En los últimos meses, la relación entre Argentina y Estados Unidos, históricamente conflictiva, volvió a estar en el ojo de la tormenta. Los cables que se están conociendo, filtrados por Wikileaks, van mostrando evidencias de cómo la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires sigue teniendo un inmenso poder en la política interna. Estos documentos diplomáticos, que tradicionalmente se conocen, desclasificación mediante, un cuarto de siglo después de haberse producidos, ahora están accesibles al público pocos meses después de haberse producidos. Mucho se ha escrito sobre la cuestión, pero fundamentalmente sobre los aspectos menores, más cercanos al chisme político que a lo que realmente importa. La relación bilateral pareció volver a tensarse en las primeras semanas de este año. Primero, cuando se conoció la no visita de Obama a Argentina, en el marco de su primera gira presidencial por América del Sur en el mes de marzo (el presidente estadounidense circunscribió su fugaz estadía a Brasil, Chile y El Salvador). Y segundo, con el escándalo del avión militar norteamericano, del cual se decomisaron ciertas armas y drogas no declaradas. Las quejas públicas de Obama sobre la cuestión y la negativa del gobierno argentino a devolver los materiales incautados reavivaron la tensión en los últimos días.
Estados Unidos, aún la principal potencia a nivel mundial, sigue gozando de un poder inusitado. Su Embajada en Buenos Aires, más que un símbolo, es un poder real en el país. Se inmiscuye en los asuntos internos, y opera a favor de sus capitalistas (los casos de Cargill, Monsanto o Kraft son sumamente ilustrativos al respecto), y también presiona en pos de profundizar la “balcanización” latinoamericana (alentando las divisiones internas e instando a unos a contener las medidas más radicales de otros). Mientas tanto, muchos políticos argentinos muestran su doble discurso. Políticos de la oposición que piden a Washington que presione al gobierno argentino. Defensores públicos de la soberanía nacional y de la integración latinoamericana, que en realidad en privado morigeran sus posiciones.
¿Qué están revelando los cables filtrados por Wikileaks sobre la relación entre Argentina y Estados Unidos? Sobre esta cuestión, pueden hacerse muchas lecturas: centrarse en las denuncias que aparecen en los cables (la relación de ciertos funcionarios con el lavado de dinero, por ejemplo); analizar el doble discurso de políticos del gobierno y de la oposición (buscar cómo algún ex jefe de gabinete despotrica en privado contra su jefe político); vislumbrar cómo encumbrados empresarios o periodistas son interlocutores habituales de la cancillería estadounidense; entender cómo ciertos dirigentes de la oposición no dudan en pedir a la Casa Blanca que interfiera en los asuntos internos argentinos (como un jefe de gobierno, que pide que se endurezca la política contra la Casa Rosada); dilucidar cómo opera la Casa Blanca para contener a los procesos políticos potencialmente más radicales en América Latina (pidiéndole al gobierno argentino que contuviera a Hugo Chávez o Evo Morales); analizar la forma sesgada en que los grandes medios internacionales y nacionales seleccionan, editan y presentan los cables de Wikileaks (mostrando cómo actúan en muchos casos en función de los intereses de grandes grupos económicos o de los gobiernos que los financian a través de la publicidad oficial); descubrir cómo existen periodistas reconocidos considerados como “propios” por la embajada de Estados Unidos... [CONTINUARÁ]
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