Washington y la creciente integración latinoamericana
Por Leandro Morgenfeld En busca de su reelección, Obama deberá abordar diversos conflictos internos e intentará reposicionar el rol de Estados Unidos en la región.
Estados Unidos transita un año clave.
En noviembre, los republicanos intentarán volver a la presidencia (probablemente con el mormón Mitt Romney como candidato), mientras que Barack Obama buscará su reelección. Mucho le costará imponer los ajustes que reclaman los mercados y las grandes corporaciones y, a la vez, enfrentar la ola de indignación del Movimiento Ocupar Wall Street y el desencanto de gran parte de su base electoral, que lo eligió para que (al menos) cambiara algo.
Lo que más preocupa a Washington, sin embargo, es que la vigencia del propio imperio norteamericano está en creciente debate. ¿Fin de la hegemonía estadounidense? ¿Transición hacia un mundo más multipolar? A pesar de los múltiples frentes internos (crisis económica, desocupación, protestas, elecciones presidenciales) y externos (depresión económica mundial, Irán, Palestina, Primavera Árabe, Rusia), el gobierno de Washington intentará reposicionarse en América Latina.
Lo que hace décadas consideran como su exclusiva zona de influencia hoy está en abierta disputa. China avanza en la región y hasta el primer ministro iraní visitó esta semana cuatro países, en un abierto desafío a la Casa Blanca. El “patio trasero” está revuelto. Hace una década que cambió la correlación de fuerzas: el ALCA sucumbió en la Cumbre de Mar del Plata de 2005. Y aparecieron instancias alternativas, como la Unasur, y de forma reciente la Celac, una suerte de OEA por fuera del control de Washington. Poco cambió la política estadounidense hacia América Latina desde la llegada de Obama: golpe de Estado en Honduras, siguen el bloqueo a Cuba y la base de Guantánamo, continúa la IV Flota reinstalada por George W. Bush.
A pesar de haber perdido iniciativa, Washington necesita quebrar la naciente integración latinoamericana y aislar al eje bolivariano (Venezuela, Ecuador, Cuba, Bolivia y Nicaragua), que despliega una política exterior más antiestadounidense y que logró reunir a 33 países del continente en la cumbre de la Celac realizada recientemente en Caracas. La Casa Blanca recurrirá a sus históricas herramientas del “garrote” y la “zanahoria” para, mediante amenazas y promesas, lograr encolumnar a la mayor parte de los países americanos, evitando una integración alternativa. Su objetivo es reposicionarse en la VI Cumbre de las Américas (Colombia, 14 y 15 de abril). Antes de esa reunión clave, Obama necesita ampliar sus alianzas en la región, incluso con gobiernos con los que tuvo diversos cortocircuitos.
En esa línea, el Departamento de Estado viene desplegando una aproximación a la Casa Rosada, luego del contundente triunfo electoral de Cristina Kirchner. Luego de las felicitaciones telefónicas, se produjo un encuentro bilateral el 4 de noviembre pasado, en el marco de la cumbre del G-20. Washington quiere que la Argentina dificulte el avance bolivariano, que mantenga las presiones contra Irán, que se encuadre tras las políticas de no proliferación nuclear y lucha contra el terrorismo internacional. Un sector del gobierno argentino alienta el entendimiento con la Casa Blanca: quiere arreglar con los acreedores externos, con el Club de París y volver al mercado de capitales. Además de las declaraciones de buena voluntad del nuevo embajador en Washington, Jorge Argüello, se dio respuesta a algunas de las iniciativas de Washington, como la Ley Antiterrorista, exigida por el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI).
El Gobierno se encontraría, en este sentido, en el dilema que atravesó Arturo Frondizi hace exactamente cincuenta años. Para conseguir inversiones estadounidenses y apoyo financiero, el presidente desarrollista se proponía ante John F. Kennedy como la vía para evitar la proliferación del (mal) ejemplo cubano y el avance del comunismo en la región. Aquella vez, y siempre, Estados Unidos utilizó las expectativas individuales de los países para tronchar cualquier proyecto latinoamericano de integración.
El mundo está revuelto y Estados Unidos ya no tiene el poder con el que contó durante el siglo XX. Otra integración es posible. Simón Bolívar y José Martí advertirían contra el “giro realista” de la política de la Argentina hacia Estados Unidos que se viene percibiendo en los últimos meses.
Lo que más preocupa a Washington, sin embargo, es que la vigencia del propio imperio norteamericano está en creciente debate. ¿Fin de la hegemonía estadounidense? ¿Transición hacia un mundo más multipolar? A pesar de los múltiples frentes internos (crisis económica, desocupación, protestas, elecciones presidenciales) y externos (depresión económica mundial, Irán, Palestina, Primavera Árabe, Rusia), el gobierno de Washington intentará reposicionarse en América Latina.
Lo que hace décadas consideran como su exclusiva zona de influencia hoy está en abierta disputa. China avanza en la región y hasta el primer ministro iraní visitó esta semana cuatro países, en un abierto desafío a la Casa Blanca. El “patio trasero” está revuelto. Hace una década que cambió la correlación de fuerzas: el ALCA sucumbió en la Cumbre de Mar del Plata de 2005. Y aparecieron instancias alternativas, como la Unasur, y de forma reciente la Celac, una suerte de OEA por fuera del control de Washington. Poco cambió la política estadounidense hacia América Latina desde la llegada de Obama: golpe de Estado en Honduras, siguen el bloqueo a Cuba y la base de Guantánamo, continúa la IV Flota reinstalada por George W. Bush.
A pesar de haber perdido iniciativa, Washington necesita quebrar la naciente integración latinoamericana y aislar al eje bolivariano (Venezuela, Ecuador, Cuba, Bolivia y Nicaragua), que despliega una política exterior más antiestadounidense y que logró reunir a 33 países del continente en la cumbre de la Celac realizada recientemente en Caracas. La Casa Blanca recurrirá a sus históricas herramientas del “garrote” y la “zanahoria” para, mediante amenazas y promesas, lograr encolumnar a la mayor parte de los países americanos, evitando una integración alternativa. Su objetivo es reposicionarse en la VI Cumbre de las Américas (Colombia, 14 y 15 de abril). Antes de esa reunión clave, Obama necesita ampliar sus alianzas en la región, incluso con gobiernos con los que tuvo diversos cortocircuitos.
En esa línea, el Departamento de Estado viene desplegando una aproximación a la Casa Rosada, luego del contundente triunfo electoral de Cristina Kirchner. Luego de las felicitaciones telefónicas, se produjo un encuentro bilateral el 4 de noviembre pasado, en el marco de la cumbre del G-20. Washington quiere que la Argentina dificulte el avance bolivariano, que mantenga las presiones contra Irán, que se encuadre tras las políticas de no proliferación nuclear y lucha contra el terrorismo internacional. Un sector del gobierno argentino alienta el entendimiento con la Casa Blanca: quiere arreglar con los acreedores externos, con el Club de París y volver al mercado de capitales. Además de las declaraciones de buena voluntad del nuevo embajador en Washington, Jorge Argüello, se dio respuesta a algunas de las iniciativas de Washington, como la Ley Antiterrorista, exigida por el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI).
El Gobierno se encontraría, en este sentido, en el dilema que atravesó Arturo Frondizi hace exactamente cincuenta años. Para conseguir inversiones estadounidenses y apoyo financiero, el presidente desarrollista se proponía ante John F. Kennedy como la vía para evitar la proliferación del (mal) ejemplo cubano y el avance del comunismo en la región. Aquella vez, y siempre, Estados Unidos utilizó las expectativas individuales de los países para tronchar cualquier proyecto latinoamericano de integración.
El mundo está revuelto y Estados Unidos ya no tiene el poder con el que contó durante el siglo XX. Otra integración es posible. Simón Bolívar y José Martí advertirían contra el “giro realista” de la política de la Argentina hacia Estados Unidos que se viene percibiendo en los últimos meses.
* Docente de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas.
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