que someterse días atrás, Timerman enfrenta una ola creciente de nerviosismo por las posibles derivaciones de la crisis del avión. Es que si bien en la Casa Rosada afirman tener encuestas que revelan una supuesta adhesión mayoritaria al gobierno por su redescubierto anti imperialismo, en los círculos diplomáticos de más experiencia empezó a circular una versión inquietante: Estados Unidos estaría evaluando comenzar una acción política para desplazar a la Argentina del G20.” (La Política On line, 17/02/2011).
La tensión bilateral pareció incrementarse en los meses siguientes. Al menos así lo intentaron algunos periódicos, como La Nación, cuyo corresponsal, Andrés Oppenheimer, entrevistó al presidente Obama el 23 de marzo pasado y le pidió una definición sobre la cuestión. Éste declaró que el incidente era “serio”, que no lo consideraba superado y que le reclamaría a CFK cuando la viera por el material decomisado. Clarín, La Nación y otros medios aprovecharon la situación para insistir sobre el mal momento de la relación bilateral, y el carácter anormal de la Argentina (por contraste con Brasil, Chile o Colombia). Una vez más, cualquier signo de autonomía frente a la principal potencia (así sea impulsado por un mero cálculo electoral) es denigrado y atacado por la gran prensa y los representantes de los partidos políticos de la oposición de derecha.
Lo cierto es que en general no se discutió lo más grave: ¿por qué vienen tropas extranjeras a entrenar a las fuerzas de seguridad locales? ¿No es esto lo más importante para discutir en cuanto a este “incidente” diplomático? Recién después del escándalo del avión, algunos pusieron esto en tela de juicio. Una vez más, la esgrima discursiva entre oficialistas y opositores no permite ahondar en el aspecto más problemático de la cuestión: permitirle a fuerzas estadounidenses, con un pasado nefasto en cuanto al adiestramiento de las fuerzas armadas latinoamericanas (recordemos la tristemente célebre Escuela de las Américas creada en 1963, en la que se formaron muchos militares golpistas del continente), que entrenen a las fuerzas locales con la excusa de la lucha contra el terrorismo o la respuesta a delitos graves como el secuestro y toma de rehenes. Meses más tarde, en noviembre, cuando las relaciones bilaterales cambiaron de rumbo, se dieron pasos para retomar los operativos militares conjuntos (Operaciones Gringo-Gaucho). Es un tema que hay que seguir muy de cerca...
Leandro Morgenfeld
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